«“El arte de vencer se aprende de las derrotas”, fue la sublime frase de Simón Bolivar que se escuchó quince minutos después de llegar la caminata por Oscar bajo la lluvia. Al micrófono iba Clarisa López. “Tu nieta tiene 24 años de edad. Tú llevas preso 34 años”, le dijo a su papá.»
La lucha por la liberación de Oscar López Rivera prosigue, como se pudo demostrar el pasado viernes 29 de mayo. El fotoperiodista Ricardo Alcaraz y el reportero Hermes Ayala asistieron a la manifestación frente al Tribunal Federal, donde llegó una caminata que reclama la excarcelación del preso político borincano. He aquí lo que palparon.
Es bastante simple. Uno ve el caso del preso político Oscar López Rivera y entiende que esa lucha es por una causa noble, justa, humana y necesaria. Va más allá de lo patriótico, a pesar de que la lucha lleva patria escrita por doquier. Noble, justa, humana y necesaria son adjetivos que se entienden bien, sin mucha dificultad que digamos.
Es noble ante el gesto de bravura de liderar una resistencia. Es justa pues es acusado de conspiración sediciosa, un delito por el cual el gobierno de los Estados Unidos impone sentencias máximas de 20 años, y, aunque ha sido identificado como el líder de la Fuerza Armada de Liberación Nacional (FALN), organización a la cuál se responzabiliza por el bombazo al Fraunces Tavern en Nueva York, a López nunca se le acusó de participar directamente en la planificación o ejecución del siniestro. Es humana: ya son 34 años tras barrotes (de dos sentencias que suman 70 años), lejos de su casa y su familia, viviendo para el estado, no para él. Y es necesaria por la debacle socioeconómica que vive Puerto Rico, donde cada vez se hace más claro que la política anticolonial, más allá de cualquier fórmula partidista, es el salvavidas para no agonizar en un mar muerto que ya se probó que no es ni libre ni asociado.
Son cuatro palabras bastante fáciles de comprender. Lo que pasa es que ante la surreal complejidad política de Puerto Rico, los matices que da una lucha por la liberación de un prisionero político que ya le ganó el campeonato universal de estar preso a Nelson Mandela, pudieran ir de lo sublime a lo ridículo, y al revés. Empecemos con lo ridículo, que, claro está, es cualquier cosa que se oponga a la liberación de Oscar López Rivera, algo que ya explicamos que es noble, justo, humano y necesario.
Ahí estábamos a eso de las tres menos cuarto de la tarde el pasado viernes 28 de mayo, en el carro de Siglo XX marca carcacha, en un tapón de siete pares, pues tras semanas sintiendo el azote del sol al punto de que ya no había agua, un par de gotas desconchuflaron las vías de tránsito del área metro. Un tapón mientras llueve en la Avenida Baldorioty, de Carolina a San Juan, dentro de un Corolla ’97 sin aire, es medio incomodito. “Ah, pero mucho más incómodo es para Oscar las tres décadas y pico que lleva en su celda”, hay que pensar para no salirse por el techo a la altura de la marginal Los Ángeles, y bajarse con un bate de béisbol en mano, a lo Michael Douglas en los primeros 10 minutos de ‘Falling Down’. Hora y pico después, lleno de aburrimiento y sudor, la radio AM me habló sobre el embotellamiento en el que estaba, y verificaba si podría break de llegar a la caminata de 34xOscar, hacia el Tribunal Federal.
“Por si acaso, si usted va a Hato Rey sepa que hay tremendo tapón porque nuesta alcaldesa cerró la avenida Muñoz Rivera, y puso una carpa y una tarima para protestar por Oscar López frente al Tribunal Federal. Yo realmente no sé que tiene que ver el Tribunal Federal en esto, pero bueno…”, recitó ese juglar radial de la derecha boricua conocido como Luis Dávila Colón, cuya jocosidad bendita me obliga a sintonizarlo casi todos los días de cada cuatrienio en el que los populares están en el poder, más cuando muchas veces zumba informaciones que ni la misma prensa mainstream consigue.
Sonreí ante lo inverosímil del comentario de Dávila Colón, es como si el hijo menor de algún exgobernador popular hubiese hablado de historia en Twitter. Separar lo que significa la jurisdicción federal de la figura de Oscar López Rivera es igual de ridículo que separar lo que significa el apartheid de la figura de Mandela. La relación es tan estrecha que los caminantes por la liberación de Oscar le colocaron 34 flores en los portones al Tribunal Federal. Al menos, sin yo siquiera llegar a la salida hacia el Tunel Minillas, el mantenedor de El Azote me donó una información valiosa para deducir que llegaría a la salida de la marcha. Claro está, puse música, no recuerdo que, algo de The Breeders o Tiro de Gracia o Slimy Nuggetz o Pusho o Milton De Nascimento o cualquier cosa que ese día salía en el celu. Escuchar ese programa entero puede ponerse medio difícil.
