América Latina transita un inicio de 2016 bien diferente a lo acontecido en la región en la última década y media. Mientras algunos analistas hablan de "restauración conservadora", otros ponen el acento en un supuesto "fin de ciclo" de los gobiernos posneoliberales.
La coincidencia entre ambas lecturas es que la época de mayor apogeo de los gobiernos de izquierda ha dado paso a otro momento, de mayor convulsión y confrontación entre dos proyectos disímiles, opuestos, de países y también de región. Una disputa que, vale la pena repetirlo, no está saldada: sólo Mauricio Macri ha accedido al gobierno, experiencia que aún no han podido concretar ni Henrique Capriles (Venezuela), ni Aécio Neves (Brasil), ni Mauricio Rodas (Ecuador), ni Samuel Doria Medina (Bolivia).
Por ende, aún el "balance" es favorable para las fuerzas progresistas, quienes todavía tienen hegemonía en el mapa global regional.
En ese contexto, hay dos figuras que tienen una popularidad importante a pesar de los embates de los medios concentrados de sus países. Hablamos de Luiz Inácio "Lula" da Silva y Cristina Fernández de Kirchner, expresidentes de Brasil y Argentina, respectivamente. Ambos se han ido de Planalto y la Casa Rosada con una alta popularidad, como en su momento le sucedió a Michelle Bachelet, quien retornó a la brevedad a la Casa de la Moneda. Es decir: son figuras que aún conservan buenas chances para volver a dirigir los destinos de sus respectivos países. Esta es la razón principal que explica el envalentonamiento de sectores del poder económico concentrado en lo referente a estos dos dirigentes. Y, por ende, un recrudecimiento de los ataques mediáticos, que pregonan asimismo un avance del ámbito judicial.
En una reciente columna titulada "Apunten a la cabeza" el periodista Horacio Verbitsky alertó sobre el plan del nuevo gobierno argentino, encabezado por el ingeniero Mauricio Macri: dar vía libre a sectores de la justicia influenciados por Olivos para avanzar sobre CFK, buscando asimismo lograr un descrédito público sobre la expresidenta.
Para Verbitsky, "el modelo es el '55, con la exhibición de vestidos y zapatos en la residencia presidencial, las comisiones investigadoras que ocuparon el lugar del clausurado Congreso, y la ilusión de borrar al tirano depuesto de la memoria popular, presentándolo como un ladrón de los dineros del pueblo". La analogía con la autodenominada Revolución Libertadora (la Fusiladora, para amplios sectores) resulta esclarecedora: esta no sólo no logró su cometido –erradicar al peronismo, comenzando por sus símbolos– sino que además convirtió a Juan Domingo Perón en mito y leyenda (viviente, aunque en el exilio) ante amplios sectores que comenzaron a perder lo logrado en aquella década. "Detrás de mi vendrán los que bueno me harán" fue la famosa frase del propio Perón, quien retornó triunfador a su país y murió ejerciendo la presidencia.
El plan actual cierra (o pretende cerrar, mejor dicho) con un blindaje mediático inédito sobre el actual presidente argentino y sus primeras medidas: devaluación cercana al 60%, masivos despidos en el ámbito estatal –más de 10 mil, al momento de escribir estas líneas–, decenas de Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU) sobre las más amplias esferas –sin pasar por el Congreso y violando leyes, como sucedió con la LSCA–, un plan de endeudamiento externo firmado por los propios autores del Megacanje, y una represión a los reclamos como no se ha visto desde la década del '90.
Como se ve, una batería de medidas impopulares, cuyo círculo sólo se podría redondear con una oposición fragmentada, de líderes dispersos: hacía allí apunta, entonces, el poder de turno, intentando rupturizar un peronismo que debería asimismo confluir (unido) con otros sectores, a fin de intentar volver a la Casa Rosada en el menor tiempo posible.
En Brasil el panorama es similar, aunque una diferencia sustancial separa a Brasilia de Buenos Aires: aún gobierna allí el Partido de los Trabajadores, quien aparece amenazado por dos vías. Hablamos del intento de "impeachment" que pesa sobre Dilma Rousseff –ahora parcialmente aliviada por un freno momentáneo en esta tentativa– y de los planes de avanzar judicialmente sobre el expresidente Lula. En este último punto, hay una similitud con el objetivo que, de acuerdo a Verbitsky, planea Macri. Tanto el establishment brasileño como el nuevo gobierno argentino saben que, frente a las medidas antipopulares que planean (o ya ejecutan), la única alternativa es descabezar los liderazgos que aún tienen clamor popular. Tratarán de evitar, a como dé lugar, que Lula y Cristina Fernández de Kirchner se presenten a las presidenciales de 2018 y 2019. El exlíder metalúrgico se ha convertido por ello en tapa permanente de Globo, Folha do Sao Paulo y O Estado de Sao Paulo, los tres principales periódicos del país, que buscan erosionar su imagen negativa en el mediano plazo, aún a costa de mentir. Lo mismo sucede con Noticias y Veja, dos revistas socias que, de uno y otro lado de la frontera arremeten contra estos dos expresidentes.
¿Cuál es el temor principal de la derecha regional? Que el supuesto "fin de ciclo" no se verifique en otros países. Que pase rápido la "primavera" que para estas fuerzas supone la seguidilla Argentina-Venezuela.
La elección de Bolivia, entonces, tendrá inédita atención continental para ser un referéndum local: un triunfo de Evo quebraría la novedosa racha, mientras una derrota completaría la trilogía conservadora. Por ello la derecha regional apunta a "cortar" las cabezas de CFK y Lula: ve en ellos, ni más ni menos, que la posibilidad de recomposición del ciclo de cambios abierto en la región hace una década y media.
Habrá que ver la intensidad y los tiempos. Y si el tiro no sale por la culata, como advierte el asesor Jaime Duran Barba, quien pone paños fríos a la idea, analizando la propia historia del peronismo (y su vitalidad influyente en millones de trabajadores).
Pero la decisión está tomada: van por Lula y por Cristina.
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