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Sin discurso: La represión contra la huelga PDF Imprimir Correo
Escrito por Héctor Meléndez   
Martes, 01 de Febrero de 2011 00:56

uprrepresionPor lo menos dos preguntas surgen en relación a la represión de la policía contra la huelga de la Universidad de Puerto Rico, sobre todo después de la jornada extraordinaria del jueves 27 de enero pasado en Puerta de Tierra.

 

 

 

Por un lado, cuánto beneficiará al PNP dicha represión respecto a las elecciones de 2012. Por otro, cuánto hay en esta represión de estrategia mediática y cuánto de impulso histérico y protagónico del jefe policiaco para ‘poner orden de una vez’ en el país.


Para muchísima gente es un horror lo que ha hecho la policía. Pero esta mucha gente generalmente se corresponde con las clases trabajadoras y populares. Para las clases más ricas y más interesadas en el neoliberalismo la represión policiaca contra los estudiantes es admirable, e indica que el PNP es el partido que más inequívoca y directamente defiende y protege los intereses del capital. Esta admiración moral burguesa bien podrá traducirse en respaldo económico al PNP para que gane los comicios.

Con buenas finanzas y maquinaria el PNP podría asegurar el apoyo de sectores improductivos de las clases pobres, identificados con los fondos federales y las ayudas del gobierno, así como de grupos ricos interesados en adelantar la causa de la ganancia privada. En estas clases ricas hay grupos productivos —industriales y agrícolas— e improductivos —banca, finanzas, seguros, Real Estate, comercio—. Los improductivos constituyen los más cercanos al PNP y los que más crecieron en las últimas décadas. A algunos el Partido Popular podría parecerle ambiguo, equívoco e insuficiente en su defensa de los intereses de los grandes capitalistas; no así el PNP.

Más aún, precisamente la huelga universitaria representa un llamado a la productividad, a articular la universidad a algún proyecto económico del país, a que se correspondan los puestos de trabajo con los estudios, a que se amplíe el acceso de las clases populares a la universidad para revitalizar la sociedad puertorriqueña. Esto es justamente lo que no desea la tendencia capitalista dominante, y que el grupo penepeísta expresa en su gestión política. No lo desea porque antepone el interés de la ganancia privada y del capital particular al interés social. Pero más aún no lo quiere porque se ubica en la tendencia inclinada a terminar el esfuerzo para construir un país en Puerto Rico, o sea crear una formación social y económica diferenciada. Los estudiantes reclaman que se haga país; el sector dominante del capital en la actualidad no solamente es indiferente hacia tal ‘idealismo’, sino que percibe que cada vez más sus intereses son antagónicos a los de algún proyecto nacional-popular.

Está sugerido un patrón de exageración en el despliegue de fuerzas policiacas. No es difícil identificar la cantidad excesiva de efectivos movilizados con el objetivo de aterrorizar la población. Durante los arrestos de los estudiantes, sobre todo el jueves, miembros de la Fuerza de Choque y otras unidades de la policía torturan en público, dejan ver su selectividad en la persecución y faltan el respeto a estudiantes féminas. A la vez, sin embargo, se refrenan de derramar sangre, en marcado contraste con otras épocas. En efecto, parte del terror que inspira la policía se debe a que asociamos tanta movilización policiaca con las muertes, torturas y palizas de décadas pasadas en Puerto Rico y otros países.

 

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Sin discurso: la represión contra la huelga

Héctor Meléndez

P
P
or lo menos dos preguntas surgen en relación a la
represión de la policía contra la huelga de la
Universidad de Puerto Rico, sobre todo después de
la jornada extraordinaria del jueves 27 de enero pasado en
Puerta de Tierra. Por un lado, cuánto beneficiará al PNP
dicha represión respecto a las elecciones de 2012. Por
otro, cuánto hay en esta represión de estrategia mediática
y cuánto de impulso histérico y protagónico del jefe
policiaco para ‘poner orden de una vez’ en el país.