Con algún tema de 2 Minutos explotando las bocinas me bajé de mi maquinón, tras aparcarlo en las cercanías del glorioso Coliseo de Puerto Rico José Miguel Agrelot y la estación del tren que ese día no tomé. Llovía y eran casi las seis. Caminé rumbo a dónde arribaría la caminata por Oscar, a dos cuadras, con poca esperanza de ver la multitud llegando. Allí llegué, pero la marcha no había llegado. En una tarima, la Banda Acústica Rodante, un concepto que reúne varios cantautores puertorriqueños, tocaba, con un ramillete de monoestrelladas al fondo. Me alegré de que Carmen Yulín, según Dávila Colón, proporcionara una tarima con electricidad pues así podía cargar mi celular. Durante la próxima hora, sin embargo, escucharía una palabra de una sílaba que me haría recordar de nuevo a la alcadesa de San Juan. Esa palabra es “pon”, todo lo contrario de caminar.
Vamos, sin especulaciones. Interrumpamos cualquier asunción ridícula con cosas más chévere, como lo humana que es esa lucha por la excarcelación de Oscar López Rivera. No hay nada más humano que marchar bajo la lluvia. Allí llegaba una escuadra caminando. Eran cientos de entes distintos; distinguí atletas, médicos, expresos políticos, abogados y abogadas, artistas, religiosos y religiosas, estudiantes, agricultores y agricultoras, niños y niñas, en fin. Curiosamente, para mí, es esta heterogeneidad ciudadana la que le otorga la sublimidad a la lucha por Oscar, dentro de los matices que incluye la frase aquella dicha al principio: “De lo ridículo a lo sublime”. Es más, creo que es esa heterogeneidad, más allá del dócil término “consenso”, que obliga a lo ridículo, como las pataletas bobas de Dávila Colón, a cooperar con la sublimidad.
Sublime fue, por ejemplo, ver al atleta internacional Luis Jabdiel Pérez, un judoca no vidente, con su camisa que exige la liberación de Oscar enchumbá del aguacero que acababa de coger al caminar desde el Clemente hasta el Tribunal Federal. “Hay que hacerlo porque Oscar es ejemplo de luchar por lo que es justo”, dijo Luis, y escucharlo es más sublime que cualquier cuento de la Virgen del Pozo en Sabana Grande en mayo de 1953.
Sublimes fueron además las gotas de lluvia que en su guayabera blanca traía Don Rafael Cancel Miranda, seis décadas después de disparar su revólver dentro el Congreso de Estados Unidos. Sublime fue ver esas mismas gotas de lluvia en la bata blanca de la doctora Sylvia Muñoz, una bata blanca que decía “medicina general” y que combinaban a perfección con la monoestrellada que llevaba al hombro. Sublimes cayeron también esas mismas gotas de lluvia en lo poco blanco que le quedaba a los papeles que Iván de la Cruz, un poeta veterano, repartió ese día hasta que se le acabaron, papeles habitados por su poema que llamó “Oscar López Rivera”, título que de por sí es otro poema más.
“El arte de vencer se aprende de las derrotas”, fue la sublime frase de Simón Bolivar que se escuchó quince minutos después de llegar la caminata por Oscar bajo la lluvia. Al micrófono iba Clarisa López. “Tu nieta tiene 24 años de edad. Tú llevas preso 34 años”, le dijo a su papá.
Luego de esto, se indicó que el tráfico que acondicionó el trópico no dejó que lleguen los padrinos de la caminata: el adulto de Trastalleres, Andy Montañez, y la vicepresidenta del Partido Independentista Puertorriqueño (PIP), María de Lourdes Santiago. Esto abrió espacio antes de lo esperado para que Luis Vicente Gutiérrez, congresista de Estados Unidos, manifestase su discurso. Entonces, en alguna conversación en el público alguien mencionó la palabra “pon”.
Confieso que escuché eso y sonreí. Fue automático. Es que no es el “pon” de ponerse, o de poner algo. Es el “pon” boricua que en el resto de Latinoamérica significa “aventón”. Entiendo que la alusión que hizo la persona en el público llega por ser Gutiérrez un político estadounidense del Partido Demócrata que usualmente se ha identificado con correligionarios del Partido Popular Democrático, aún cuando, más que nada, su rostro ha estado acostumbrado a ser visto en otras luchas por otras causas sociales, como, por ejemplo, la que enfrentó la construcción del gasoducto durante el cuatrienio pasado. O sea, el tipo mantiene un grado de consistencia a la hora de defender distintas causas sociales de los puertorriqueños, no tengo duda de eso.
