El primero de enero de este año, los subcomandantes insurgentes Moisés y Galeano, en nombre del Comité Clandestino Revolucionario Indígena –Comandancia General del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN)– hicieron pública una declaración política para celebrar el 22 aniversario del inicio de la guerra contra el olvido, ese ¡ya basta! que prepararon en sigilo los mayas zapatistas durante una década. Porque hay quienes pretenden borrar la memoria según convenga, los subcomandantes nos recuerdan que el fuego de su palabra buscaba despertar a quien dormía, levantar a quien caía, indignar a quien se conformaba y se rendía, rebelar la historia y obligarla a decir lo que callaba. Develar esa historia –destacan los insurgentes zapatistas– “de explotaciones, asesinatos, despojos, desprecios y olvidos que se escondía detrás de la historia de arriba”.
Veintidós años después de esa memorable toma de ciudades en el sureño estado de Chiapas, bastiones del poder y del racismo criollo-mestizo, por un ejército de indígenas que revindicaba el artículo 39 de nuestra violentada Carta Magna, ese extraordinario movimiento, vilipendiado hoy como ayer por el poder y los intelectuales de la verdad absoluta y la amargura, convoca a reafirmar la conciencia de lucha y de compromiso para seguir adelante, “cueste lo que cueste y pase lo que pase, no permitamos que el mal sistema capitalista destruya lo que hemos conquistado y lo poco que hemos podido construir con nuestro trabajo y esfuerzo durante más de 22 años: ¡nuestra libertad!”
Conscientes de la tormenta que provoca la hidra capitalista con la guerra contra los pueblos y las amenazas contra la madre tierra y la sobrevivencia de la propia especie humana, consideran que “ahora no es momento de echarnos para atrás, de desanimarnos o de cansarnos, debemos estar más firmes en nuestra lucha, mantener firmes las palabras y ejemplos que nos dejaron nuestros primeros compañeros: de no rendirse, no venderse y no claudicar”.
Recuerdan las mutaciones experimentadas por su movimiento: en un inicio, “tomar nuestras armas para matar o morir por una causa justa”; posteriormente, después de las masivas manifestaciones en México y en el mundo en favor de la paz y contra la represión del Estado mexicano, el cambio en su forma de rebeldía, porque sabían que una “lucha justa del pueblo es por la vida y no por la muerte (…) Por eso entendimos que era necesario construir nuestra vida nosotros mismos, nosotras mismas, con autonomía. En medio de las grandes amenazas, de los hostigamientos militares y paramilitares, y las constantes provocaciones del mal gobierno, empezamos a formar nuestro propio sistema de gobernar, nuestra autonomía, con nuestra propia educación, nuestra propia salud, nuestra propia comunicación, nuestra propia forma de cuidar y trabajar a nuestra madre tierra; nuestra propia política como pueblo y nuestra propia ideología de cómo queremos vivir como pueblos, con otra cultura”.
Hay quienes incluso sin haber estado en territorio rebelde juzgan desde las exterioridades de una intelectualidad que desprecia profundamente estos extraordinarios esfuerzos de los pueblos mayas zapatistas para resistir el embate de una guerra de desgaste contrainsurgente por parte de un gobierno criminal, considerándolos “reducidos a la intranscendencia”, “encapsulados”, “aislados”, “de magros resultados”; para estos académicos que se consideran, ellos sí, “estrechamente vinculados a las luchas y las fuerzas concretas”, a la centralidad de la “lucha contemporánea”, no tiene importancia ni significación para las alternativas emancipatorias anticapitalistas el que durante estos 22 años de resistencia y rebeldía, el EZLN construya otra forma de vida, autogobernándose como pueblos colectivos, bajo los siete principios del mandar obedeciendo, “construyendo un nuevo sistema y otra forma de vida como pueblos originarios. Uno donde el pueblo manda y el gobierno obedece (…) Podemos decirlo sin pena: las comunidades zapatistas no solo están mejor que hace 22 años. Su nivel de vida es superior al de quienes se han vendido a los partidistas de todos los colores”.
La izquierda se dimensiona hoy día, tanto en la escala de los procesos autonómicos como en la de otras experiencias en el ámbito mundial, por su práctica concreta para forjar poder popular, más allá de las organizaciones o los partidos que las impulsen; de ahí la consigna “para todos, todo, para nosotros, nada”; esta es la medida para evaluar un proceso en curso, los sujetos auto-desarrollados que lo protagonizan, y no sólo los “liderazgos”. Así lo describen de manera singular los voceros zapatistas: “Antes, para saber si alguien era zapatista se veía si traía paliacate rojo o pasamontañas. Ahora basta ver si sabe trabajar la tierra; si cuida su cultura; si estudia para conocer la ciencia y la técnica; si se respeta como mujeres que somos; si tiene la mirada en alto y limpia; si sabe que manda como colectivo; si ve los cargos de gobierno autónomo rebelde zapatista como servicio y no como negocio; si cuando le preguntan algo que no sabe, responde “no lo sé… todavía”; si cuando se burlan diciéndole que los zapatistas ya no existen, que somos muy pocos, responde “no te preocupes, ya vamos a ser más, de repente tarda, pero sí vamos a ser más”; si mira lejos en calendarios y geografías; si sabe que el mañana se siembra hoy”.
Los caminos de las luchas anticapitalistas y de resistencia contra el modelo de mundialización neoliberal son multifacéticos. Por ello, los zapatistas insisten en respetar maneras, tiempos y geografías de estos procesos. En todo caso, cualquier debate en torno a los gobiernos progresistas no puede hacerse a partir de construir adversarios a modo y, en particular, a costa de deslegitimar y minimizar las dignas luchas autonómicas de los mayas zapatistas que a 22 años de su rebelión, ciertamente, no se venden, no se rinden, no claudican y, sobre todo, no se corrompen ni traicionan los principios fundacionales y la congruencia ética que caracterizan al pensamiento crítico de izquierda.
Fuente: La Jornada |