«La nación puertorriqueña no la emblematizan, hoy, el flamboyán florido, la pava jíbara, el lechoncito a la vara y las restantes imágenes retocadas que fabricaron el guión subliterario de la mansedumbre nacional. La nación puertorriqueña la emblematizan, hoy, la reja, la metralleta con silenciador, la escopeta recortada y [...]
el infinito universo de imágenes sin retocar que fabrican el documental de nuestra desgracia colectiva. La práctica exagerada del candor moral se entrampa a sí misma, cuando diferencia, con un reglamento maniqueo, las víctimas y los victimarios. Mas, en cuanto las diferencias se asientan, en cuanto la realidad pone en jaque la significación de las palabras, se aclara que en este trágico platanal de empobrecidos que se llama Puerto Rico, todos somos víctimas y victimarios». [Luis Rafael Sánchez]
Introducción
Puerto Rico —país latinoamericano intervenido a sangre y fuego, primero por España y desde 1898 por los Estados Unidos— se desangra1 entre las olas y los vientos del Mar Caribe y del Océano Atlántico ante el embate del terrorismo contra las mujeres, las violaciones de derechos civiles de las autoridades en las comunidades, en la universidad, contra los dominicanos, los crímenes de odio contra la comunidad LGBT,2 los suicidios, las extorsiones y fraudes, las invasiones de hogares para robar y asesinar, los maltratos y abusos contra niños y niñas, los tiroteos y asesinatos en las calles, centros comerciales y autopistas, la muerte de ciudadanos a manos de agentes del [des]orden público, el trasiego de drogas y armas, el crecimiento vertiginoso de la población penal3 vinculado a las drogas y a las difíciles condiciones socioeconómicas en que nos sumerge cada día más la presente administración neoliberal,4 así como la cuestionada política de guerra contra las drogas, entre otros flagelos. El cuestionamiento a la guerra contra las drogas5 se hace más patente si tomamos en cuenta que los Estados Unidos en las últimas décadas ha expandido la vigilancia así como su presencia en Puerto Rico y en el Caribe precisamente para combatir el tráfico de drogas en la región y en nuestra patria. (Rivera Ramos, 2001: 66) La guerra contra las drogas ha responsabilizado a América Latina del narcotráfico concentrándose en el combate contra el tráfico de cocaína y en la erradicación de las plantaciones de coca. Los Estados Unidos evitan de esta manera asumir la responsabilidad que les corresponde por ser el mayor consumidor de drogas en el mundo. Es por esta razón, tirando golpes a ciegas, que los Estados Unidos convierten a América Latina en enemigo externo responsable del consumo dentro de sus fronteras. Consumo que los Estados Unidos ha sido incapaz de detener. (del Olmo, 1993: 1) «La guerra contra las drogas ha sido inútil, han perdido sociedad y gobiernos. Es una guerra yerma y brutal. Si se legalizarán las drogas ...los gobiernos tendrían la oportunidad de controlar el mercado, de disminuir el poder de las mafias, de acotar la venta de armas, de invertir en prevención y educación en vez de llenar las cárceles, de aprovechar el dinero de la venta de drogas para atender a los drogadictos, de educar a la sociedad, a la policía y con suerte a los políticos y de reducir la violencia y la corrupción producto del narcotráfico». (Kraus, 2011)
En Puerto Rico la economía de las drogas implica, en la mayoría de los casos, la circulación de una producción que se contrabandea desde lugares que quedan fuera de nuestra frontera nacional. La existencia de una amplia red de distribución puertorriqueña, que se crea y regenera con cada golpe que le propicia el Estado, evidencia que existe una gran masa de consumidores. Esta cultura que se ha ido creando y procreando, ya por varias generaciones, denota un alto grado de capacidad organizativa con los conocimientos técnicos para mantener una estructura flexible y creativa, cuyas raíces lo penetran todo en la sociedad, corroyendo hasta los tuétanos la fibra espiritual colectiva. La estructura política (por lo que se ha llegado a cuestionar si ya somos o no una narcocolonia), el sistema judicial, las prisiones, las comunidades, las expresiones culturales, las visiones religiosas populares, la banca,6 los sistemas de transportación, han sido penetrados por la narcoeconomía. Cuentan con sus propias leyes, con un sistema de justicia y policía, tienen una estructura filantrópica, patrocinan actividades culturales y cuentan con una red de informantes en las estructuras oficiales del Estado. «Todo lo cual indica una consolidación de tradiciones y costumbres», concluye Héctor Meléndez. (Meléndez, 1996, 34)
