Mensaje de la compañera Rita Zengotita del Comité Pro Derechos Humanos de Puerto Rico, en el acto celebrado el 23 de octubre de 2014, en Conmemoración de la Masacre de Río Piedras y dedicado a Oscar López Rivera.
La Masacre de Río Piedras, para ser entendida, tiene que ubicarse históricamente, de manera que pueda ser aquilatada en su justa perspectiva y no como un elemento casual de la lucha por la independencia.
La represión del estado en contra de los que han cuestionado y enfrentado al sistema existente, no es un fenómeno nuevo en la historia de lucha de nuestro pueblo, donde la violación de los derechos humanos individuales y colectivos ha estado íntimamente relacionada a nuestra condición colonial; primero bajo el dominio español; más tarde, en el 1898, cuando fuimos invadidos por otro poder imperialista, los Estados Unidos de Norteamérica.
Para que un pueblo pueda disfrutar de la plena efectividad de sus derechos, es requisito indispensable el disfrute del derecho a la libre determinación e independencia. En ambas instancias, bajo el poder de España y el de los Estados Unidos, se nos ha coartado ese derecho a decidir nuestras propias formas de gobierno y a perseguir un desarrollo económico, social y cultural libremente, sin injerencias externas. En nuestro país, la lucha del pueblo y del proletariado por autogobernarse, ha sido respondida siempre, con la violencia política del estado, a fin de detener ese proceso.
La represión política de Estados Unidos en Puerto Rico comenzó en el momento mismo en que fuimos invadidos, cuando el ejército norteamericano liquidó diferentes frentes de resistencia militar. Esta represión no ha cesado, pues para mantener ese dominio sobre Puerto Rico, los Estados Unidos ha recurrido constantemente a la represión abierta y también subliminal, en contra del movimiento independentista y sus bases de apoyo. De la misma forma lo ha hecho contra el movimiento obrero y con todas las fuerzas progresistas que propulsan un nuevo orden o sistema.
Para los Estados Unidos afincar ese régimen colonial en nuestra isla, no tan solo nos impuso unas relaciones capitalistas de producción, sino que estableció nuevas relaciones y estructuras de poder, subordinadas todas al Imperio. Esos primeros años fueron determinantes en la transformación del viejo aparato represivo. Una nueva guardia o fuerza policial entrenada y dirigida por oficiales del ejército norteamericano es organizada y establece la “Corte Provisional de Estados Unidos para el Departamento de Puerto Rico” que no es otra cosa que el ahora “Tribunal de Distrito de Estados Unidos en Puerto Rico” o Corte Federal, quedando así constituida lo que ha sido la antesala del presidio y el destierro de miles de nuestros compatriotas. La conformación de ese régimen colonial implicó además, el hostigamiento, la persecución, el soborno y hasta la eliminación física de aquellos sectores organizados de nuestro pueblo que estuvieran dispuestos, como el Partido Nacionalista, a confrontar esa dominación. Para justificar sus acciones, comenzaron por tratar de criminalizar la lucha por la independencia de Puerto Rico y a sus adeptos, algo con lo que continuamos lidiando hoy día.
La Masacre de Río Piedras ocurre en 1935, en la década de la gran depresión y del auge del movimiento huelguista en el país. Es también la época en que el movimiento estudiantil logra su mayor ascenso: se produce la primera huelga universitaria en la historia de Puerto Rico y se funda un organismo aglutinador de estudiantes progresistas, la Federación Nacional de Estudiantes. También es época en que la idea de la independencia penetra la masa obrera y campesina, por lo que se amplía el apoyo al ideal. En enero de 1934, el año antes de ocurrir la masacre, los trabajadores agrícolas de los latifundios cañeros habían declarado la huelga general y solicitaron a don Pedro que los dirigiera.
Don Pedro se enfrentó a los barones del azúcar, que eran dueños latifundistas del capital, de las propiedades, de la prensa y de la legislatura, protegidos del gobierno de Estados Unidos y de los elementos superiores del poder político, en la infraestructura que movía los lazos del poder y la conducta de las masas.
Albizu Campos se había convertido, ante los ojos del Imperio, en un líder demasiado peligroso, por lo que era necesario detenerlo. De hecho, Don Juan Antonio Corretjer apunta, en su libro El líder de la desesperación y citamos: “En el año 1934 Don Pedro fue llamado por los obreros de la caña a dirigir la famosa huelga cañera y lo hizo exitosamente; nunca antes brilló tanto un líder en la conducción de su pueblo, al punto de que líder y pueblo eran una sola entidad.”
También dice don Juan, que don Pedro reconoció que la década del treinta era la más propicia para hacer la independencia, por causa de la pobreza, la desesperanza y el hambre que enfrentaban los puertorriqueños en ese momento, producto de la gran depresión.
Sabemos que las crisis económicas afectan las condiciones de vida de los que menos tienen y de los más vulnerables, como también propicia la desconfianza del pueblo hacia el Estado. Las crisis llevan a los pueblos a plantearse la necesidad del cambio y los aparatos de inteligencia norteamericana lo debieron haber tenido muy claro en ese momento de auge de la lucha nacionalista. De hecho, en esa época Albizu tenía casi convencidos a los líderes del Partido Federal, el Socialista y el Liberal, para que se efectuara una Convención Constituyente, y así proclamar la República Independiente. Me comparte Villanueva (Lcdo. Eduardo Villanueva) que don Juan Mari Brás, en conferencia dictada en la Universidad de Puerto Rico (UPR), sobre la figura y significado histórico de Albizu, señaló que esa fue probablemente la razón para que provocaran que el nacionalismo contestara defensivamente la muerte de los estudiantes en la calle Brumbaugh donde estamos, jurando vengar su muerte. Efectivamente, así lo hicieron cuando asesinaron al coronel Riggs y luego ellos ejecutaran la venganza policiaca, asesinando a Hiram Beauchamp y a Elías Rosado.
