“¿Algo nuevo bajo el sol? Absolutamente nada. ¡Qué lástima, Obama! Con las esperanzas que cifraron en él tantos ingenuos de su país y de por estos lares.”
Ésta fue la muy atinada valoración que hizo el periodista costarricense Rafael Cuevas Molina de la Asociación por la Unidad de Nuestra América del reciente periplo del mandatario estadounidense por nuestra región (“¡Procedan!”, dijo Obama, y se marchó sin pena ni gloria, http://connuestraamerica. blogspot.com, 26 de marzo de 2011).
Pero si hubiese alguno de esos ingenuos que aún siguen pensando en que lo anterior constituye la tradicional minusvaloración izquierdista de “la diferencia” que representa Barack Obama en relación a sus predecesores, aquí va otra apreciación, esta vez del exministro chileno José Piñera, hermano del actual presidente Sebastián Pinera, de derecha, cuando en reacción a la visita del presidente estadounidense a su país escribió en su cuenta de Twitter: “Veni, vidi, vici (Vine, vi, vencí) fue el tweet de César a Roma tras una victoria. Veni, vidi y no dije nada será el tweet, hoy, de Obama”. Quienes se empecinan en hallar alguna bondad en la retórica discursiva de Obama, le dan inexcusablemente la espalda a los hechos. Miren lo que hace y no lo que dice, e incluso sobre lo que dice, al fin y a la postre, ¿puede ser interpretado al margen de sus acciones y las consecuencias concretas de éstas?
Las expectativas que generó en la Cumbre de las Américas celebrada en Trinidad y Tobago, en cuanto a que podría representar una nueva era en las relaciones de Estados Unidos con los países al Sur del Río Bravo, muy pronto fueron desmentidas por el golpe cívico-militar en Honduras, legitimado por la administración de Obama. Desde entonces demostró que no rompería con las lógicas imperiales de sus predecesores. Los intereses estratégicos de Washington seguirían alineados, como de costumbre, en contra de los intereses soberanos de nuestros pueblos.
De ahí que era de esperarse el saldo negativo de su deslucido periplo reciente por los países hermanos de Brasil, Chile y El Salvador. Muestra de ello es lo que también señala al respecto el periodista uruguayo Raúl Zibechi: “Lo más que puede decirse de la gira del presidente de Estados Unidos por la región es que no se pareció en nada a una gira del principal representante del imperio. Sonrisas, visita de lugares “exóticos” y frases que pretendían ser profundas pero sonaron huecas. Turismo político-familiar, y poco más” (Obama o la irrelevancia del Imperio, La Jornada, México, 25 de marzo de 2011).
Como puertorriqueño, no debía sorprenderme en lo más mínimo la infinita decepción que cunde por doquier en Nuestra América con el gobierno de Obama. Si de la falta de correspondencia en su caso entre lo dicho y lo hecho, Puerto Rico –esa parte integral pero aún irredenta de Nuestra América- atestiguó hace poco lo que a éste nuevo emisario imperial le vale el derecho a la autodeterminación y la igualdad soberana de los pueblos. Un comité designado por él –presidido, por cierto por una boliviana, llamada Cecilia Muñoz, una representante de lo que el compañero Cuevas Molina llama ese “trasnochado ‘exilio’ latinoamericano en los Estados Unidos- propuso un mapa de ruta hacia la eventual anexión (“incorporación territorial” le llaman eufemísticamente en Washington) como salida a la actual crisis por la que atraviesa el país. Entretanto, recomiendan la profundización de la dependencia económica colonial que conculca y frustra, efectivamente, el derecho nuestro a la libre determinación de nuestro modo de vida.
En ese sentido, tiene sobrada razón el líder histórico de la Revolución cubana, Fidel Castro Ruz, cuando desde una tierra que sigue sometida -luego de 50 años y aún bajo Obama- al más criminal bloqueo, pone en entredicho la nueva “alianza de iguales”, “la insólita alianza entre millonarios y hambrientos” (Las verdaderas intenciones de la ‘Alianza Igualitaria’, La Jornada, México, 23 de marzo de 2011) que le ofrece Obama a nuestros países, como pretendida superación de ese otro canto de sirena, la tristemente célebre “alianza para el progreso” de la década de los sesentas del pasado siglo.
