La Habana (PL) La crisis económica es general, suele escucharse lo mismo en Europa y Asia que en América, y casi invariablemente se busca al chivo expiatorio en una ralentización en el crecimiento de China, la abrupta caída de los precios internacionales del crudo o el agobio exagerado de Grecia.
Analizados cada uno de esos factores pronto se llega a la conclusión de que es cierto que individualmente ejercen alguna influencia en el panorama económico mundial, en especial los casos de China y del petróleo, pero queda excluido que sean los motivos fundamentales de los desajustes.
En realidad, todo parece indicar que estamos de nuevo frente a un problema del sistema que agota recursos y posibilidades pues sus mecanismos enmohecidos son una traba para solucionar exitosamente expresiones agudas de la crisis general como Grecia y Puerto Rico.
Lo grave es que no se trata de un problema de coyuntura, de mercado, sino estructural, que afecta los cimientos mismos del sistema y obliga a buscar soluciones más radicales.
Algunos académicos como Santiago Niño Becerra, de la Universidad Ramón Lull, de Barcelona, ubican el asunto de la deuda como el hipocentro de la crisis pues, según sus cálculos, el mundo se debe a sí mismo más de 200 millones de millones de dólares. Eso es una barbaridad y su pago es un imposible moral y financiero.
Pero antes de concederle a la deuda una categoría de causa, es necesario primero preguntarse por qué se generó, y la respuesta inmediata está en las deformaciones del sistema, en su modo de producción aberrante, en un orden económico y financiero internacional distorsionado y abusivo que descapitalizó a la periferia y cuyos efectos negativos se han revertido hacia el centro desarrollado.
El catedrático citado estima que nos hallamos en una crisis sistémica, lo que significa que el modelo que estuvimos usando desde los años 50 colapsó porque se agotó, lo que empezó a manifestarse en 2007 e hizo crash en 2010, como en 1929 cuando estalló la gran depresión.
Eso significa que la crisis a la que marcha el mundo a paso demasiado rápido no la está produciendo el desplome de los precios de materias primas como el petróleo y algunos minerales, ni porque China esté retrayendo su crecimiento o porque dos países pequeños en continentes diferentes hayan explotado como una granada de fragmentación a causa de la deuda.
El asunto está en que el actual modelo económico y social se ha convertido en una ratonera sin salida en los términos clásicos aplicados hasta hoy y por eso es tan difícil creer que en el caso de Grecia el tercer rescate, contraproducente con el referendo lo cual le ha costado la renuncia a Tsipras y la división en su partido Syriza, constituya la solución a esa tragedia real.
China y la caída del precio internacional del crudo son apenas justificaciones de quienes manipulan el orden económico actual y se aferran a un sistema obsoleto que tendrá que evolucionar indefectiblemente hacia nuevas relaciones internacionales, al margen de la voluntad de los centros de decisión.
Quizás el petróleo sea el ejemplo de las aberraciones extremas que acompañan la quiebra irreversible del actual modo de producción mundial.
Cuando Estados Unidos había llegado al cenit de su producción de crudo a finales del siglo pasado, acudió a guerras como la de Iraq, desplegó contingentes militares en el golfo arábigo-pérsico, ejecutó estrategias para derribar la revolución bolivariana, todo en busca de garantizar el suministro de petróleo.
Técnicos y científicos del sector habían advertido que los yacimientos en territorio estadounidense estaban agotados y que la dependencia del crudo del exterior sería creciente en virtud de que pasaría mucho tiempo para lograr una reconversión industrial basada en energías diferentes al petróleo, incluida la nuclear.
Paralelamente al bajón de sus reservas energéticas, el ritmo de crecimiento económico de Estados Unidos se hizo muy lento y aunque ha sido constante y no es previsible una recesión, el país sigue siendo en extremo dependiente de la energía fósil.
Esta situación, al parecer, llevó a gobernantes y ejecutivos de Estados Unidos a recurrir a un extremo tecnológico contrario al criterio de muchos especialistas, principalmente ambientalistas, como es el uso intensivo del fracking o fracturación de los esquistos bituminosos para extraer el petróleo y gas apresado en ellos.