Para muchísima gente es un horror lo que ha hecho la
policía. Pero esta mucha gente generalmente se
corresponde con las clases trabajadoras y populares. Para
las clases más ricas y más interesadas en el
neoliberalismo la represión policiaca contra los
estudiantes es admirable, e indica que el PNP es el partido
que más inequívoca y directamente defiende y protege los
intereses del capital. Esta admiración moral burguesa bien
podrá traducirse en respaldo económico al PNP para que
gane los comicios.

Con buenas finanzas y maquinaria el PNP podría
asegurar el apoyo de sectores improductivos de las clases
pobres, identificados con los fondos federales y las


ayudas del gobierno, así como de grupos ricos interesados
en adelantar la causa de la ganancia privada. En estas
clases ricas hay grupos productivos —industriales y
agrícolas— e improductivos —banca, finanzas, seguros,
Real Estate, comercio—. Los improductivos constituyen
los más cercanos al PNP y los que más crecieron en las
últimas décadas. A algunos el Partido Popular podría
parecerle ambiguo, equívoco e insuficiente en su defensa
de los intereses de los grandes capitalistas; no así el PNP.

Más aún, precisamente la huelga universitaria
representa un llamado a la productividad, a articular la
universidad a algún proyecto económico del país, a que se
correspondan los puestos de trabajo con los estudios, a
que se amplíe el acceso de las clases populares a la
universidad para revitalizar la sociedad puertorriqueña.
Esto es justamente lo que no desea la tendencia capitalista
dominante, y que el grupo penepeísta expresa en su
gestión política. No lo desea porque antepone el interés de
la ganancia privada y del capital particular al interés
social. Pero más aún no lo quiere porque se ubica en la
tendencia inclinada a terminar el esfuerzo para construir
un país en Puerto Rico, o sea crear una formación social y
económica diferenciada. Los estudiantes reclaman que se
haga país; el sector dominante del capital en la actualidad
no solamente es indiferente hacia tal ‘idealismo’, sino que
percibe que cada vez más sus intereses son antagónicos a
los de algún proyecto nacional-popular.

Está sugerido un patrón de exageración en el
despliegue de fuerzas policiacas. No es difícil identificar
la cantidad excesiva de efectivos movilizados con el
objetivo de aterrorizar la población. Durante los arrestos
de los estudiantes, sobre todo el jueves, miembros de la
Fuerza de Choque y otras unidades de la policía torturan


en público, dejan ver su selectividad en la persecución y
faltan el respeto a estudiantes féminas. A la vez, sin
embargo, se refrenan de derramar sangre, en marcado
contraste con otras épocas. En efecto, parte del terror que
inspira la policía se debe a que asociamos tanta
movilización policiaca con las muertes, torturas y palizas
de décadas pasadas en Puerto Rico y otros países.

En busca del terror mediático

Puede proponerse que el despliegue exagerado de
policías tiene el fin mediático de que la fuerza violenta del
Estado sea vista por todos y produzca honda impresión.
Difícilmente se puede acusar al gobierno de agredir
sanguinariamente —hasta ahora—, si bien puede
señalarse el despliegue excesivo de fuerza.

Este exceso, otra vez, podría responder ya a la mente
estrechamente policiaca en la ideología que reduce los
problemas a controlar la gente policiacamente (en el
ánimo norteamericano de la ‘seguridad nacional’
proclamada desde 2001), ya a un razonamiento de que la
mano excesivamente dura contra las resistencias
populares será carta de triunfo electoral, pues
heroicamente salvará el plan neoliberal de la amenaza de
las masas y de los grupos subversivos.

Por otro lado, la forma actual de la represión se
corresponde con la desobediencia civil que han instituido
los estudiantes. El resultado ha sido que la imagen
amenazante de la policía se ha convertido en una imagen
de abusadores: de quienes, gozando de grandes recursos y
técnicas, abusan de los que están desarmados y son más
débiles. Como en la mente popular el abusador es un
cobarde, al insistir en sus desafíos el estudiantado ha


provocado una y otra vez el despliegue policiaco
exagerado, todos han visto el abuso repetidamente, y así
se ha neutralizado la autoridad que buscaba el gobierno a
base de generar miedo.

