“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres”. –Miguel de Cervantes
A estas alturas, parecería redundante insistir en la justedad y razonabilidad de la causa por la excarcelación del patriota puertorriqueño Oscar López Rivera. Oscar es el preso político más antiguo del mundo. Lleva unos 34 años de prisión por cometer el “crimen” de conspiración sediciosa contra el Gobierno de los Estados Unidos; un delito fundamentalmente de conciencia, que en el caso de Oscar, no implicó acusaciones de actos de violencia, ni de daño físico a persona alguna. Sencillamente, Oscar fue preso por organizarse con otros compañeros y compañeras para luchar por la independencia de su patria, sujeta al dominio colonial del gobierno norteamericano desde el momento en que sus tropas imperialistas invadieron nuestra Isla durante la Guerra Hispano-Norteamericana, el 25 de julio de 1898.
A menos de que tratemos con conciencias aturdidas por un enfermizo prejuicio irracional, los hechos constatables no dan lugar a duda. Oscar ha demostrado ser un individuo humano, gentil, generoso, productivo y honesto, incapaz de infligir daño a personas inocentes. Se trata de un ser humano completo, inquebrantablemente fiel a sus ideales de democracia y libertad, tanto o más que aquellos que se alzaron en armas contra el dominio tiránico inglés sobre las colonias norteamericanas, y que hoy son venerados como héroes y padres fundadores de esa nación. Oscar, en cambio, infinitamente más audaz en su gigante corazón, sabiéndose sin ejércitos o el respaldo financiero de grandes comerciantes o hacendados estuvo dispuesto a declararle la guerra al mayor imperio que haya conocido la historia, en nombre de una patria chica, invisible para un mundo que consistentemente se niega a mirarnos. Una guerra sí, pero de las que sabemos que no es posible ganar en los campos de batalla a humo de metralla, sino de las que se pelean y se ganan en las conciencias y los corazones de los hombres y mujeres libres. Una guerra frontal contra la hipocresía, mentiras y doble moral de un imperio que pretende fungir de policía autodesignado de la libertad, la democracia y los derechos humanos en el planeta, mientras mantiene en condición de parias a los hijos e hijas de esta nación ocupada. Una guerra de esas en las que se prevalece no por la fuerza del acero y el mollero sino por las fuerzas morales del espíritu, portando las armas de la verdad y la razón universal.
Ese es nuestro Oscar. Quien durante 34 años se ha mantenido firme en sus convicciones, aun cuando sus carceleros en más de una ocasión estuvieron dispuestos a trocarle la llave de su celda por una tibia declaración de arrepentimiento. Pero Oscar nunca pensó en traicionarse él ni mucho menos en traicionarnos a nosotros, colectivamente presos de sus mismos carcelarios. Es tan sólido el ausubo de las convicciones de Oscar que en solidaridad con Carlos Alberto Torres y Haydée Beltrán, asumió la responsabilidad de no aceptar ser excarcelado bajo el perdón ofrecido por la administración del Presidente Clinton al resto de los prisioneros políticos puertorriqueños acusados con él sino hasta tanto todos sus compañeros fueran liberados. Por eso, como castigo adicional a su entereza de carácter y solidario espíritu de sacrificio, el gobierno norteamericano sigue ensañado con él a pesar de que ya esos compañeros obtuvieron su excarcelación y la de él hubiera sido efectiva 16 años atrás. Tamaña osadía de un liliputiano no podría ser tolerada por la abusiva prepotencia de Gulliver pues se trata del tipo de actos que enseña a los pequeños que pueden vencer gigantes.
Por eso, la pregunta no es por qué Oscar merece ser liberado pues, se trata de un hombre que nunca debió estar preso por honrar a su patria y ser fiel a su conciencia. La pregunta es: ¿por qué la presente administración norteamericana no ha tenido la decencia de liberarlo, ignorando así la exigencia prácticamente unánime de este pueblo y de tantas personalidades mundiales que se han unido a ese llamado? ¿Cómo es que Barack Obama es capaz de ir a rendir homenaje póstumo a Nelson Mandela, quien igual que Oscar cumplió larga condena por luchar contra el régimen de opresión de su pueblo (incluso imputándosele directamente actos de violencia revolucionaria) y mira para otro lado cuando se trata de un patriota puertorriqueño preso por mayor tiempo, teniendo él la llave para liberarlo? La respuesta ineludible es que Oscar es Puerto Rico y Puerto Rico es Oscar. Hay que mantenerse ensañados con Oscar para demostrarnos a los boricuas que no se nos tolerará retar la autoridad y dominio norteamericano sobre la isla. Hay que ensañarse con Oscar porque su victoria constituiría una victoria del pueblo puertorriqueño y una muestra más del poder que encierra nuestra unidad de voluntades. Hay que ensañarse con Oscar porque ha sido ejemplo de entereza, al no estar dispuesto a dejarse chantajear ni manipular. Hay que ensañarse con Oscar para seguir negándole a los hijos e hijas de esta tierra la capacidad de reconocer que podemos estar a la digna altura de las más grandes mujeres y hombres del plantea en la noble lucha por la emancipación humana.
No nos engañemos, Oscar López Rivera no está preso por sus supuestos crímenes. Nuestro Oscar está preso por su incorruptible ejemplo de sacrificio y su compromiso de lucha por nuestra libertad. Haberse convertido en estandarte de nuestro pueblo es lo que mantiene a Oscar encarcelado, y por eso mismo, no podemos cejar esfuerzos en traerlo de vuelta a casa. Igual que en la Antígona de Sófocles el cruel Creonte pretendió exhibir el cuerpo de Polinices como manera de dar el ejemplo contra aquellos que osaran retar la autoridad del Estado, hoy el presidente Obama se niega a conceder el perdón ejecutivo a Oscar porque es su manera de demostrarnos quién manda y quiénes estamos supuestos a callar y a obedecer.
Por eso, si gigante es el ejemplo de Oscar más grande es la infamia del presidente Obama. Ello es así, independientemente de lo que se piense sobre las razones por las cuales Oscar fue encarcelado en un principio. Y es que someter viciosamente a una condena tan larga a un ser humano sobre el que no existe duda respecto de su capacidad de reincorporarse constructivamente a su comunidad, constituye en sí mismo y en abstracción de cualquier otra consideración, un acto vil y bochornoso de abuso de poder. Sabemos que se peca tanto por acción, como por omisión. Pero cuando alguien tiene la oportunidad de hacer lo que es justo y no lo hace, refleja una grave flaqueza moral. Cuando uno tiene en las manos la oportunidad de deshacer una injusticia sin que le cueste nada ni le requiera mayor esfuerzo que el determinar hacer el bien y no lo hace, entonces ya no se trata de mera negligencia o dejadez, sino de un acto de tiranía. No actuar en tales circunstancias, constituye una verdadera atrocidad que refleja un espíritu atrofiado, carente de caridad y compasión. Esa es la posición en la cual se encuentra el presidente Obama con respecto de la excarcelación del patriota Oscar López Rivera: la de vulgar sostenedor de la venganza del imperio. Dice la Biblia en Santiago 4:17 que “[e]l pecado, pues, está en aquel que sabe hacer lo bueno, y no lo hace”. Por tanto, el que sabe y puede hacer lo bueno y no lo hace, resulta doblemente pecador. Shame on you Mr. Obama, porque usted a nuestro Oscar no le llega a los tobillos.
Fuente: 80grados.net |