Sin discurso: La represión contra la huelga |
Escrito por Héctor Meléndez |
Martes, 01 de Febrero de 2011 00:56 |
Por lo menos dos preguntas surgen en relación a la represión de la policía contra la huelga de la Universidad de Puerto Rico, sobre todo después de la jornada extraordinaria del jueves 27 de enero pasado en Puerta de Tierra.
Por un lado, cuánto beneficiará al PNP dicha represión respecto a las elecciones de 2012. Por otro, cuánto hay en esta represión de estrategia mediática y cuánto de impulso histérico y protagónico del jefe policiaco para ‘poner orden de una vez’ en el país.
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Sin discurso: la represión contra la huelga Héctor Meléndez P P or lo menos dos preguntas surgen en relación a la represión de la policía contra la huelga de la Universidad de Puerto Rico, sobre todo después de la jornada extraordinaria del jueves 27 de enero pasado en Puerta de Tierra. Por un lado, cuánto beneficiará al PNP dicha represión respecto a las elecciones de 2012. Por otro, cuánto hay en esta represión de estrategia mediática y cuánto de impulso histérico y protagónico del jefe policiaco para ‘poner orden de una vez’ en el país. Para muchísima gente es un horror lo que ha hecho la policía. Pero esta mucha gente generalmente se corresponde con las clases trabajadoras y populares. Para las clases más ricas y más interesadas en el neoliberalismo la represión policiaca contra los estudiantes es admirable, e indica que el PNP es el partido que más inequívoca y directamente defiende y protege los intereses del capital. Esta admiración moral burguesa bien podrá traducirse en respaldo económico al PNP para que gane los comicios. Con buenas finanzas y maquinaria el PNP podría asegurar el apoyo de sectores improductivos de las clases pobres, identificados con los fondos federales y las ayudas del gobierno, así como de grupos ricos interesados en adelantar la causa de la ganancia privada. En estas clases ricas hay grupos productivos —industriales y agrícolas— e improductivos —banca, finanzas, seguros, Real Estate, comercio—. Los improductivos constituyen los más cercanos al PNP y los que más crecieron en las últimas décadas. A algunos el Partido Popular podría parecerle ambiguo, equívoco e insuficiente en su defensa de los intereses de los grandes capitalistas; no así el PNP. Más aún, precisamente la huelga universitaria representa un llamado a la productividad, a articular la universidad a algún proyecto económico del país, a que se correspondan los puestos de trabajo con los estudios, a que se amplíe el acceso de las clases populares a la universidad para revitalizar la sociedad puertorriqueña. Esto es justamente lo que no desea la tendencia capitalista dominante, y que el grupo penepeísta expresa en su gestión política. No lo desea porque antepone el interés de la ganancia privada y del capital particular al interés social. Pero más aún no lo quiere porque se ubica en la tendencia inclinada a terminar el esfuerzo para construir un país en Puerto Rico, o sea crear una formación social y económica diferenciada. Los estudiantes reclaman que se haga país; el sector dominante del capital en la actualidad no solamente es indiferente hacia tal ‘idealismo’, sino que percibe que cada vez más sus intereses son antagónicos a los de algún proyecto nacional-popular. Está sugerido un patrón de exageración en el despliegue de fuerzas policiacas. No es difícil identificar la cantidad excesiva de efectivos movilizados con el objetivo de aterrorizar la población. Durante los arrestos de los estudiantes, sobre todo el jueves, miembros de la Fuerza de Choque y otras unidades de la policía torturan en público, dejan ver su selectividad en la persecución y faltan el respeto a estudiantes féminas. A la vez, sin embargo, se refrenan de derramar sangre, en marcado contraste con otras épocas. En efecto, parte del terror que inspira la policía se debe a que asociamos tanta movilización policiaca con las muertes, torturas y palizas de décadas pasadas en Puerto Rico y otros países. En busca del terror mediático Puede proponerse que el despliegue exagerado de policías tiene el fin mediático de que la fuerza violenta del Estado sea vista por todos