Acaso el método represivo buscaba infundir miedo
mostrando dramáticamente por televisión, radio y prensa
el dolor y los gritos de los estudiantes al ser arrestados.
Querría tal vez que se viera el efecto del gas lacrimógeno
en los ojos, la piel y las narices; y que las cámaras (de los
grandes medios y de los celulares) captaran los arrestos en
el piso, la colocación de las rodillas policiacas, la
torcedura de brazos, las manos policiacas apretando los
cuellos, en fin, las técnicas de inmovilización del cuerpo
debidamente aprendidas y aplicadas. Buscaría mostrar la
desproporcionada cantidad de policías y sus armamentos,
equipos, caballos, rotenes, escudos, fusiles, etc. Según el
probable cálculo del grupo dominante, todo esto mete
miedo a la población.

Es como decir: en efecto hay represión, y mucha, y
más te vale a ti, espectador, ajustarte al orden del Estado
pues si no podrías ser reprimido también, y recuerda que
una vez registran tu identidad en el cuartel, se incorporará
tu nombre a un circuito policiaco mundial y a los sistemas
de datos del FBI, la CIA, la inteligencia antiterrorista y el
Gulag carcelario federal.

Los arrestos son judicialmente inconsecuentes;
difícilmente se radican cargos pues apenas hay delitos. No
importa. Los arrestos serían parte de la publicidad para
amedrentar representando la fuerza del Estado de forma
avasalladora y, por otro lado, un medio de levantar un
récord de supuestos radicales y militantes.

Se trata de un despliegue policiaco controlado y
racionalizado, con uso mínimo de fuerza, sobre todo a


partir de semanas recientes. Para minimizar el uso de la
fuerza se requiere gran cantidad de agentes, con funciones
diferentes.

Este ‘control de calidad’ de la policía sugiere que el
Estado neoliberal busca ser uno también policiaco, que
represente en el espectáculo público que el interés del
gran capital está protegido diaria y directamente por un
cordón sanitario policial permanente y ostensible, como
en Estados Unidos. Será un Estado libre de la
contaminación de pueblo con que se ha asociado al
muñocismo y otros populismos y, sin duda, libre de la
cultura de piquetes, protestas y exigencias de derechos
que se formó desde los años 60 y 70.

La restricción de la violencia policial es
racionalizada. La policía no aplica la fuerza como
fácilmente podría, por ejemplo usando al máximo los
rotenes o disparando las armas. No debe haber
derramamiento de sangre.

Se sugiere el criterio mediático de infundir miedo
arrestando muchos jóvenes que rápidamente serán puestos
en libertad por falta de cargos. Es como si en los años 60
y 70 las partes en conflicto hubiesen percibido que era
posible la quiebra del sistema capitalista y colonial, y por
tanto se enfrentaban de manera terminal, para morir o
matar, pero ahora se supone que no correrá la sangre ya
que tal quiebra no ocurrirá.

Que no corra sangre no quiere decir que no hay
violencia y miedo, pues cada brutalidad oficial es una
advertencia de que podría correr sangre, llegado el caso.
La policía montada, por ejemplo, que se usa desde hace
tiempo en las grandes ciudades norteamericanas para
aplastar manifestaciones populares, se empezó a usar en
Puerto Rico hace pocas semanas. Se trata de un


escalonamiento de la amenaza. Es también, por cierto, un
maltrato de los animales que quizá ha impactado una
particular sensibilidad puertorriqueña hacia los animales y
así despertado más iras contra el abuso de poder, para
colmo magnificado con el uso de poderosas pero
inocentes bestias. A la mente entrenada en el
materialismo histórico el uso represivo del caballo le
recuerda el sometimiento de esclavos, campesinos,
obreros del comienzo de la era industrial e incontables
otros oprimidos a través de los siglos, pues las luchas de
clases vienen desde los tiempos antiguos.

