Lo que ha dicho Barack Obama en CNN (14-03-2016), pedir la salida inmediata del presidente Maduro despreciando el ordenamiento democrático y constitucional de Venezuela, es mucho más grave que el mismo decreto en el que declara al país como una amenaza extraordinaria para su seguridad.
Ambos, su reciente declaración y el infame decreto, conjugan la última embestida imperialista que define claramente la no tan nueva doctrina norteamericana que dejará Obama como legado: EEUU no tolerará más que los pueblos de América Latina elijan democráticamente a gobiernos de izquierda que osen a retar su hegemonía absoluta sobre la región.
Para propios y extraños las dos presidencias de Barack Obama, entre enero de 2009 y hasta el próximo enero de 2017, han sido una total decepción. Las promesas de cambio que conquistó las demandas del electorado estadounidense se quedaron en el tintero. La consecución de la paz mundial y la supervivencia del planeta y la especia humana, muy a pesar de los últimos avances tímidos de Paris, se tornan cada vez más remotas. Por el contrario, la cruzada imperialista de EEUU sobre los pueblos del mundo para mantener su superioridad económica y militar ha proseguido de manera acelerada y, a diferencia de su homologo George W. Bush, la ofensiva hegemónica que ha desplegado Obama sobre los países de América Latina para desplazar a los gobiernos progresistas ha conseguido resultados tangibles. El propio Obama (CNN ibídem) admitió que a su llegada al poder encontró que Chávez y el ALBA se encontraban en la cresta ascendente, y como existían muchas sospechas sobre sus verdaderas intenciones, decidió aplicar una política exterior sobre América Latina que produjera logros concretos. A partir de entonces, se han producido golpes de Estado en Honduras y Paraguay que derrocaron a los gobiernos de izquierda, la conformación de la Alianza Pacifico neoliberal, la terrible muerte del Presidente Chávez, cambio de gobierno en Argentina, derrotas electorales en Venezuela y Bolivia, presiones internacionales y movilizaciones internas en Ecuador y Nicaragua, alianzas y cooperación al desarrollo con los países de Petrocaribe al tiempo que arrecia la guerra económica contra Venezuela, y más recientemente, la persecución penal y política contra Lula y la Presidenta Dilma Rousseff en Brasil, país que representa actualmente el más grande desafío para la hegemonía estadounidense, no solo en América Latina sino a escala global.
Incluso para Obama, la normalización de las relaciones entre Cuba y EEUU es un asunto clave para avanzar en su propósito continental, ya que, en sus propias palabras, la región no tendría más la percepción de que EEUU los estaba pisoteando. Precisamente, apenas unas horas después de haber anunciado en diciembre de 2014 el restablecimiento de las relaciones Cuba-EEUU con la apertura de embajadas, la liberación de los Cinco Héroes Cubanos y la excarcelación de dos espías cubano-americanos, y además admitir que los 50 años de bloqueo habían “demostrado que el aislamiento no funciona” y que el Congreso de EEUU debía trabajar para levantarlo, Obama suscribió una Ley que castigaba a Venezuela y su Revolución Bolivariana con sanciones unilaterales de carácter coercitivo que, parafraseando al Vicepresidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel (05-03-2016), ofrecían la zanahoria a Cuba y el garrote a Venezuela.
A menos de un año para entregar la presidencia, Obama pretende que acabar con los gobiernos de izquierda en América Latina y haber dado el primer paso en lo que supone será la derrota de la Revolución Cubana, se convierta en el legado de una gestión mediocre y fracasada.
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