y produzca honda impresión. Difícilmente se puede acusar al gobierno de agredir sanguinariamente —hasta ahora—, si bien puede señalarse el despliegue excesivo de fuerza. Este exceso, otra vez, podría responder ya a la mente estrechamente policiaca en la ideología que reduce los problemas a controlar la gente policiacamente (en el ánimo norteamericano de la ‘seguridad nacional’ proclamada desde 2001), ya a un razonamiento de que la mano excesivamente dura contra las resistencias populares será carta de triunfo electoral, pues heroicamente salvará el plan neoliberal de la amenaza de las masas y de los grupos subversivos. Por otro lado, la forma actual de la represión se corresponde con la desobediencia civil que han instituido los estudiantes. El resultado ha sido que la imagen amenazante de la policía se ha convertido en una imagen de abusadores: de quienes, gozando de grandes recursos y técnicas, abusan de los que están desarmados y son más débiles. Como en la mente popular el abusador es un cobarde, al insistir en sus desafíos el estudiantado ha provocado una y otra vez el despliegue policiaco exagerado, todos han visto el abuso repetidamente, y así se ha neutralizado la autoridad que buscaba el gobierno a base de generar miedo. Acaso el método represivo buscaba infundir miedo mostrando dramáticamente por televisión, radio y prensa el dolor y los gritos de los estudiantes al ser arrestados. Querría tal vez que se viera el efecto del gas lacrimógeno en los ojos, la piel y las narices; y que las cámaras (de los grandes medios y de los celulares) captaran los arrestos en el piso, la colocación de las rodillas policiacas, la torcedura de brazos, las manos policiacas apretando los cuellos, en fin, las técnicas de inmovilización del cuerpo debidamente aprendidas y aplicadas. Buscaría mostrar la desproporcionada cantidad de policías y sus armamentos, equipos, caballos, rotenes, escudos, fusiles, etc. Según el probable cálculo del grupo dominante, todo esto mete miedo a la población. Es como decir: en efecto hay represión, y mucha, y más te vale a ti, espectador, ajustarte al orden del Estado pues si no podrías ser reprimido también, y recuerda que una vez registran tu identidad en el cuartel, se incorporará tu nombre a un circuito policiaco mundial y a los sistemas de datos del FBI, la CIA, la inteligencia antiterrorista y el Gulag carcelario federal. Los arrestos son judicialmente inconsecuentes; difícilmente se radican cargos pues apenas hay delitos. No importa. Los arrestos serían parte de la publicidad para amedrentar representando la fuerza del Estado de forma avasalladora y, por otro lado, un medio de levantar un récord de supuestos radicales y militantes. Se trata de un despliegue policiaco controlado y racionalizado, con uso mínimo de fuerza, sobre todo a partir de semanas recientes. Para minimizar el uso de la fuerza se requiere gran cantidad de agentes, con funciones diferentes. Este ‘control de calidad’ de la policía sugiere que el Estado neoliberal busca ser uno también policiaco, que represente en el espectáculo público que el interés del gran capital está protegido diaria y directamente por un cordón sanitario policial permanente y ostensible, como en Estados Unidos. Será un Estado libre de la contaminación de pueblo con que se ha asociado al muñocismo y otros populismos y, sin duda, libre de la cultura de piquetes, protestas y exigencias de derechos que se formó desde los años 60 y 70. La restricción de la violencia policial es racionalizada. La policía no aplica la fuerza como fácilmente podría, por ejemplo usando al máximo los rotenes o disparando las armas. No debe haber derramamiento de sangre. Se sugiere el criterio mediático de infundir miedo arrestando muchos jóvenes que rápidamente serán puestos en libertad por falta de cargos. Es como si en los años 60 y 70 las partes en conflicto hubiesen percibido que era posible la quiebra del sistema capitalista y colonial, y por tanto se enfrentaban de manera terminal, para morir o matar, pero ahora se supone que no correrá la sangre ya que tal quiebra no ocurrirá. Que no corra sangre no quiere decir que no hay violencia y miedo, pues cada brutalidad oficial es una advertencia de que podría correr