Pero la inusitada exageración en la movilización de
policías, como si estuviesen enfrentando un gran ejército
revolucionario, choca directamente con la vida cívica. En
Puerto Rico la ‘sociedad civil’ es amplia, educada y
escéptica. El despliegue policiaco exagerado queda
atrapado en lo ajeno que él mismo resulta a la cultura
moderna y en la mirada colectiva de reprobación.
Asombrado por la dureza del poder, el pueblo entonces
siente más simpatías hacia la huelga, al confirmar cuánta
opresión y ver la máquina gigantesca que se ha puesto en
marcha para aplastar estudiantes que piden, a fin de
cuentas, educación, democracia y trabajo. La espectacular
maquinaria policiaca sin embargo no ha podido contra el
estudiantado, que no cesa sus manifestaciones.

Acostumbrarse a la represión

La legislatura, el ejecutivo y la rama judicial niegan
de plano todo reconocimiento a las organizaciones y
demandas estudiantiles. El aparato directivo del PNP se
ha ceñido a los sectores de la administración de la
universidad más duros en la defensa contumaz de la cuota


y en el rechazo a cualquier idea de acabar la huelga
allegando fondos por otros medios, algo perfectamente
posible. Pero quizá no se trate de que un blandengue
Fortuño o un fragmentado PNP se someten a la arrogancia
de un grupo de síndicos de la UPR.

Luce que se trata de una estrategia política —o más
bien un método que se instruye y se copia— que el capital
viene organizando universalmente. Según el mismo no
habría que preocuparse por ninguna desestabilización
social seria o rebelión política a partir de algún foco de
conflicto, el de la UPR u otro. Desde luego, la fe en que
nada de esto ocurrirá contradice la gran movilización
policiaca, que sugiere temor a que ocurra.

Pues según el método ideológico neoliberal lo social
ya no existe, o al menos no hay que hacerle mayor caso, y
lo que existe son individuos buscando su interés o
satisfacción. Atrás han quedado, en esta perspectiva
estratégica, la solidaridad que surge de la comunidad de
experiencias materiales y la comunidad materializada en
sitios y momentos en que individuos distintos se unen a
causa de experiencias comunes. Ya no hay clases ni
ideologías. Lo público se ha disipado en función de lo
privado. La letra escrita da paso al cálculo competitivo y a
la sospecha individualizada. En esta ideología los
acontecimientos no se corresponden con procesos
históricos y los hechos son simples incidentes cuya
relación con otros incidentes sería siempre arbitraria y
caprichosa.

Este catecismo neoliberal revela un autoritarismo
utópico y una teorización pobre y rudimentaria. Con una
dosis de paranoia y otra dosis de información correcta, el
gobierno supone que el núcleo del movimiento estudiantil
es dirigido por socialistas, y advierte con sus actos que


bloqueará todo reclamo de las clases populares que esté
contaminado de socialismo —aunque en realidad los
bloquearía con o sin socialismo. La estrategia neoliberal
será inflexible e indiferente a los conflictos sociales que
ella misma produzca.

No se trata ya, pues, de hegemonía propiamente, de
que el bloque dominante gobernaría con el apoyo de los
sectores subalternos, pero tampoco se trata sólo de
represión o de una dictadura sin régimen de derecho. Hay
régimen de derecho, pero restringido por el control
policial y ajustado a la estrategia de ignorar los reclamos
de las clases asalariadas. Este Estado policiaco se facilita
con el deterioro de la vida pública y de la cultura política.

Ya lo ha dicho la Rectora del recinto de Río Piedras:
la comunidad universitaria tendrá que acostumbrarse a la
presencia de la policía. Quizá busquen acostumbrarnos
también a que en adelante los motines y el despliegue de
fuerzas antimotines serán parte de la normalidad
cotidiana. Mientras unos almuercen y miren los
escaparates en el shopping mall, niños de escuela
elemental sufrirán la irritación de bombas lacrimógenas
que lancen policías que al día siguiente chatearán en
Facebook y los cuarteles y fiscales procesarán cuantiosos
arrestos de jóvenes torturados.

Como pocas veces antes, se impone, junto a la
resistencia, el estudio de la sociedad y de la teoría del
Estado.

