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Mi visita a Oscar, un hombre libre encarcelado PDF Imprimir Correo
Escrito por María (Tati) Dolores Fernós   
Domingo, 29 de Mayo de 2016 08:03

oscar

Hacía tiempo que quería visitar a Oscar López pero siempre pasaba algo que lo impedía. Ahora que estoy retirada del salón de clases aproveché la visita de Jossie, la inmensa hada madrina de tantas causas, para llegar a la cárcel en Terra Haute.

 

 

 

Nos esperó en el aeropuerto de Chicago Jan Sussler, la eterna abogada de Oscar, que, aunque acatarrada, no deja de cumplir con las obligaciones éticas que se ha impuesto en la vida. Compartir con ella esos tres días dibujaron la imagen de lo que todos y todas debemos ser.

No me es ajena la cárcel. Como visitante he conocido varias en el pasado. No empece las veces, sin embargo, nunca es agradable pisar donde se comete una de las más grandes ofensas contra el ser humano al privarle de las más esenciales vivencias.

Mi primera impresión al ver llegar a Oscar por la puerta del salón de visitas y caminar hacia nosotras fue que se veía más joven que lo que puede esperarse de un hombre de 73 años, que ha pasado tantos años sometido a un régimen cruel. Se veía ágil, delgado pero saludable, caminando más rápido de lo que yo puedo, siendo unos pocos años más joven que él.  Se veía contento de vernos y abrazó primero a Jan, su abogada generosa, luego a Jossie, su ya amiga y protectora, y finalmente a mí, una de las 33 Mujeres del Puente. Su abrazo fue cálido y fuerte, cariñoso. La emoción me sobrecogió de momento y me quedé sin aliento.

“Se parece mucho a su madre, Mita”, pensé. Tiene sus mismos ojos. Se lo dije y asintió expresando mucha admiración hacia su madre. ¡Debe haber sido tan triste para él que ella muriera estando él aún encarcelado!

Conocí a su madre así como a varios miembros de la familia de Oscar hace ya muchos años, casi treinta. Los conocí cuando tuve que llevar a una hija mía a una cirugía y terapias en Chicago. José, su hermano, al enterarse de que estaría varias semanas allá con mi hija, generosamente me ofreció su casa, acto tan desprendido que todavía al día de hoy le agradezco profundamente cada vez que le abrazo. En un momento de necesidad estuvo para mí y para mi familia.

En esas semanas en Chicago conocí a varios miembros de la familia de Oscar: a su hermana Mercedes, a su madre Mita, a las hijas de José. Conocí también a lo que se había convertido en una familia extendida, compuesta por las familias de los otros prisioneros políticos y prisioneras, que se mantenían unidos compartiendo fortalezas. Conocí la escuela, el Centro Cultural, participé en la parada puertorriqueña desde Humbolt Park.

La generosidad y solidaridad de esta familia no tuvo límites para mi familia pese a que tuvieron que dejar su dormitorio para acomodarnos esas semanas. Mita, la matriarca, era una mujer de corta estatura, alegre, generosa hasta el límite, que no escatimaba en atenciones, sobre todo en la cocina. Aunque llevaba décadas en Estados Unidos no hablaba inglés, pero no le era necesario porque el barrio era todo latino, y por la Avenida Division sólo se hablaba español. A petición de José cocinó para mí su plato especial, unas cebollas rellenas, un delicioso plato desconocido para mí que no había visto ni probado antes y tampoco he comido después. Tanto se lo mencioné a Jossie y a Jan en este viaje que le preguntamos a Oscar y a José. Ambos saben, al detalle, como se preparan y nos explicaron.  Acordamos practicar Jossie y yo para cocinarlas y comer todos y todas cuando Oscar salga.

Cuando hace tres décadas estuve en la casa de José en Chicago habían pasado pocos años del proceso judicial y estaban encarcelados todos los presos políticos. ¡Quién iba a pensar lo que sucedería después! ¡Que saldrían casi todos pero que treinta años después quedaría sólo Oscar!

Con Fifo, la madre de las hermanas Rodríguez, (ya fallecida) fui a visitar a Alicia, una de sus hijas prisioneras, porque estaba en la cárcel más cercana.  Recuerdo aún su disposición alegre y ánimo fuerte. Cuando las indultaron y llegaron a Puerto Rico tuve la satisfacción de ser quien las acompañó a comprar ropa adecuada para establecer su residencia en Puerto Rico.

En esta visita a Oscar se siente en él esa misma fortaleza y alegría. Le hice muchas preguntas (Jossie y Jan me permitieron ese espacio) pues me intrigaba conocer qué cosas pasaban por su mente, cómo había podido lidiar con un encierro tan prolongado, qué pensaba hacer al ser liberado, qué no quería hacer. Sus respuestas fueron claros indicios de su claridad mental y de esa generosidad que parece ser innata en esa familia. Quiere caminar por el País para dar gracias al pueblo que reclamó su liberación. Agradece todas las gestiones que se realizan para lograr su liberación y destaca con especial cariño a las Mujeres del Puente que ya por más de tres años nos reunimos cada domingo último de mes para educar a todo el que por allí pasa sobre la injusticia de su encarcelamiento.

Sus respuestas evidenciaron su afán por mantenerse activo, informado y saludable todos estos años. Pude comprobar lo mucho que ha leído y lo bien que entiende los procesos sociales y políticos actuales. Nos contó particularmente cómo ha enfrentado las grandes dificultades que entraña el encarcelamiento así como las acciones, actitudes y estrategias que ha utilizado frente a los carceleros e incluso frente a los mismos confinados.

Al despedirnos el segundo día, ya al irnos, nuevamente nos abrazó, una a una. Ya casi fuera del salón me viré para verlo al irse. Él hizo lo mismo, miró hacia atrás y, sonriente, nos dijo adiós con la mano. Me sobrecogió nuevamente la emoción inicial, esta vez con mayor intensidad y me pregunté, desolada, cuándo lo volvería a ver.

La injusticia debe siempre impactarnos y sernos intolerable. En el caso de Oscar ha sido infame el trato de los norteamericanos. Es particularmente imperdonable y cruel la falta de acción del Presidente Obama tanto más de un hombre que fue nombrado Premio Nobel de la Paz y que mostró al mundo tristeza al visitar la prisión que una vez encerró a Mandela.

Ante la pequeñez y carencia de otros, se engrandece nuestro Oscar López Rivera ofreciendo tantas lecciones de profunda humanidad.

¡Oscar! No cesaremos hasta tu regreso a casa!

 

Fuente: Claridad

 

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