Le pregunté a Eduardo ‘Tuto’ Villanueva, expresidente del Colegio de Abogados y miembro del Comité Pro Derechos Humanos que defiende la causa de Oscar López Rivera: “¿Cree usted que este señor está cogiendo pon con la causa de Oscar, como dijo alguien en el público? ¿Qué cree de esto?”.
Me respondió el licenciado Villanueva, a quién conozco hace ya un tiempo y con quién en más de una ocasión ya me he comunicado a la hora de escribir o cubrir asuntos del Puerto Rico colonial o de otros específicos, como el caso de Oscar: “Pues yo creo que hay que hacerle mucho caso, que son muy importantes los planteamientos de Gutiérrez porque él está más cerca de ellos que nosotros. No entiendo a qué te refieres con eso de pon”.
Cuando Villanueva dijo “ellos” aludió al gobierno de Estados Unidos, que hace 34 años mantiene preso a Oscar. Me imaginé a Gutiérrez más allá de la tarima y realizando sus planteamientos sobre Oscar en los pasillos del Congreso. Rápidamente, recuerdo la lucha de Vieques, cuando el pueblo de Puerto Rico se unió para expulsar a la Marina de Guerra de Estados Unidos de la Isla Nena. Me acordé cuando se intensificó todo, ya trabajaba en los “medios”. A pesar de que en Vieques siempre hubo un movimiento de resistencia, la lucha se puso arrecha luego de la muerte de David Sanes, con movimientos de base liderados por estudiantes y obreros, y, sobre todo, por las comunidades y ciudadanos de Vieques, más allá de cualquier figura política individual, de las que hicieron portada, desde el líder independentista Rubén Berríos hasta el exalcalde de Cataño, Edwin Rivera Sierra, “El amolao”.
Recordé el impacto mediático y cómo de repente figuras del deporte que antes no eran vinculadas con causas sociopolíticas, como Tito Trinidad y Carlos Delgado, o de la música, como Ricky Martin y Robi Draco Rosa, llegaban a Vieques. Recordé el respaldo internacional y las visitas de varias personalidades… Al Sharpton… Edward James Olmos… Jesse Jackson… Rigoberta Menchú… Robert F. Kennedy, jr. Recordé un gran respaldo de la diáspora boricua para con esta causa, ya fuese en Nueva York o en cualquier otra parte del mundo. Recordé también a Gutiérrez en más de una actividad por Vieques, junto a otra congresista, Nydia Velázquez, quien también se ha unido en la lucha por Oscar. Más que todo, recordé los arrestos por desobediencia civil, jóvenes de todas las edades esposados por defender lo suyo, como doña Isabelita Rosado, que en paz descanse, o el atleta olímpico Abderramán Brenes, uno de los cientos que marchó hasta el Tribunal Federal por Oscar en aquel viernes de lluvia que hoy intenta ser crónica. Algo que no recordé, sin embargo, fue en aquel entonces haber oído la palabra “pon”, aunque estoy seguro que alguien tuvo que haberla dicho en algún momento.
“Oscar tiene que volver para que sea un padre, un abuelo”, decía en el micrófono Gutiérrez.
Tras su discurso, arrancó un intérvalo musical. Un coro de plena del grupo ponceño Patria y Cultura repicó: “¡Plenero, plenero, le cantas al ron pero no le cantas al valor de la patria mía!…”. Se trepó a la tarima Andy Montañez, exaltó la lucha por la liberación por Oscar y el sacrificio de los presentes bajo la lluvia. Luego, cantó con el grupo. Las gotas que caían ya eran menos. Alguien le dijo a la alcaldesa Carmen Yulín Cruz que hablara, pero ella desistió.
“Quizás está harta de escuchar la palabra pon, por eso no sube”, pensé. Ante el amplio imaginario que representa la lucha por la liberación de Oscar López Rivera, hay de todo, igual que cuando Vieques… aunque aún falta la desobediencia civil. “Yo vivo en Vega Baja y si el Toyotita me deja a pie, buscaré pon pa’ rápido. Y Oscar López Rivera vive en una celda en Terre Haute, Indiana. Ojalá alguien hoy mismo le diera pon de vuelta a su hogar en San Sebastián”, pensé de nuevo.
Finalizó la actividad y llovió al caer la noche. Oscar saldrá, de eso no tengo dudas, y regresará a casa ya sea en un avión ‘charter’ o en pon. Mientras, la lucha por liberarlo permanece noble, justa, humana y necesaria. Es bastante simple.
Hermes Ayala Periodista. Reportero con 20 años de experiencia. Es egresado de la Escuela de Comunicación de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras y cursa estudios de maestría en Gestión y Administración Cultural. Posee un diplomado en periodismo deportivo internacional del Instituto de Periodismo José Martí en La Habana, Cuba. Ha sido galardonado en numerosas ocasiones por el Overseas Press Club y la Asppro.
(Tomado de Diálogo)
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