No vale la pena rebelarse

El gobierno del PNP —y llegado el caso también uno
del PPD, pues se trata de un nuevo método general—
busca trazar una distinción entre los manifestantes y la


amplia masa restante. Busca imponer esta distinción al
público, así como hacerla criterio de los cuerpos de
inteligencia. Tal vez el gobierno razona del siguiente
modo: la huelga de la UPR tiene un ‘corazón del rollo’ de
unos 500 o 600 estudiantes en el país, movilizados a su
vez principalmente por varios grupos socialistas
pequeños. Este hard core a su vez ejerce influencia sobre,
digamos, 3 o 4 mil estudiantes en Puerto Rico. Hay que
aislar, pues, estos grupos de los 48 o 50 mil estudiantes
restantes; hay que agruparlos, en la mirada pública y en la
acción del Estado, en la clasificación de desafectos y
revoltosos que deberían irse de la Isla y reducir sus sueños
a su vida individual.

El mismo procedimiento de distinguir a unos de otros
se aplicaría a los presuntos 500 o 600 estudiantes del
corazón del rollo de la huelga respecto a los militantes
más comprometidos, que el análisis represivo asocia a su
vez con los grupos socialistas. Este control taxonómico de
la población, de sesgo hitleriano y extensivo a todo Puerto
Rico, se facilita si en la UPR disminuye el universo
estudiantil general e ingresan sólo los más competitivos y
de trasfondos más acomodados.

La ‘filosofía sin palabras’ neoliberal supone absurda
la idea de un cambio social y político anticapitalista, en
Puerto Rico o en cualquier sitio. De nada valdrán los
intentos de formar movimientos antisistémicos, o sea
opuestos al orden del mundo. Son nulas las posiblidades
de algún hipotético régimen proletario socialista, o
cualquier otro fundado en la cooperación, habida cuenta
de la firme mundialidad de la solidaridad capitalista. Ya
se acabó la historia.

Puede verse cierta normalización transnacional del
uso de fuerzas antimotines para repeler estudiantes,


trabajadores, ambientalistas y demás manifestantes que
protestan por las nuevas profundidades de la explotación,
exclusión y devastación capitalistas. Se vuelve folklórica
la imagen de la policía sometiendo a macanazos y
bombazos manifestantes en cualquier sitio —Grecia,
México, Londres, Italia, Haití— como si estas
confrontaciones carecieran de consecuencias mayores
pues no irían dirigidas a algún colapso del orden social,
que en nuestro ámbito es estadounidense sobre todo. Es
una foto más en la red, apenas artículo de consumo dada
su fugacidad.

Mientras ocurren estas violencias, el gobernador
Fortuño intenta siempre mostrar un rostro tranquilo,
desenfadado y relajado, que irradie un optimismo infantil
y cándido hacia la vida. Busca transmitir que de ahora en
adelante la normalidad será así; que no es nada grave que
la policía se enfrente a cada rato a manifestantes que
protestan por las nuevas distribuciones de la riqueza y del
poder, ni que se detenga el tránsito y haya gritos y llantos
en las avenidas. El Estado le da derecho a los
manifestantes a no ser muertos ni exterminados ni
retirados de la vida económica por protestar, pues en la
razón capitalista global no podrán hacer nada más que
protestar. En esta óptica las protestas se remiten a
literaturas de otros tiempos, al mundo simbólico y a
grupos muy pequeños. Sin embargo el despliegue
exagerado de fuerzas represivas, que causa una
desproporción ridícula entre el número de manifestantes
—desarmados— y el alto número de policías
—simulando un ejército regular— insinúa un temor
‘inconsciente’ a que las ideas socialistas crezcan en el
Puerto Rico de hoy.


