Después de 10 años de un transcendental desarrollo económico y social, la plurinacional Bolivia enfrentará uno de sus principales desafíos para la sustentación de las políticas públicas que hicieron de los invisibles, protagonistas del más fascinante proceso revolucionario del siglo XXI.
El presidente Evo Morales y el Movimiento al Socialismo (MAS) disputan en febrero de 2016 un referéndum que definirá la posibilidad de apenas una nueva reelección del presidente. Pero la coyuntura no es favorable. El “tsunami” – ya indicado en un artículo anterior publicado en El Telégrafo-, comenzó a azotar la posible continuidad de la izquierda en los gobiernos del continente. La amenaza al progresismo se inició a partir de la débil victoria de Dilma Rousseff en Brasil, hace exactamente un año, continuando con las predecibles derrotas electorales de Scioli en Argentina, y de la Asamblea por parte del PSUV en Venezuela.
Bolivia no solo ha sobrevivido, como ha crecido de manera imparable durante 10 años consecutivos, pese al macroambiente económico desfavorable para los países exportadores de commodities. Destaque a la sólida redistribución de las riquezas del país para las amplias camadas indígenas, alcanzando formidables índices de desarrollo social, pero principalmente económicos. Pese a estos indicadores, la pelea para ganar una elección se ha vuelto muy difícil. Como en Ecuador que Alianza PAIS perdió en las seccionales, MAS también fue derrotada en Bolivia. Así como en prácticamente todos los países progresistas que han recuperado no solo la soberanía sobre sus riquezas, sino vencer sensiblemente la inequidad y la injusticia social. Entonces, ¿qué justifica la derrota en las elecciones?
La derecha ha encontrado brechas existentes en las gestiones de los gobiernos progresistas y en sus movimientos políticos. Los distintos procesos progresistas del continente, sustentados principalmente en la inmensa masa de personas que ha sido insertada en el mercado de consumo, como es el caso boliviano, han sufrido un cambio demográfico importante. Las personas tienen más capacidad para adquirir bienes de consumo, generando muchos caballos de fuerza a la economía. Pero las nuevas generaciones que ya nacieron con sus derechos básicos garantizados, como educación y salud, no reconocen en sus gobiernos una narrativa que los represente. Hemos perdido la batalla cultural.
Los gobiernos han confundido sus exitosas gestiones con el quehacer político. Como si uno sustituyera al otro. Movimientos sociales no son ministerios que se gestionan. Hemos dejado de lado la construcción constante del progresismo en las calles. A eso se suman los errores, la ineficiencia, la corrupción, creando una confusión con los procesos comunicacionales, que después de muchos años dejan de tocar los corazones. Y si no se tocan los corazones, no se ganan las elecciones. No hay gratitud por lo que se hizo. Lo que hay es una exigencia, cada vez mayor, por participar en la construcción de la visión de futuro. Así como cuando ganamos por primera vez las elecciones, dando inicio a una de las más importante eras de nuestra historia: cuando los invisibles asumieron el protagonismo del proceso.
Fuente: CubaDebate |