Fueron el Coronel de la policía Francis Riggs, asesino de Sandino y Blanton Winship, dos distinguidos miembros del buró represivo del gobierno de los Estados Unidos en Puerto Rico, los encargados de orquestar el plan para desestabilizar el Partido Nacionalista y liquidar a su líder, Don Pedro. Comenzaron tratando de sobornarlo ofreciéndole $150,000.00 para el partido, pero habiendo Riggs fracasado en su intento apaciguador, le hicieron saber a los nacionalistas que tendrían “guerra y más guerra”. Lo que sucede luego, todos lo conocemos en menor o mayor grado.
Ese 24 de octubre 1935, los nacionalistas tenían un acto en la Universidad de Puerto Rico y cuatro estudiantes, ligados a los sectores de poder en el país, convocaron ese mismo día una Asamblea para declarar a don Pedro el enemigo número uno de los estudiantes. El resultado fue el asesinato de cuatro militantes nacionalistas entre los que se encontraba el Secretario del Trabajo del Partido, Ramón S. Pagán, quien meses antes había descubierto una conspiración organizada por Riggs para asesinar a Albizu Campos, por lo que éste le había recomendado abstenerse de participar en actos públicos ya que se estaría exponiendo a ser ejecutado por las fuerzas represivas.
Dice el periodista e historiador (Federico) Ribes Tovar que el día de los hechos la agitación era grande y la policía “tendió un cerco en torno de la misma”. Un grupo de nacionalistas, que habían sido puestos en conocimiento de lo que ocurría, se acercaron al recinto en un automóvil conducido por Ramón S. Pagán y fueron interceptados por los agentes y acribillados; solo hubo un sobreviviente, Dionisio Pearson”. Además de Ramón Pagán, fueron asesinados Eduardo Rodríguez Vega, Pedro Quiñones y José Santiago Barea, éste último, resultado de un encuentro armado con la policía en defensa de sus compañeros, víctimas de las balas. También murió Juan Muñoz Jiménez, un ciudadano que se encontraba comprando billetes y resultaron heridos además, los transeúntes, Félix Cruz, Mercedes Huertas y José Osuna Olguín. El policía Orlando Colón Torres, que perpetró el asesinato, fue ajusticiado; el 26 de febrero de 1936. Hiram Rosado y Elías Beauchamp ejecutaron al Coronel Riggs. En abril de 1936 Albizu fue acusado de Conspiración Sediciosa al igual que prácticamente toda la dirección revolucionaria del Partido Nacionalista. Un gran jurado compuesto de una mayoría de puertorriqueños, no logró ponerse de acuerdo, por lo que no hubo veredicto. El juez Robert Cooper ordenó un segundo juicio y con un jurado amañado, compuesto por doce miembros de los cuales diez eran norteamericanos, los declaran culpable a todos. El gobierno de los Estados Unidos logra con ello detener el proceso de la Constituyente, el aglutinamiento del liderato obrero alrededor de la figura de Albizu y el creciente apoyo de la lucha internacional a favor de la descolonización de Puerto Rico. Ese encarcelamiento, resultado de la masacre de Río Piedras, provoca la emigración de buena parte del independentismo fuera de Puerto Rico, la fundación del Partido Popular y la doctrina aberrante de que el status no está en issue—doctrina absurda, ya que en una colonia el status siempre está en issue.
La acusación de Conspiración sediciosa se ha utilizado primordialmente contra independentistas y en cierta forma es una convicción penal que contradictoriamente representa una carta de honor. En un país sometido a un régimen colonial, luchar contra la pretensión de que otro país pueda poseer a otro, como una propiedad inmueble y no como una nación, es una obligación moral, porque la esclavitud y la posesión de unos pueblos por otros, no puede ser consentida. La noción misma de propiedad de un pueblo sobre otro, ofende la historia de los pueblos y el derecho internacional que proscribe el coloniaje como un crimen contra la humanidad.
Los jóvenes revolucionarios que cayeron combatiendo en la calle Brumbaugh son también semilla de resistencia contra esta doctrina bárbara que es la servidumbre de los pueblos. La continuación del vasallaje, la perpetuidad de un régimen feudal, la negación de la dignidad humana, son intolerables y son estímulos de lucha. Contra eso ha combatido Oscar López por treinta y tres años y su martirologio inspira la lucha de nuestro pueblo para que sigamos resistiendo contra el coloniaje hasta vencerlo, aunque haya que abonar la lucha con la libertad y la vida de nuestros mejores representantes anticoloniales.
Loas a la juventud puertorriqueña y loas a los que comprometen su vida en defensa de la independencia de Puerto Rico, porque ellos son los que con su ejemplo reivindican el recuerdo y el honor de los jóvenes asesinados en Rio Piedras y cuyas vidas honramos hoy. Muchas gracias y buenas noches.
Rita Elena Zengotita Comité Pro Derechos Humanos de Puerto Rico
Escrito por Rita E. Zengotita Ramos y Eduardo Villanueva Muñoz
Río Piedras, 23 de octubre de 2014 |