Sea por la carencia de una tecnología insuficiente, o por otras motivaciones, lo cierto es que el proceso de arenas bituminosas en zonas profundas era un tabú ambiental.
Ahora, cuando más evidente es el daño que se le está ocasionando al planeta, y que el cambio climático dejó de ser una hipótesis para convertirse en una dura realidad, reaparece el fracking.
Con esa peligrosísima maniobra por los daños que ocasiona a las aguas subterráneas, y con pruebas de que ha provocado en zonas de Canadá, Arkansas, Ohio, Oklahoma, Colorado y Texas sismos de hasta 5,7 grados en lugares de pozos de inyección, y graves contaminaciones para la salud humana, Estados Unidos logró aumentar sus reservas y desbalancear el mercado internacional del crudo empujando los precios a una baja precipitada.
La contraofensiva norteamericana no fue posible frenarla, entre otras razones por las diferencias en el seno de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) que no han logrado acordar una política de recortes de la extracción para detener la caída de las cotizaciones, y políticas negativas fuera de ese cartel para disminuir ganancias e incluso asumir pérdidas en la extracción de crudo, como es el caso del Mar del Norte.
Es poco probable que los precios se recuperen pronto mientras Arabia Saudita siga impulsando la refinación y fuerce a plantas en otras regiones a desacelerar sus operaciones, generando así un superávit de crudo no deseado.
Dos nuevas grandes refinerías sauditas ofertan mayores suministros de diesel y combustible para aviones, lo que podría significar que otras factorías usarán menos crudo a medida que responden al sobreabastecimiento de productos petroleros.
Y la recuperación del precio se perjudica por un exceso de suministros de combustibles procesados gracias a un petróleo más barato como resultado del auge del crudo no convencional en Estados Unidos y un bombeo récord de la OPEP.
Lo contradictorio es que la caída de los precios del petróleo es beneficiosa para los consumidores y las empresas de Estados Unidos y eso conduce a un espejismo que distorsiona la realidad y oculta las posibles y graves consecuencias de lo que ahora ocurre.
El abaratamiento de la gasolina y el diesel impulsa a restaurantes, bares y el sector de los servicios, que han registrado su mayor crecimiento de ventas en años y están aumentando sus contrataciones de personal en medio de una creciente competencia por trabajadores.
Sin embargo, esa aparente panacea podría frenar a la economía estadounidense en los próximos meses porque se está impulsando el valor del dólar, encareciendo los productos norteamericanos en el extranjero y dificultando las exportaciones, mientras que las caídas bursátiles perjudicarían la confianza y el gasto de los consumidores.
La prolongación de este cuadro haría a las empresas más renuentes a invertir dentro y fuera del país.
Ahora se culpa a China de la apreciación del dólar por la devaluación de su moneda nacional, pero no es la causa esencial. En lo que va del año el Sistema Federal de Reservas (FED, en inglés) aceptó que el billete verde se ha apreciado casi 8,0 por ciento frente a una amplia canasta de monedas, aunque es cierto que el alza se amplió este mes de agosto, cuando Beijing dejó que el yuan se devaluara.
China ha advertido a la FED del daño que puede ocasionar a las economías emergentes una presunta alza de la tasa de interés como se pretende si la inflación rebasa el dos por ciento en Estados Unidos, y que también serían perjudicadas las empresas norteamericanas asentadas en el gigante oriental.
Goldman Sachs estima para 2016 un empeoramiento de la balanza comercial entre 0,75 y un punto porcentual de la ya tenue tasa de crecimiento de Estados Unidos, y aunque esto no es suficiente para crear un cortocircuito en la recuperación, es suficiente para seguir limitándola, advierte la institución.
¿Cuál es la solución a la crisis que se avecina?, se pregunta Becerra y se responde a sí mismo: reconstruir el sistema financiero del planeta; contabilizar los activos de los bancos y compañías de seguros por su valor real; rediseñar el sistema fiscal a nivel planetario y homologarlo, basando la imposición en el gasto según tipo de producto con tipos negativos.
También instaurar una Renta Básica mundial; dar verdadero protagonismo a los técnicos y eliminar intermediarios que no generan ni añaden valor.
No es fácil, ¿verdad?
Luis Manuel Arce - Editor de Prensa Latina.
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