La hostilidad franca del grupo dominante criollo
hacia el movimiento estudiantil —punta de lanza de las
clases trabajadoras— nace de la inserción de ese grupo en
la vida capitalista transnacional y de su desprecio hacia
las miserias locales de la antilla. Pero he aquí que si
Puerto Rico articulase una amplia fuerza nacionalpopular,
una derrota electoral del PNP no sería una
pérdida menor para el capital. Sería un avance de las
clases populares frente al capital en su conjunto. Y si se
hunde el gobierno del PNP en 2012 no será tanto por obra
del PPD como por la huelga universitaria y otras luchas
del pueblo.

Tal vez el PNP sea derrotado por haber aplicado el
método del ‘terror civil’ policiaco y la estrategia
privatizadora en la forma en que lo ha hecho. Pero lo
importante para el dogma neoliberal es ir ajustando la
vida social a una cierta estructura de pensamiento, de
gobierno y de conducta ‘institucional’. Cuando se ajuste
quedaría un sedimento de resignación, descontento,
depresión, ira y frustración. La gente, según esta visión
estratégica, debe reducirse a los modos de satisfacción y
felicidad disponibles en el mercado y en las
regimentaciones actuales. Tal es la realidad según el
discurso sin palabras del capitalismo salvaje —el poder
crudo del capital, con poca mediación del gobierno para
aliviar la opresión— y de la administración del PNP.

Desde luego, nadie sabe qué ocurriría si creciera la
radicalización de las capas populares y aparecieran
organizaciones subversivas a nivel nacional dispuestas a
la violencia organizada. A simple vista esto sería muy
improbable dada la vigilancia estricta, omnipresente y
técnicamente avanzada que asumimos tiene la policía. Lo
asumimos por la impresión que provocan las imágenes


mediáticas y por la abundancia ostensible de efectivos y
equipos policiales. Sin embargo, si la imagen imponente
de la policía ocultara desorganización, ineficiencia,
desmoralización, fractura de lealtades, deficiencias
psicosociales, corrupción, divisiones, burocratismo,
ignorancia, chapucería y subdesarrollo, y si la gravedad
de estas limitaciones fuese proporcional a la prepotencia y
eficacia de los cuerpos represivos según la propaganda,
entonces habría que mirar la correlación de fuerzas en
otra luz.

Adviértase, por otro lado, que el procedimiento
presunto de aislar a los supuestos radicales de sus
seguidores, y a éstos de la masa mayoritaria circundante,
podrá aplicarse a los profesores de la UPR en la fase que
se aproxima ahora, cuando en febrero comience el
segundo semestre del año académico 2010-2011.

La huelga sigue con apoyo estudiantil y popular,
alimentado por la dureza antidemocrática del grupo
dominante. No han surgido siquiera, por ejemplo, grupos
de estudiantes azuzados por el PNP que se lancen contra
la huelga y traten de romperla.

Los profesores conforman una realidad distinta. Se
puede esperar que la administración empiece a forzar a
los profesores a presentarse en sus salones de clase a
pesar de la huelga y de la ocupación policiaca. Podría
exigirles cumplimiento de los contratos de trabajo y
aplicar el método de distinguir los radicales de otros y a
éstos de otros.

Además de su acción colectiva, los docentes podrían
ponderar recurrir al tribunal local o federal. Después de
todo la enseñanza, la seguridad y la salud se ponen en
riesgo a causa de la violencia y tensión por la ocupación
policiaca del campus.


Elocuente sería que la mayoría de los profesores no
acudiera al llamado de la administración, pues entonces la
huelga cobraría mayor vuelo y quizá aumentarían las
posiblidades de demandas y recursos en los tribunales
contra la administración. A fin de cuentas la Rectoría de
Río Piedras, la Junta de Síndicos, la Presidencia de la
UPR y el gobierno colonial han faltado a su deber legal y
ministerial de resolver los problemas públicos de manera
razonable y normal para que la institución pueda operar.
Han violentado derechos básicos de gran cantidad de
gente. Como administradores su deficiencia es tal que se
confunde con la violación de ley.

