El presente texto, que se publica en saludo al 35 aniversario del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional –FMLN- y el 85 de Schafik Hándal, forma parte de un libro en preparación sobre los lazos que a lo largo de siglo y medio tejieron entre sí y unieron para siempre a los pueblos de Cuba y El Salvador. Constituye además un homenaje al luchador revolucionario cubano Jorge Risquet Valdés, recientemente fallecido y quien dio aquí uno de sus últimos testimonios.
Schafik Hándal estaba en septiembre de 1952 con su familia en Santiago de Chile. Había llegado exiliado, a consecuencia de una brutal operación represiva contra toda la estructura de dirección del Partido Comunista Salvadoreño y su ala juvenil, que puso tras las rejas a decenas de cuadros, muchos de los cuales fueron torturados. La represión que desató el coronel Oscar Osorio era una expresión típica del anticomunismo más primitivo y vulgar de la guerra fría.
La familia había logrado rescatarlo en Usulután y sacarlo del país por los caminos de Honduras, localizaron a los parientes en Chile para que lo recibieran a él y a su joven esposa Blanca Vega, y contactaron a sus vínculos en Partido Comunista de Chile para ayudarlo a buscar trabajo y rematricular Derecho en la universidad local, pues sus estudios en San Salvador habían quedado truncos en el tercer año de la carrera. Estuvo en los actos de recibimiento al general Juan Domingo Perón a fines de ese año y se movilizó en apoyo a Salvador Allende, que había participado por primera vez como candidato en las elecciones al Congreso con el apoyo de los comunistas y de los socialistas de la fracción “trabajadora”, sin lograr ser electo.
Chile no ofrecía muchas alternativas al joven de 22 años, pues el país vivía bajo el régimen de González Videla que había ilegalizado a los comunistas que lo ayudaron a llegar al poder y había abierto un enorme campo de concentración en Pisagüa, donde se produjeron todo tipo de violaciones a los derechos humanos. Pero en julio del siguiente año las noticias de una rebelión armada en la vecina isla de Cuba, el 26 de julio, lo pusieron en aviso de que se avenían cambios trascendentales en la región y empezó a informarse…
La isla caribeña se había convertido en un motivo de atracción para él, desde que en el primer año de ingreso a la Universidad de El Salvador escuchara una conferencia del profesor Roberto Agramonte, catedrático de la Alma Máter habanera, sobre el tema de la democracia, José Martí y la lucha independentista del pueblo cubano. Schafik sentía que entre Cuba y El Salvador había una deuda moral pendiente. Era de los tiempos del gobierno de don Pío Romero Bosque, que simpatizaba con la lucha de Sandino. Schafik narra el hecho como sigue:
“Su canciller [el del presidente Pío Romero], el Dr. José Gustavo Guerrero, encabezó la delegación salvadoreña a la Conferencia Interamericana que se celebró en 1928 en La Habana, Cuba, y durante sus deliberaciones fue líder en la defensa de la soberanía latinoamericana frente al agresivo intervencionismo yanqui y ante el servilismo de algunas delegaciones, como la de Cuba.
“La conducta del gobierno cubano en esa conferencia, como adelanté en líneas anteriores, fue de un servilismo absoluto. El discurso del delegado cubano se inició diciendo: «Para nosotros los cubanos la palabra intervención es sagrada» y alegó a favor del «derecho de los Estados Unidos a intervenir militarmente en cualquiera de nuestros países». El régimen dominante en la Cuba de aquel tiempo fue impuesto en 1902 por la invasión militar norteamericana de 1898, que arrebató la victoria a los patriotas en su lucha armada de muchos años por la independencia, y fue garantizado a continuación por la Enmienda Platt, con la que los Estados Unidos se atribuyeron el «derecho» a intervenir la Isla cuando lo creyera conveniente. Eso explica por qué el Canciller de aquel gobierno títere pronunció su discurso tan rastrero. Observemos la firme lucha antiimperialista de la Cuba de hoy y comparemos aquella digna posición de José Gustavo Guerrero con el servilismo de los gobiernos areneros de nuestro país en la actualidad. ¡La historia registra vuelcos impresionantes!
El Dr. José Gustavo Guerrero participó en esa conferencia apoyando enérgicamente el derecho de las naciones a la «no intervención». La tesis escrita en el proyecto de la Convención sobre Derechos y Deberes de los Estados decía así: «Ningún Estado tiene derecho de intervenir en los asuntos internos o externos de otro». No cabía duda de que esa formulación defendía la autodeterminación de nuestras naciones y enfrentaba al sistemático intervencionismo de los Estados Unidos en nuestros países, ya fueran invasiones militares, presiones diplomáticas, imposiciones económicas o bajo otras formas.[1]
En ese momento (1928), estaban los marines yanquis invadiendo a sangre y fuego a Nicaragua. Aquella era una expresión valiente de solidaridad con la resistencia de Sandino y una protesta frente al imperio que constantemente agrede, invade, presiona, interviene abusivamente en nuestros asuntos, pisoteando nuestras soberanías y autodeterminación.[2]
“…Mientras el Dr. Guerrero presentaba aquella gran batalla en La Habana, don Pío, bajo presiones de la Embajada norteamericana en San Salvador, le envió cables instruyéndole que ablandara o depusiera su posición. La respuesta del Dr. Guerrero fue ejemplar. Le contestó que no lo llamara a aceptar un acto antipatriótico, que él terminaría su obra y al regresar a San Salvador renunciaría a su cargo de canciller. Y renunció, pero en La Habana no claudicó en su enfrentamiento con el Jefe del Departamento de Estado de los Estados Unidos. Las delegaciones de la mayoría de los demás países latinoamericanos apoyaron la posición del Dr. Guerrero o propusieron que el tema se estudiara para volverlo a tratar en la siguiente Conferencia Interamericana, lo cual se acordó.