Imbuido de ese funesto destino imperial para entrometerse en los asuntos internos de los demás, tan pronto Obama aterrizó en Brasil, dio las órdenes para que Estados Unidos dirigiese la agresión imperial contra Libia, aunque bajo el transparente manto de la intervención humanitaria. Si tanto le preocupa el destino de los civiles inocentes en Libia, ¿qué dijo y qué hizo en su momento sobre los miles de inocentes civiles palestinos masacrados por la aviación israelí en Gaza o los inocentes civiles asesinados por sus propios actos de guerra en Afganistán y Paquistán, ese “daño colateral” al que el Imperio y sus aliados se sienten con derecho pero que le niega olímpicamente a todos los demás?
Mi hija, Isabel, me contaba el otro día cómo uno de sus maestros le habló acerca de los alegados crímenes cometidos por Gadafi contra su pueblo. Le señalé que debía preguntarle a su mentor si al igual que el líder libio debe responder por sus actos, si esa misma vara le aplica a Obama o a su predecesor George W. Bush. ¿Está, por ejemplo, Obama dispuesto a asumir igualmente ante la Corte Penal Internacional la responsabilidad por las muertes de los inocentes civiles producto de las directrices que él, como comandante en jefe de las fuerzas militares estadounidenses, ha emitido? ¿Y quién responde por las muertes de los civiles inocentes producto de los bombardeos actuales de la aviación estadounidense, británica y francesa en Libia?
¿Es que bajo los estándares morales de Obama, el fin justifica los medios y, consiguientemente, sus muertos no son iguales a los muertos de Gadafi? Y si se pretende que el fin justifica los medios, ¿qué justifica entonces el fin? Decía el laureado filósofo argelino-francés Albert Camus que el fin sólo puede ser validado con medios humanos, es decir, medios que no sacrifiquen la vida ni la dignidad de los seres humanos a la consecución de un objetivo ideológico o político. De lo contrario, fines que requieren para su adelanto la comisión de crímenes, nada tienen de moralmente edificantes, justos o de revolucionarios. De ahí que tiene mucha razón el presidente boliviano Evo Morales Ayma cuando reclama que se le retire a Obama el controvertible Premio Nobel de la Paz que le fuera otorgado.
Lo cierto es que a partir de su orden de batalla contra el gobierno de Gadafi en Libia, su gira pasó a segundo plano. Llegó blandiendo el garrote y la zanahoria. A quien Washington declare fuera del orden internacional, ese sufrirá el garrote. A quien, sin embargo, esté dispuesto a colaborar y a comerciar con Estados Unidos, bajo aquellos términos definidos desde el Norte, se le ofrece la zanahoria. En ese sentido, no era secreto para nadie que uno de los principales objetivos del viaje de Obama era mejorar la posición competitiva de Estados Unidos para, aprovechándose del progreso económico vivido en la región durante la pasada década, aumentar los negocios aquí en apoyo de la elusiva recuperación económica en Estados Unidos.
Sin embargo, a los anfitriones de Obama, ni la zanahoria. Brasil se quedó esperando por el apoyo de Obama a su interés en convertirse en miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU. Ni siquiera atendió el mandatario estadounidense la demanda brasileña para que se eliminen de las relaciones comerciales entre ambos países las trabas proteccionistas de Washington a la importación de etanol, carne bovina, jugo de naranja, acero y algodón.
En Chile, mientras Obama pedía a sus interlocutores no dejarse atrapar por la historia, atacó charlatanamente a Cuba, la más notoria víctima de esas trampas históricas de la “guerra fría” del que Washington sigue prisionero. De paso, hablando en el Palacio de La Moneda, lugar en el que en septiembre de 1973 resultó muerto el presidente constitucional Salvador Allende Gossens como resultado de un golpe de estado apuntalado por Washington, Obama reculó ante preguntas de los periodistas de si tendría algo que decir sobre ese crimen perpetrado con la complicidad imperial. “No puedo hablar de todas las políticas del pasado”, balbuceó para su mayor ignominia.
Finalmente en El Salvador visitó el mausoleo de Monseñor Oscar Arnulfo Romero, en la Catedral Nacional de San Salvador. Sin embargo, fue el presidente salvadoreño, del gobernante Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, el que pediría perdón por ese abominable crimen de Estado perpetrado en 1980 bajo un gobierno aliado de Washington y en el marco de una guerra civil financiada en parte con más de un millón de dólares diarios procedentes del Norte, que dejó un saldo de 75,000 salvadoreños muertos. Más le interesaba a Obama asegurar, frente al gobierno izquierdista, la permanencia de la base militar estadounidense en Comalapa.
La vida no vale nada, diría el cantautor cubano Pablo Milanés.
El autor es Catedrático de Filosofía y Teoría del Derecho y del Estado en la Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos, en Mayagüez, Puerto Rico. Es, además, miembro de la Junta de Directores y colaborador permanente del semanario puertorriqueño “Claridad”.
|