Son las seis de la mañana y todavía el desayuno no está listo. La radio dispara las noticias como si fuera una ametralladora. Hoy todos hablan de los números de la encuesta.

Los analistas profesionales comparan a éste con aquél y con su adversario en las pasadas elecciones para este mismo momento. Los que van ganando llaman a las emisoras y sin reparo dicen que sus encuestas internas le dicen que tiene un poco más de ventaja. Los que van perdiendo se consuelan diciendo que todavía faltan ocho largos meses para la encuesta oficial.

En medio de la cháchara de la encuesta los titulares destacan que en la visita del rey de España el hecho más notable es la sustitución de la G por la J al llamarle “su majestad”. Total, si lo hubiesen llamado Felipe se hubiesen quedado sin titulares. Con el jugo en la mano los niños son llevados al carro pues salir a las 6: 30 de la mañana para enfrentar el tedioso tapón mañanero, es igual a llegar tarde a la escuela y al trabajo.

En el centro de trabajo no hay tiempo ni para comentar las noticias, ni siquiera el resultado de los juegos de la noche anterior. Ha llegado diez minutos tarde y la fila de solicitantes alcanza la mitad de la sala de recepción. Desde la Ley 7 para acá, cuando despidieron a más de una tercera parte de los empleados, hasta cumplir con las necesidades básicas aumenta exponencialmente las filas.

El receso del almuerzo es hoy una tortura. Con la prisa dejó la lonchera con lo que sobró de la cena del día anterior y tendrá, casi sin poder, que pagar $8.00 por un almuerzo que un año atrás le costaba seis pesos e incluía el refresco. Ahora tendrá que bajarlo con agua de Carraízo.

La tarde fluye con los casos de todos los días. Gente que solicita por segunda o tercera vez los mismos servicios que, por falta de recursos en la Oficina, no se han podido atender como corresponde. El último solicitante le toma más allá de las 4:30 PM y le pone la presión de los muchachos que debe recoger antes de media hora. Cuando al fin llega a la escuela los encuentra en la calle con cara de pocos amigos.

Trata de escuchar noticias o uno de los programas de discusión vespertinos, pero los chicos quieren disfrutar de la música y termina por complacerlos. Para lo que se oye en la radio, la crisis, la Junta, la quiebra del gobierno, los buitres, un nuevo contrato de consultoría para la AEE, el ganadero que mató la esposa, genera menos tensión el condenao rapeo de los muchachos.

Acaba de recoger la cocina junto a su compañera y se dispone a guardar los envases de plástico con los almuerzos de mañana. Le duele botar la comida que se le quedó hoy pues, lamentablemente, se quedó sobre la mesa y se dañó. Como hace dos meses tuvo que cancelar la suscripción del periódico tendrá que sentarse las dos horas siguientes a ver la novela turca del momento. De allí se moverá mecánicamente a la cama hasta que el despertador le anuncie que hay por delante un nuevo día de trabajo.

Tiempo de pensar el País, tiempo de reflexionar sobre las noticias fragmentadas que escuchó durante el día, una lectura que le alumbre nuevas perspectivas, ninguna de las anteriores. Una apabullante rutina asfixia su existencia y lo mantiene como un simple engranaje de producción. Romper con esta forma de vida es el gran reto que tenemos los trabajadores que hemos alcanzado algún grado de conciencia. Sin embargo, es mucho más fácil decirlo que lograrlo.

* El autor es Presidente de la Unión General de Trabajadores (UGT).

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