“Los Estados Unidos no lograron que se aprobara el proyecto de sus simpatías, preparado por el delegado peruano. El derecho de las naciones a la no intervención fue una aportación creativa al Derecho Internacional y se aprobó en la siguiente Conferencia Interamericana celebrada en Montevideo en 1933, pero siguió siendo violado por los Estados Unidos”…[3]
También había otra razón para su inquietud creciente por los sucesos de Cuba: en marzo de 1952 debe recibir y atender en su calidad de presidente de la Asociación General de Estudiantes Universitarios Salvadoreños –AGEUS- a un cubano que llega en nombre de la Federación Mundial de Juventudes Democráticas, a preparar la participación de los jóvenes cuscatlecos en una conferencia mundial sobre los derechos de la juventud. Jorge Risquet Valdés Zaldaña hacía un recorrido que incluía México, Guatemala y Honduras, pero su estancia en El Salvador fue especialmente dilatada e intensa por cuenta de Schafik.
El salvadoreño, con su contagiosa capacidad de motivar, lo involucró en los debates universitarios, compartió con él sus escritos para el periódico semanal de la AGEUS y juntos tejieron los hilos de una amistad que perduraría en el tiempo con la hibridación humorística de los nombres de ambos –Jorges Bistek- por Schafik Jorge y Jorge Risquet. Pronto se disipó entre ambos jóvenes el velo del clandestinaje y reconocieron su militancia en las juventudes comunistas de Cuba y de El Salvador.
Risquet1975Ello les permitió sostener intensos diálogos sobre ideología que fueron premiados por el encuentro, el último día de la estancia de Risquet en San Salvador, con el secretario general del Partido Comunista Salvadoreño, Salvador Cayetano Carpio. El fondo de una vieja carpintería cercana a los solares –mesones- de la calle Arce, en el centro de la capital, fue el lugar de la cita. Allí, Carpio, Schafik y Risquet pactaron la presencia de jóvenes salvadoreños en la cita de Viena, que tendría lugar al año siguiente.
En 1953, el día 1 de mayo, con el mandato recibido en la capital austriaca de preparar el Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, Jorge Risquet viaja desde Paris hacia Argentina y Chile. Los jóvenes comunistas se hicieron cargo de atenderlo, lo llevaron a sus actos y tribunas, también le ofrecieron espacios de discusión. Fue invitado al parlamento nacional, en Viña del Mar, y una tarde le abrieron las puertas de la asamblea estudiantil de la Universidad Católica de Santiago de Chile, a donde el cubano llegaría a exponer la idea del Festival e invitar a los jóvenes a hacerse presentes. Fue un debate duro, según recuerda aún Risquet.
La Universidad Católica era y sigue siendo hoy uno de los centros de enseñanza más conservadores de América Latina, donde se educa una parte importante de la más rancia oligarquía chilena. El dirigente estudiantil cubano tuvo que aplicar toda su capacidad persuasiva para tratar de que al menos mandaran observadores en vez de delegados al Festival. De repente, un vozarrón de alzó del fondo del paraninfo. Risquet no lo veía bien, pero apoyaba sus ideas. Se tensó el debate, la voz respaldaba y razonaba la iniciativa, y surgió el acuerdo: los estudiantes de la Universidad Católica enviarían observadores al Festival que iba a comenzar el 2 de agosto. Risquet lo buscó al final. La voz le sorprendió por la espalda: “¡Jorges Bisquek!”.
Y se produjo el segundo encuentro: el salvadoreño contó cómo tuvo que escapar de su país con una beca gestionada por la AGEUS con la Federación Estudiantil Universitaria de Chile, compartieron unas horas más de aquella jornada, pero el cubano debía seguir y volvieron a despedirse. No se verían de nuevo hasta muchos años después, pero Schafik, que ya había comenzado a informarse mejor sobre lo que ocurría en Cuba, iba a estar en lo adelante entre los que participaban en piquetes y manifestaciones frente a la embajada de Cuba en la capital chilena al conocer el llamamiento mundial de la FMJD, que pedía salvar la vida de Fidel Castro –el joven líder de la rebelión de Santiago de Cuba en julio de ese año 1953- y de sus compañeros.