sangre, llegado el caso. La policía montada, por ejemplo, que se usa desde hace tiempo en las grandes ciudades norteamericanas para aplastar manifestaciones populares, se empezó a usar en Puerto Rico hace pocas semanas. Se trata de un escalonamiento de la amenaza. Es también, por cierto, un maltrato de los animales que quizá ha impactado una particular sensibilidad puertorriqueña hacia los animales y así despertado más iras contra el abuso de poder, para colmo magnificado con el uso de poderosas pero inocentes bestias. A la mente entrenada en el materialismo histórico el uso represivo del caballo le recuerda el sometimiento de esclavos, campesinos, obreros del comienzo de la era industrial e incontables otros oprimidos a través de los siglos, pues las luchas de clases vienen desde los tiempos antiguos. Pero la inusitada exageración en la movilización de policías, como si estuviesen enfrentando un gran ejército revolucionario, choca directamente con la vida cívica. En Puerto Rico la ‘sociedad civil’ es amplia, educada y escéptica. El despliegue policiaco exagerado queda atrapado en lo ajeno que él mismo resulta a la cultura moderna y en la mirada colectiva de reprobación. Asombrado por la dureza del poder, el pueblo entonces siente más simpatías hacia la huelga, al confirmar cuánta opresión y ver la máquina gigantesca que se ha puesto en marcha para aplastar estudiantes que piden, a fin de cuentas, educación, democracia y trabajo. La espectacular maquinaria policiaca sin embargo no ha podido contra el estudiantado, que no cesa sus manifestaciones. Acostumbrarse a la represión La legislatura, el ejecutivo y la rama judicial niegan de plano todo reconocimiento a las organizaciones y demandas estudiantiles. El aparato directivo del PNP se ha ceñido a los sectores de la administración de la universidad más duros en la defensa contumaz de la cuota y en el rechazo a cualquier idea de acabar la huelga allegando fondos por otros medios, algo perfectamente posible. Pero quizá no se trate de que un blandengue Fortuño o un fragmentado PNP se someten a la arrogancia de un grupo de síndicos de la UPR. Luce que se trata de una estrategia política —o más bien un método que se instruye y se copia— que el capital viene organizando universalmente. Según el mismo no habría que preocuparse por ninguna desestabilización social seria o rebelión política a partir de algún foco de conflicto, el de la UPR u otro. Desde luego, la fe en que nada de esto ocurrirá contradice la gran movilización policiaca, que sugiere temor a que ocurra. Pues según el método ideológico neoliberal lo social ya no existe, o al menos no hay que hacerle mayor caso, y lo que existe son individuos buscando su interés o satisfacción. Atrás han quedado, en esta perspectiva estratégica, la solidaridad que surge de la comunidad de experiencias materiales y la comunidad materializada en sitios y momentos en que individuos distintos se unen a causa de experiencias comunes. Ya no hay clases ni ideologías. Lo público se ha disipado en función de lo privado. La letra escrita da paso al cálculo competitivo y a la sospecha individualizada. En esta ideología los acontecimientos no se corresponden con procesos históricos y los hechos son simples incidentes cuya relación con otros incidentes sería siempre arbitraria y caprichosa. Este catecismo neoliberal revela un autoritarismo utópico y una teorización pobre y rudimentaria. Con una dosis de paranoia y otra dosis de información correcta, el gobierno supone que el núcleo del movimiento estudiantil es dirigido por socialistas, y advierte con sus actos que bloqueará todo reclamo de las clases populares que esté contaminado de socialismo —aunque en realidad los bloquearía con o sin socialismo. La estrategia neoliberal será inflexible e indiferente a los conflictos sociales que ella misma produzca. No se trata ya, pues, de hegemonía propiamente, de que el bloque dominante gobernaría con el apoyo de los sectores subalternos, pero tampoco se trata sólo de represión o de una dictadura sin régimen de derecho. Hay régimen de derecho, pero restringido por el control policial y ajustado a la estrategia de ignorar los reclamos de las clases asalariadas. Este Estado policiaco se facilita