Subestimación por repetición

Véase el uso de la palabra ‘caos’ en prensa, radio y
televisión desde hace meses para referirse a las refriegas
entre la policía y los manifestantes en protestas y en
desobediencia civil. Pero no se trata de caos, sino de
represión. No es un colapso del mundo ni del orden, sino
un conflicto entre opresores y oprimidos más bien dentro
del marco de ley actual; una lucha que todavía está lejos
de conmover verdaderamente el orden dominante.
Suponer que la violencia policiaca y la resistencia a la
misma representan un caos, o sea un desorden tan
abrumador que no puede comprenderse, sugiere que el
terrorismo del Estado ha podido generar una cierta
histeria en los más impresionables.

La ansiedad que provoca ideas catastróficas se
explica también por el largo tiempo que lleva
cultivándose aquí el olvido de que Puerto Rico se ubica en
la historia caribeña y colonial y es un país muy pobre, sin
organización propia de sus recursos y que todavía está por


ver si empieza a desarrollarse. Se ha reproducido la
noción falsa de Puerto Rico como país presuntamente
estable y desarrollado, comparable a Estados Unidos,
España, etc.

Procede calibrar el significado de la huelga de la
UPR. Pues al confrontarse con ella un confuso sentido
común oscila entre el pánico por el ‘descontrol’ y la
subestimación que resta importancia al movimiento
estudiantil, ya que cada día los estudiantes desafían, una y
otra vez, a la policía, a la administración y al gobierno, y
esta persistencia creativa puede confundirse con rutina
que no rinde frutos.

Pero justamente la insistencia y la perseverancia son
lo innovador de este proceso social, que lleva más de un
año y podría extenderse por buen tiempo más. Las
autoridades coloniales y la gerencia de la UPR habían
supuesto que no habría problema con dejar morir de
abulia a la universidad e incluso al país completo. Pero
los estudiantes las han tomado por sorpresa y repiten esta
sorpresa todos los días. Como la lucha social también
educa, ahora se ve más clara la hipocresía con que se
recubría la imitación cotidiana de una falsa normalidad
primermundista.

Nótese cómo El nuevo día ignoró en su primera plana
del viernes una de las jornadas de mayor violencia contra
una manifestación pacífica, una de las más extensas en
tiempo y espacio del conflicto de la UPR desde 2010, la
del jueves 27 de enero de 2011 en Puerta de Tierra. Esta
confrontación fue mayor y más reveladora que las
anteriores, pues culminó varios días de progresivo
‘perfeccionamiento operativo’ de la Fuerza de Choque y
otros grupos de la policía. El jaleo se extendió por la
comunidad de Puerta de Tierra. Las incidencias duraron


desde la mañana hasta la noche. Los tapones fueron tan
largos como el despliegue de guardias: desde el Viejo San
Juan hasta más allá de la isleta de San Juan, durante largas
horas. En el Capitolio empleados del Presidente del
Senado y de la Presidenta de la Cámara disfrutaron
durante horas del espectáculo mientras asistían a la
policía.

Fue comparable a los grandes motines en la UPR que
en décadas pasadas se desbordaron al casco de Río
Piedras, un área sin embargo más pequeña que la del 27
de enero. Pero la portada del viernes de El nuevo día se
refiere a la reforma contributiva, al aumento en el precio
de la electricidad y al juego de pelota entre Caguas y
Carolina. Este y otros diarios destacaron principalmente el
comunicado de condena a las agresiones policiacas contra
periodistas, pero perdieron de vista la noticia principal.

Este silencio periodístico parece un mensaje: no es
noticia un motín más; la huelga de la UPR es un asunto
localizado, de una comunidad, no de la sociedad ni del
país en su conjunto en sentido propiamente político.

No es cierto. Mostrando valentía y organización, el
estudiantado hoy representa, con audacia e inteligencia, la
lucha de las clases populares contra la estrategia principal
del capital en Puerto Rico. Los estudiantes están
demostrando que la desobediencia civil, el énfasis
civilista y el intelecto colectivo son modos centrales de
las luchas de masas en este periodo, y que la solvencia
moral e intelectual permite a un movimiento social cobrar
ascendencia política y unir tras de sí a otros grupos
sociales y al pueblo en su conjunto.

(31 de enero, 2011)



 

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