El 30 de octubre de 1950, Pedro Albizu Campos y el Partido Nacionalista de Puerto Rico le declararon la guerra a los Estados Unidos de América.
Pocos en el mundo se enteraron. Asunto doméstico de liga menor para Washington y un exabrupto político de la colonia. ¡Como duele el estigma de la inferioridad! Pero, como decía el filósofo: “el dolor que más duele es el mío”.
Para julio de 1898, Puerto Rico era tan colonia de España como lo es ahora de los Estados Unidos. ¿Diferencias?
Hablábamos el mismo idioma del imperio español y compartíamos unas afinidades culturales que incluían un ordenamiento jurídico y fiscal así como creencias religiosas, valores y costumbres de su civilización europea. Por eso, la invasión anglosajona agredió a los puertorriqueños de todas las formas y maneras importantes y nos convertimos en una posesión de los Estados Unidos que, en su expansionismo geopolítico adquiría un enclave en el corazón del Caribe con las ventajas que eso significaba para el imperio que pretendía una apertura hacia el Océano Pacífico por el Canal de Panamá.
El coloniaje ofendía la dignidad de más de dos millones de puertorriqueños y en 1948 Luis Muñoz Marín se aprestaba a validar la mentira de un pacto de asociación, adornado con una constitución, himno y bandera, parafernalia que, supuestamente, descolonizaba a Puerto Rico. Controlada la vida y hacienda de nuestra sociedad, el proceso fue inventado y desarrollado al amparo de leyes federales que surgían de la relación territorial establecida entre ambas naciones por disposición de la renombrada cláusula territorial del U.S. Constitution. El gran error de Muñoz Marín fue MENTIRLE a su pueblo y, valiéndose de su enorme poder político hacerle creer que en verdad habría un pacto de libre asociación entre Puerto Rico y Estados Unidos. Así se configuró el E.L.A.: una colonia constitucional. Contra esa amenaza Pedro Albizu Campos movilizó sus cadetes y patriotas.
Razón de sobra tenían los isleños para pelear por su nacionalidad y libertad el 30 de octubre de 1950.
Hagamos historia. Deslumbrados por la llegada de un gobierno poderoso, rico y democrático, en 1898, el liderato político en Puerto Rico se ilusionó con la posibilidad de ser una nación libre y soberana al estilo del pueblo invasor. La Ley Foraker acabó con tales ilusiones y fueron las Leyes de Cabotaje uno de los primeros mandatos que se le imponía a la nueva colonia del imperio norteamericano. Leyes que por más de 100 años fueron pura explotación económica del territorio y por cuyo abuso el imperio todavía nos adeuda miles de millones de dólares, muchos más que la notoria DEUDA que nos agobia en el 2015.
¡Cuántos trillones de dólares nos han costado 115 años de colonialismo en Puerto Rico! Otros líderes de aquella época, más optimistas se imaginaron la posibilidad de que Puerto Rico fuera admitido como Estado en la Unión Federal. Pura quimera. Éramos un Puerto Rico pobre, analfabeto, y hablábamos un idioma extraño. Por eso, lo primero que hicieron los invasores fue cambiar nuestros ordenamientos jurídicos y fiscales. Nos quebraron. Y así seguimos por más de cuarenta años hasta que las guerras de Estados Unidos, las calientes y la fría, nos llevaron a la perpetuación del coloniaje, situación en que ahora mismo nos encontramos, colonizados y tan quebrados como en el 1900.
En lo que fracasaron fue en su empeño por ASIMILARNOS. La nacionalidad puertorriqueña se mantuvo viva y vibrante.
Siendo así fue que un 30 de octubre de 1950 la bandera monoestrellada flotó sobre el pueblo de Jayuya y así se vio por los próximos tres días. Así fue, fue así que héroes como Blanca Canales, Heriberto Marín, Carlos Irrizary y otros cientos forjaron a fuego la nación puertorriqueña.
Y todo bajo la tutela del padre de nuestra nación: Pedro Albizu Campos.
Han pasado 65 años de esa gesta patriótica y ahora, uno de los sobrevivientes de esa guerra por la libertad, Heriberto Marín, convoca a los que creemos en nuestra nacionalidad y en el derecho a ser un pueblo libre y soberano. Hacia ese escenario majestuoso de Jayuya nos movemos este viernes para recordar a los que dieron sus vidas por la libertad.- Con el tiempo, en el protocolo colonial de las elecciones generales, en alguna medida, se ha ido desmenuzando la fibra nacionalista que nos hace una nación de valores muy particulares que ha resistido las agresiones culturales y políticas de un imperio que, al no poder asimilarnos por el derecho de la fuerza, nos mantiene en el limbo del coloniaje y en la indefensión al servicio de sus intereses.
Leyendo libros y escritos sobre la revolución nacionalista del 1950 uno no puede menos que lamentar el relato de boricuas matándose unos a otros equivalente a una guerra civil, o sea, hermano contra hermano. ¿A quién o a quienes culpar por esa matanza a los insurrectos o a quienes imponen el coloniaje por el derecho de la fuerza? Jayuya es un grito por la libertad de un pueblo que se niega a entregar el derecho a autodeterminarse, no sólo para responsabilizarse por su futuro sino para evitar desaparecer como nación hispano parlante y que se manifiesta con una personalidad y civilización que merece ser respetada y reconocida en todos los foros internacionales.
Jayuya es historia pero no es la que se le enseña a nuestra juventud en las escuelas. Tomen nota los educadores y maestros de Puerto Rico de que en este conflicto LOS BORICUAS HEMOS SIDO LOS AGREDIDOS y hemos peleado a la riposta para conservar y defender nuestra razón y manera de ser. Al estudiar para conocer y entender a Jayuya hay que resumir el evento planteándose si nuestra nacionalidad y la libre determinación de manifestarla merece ser afirmada hasta las últimas consecuencias.
IDIOMA. ETNIA. GEOGRAFÍA, CULTURA, COSTUMBRES, VALORES. ¿Qué somos si no eso los hijos de Puerto Rico?
A eso nos invita Heriberto Marín, el viernes 30 de octubre, a un peregrinaje a Jayuya para que cobremos conciencia de lo que es la patria puertorriqueña; una nacionalidad que se forjó con VALOR Y SACRIFICIO.
Fuente: El Nuevo Día |