con el deterioro de la vida pública y de la cultura política. Ya lo ha dicho la Rectora del recinto de Río Piedras: la comunidad universitaria tendrá que acostumbrarse a la presencia de la policía. Quizá busquen acostumbrarnos también a que en adelante los motines y el despliegue de fuerzas antimotines serán parte de la normalidad cotidiana. Mientras unos almuercen y miren los escaparates en el shopping mall, niños de escuela elemental sufrirán la irritación de bombas lacrimógenas que lancen policías que al día siguiente chatearán en Facebook y los cuarteles y fiscales procesarán cuantiosos arrestos de jóvenes torturados. Como pocas veces antes, se impone, junto a la resistencia, el estudio de la sociedad y de la teoría del Estado. No vale la pena rebelarse El gobierno del PNP —y llegado el caso también uno del PPD, pues se trata de un nuevo método general— busca trazar una distinción entre los manifestantes y la amplia masa restante. Busca imponer esta distinción al público, así como hacerla criterio de los cuerpos de inteligencia. Tal vez el gobierno razona del siguiente modo: la huelga de la UPR tiene un ‘corazón del rollo’ de unos 500 o 600 estudiantes en el país, movilizados a su vez principalmente por varios grupos socialistas pequeños. Este hard core a su vez ejerce influencia sobre, digamos, 3 o 4 mil estudiantes en Puerto Rico. Hay que aislar, pues, estos grupos de los 48 o 50 mil estudiantes restantes; hay que agruparlos, en la mirada pública y en la acción del Estado, en la clasificación de desafectos y revoltosos que deberían irse de la Isla y reducir sus sueños a su vida individual. El mismo procedimiento de distinguir a unos de otros se aplicaría a los presuntos 500 o 600 estudiantes del corazón del rollo de la huelga respecto a los militantes más comprometidos, que el análisis represivo asocia a su vez con los grupos socialistas. Este control taxonómico de la población, de sesgo hitleriano y extensivo a todo Puerto Rico, se facilita si en la UPR disminuye el universo estudiantil general e ingresan sólo los más competitivos y de trasfondos más acomodados. La ‘filosofía sin palabras’ neoliberal supone absurda la idea de un cambio social y político anticapitalista, en Puerto Rico o en cualquier sitio. De nada valdrán los intentos de formar movimientos antisistémicos, o sea opuestos al orden del mundo. Son nulas las posiblidades de algún hipotético régimen proletario socialista, o cualquier otro fundado en la cooperación, habida cuenta de la firme mundialidad de la solidaridad capitalista. Ya se acabó la historia. Puede verse cierta normalización transnacional del uso de fuerzas antimotines para repeler estudiantes, trabajadores, ambientalistas y demás manifestantes que protestan por las nuevas profundidades de la explotación, exclusión y devastación capitalistas. Se vuelve folklórica la imagen de la policía sometiendo a macanazos y bombazos manifestantes en cualquier sitio —Grecia, México, Londres, Italia, Haití— como si estas confrontaciones carecieran de consecuencias mayores pues no irían dirigidas a algún colapso del orden social, que en nuestro ámbito es estadounidense sobre todo. Es una foto más en la red, apenas artículo de consumo dada su fugacidad. Mientras ocurren estas violencias, el gobernador Fortuño intenta siempre mostrar un rostro tranquilo, desenfadado y relajado, que irradie un optimismo infantil y cándido hacia la vida. Busca transmitir que de ahora en adelante la normalidad será así; que no es nada grave que la policía se enfrente a cada rato a manifestantes que protestan por las nuevas distribuciones de la riqueza y del poder, ni que se detenga el tránsito y haya gritos y llantos en las avenidas. El Estado le da derecho a los manifestantes a no ser muertos ni exterminados ni retirados de la vida económica por protestar, pues en la razón capitalista global no podrán hacer nada más que protestar. En esta óptica las protestas se remiten a literaturas de otros tiempos, al mundo simbólico y a grupos muy pequeños. Sin embargo el despliegue exagerado de fuerzas represivas, que causa una desproporción ridícula entre el número de manifestantes —desarmados— y el alto número de policías —simulando un ejército regular— insinúa un temor ‘inconsciente’ a que las ideas socialistas crezcan en el Puerto Rico de hoy. La hostilidad franca del grupo dominante criollo hacia el movimiento estudiantil —punta de lanza de las clases trabajadoras— nace de la inserción de ese grupo en la vida capitalista transnacional y de su desprecio hacia las miserias locales de la antilla. Pero he aquí que si Puerto Rico articulase una amplia fuerza nacionalpopular, una derrota electoral del PNP no sería una pérdida menor para el capital. Sería un avance de las clases populares frente al capital en su conjunto. Y si se hunde el gobierno del PNP en 2012 no será tanto por obra del PPD como por la huelga universitaria y otras luchas del pueblo. Tal vez el PNP sea derrotado por haber aplicado el método del ‘terror civil’ policiaco y la estrategia privatizadora en la forma en que lo ha hecho. Pero lo importante para el dogma neoliberal es ir ajustando la vida social a una cierta estructura de pensamiento, de gobierno y de conducta ‘institucional’. Cuando se ajuste quedaría un sedimento de resignación, descontento, depresión, ira y frustración. La gente, según esta visión estratégica, debe reducirse a los modos de satisfacción y felicidad disponibles en el mercado y en las regimentaciones actuales. Tal es la realidad según el discurso sin palabras del capitalismo salvaje —el poder crudo del capital, con poca mediación del gobierno para aliviar la opresión— y de la administración del PNP. Desde luego, nadie sabe qué ocurriría si creciera la radicalización de las capas populares y aparecieran organizaciones subversivas a nivel nacional dispuestas a la violencia organizada. A simple vista esto sería muy improbable dada la vigilancia estricta, omnipresente y técnicamente avanzada que asumimos tiene la policía. Lo asumimos por la impresión que provocan las imágenes mediáticas y por la abundancia ostensible de efectivos y equipos policiales. Sin embargo, si la imagen imponente de la policía ocultara desorganización, ineficiencia, desmoralización, fractura de lealtades, deficiencias psicosociales, corrupción, divisiones, burocratismo, ignorancia, chapucería y subdesarrollo, y si la gravedad de estas limitaciones fuese proporcional a la prepotencia y eficacia de los cuerpos represivos según la propaganda, entonces habría que mirar la correlación de fuerzas en otra luz. Adviértase, por otro lado, que el procedimiento presunto de aislar a los supuestos radicales de sus seguidores, y a éstos de la masa mayoritaria circundante, podrá aplicarse a los profesores de la UPR en la fase que se aproxima ahora, cuando en febrero comience el segundo semestre del año académico 2010-2011. La huelga sigue con apoyo estudiantil y popular, alimentado por la dureza antidemocrática del grupo dominante. No han surgido siquiera, por ejemplo, grupos de estudiantes azuzados por el PNP que se lancen contra la huelga y traten de romperla. Los profesores conforman una realidad distinta. Se puede esperar que la administración empiece a forzar a los profesores a presentarse en sus salones de clase a pesar de la huelga y de la ocupación policiaca. Podría exigirles cumplimiento de los contratos de trabajo y aplicar el método de distinguir los radicales de otros y a éstos de otros. Además de su acción colectiva, los docentes podrían ponderar recurrir al tribunal local o federal. Después de todo la enseñanza, la seguridad y la salud se ponen en riesgo a causa de la violencia y tensión por la ocupación policiaca del campus. Elocuente sería que la mayoría de los profesores no acudiera al llamado de la administración, pues entonces la huelga cobraría mayor vuelo y quizá aumentarían las posiblidades de demandas y recursos en los tribunales contra la administración. A fin de cuentas la Rectoría de Río Piedras, la Junta de Síndicos, la Presidencia de la UPR y el gobierno colonial han faltado a su deber legal y ministerial de resolver los problemas públicos de manera razonable y normal para que la institución pueda operar. Han violentado derechos básicos de gran cantidad de gente. Como administradores su deficiencia es tal que se confunde con la violación de ley. Subestimación por repetición Véase el uso de la palabra ‘caos’ en prensa, radio y televisión desde hace