Heriberto Marín Torres sigue en la primera fila de la lucha contra el colonialismo.
De niño, cuando solía recorrer las calles de su querido barrio de Coabey, en Jayuya, tuvo un encuentro con la figura de Pedro Albizu Campos que le deslumbró e iluminó el sendero que le serviría de guía en su lucha por la independencia de su patria.
A los 14 años ingresó a los Cadetes de la República, el ejército de voluntarios del Partido Nacionalista.
A los 21, en medio de la insurrección armada del 30 de octubre de 1950 -que ahora cumple 65 años-, no titubeó. Se lanzó a la calle a apoyar la revolución convocada por Pedro Albizu Campos.
Ayudó a su vecina Blanca Canales en el histórico momento en que se izó la bandera puertorriqueña y se proclamó la “república de Puerto Rico”, por unas horas, en medio del pueblo de Jayuya.
Han pasado 65 años de la insurrección nacionalista, pero a punto de cumplir 87, Heriberto Marín Torres sigue en la primera fila de la lucha contra el colonialismo.
La rebelión de 1950, que tuvo su epicentro en Jayuya y Utuado, duró dos días. Incluyó un fallido asalto a La Fortaleza, con el objetivo de dar muerte a Luis Muñoz Marín, en su primer cuatrienio como gobernador.
El pasado verano, Marín Torres publicó una nueva edición de su libro “Coabey, el valle heroico”, en el que cuenta su vida. Ahora reedita “Eran ellos”, en la que destacó la heroicidad del grupo de revolucionarios de octubre de 1950.
¿Desde cuándo es nacionalista?
En Coabey éramos vecinos de Blanca Canales. Bien pobrecitos. En la casa de Blanca había tres fotos. Una de su mamá, otra de su papá y la de don Pedro Albizu Campos. Tenía yo siete años. Me impactó eso de que estaba preso porque quería la independencia de Puerto Rico.
¿Dónde estaba el 30 de octubre de 1950?
Estuve en la batalla de Jayuya. Me tocó por una casualidad de la vida junto a Blanca Canales, líder de la revolución en el centro de la isla, desplegar la bandera de Puerto Rico y proclamar la república. Fue en el pueblo encima de la farmacia de Guillermo Hernández, donde había un pequeño hotel. Cuando hieren a Carlos Irizarry, que era nuestro comandante, me envían a buscar a Blanca, para informarle que Carlos estaba grave.
La encuentro en el segundo piso de la farmacia, donde estaba sacando de su cartera la bandera de Puerto Rico, la desplegamos y dimos un ‘viva la república’. Blanca salió hacia Utuado a llevar a Carlos Irizarry a una clínica. Saliendo de Utuado la arrestaron.
¿Y usted?
Me quedé en Jayuya junto con el grupo. Nos refugiamos en las montañas de Coabey, hasta que tuvimos que rendirnos porque no teníamos municiones para luchar contra la guardia nacional. Yo tenía una escopeta sin cartuchos. En el recorrido que hicimos buscando armas, me apoderé de ella, era de un primo mío.
¿Dónde le arrestaron?
A mi grupo nos arrestaron en el barrio Coabey, el 3 de noviembre. Abandonamos el pueblo el mismo 30. El 1 de noviembre había ocurrido el tiroteo de la Casa Blair, por parte de Griselio Torresola y Oscar Collazo. Además, ya habían arrestado a don Pedro. Carlos Irizarry había muerto en la clínica de Utuado.
Fueron unos días de lluvias muy grandes, estábamos sin armas, sin municiones. Cuando entró la Guardia Nacional a Coabey entraron disparando morteros hacia los montes en que estábamos.
¿Hubo bombardeos?
Puedo asegurar que aviones de la Guardia Nacional ametrallaron el pueblo desde el aire. El Imparcial aludió a ‘bombardeos’ de Utuado y Jayuya. Es una cosa muy distinta al ametrallamiento. Gente habló de bombardeos.
¿No estaban suficientemente armados?
No estábamos preparados. Hubo que adelantarla (la acción armada) después que detuvieron a un grupo, por el Caño Martín Peña, y le encontraron armas el 27 de octubre, después de participar en Fajardo en el aniversario del natalicio de Antonio Valero.
¿Se adelanta en respuesta a la represión?
Al don Pedro enterarse, decide en dos días preparar la revolución. No hubo tiempo de informar a todo el pueblo, a las juntas nacionalistas.
¿Cómo fue el trato en la cárcel?
Bien inhumano, fuimos llevados a la cárcel de Arecibo, de los tiempos de España, con unos calabozos inmundos, incluidos los heridos de la masacre que hizo la Guardia Nacional. De comida daban patitas de cerdo con gusanos. Había que echar a un lado lo dañado, y comerse el arroz blanco. Estuvimos más de un año incomunicados por completo.
Durante el tiempo que estuvimos en el Oso Blanco, al único superviviente del ataque a La Fortaleza, Gregorio Rivera Hernández, se le murió la única niña que tenía de seis meses. Vino a saberlo un año después, cuando empezaron las visitas. Pasaban los guardias a la 1:00 a.m. dando golpes con los rotenes en los barrotes de las celdas. Veinte a veintidós días sin sacarnos a bañar. Encerrados en una celda individual en el Oso Blanco, de seis pies de ancho por 10 de largo. Era una forma de destruirte poco a poco. De ahí es que enloquecen Francisco Matos Paoli, Ángel Díaz, mi primo Miguel Ángel Marín. Te enfermabas y pasaban días sin llevarte al médico. Hay cosas inexplicables. Un día aparecen con colchones nuevos para cada una de las celdas. Estuvieron allí por solo un día, pues volvieron a traer colchones llenos de pulgas viejos. El maltrato era también que pudiéramos ver como llegaban los familiares a los portones, sin que pudieran entrar. Lo que le hicieron a don Pedro, después del tiroteo en el Congreso, que lo encierran en una celda con tuberculosos y criminales. Don Pedro ya había sido quemado en La Princesa. No tenía forma de moverse y pusieron un preso común a atenderlo, y el pobre hombre era una persona muy buena, pero no podía limpiarlo. Pasó días en su propio excremento yorina sin atención.
¿Cómo resistió usted?
Don Pedro decía que en una revolución teníamos posibilidades de ganar, caer preso o morir. Estábamos preparados. El grupo nacionalista, con muy pocas excepciones, era muy religioso. Yo estudiaba para ser sacerdote. Se logró por el amor al ideal y apoyo de mi religión.
¿Preservó sus memorias escritas sobre ese nefasto período en prisión?
En pequeños trozos de papel escribía en letras muy pequeñas los hechos principales. Como único podía salvarlos cuando nos hacían registros en las celdas era pegarlos con jabón debajo de la tapa (donde está la bomba de agua para el) inodoro. Así pude salvar muchas de las cosas que relato en el libro.
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