El compatriota Héctor Meléndez añade lo siguiente: «...Los puntos de drogas constituyen no una 'subcultura' sino la cultura de secciones importantes de la energía nacional-popular puertorriqueña. Telón de fondo de todo esto es sencillamente que el narcotráfico se está quedando, cada día más con parte sustancial de la economía de la Isla. El punto es un centro de trabajo: da empleo a los que allí trabajan. Los lugares físicos para la compra y venta son sin duda también lugares sociales. ...El punto implica que hay organizaciones 'nacionales' que se han repartido los mercados, las áreas, y reclutan constantemente empleados para la red de distribución de la mercancía y para la protección del sistema (que muchas veces implica asesinatos) especialmente entre los jóvenes. ...La apreciación cultural del fenómeno es sin embargo obstaculizada por la representación policiaca del problema que hace la prensa, y por la política represiva del gobierno». (Meléndez 1996, 33-35)
El profesor José Luis Méndez ya planteaba en 1997, antes del maremoto de sangre que nos ahoga en el 2011, que: «Aunque la mayor parte de los puertorriqueños no están conscientes de ello, Puerto Rico vive desde hace varios años una guerra civil de gran envergadura. Pero, a diferencia de lo que ha ocurrido en el Salvador, Nicaragua, Irlanda del Norte, El Líbano, Viet-Nam, o Sri Lanka, la guerra civil que se libra actualmente en Puerto Rico no es de naturaleza política, sino social y económica.
«...Los que luchan con las armas en este país no son, como todos sabemos, estadistas contra populares o independentistas contra partidarios de la unión permanente. Son, como señalan las estadísticas, rivales de diferentes sectores del crimen organizado, cobradores al servicio del narcotráfico que imponen castigos ejemplares en los deudores morosos o asaltadores en busca de cualquier presa para satisfacer sus necesidades. Del otro lado de ese ejército están los ciudadanos honrados que constantemente son víctimas del crimen y la violencia.
«Aunque no es política, esta violencia resulta más peligrosa que muchas de las guerras conocidas más recientes. 'Puerto Rico es el país más peligroso en que yo he vivido', me decía hace varios años un diplomático europeo destacado en San Juan que representó a su país durante los conflictos de Nicaragua y Viet-Nam. Seguramente no estaba equivocado». (Méndez 1997, 35-36)
Sentimos que el país se hunde, que entre la pólvora y la sangre hay un tufo a desequilibrio y a derrumbamiento social y político. Las enfermedades psicosomáticas7 despegan vertiginosamente hacía el espacio sideral sin que existan los medios profesionales ni los medios económicos para paliarlas, combatirlas o prevenirlas. El narcotráfico tiene implicaciones económicas, políticas, sociales y morales para la sociedad. Son los síntomas de un mal tan profundo que corroe el espíritu de todo un pueblo: el colonialismo.8 «La sociedad colonizada es una sociedad malsana donde la dinámica interna no llega a desembocar en estructuras nuevas. Su rostro endurecido desde hace siglos no es más que una máscara, bajo la cual se ahoga y agoniza lentamente». (Memmi, 2001: 108) «El colonialismo no es un derecho. El colonialismo es un crimen contra la humanidad». (González Cancel, 2011)
Los puertorriqueños huyen para salvar su vida, se sienten atemorizados, se marchan a los Estados Unidos y a otros países empujados por la criminalidad y el desempleo. Nuestra comunidad en el exterior ya tiene más miembros que los que malvivimos en nuestras fronteras nacionales. Mientras tanto los que nos quedamos aquí no hemos logrado constituir un movimiento que logre comenzar a construir una propuesta coherente de salvación nacional para enfrentar los problemas más graves que nos azotan a diario. Unos, divididos y aislados, luchan como pueden en sus comunidades y en el entorno donde trabajan se repliegan amedrentados ante los embates de la crisis económica que amenaza con una posible pérdida de empleo. Algunos se entregan al chiripeo y a la supervivencia a como dé lugar. Otra gran cantidad de personas depende de lo que digan los partidos con los que se identifican y se marginan de las luchas dependiendo de quién controla la administración de turno. Vemos impotentes cómo una cantidad escalofriante de seres humanos, connacionales nuestros, escogen el camino del suicidio. Por otro lado hay personas que se sienten alienadas y entienden que su vida carece de significado, estas optan por refugiarse en la automedicación de los narcóticos y el alcohol para mitigar su angustia y dolor.
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