meses para referirse a las refriegas entre la policía y los manifestantes en protestas y en desobediencia civil. Pero no se trata de caos, sino de represión. No es un colapso del mundo ni del orden, sino un conflicto entre opresores y oprimidos más bien dentro del marco de ley actual; una lucha que todavía está lejos de conmover verdaderamente el orden dominante. Suponer que la violencia policiaca y la resistencia a la misma representan un caos, o sea un desorden tan abrumador que no puede comprenderse, sugiere que el terrorismo del Estado ha podido generar una cierta histeria en los más impresionables. La ansiedad que provoca ideas catastróficas se explica también por el largo tiempo que lleva cultivándose aquí el olvido de que Puerto Rico se ubica en la historia caribeña y colonial y es un país muy pobre, sin organización propia de sus recursos y que todavía está por ver si empieza a desarrollarse. Se ha reproducido la noción falsa de Puerto Rico como país presuntamente estable y desarrollado, comparable a Estados Unidos, España, etc. Procede calibrar el significado de la huelga de la UPR. Pues al confrontarse con ella un confuso sentido común oscila entre el pánico por el ‘descontrol’ y la subestimación que resta importancia al movimiento estudiantil, ya que cada día los estudiantes desafían, una y otra vez, a la policía, a la administración y al gobierno, y esta persistencia creativa puede confundirse con rutina que no rinde frutos. Pero justamente la insistencia y la perseverancia son lo innovador de este proceso social, que lleva más de un año y podría extenderse por buen tiempo más. Las autoridades coloniales y la gerencia de la UPR habían supuesto que no habría problema con dejar morir de abulia a la universidad e incluso al país completo. Pero los estudiantes las han tomado por sorpresa y repiten esta sorpresa todos los días. Como la lucha social también educa, ahora se ve más clara la hipocresía con que se recubría la imitación cotidiana de una falsa normalidad primermundista. Nótese cómo El nuevo día ignoró en su primera plana del viernes una de las jornadas de mayor violencia contra una manifestación pacífica, una de las más extensas en tiempo y espacio del conflicto de la UPR desde 2010, la del jueves 27 de enero de 2011 en Puerta de Tierra. Esta confrontación fue mayor y más reveladora que las anteriores, pues culminó varios días de progresivo ‘perfeccionamiento operativo’ de la Fuerza de Choque y otros grupos de la policía. El jaleo se extendió por la comunidad de Puerta de Tierra. Las incidencias duraron desde la mañana hasta la noche. Los tapones fueron tan largos como el despliegue de guardias: desde el Viejo San Juan hasta más allá de la isleta de San Juan, durante largas horas. En el Capitolio empleados del Presidente del Senado y de la Presidenta de la Cámara disfrutaron durante horas del espectáculo mientras asistían a la policía. Fue comparable a los grandes motines en la UPR que en décadas pasadas se desbordaron al casco de Río Piedras, un área sin embargo más pequeña que la del 27 de enero. Pero la portada del viernes de El nuevo día se refiere a la reforma contributiva, al aumento en el precio de la electricidad y al juego de pelota entre Caguas y Carolina. Este y otros diarios destacaron principalmente el comunicado de condena a las agresiones policiacas contra periodistas, pero perdieron de vista la noticia principal. Este silencio periodístico parece un mensaje: no es noticia un motín más; la huelga de la UPR es un asunto localizado, de una comunidad, no de la sociedad ni del país en su conjunto en sentido propiamente político. No es cierto. Mostrando valentía y organización, el estudiantado hoy representa, con audacia e inteligencia, la lucha de las clases populares contra la estrategia principal del capital en Puerto Rico. Los estudiantes están demostrando que la desobediencia civil, el énfasis civilista y el intelecto colectivo son modos centrales de las luchas de masas en este periodo, y que la solvencia moral e intelectual permite a un movimiento social cobrar ascendencia política y unir tras de sí a otros grupos sociales y al pueblo en su conjunto. (31 de enero, 2011) |
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