En 1954, otro suceso estremeció a Schafik Hándal: un golpe de Estado en Guatemala y una intervención militar yanqui echaban por tierra las esperanzas que había despertado en El Salvador la reforma agraria y las medidas sociales emprendidas por el gobierno chapín de Jacobo Árbenz. Se iniciaba 1956 cuando alguien de los comunistas chilenos hizo llegar a sus manos un folleto pequeño. Era el discurso de autodefensa en el juicio que se le siguió en Santiago de Cuba al jefe de los rebelados en 1953 en esa ciudad.
Fue la primera vez que Schafik Hándal se “encontró” con Fidel Castro, cuyo programa político le causó vivo interés, pero cuyo alcance no alcanzó a comprender de inmediato a partir de la visión estrecha y estereotipada que tenían de la lucha revolucionaria los comunistas latinoamericanos de la época, fuertemente influidos por las ideas del Partido Comunista de la Unión Soviética. A fines de 1956, cuando finalmente pudo regresar a El Salvador tras el golpe de Estado del coronel José María Lemus contra el coronel Oscar Osorio, encontró al llegar noticias confusas de la mayor de las Antillas: un desembarco, una insurrección, dicen que los mataron a todos, Batista… y de nuevo el mismo nombre, las declaraciones serenas y la seriedad de palabras refrendadas en los actos de aquel Fidel Castro que lo había impresionado con su alegato de 1953. Schafik empezó a buscar con mayor interés todas las noticias que llegaban de Cuba.
(…)
Un momento decisivo en los encuentros fue durante la celebración en La Habana, en agosto de 1967, de la conferencia de la Organización Latinoamericana de Solidaridad, OLAS, compuesta por diversas agrupaciones revolucionarias y antiimperialistas de América Latina, que tuvo en aquel momento un importante impacto en los movimientos de Izquierda de la región. La OLAS, que había sido una iniciativa del senador socialista chileno Salvador Allende –a quien Schafik conocía de su exilio en aquel país- era hija de la Primera Conferencia Tricontinental efectuada en enero de 1966 en la capital cubana, con la presencia de cientos de representantes de movimientos políticos, organizaciones revolucionarias, sindicales, estudiantiles y femeninas de distintos países de América Latina, Asia y África, así como de algunos organismos internacionales. Le había antecedido otra: la Organización de Solidaridad con los Pueblos de Asia, África y América Latina (OSPAAL), que pocos meses después, lanzaría la revista Tricontinental.
ConferenciaTricontinentalLaHabanaEl objetivo de la reunión era pasar balance sobre las estrategias aplicadas hasta el momento y apostar por la lucha armada y la guerra de guerrillas como mecanismo para extender la revolución a toda Latinoamérica, a la vez que alcanzar la unidad de las fuerzas revolucionarias participantes. Obviamente, los comunistas y ortos revolucionarios salvadoreños no podían aislarse de aquel esfuerzo. Sin embargo, las discrepancias entre esos partidos –aún demasiado apegados a los lineamientos de Moscú- y las organizaciones no comunistas, así como la tendencia a simplificar la experiencia cubana por el impacto de su revolución, condujeron al traste con aquel esfuerzo, según reconoció Schafik en sus reflexiones. Esa situación se agravó con el fracaso de la guerrilla boliviana del Che Guevara y su asesinato a manos de la CIA, en octubre de aquel mismo año.
Frente a la simplificación de la historia que pretende mostrar aquellos eventos como una componenda de la guerra fría, Schafik ofreció una reflexión madura sobre sus fundamentos históricos y jurídicos, sus motivaciones políticas, económicas y sociales, y las debilidades ideológicas de muchos de los participantes, de todo lo cual dio fe posterior la historia. En la delegación cubana estaba sentado Jorge Risquet Valdés. Había engordado y se había dejado barba. Ya llevaba lentes. Schafik solo mostraba algunas canas en sus sienes. Su voz, corpulencia y claridad de pensamiento permanecían intactas. Risquet escuchó al salvadoreño y comentó al Comandante en Jefe Fidel Castro la historia de sus encuentros en 1952 y 1953. Fidel le pidió a Risquet que se acercara a Schafik y a la delegación de El Salvador e intercambiara con ellos. La coincidencia de ideas fue inmediata e hizo avanzar la discusión, que parecía estancada. Una hora después, el debate tomaba su buen curso. El abrazo entre los dos revolucionarios –Schafik y Risquet- había sido notorio y la conversación esencial. La identificación, respeto y simpatías por la revolución cubana no admitía discusión…
[1] Recordar la intervención norteamericana en las aduanas salvadoreñas para cobrarse el préstamo de 1922 (Nota de Schafik Hándal).
[2] Gregorio Selser escribió y publicó varios libros haciendo el largo inventario de agresiones militares de los Estados Unidos a los países latinoamericanos y caribeños. [3] Hándal, Schafik. En Legado de un revolucionario, segunda edición revisada y aumentada. Ocean Sur, 2014. Tomo I: 59.
Fuente: CubaDebate |