Los migrantes que infestan son los que no tienen una visa respaldada por una jugosa cuenta bancaria. Una casa en zona exclusiva. Un trabajo o un negocio rentable. Ni los contactos ni los privilegios. Los migrantes que infestan cualquier frontera en su tránsito de peregrinos, son esos seres que hacen de los caminos su destino sin conclusión. Una tumba sin lápida. Son la letra de una canción desgarradora, una realidad a la que llaman impostora, el dolor que llora en soledad, la amargura del agravio, son los que no tienen salario, son la precariedad.
Los migrantes son una verdad inquisidora, a los que las leyes sin demora van a juzgar, ¡fuera infestos, lárguense a otro lugar! Aquí no hay espacio para llorar, ni techo ni comida, lárguense que aquí no anida la oportunidad. Regresen por ese mar, súbanse a una patera y sufran deshidratación, que aquí en esta nación no espacio para africanos, el negro no es nuestro hermano, es un despojo de la esclavitud. Piltrafas de los genocidios, con ustedes no queremos idilios, no son de sangre azul.
Los migrantes que infestan saltan las murallas, los tratan de canallas, de ladrones de sueños, los muelen a puro leño y los deportan sin piedad. ¡Vamos, largo, regresen a su miseria que ésta es nuestra Europa blanca, no la queremos africanizar!
Nadando ríos, atravesando desiertos, trepando muros, van los migrantes hacia el Imperio, no saben que es solo un cuento lo de la libertad. Una cárcel los espera, qué más da si ya están muertos, son los difuntos sin anhelos que no paran de trabajar. Son los obligados a emigrar. En las ciudades industrializadas día a día son las redadas, ¡largo, fuera, regresen a su corral! Regresen a la inmundicia, que aquí la codicia es nuestra y nadie nos la va a quitar.
Quedan los cuerpos en las veredas, sin documentos, sin nacionalidad. Por cientos flotan en los mares a punto de reventar. ¿Quién los nombra, quién los identifica? Son los migrantes sin identidad. Tan lejos, tan lejos del hogar.
El mundo guarda silencio, entre el bullicio no hay tiempo para la dignidad, no existe la humanidad. Son los muertos que a nadie importan, son los lomos para explotar, las inocencias para violar. Son las sonrisas, son las miradas, son los recuerdos, son los afectos que mueren en el camino. Son los encierros, son las frustraciones, las plegarias, el cansancio, la explotación. Son los migrantes sin documentos, los invisibles, los marginados, los infestos de los que pocos quieren hablar. Son los que mueren en el éxodo. Son la poesía del confín. El verso herido, el mural descolorido, el asilo, la exclusión. Los apilados, el desaliento, la dignificación. Son mis hermanos, son tus hermanos, es nuestra la humillación. ¿Guardar silencio es nuestra postergación?
La autora es escritora y poeta guatemalteca. Radica indocumentada en Estados Unidos hace más de una década.
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