La intensificación de los ataques de la derecha contra todos los movimientos populares de izquierda, así como sus partidos políticos y gobiernos nos plantean escenarios en los que para seguir adelante, necesariamente tendremos que aplicarnos en muchas tareas que hemos relegado por muchos años, quizá demasiados, si consideramos la fuerza con que nuestros pueblos han buscado incansablemente su liberación y un cambio hacia sociedades más justas y prósperas.
La lección histórica es dura; no basta ganar elecciones y administrar gobiernos para consolidar procesos revolucionarios. Se necesita plantear la vía alternativa que conduzca a los pueblos a la consumación de sus aspiraciones y construya una sociedad capaz de transformarse constantemente, y responder a las exigencias que impone la realidad a cada generación.
La parálisis en la producción teórica, que dura varias décadas, el conformismo excesivo con los planteamientos reduccionistas que ya no son buenos ni para manuales, nos han llevado poco a poco a un camino estéril en el que protestamos, nos declaramos victimas pero no producimos las ideas necesarias para construir el nuevo mundo, que sigue siendo posible. Todo esto nos ha llevado a un callejón sin salida en el que terminamos divorciados de la realidad y sin entender lo que hace el enemigo.
En esto nos movimos pálidamente a aceptar con demasiada facilidad la política tradicional que gusta tanto a la derecha; renunciamos por mucho a lo que somos, y modificamos hasta nuestro vocabulario para entrar en la trampa de la ideología dominante que nos llena de estereotipos y de estigmas. Preferimos disfrazarnos de progresistas, en algunos casos, o pretendernos ultra radicales, en otros, ninguno de ellos consecuente con las necesidades que nos plantea cada momento histórico.
Y es que hemos abandonado la obligatoria misión de producir ideas para sostener nuestros argumentos. En muchos casos caemos en la arrogancia de creer que solo existe una verdad, y en ese punto comenzamos a atomizarnos en un camino sin regreso. Esta posición nos condena irremediablemente a perder el horizonte estratégico, y a enredarnos en profundas discusiones cuyo único asidero son los intereses particulares de grupos que viven muy bien en el entorno del dogma.
La ofensiva de la derecha a nivel continental en estos días es de tal envergadura que no podemos darnos el lujo de obviar cuestiones básicas, pero que muchas veces parecemos olvidar. No puede ser que nosotros sirvamos como herramienta para minar las construcciones revolucionarias en aquellos países donde con muchas dificultades hemos podido avanzar. Llenamos páginas enteras de “verdades” que invariablemente pierden de foco al enemigo, y confunden el blanco.
Esto no quiere decir que quienes dirigen nuestros partidos políticos no cometen errores, ni que llegados al gobierno son infalibles. Al contrario, la falta de producción teórica nos lleva una y otra vez a la improvisación, y con ello nos llegan muchas dificultades para encontrar formas para avanzar y profundizar nuestros procesos. Ahora bien, este asunto tiene sus orígenes en nuestro planteamiento de lucha, no parece, hasta ahora, que hayamos sido capaces de encontrar la forma de superar las estructuras neoliberales imperantes, mucho menos que podamos avanzar en la construcción de un nueva ideología hegemónica.
No solo somos detenidos por la acción incesante del enemigo, que por demás estará siempre presente, sino por nuestras serias limitaciones, así como la grave tendencia que mostramos a la burocratización de nuestras actitudes. En el debate sin sentido sobre lo que no hacemos, dejamos de lado mucho de lo que tenemos que hacer en la labor cotidiana. Políticamente nos hemos acostumbrado a estar en el campo del enemigo, y, peor aún, casi hemos renunciado a construir nuestro propio ambiente.
Otro asunto que tiende a obstaculizar nuestro avance, es la visión local, corto plazista en la que jerarquizamos en orden de “importancia” a cada partido y a cada país. Produciendo inconscientemente, luchadores de primera, segunda, tercera y hasta cuarta categoría. El enemigo no puede pedir mucho más de nosotros. No tenemos un marco común, y preferimos particularizar nuestras realidades al máximo. Esto favorece mucho el accionar desestabilizador de la derecha que es mucho más coherente, y mantiene posiciones en el largo plazo.
No se trata hoy de cuan acertados o equivocados estuvieran Marx, Engels, Lenin o Mao. Se trata de que nosotros hemos fallado a la hora de asumir la responsabilidad de llevar adelante los procesos revolucionarios que aquellos cimentaron con sus ideas. Peor aún resulta la experiencia cuando creemos entrar en el ámbito del pragmatismo, de la “Real Politik” en el que muchas veces hacemos concesiones, aun siendo más fuertes en el escenario.
La idea, cada vez más propagada, del “progresismo” nos presenta un reto sí misma. Adherimos un movimiento que en nombre de la modernidad, frena la misma creatividad de los revolucionarios. Tanto así que la derecha ha tenido poca exigencia en el campo de la propaganda, porque nos regresa invariablemente al expediente de la Unión Soviética, al que nosotros mismos no vemos aun con sentido crítico.
Da la impresión que los casos en que estamos conscientes nos mimetizamos con facilidad a la derecha, y en otros, menos claros, somos víctimas ideológicas inevitables del capitalismo.
Si somos auto críticos, no auto destructivos, encontraremos grandes preguntas: ¿Están la ideología y la economía en campos paralelos, mutuamente excluyentes? ¿Cómo construimos la sociedad socialista? ¿Es el neoliberalismo el único sistema que puede producir riquezas? ¿Cómo combatimos en consumismo demencial en nuestras sociedades? ¿Cómo construimos la unidad alrededor de una correspondencia teórico-práctica? ¿Qué necesitamos para formar cuadros políticos comprometidos con una verdadera integración de nuestros pueblos?, y muchas más. Algo es seguro, esas cuestiones aun no tienen respuestas.
Es necesario, urgente, construir los espacios de pensamiento que nos permitan resolver nuestras limitantes en este campo. Más allá de las organizaciones que ya existen y que cumplen su función, se impone la constitución de uno o varios cuerpos que formulen, que propongan, que discutan, que sean capaces de conocer al enemigo, y le quiten la posibilidad de pensar por nosotros.
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