Querida Karina: No tuve la fortuna de estar cerca de ti mientras crecías. Cuando eras muy pequeña solo te veía de tiempo en tiempo, dos o tres veces al año, a través de un cristal. Pero aun en esas breves visitas, viéndote pequeña y frágil, me horrorizaba pensar que algo pudiera pasarte o que alguien pudiera hacerte daño.
Todos los que somos padres y abuelos sentimos horror por las escenas que se están dando en Gaza y cuando veo esos pequeños cuerpos heridos o amortajados pienso también en la tragedia de los niños inmigrantes.
A menudo me pregunto, ¿a quién le importa el destino de esos niños centroamericanos que son enjaulados como perros por el simple hecho de cruzar la frontera?
En algunos casos, la cobertura de los medios alimenta el rechazo que tantas personas sienten por los indocumentados que entran en su territorio. La mayor parte de los políticos está usando esta crisis para ganar votos. Ahí tienes por ejemplo a Marcos Rubio, el joven republicano de Florida. No está satisfecho con los muros que se alzan en la frontera y con la inversión de millones de dólares para militarizar la zona. Él quiere más: más soldados y militarización.
En Texas, moviliza a la Guardia Nacional. Pero, ¿qué hay de esos 55,000 niños que han viajado solos, escapando del hambre y la violencia, y que son “almacenados” hasta su deportación?
La gente y los medios noticiosos tendrían que preguntarse por el papel que jugó el Gobierno de Estados Unidos en la guerra de El Salvador durante las décadas de los setenta y ochenta. Tendrían que preguntarse también cuáles fueron las fuerzas que estuvieron detrás del golpe de estado que derrocó al presidente Zelaya en Honduras. Y preguntarse, finalmente, cuáles son los intereses que mueven el mercado de las drogas en Estados Unidos y con qué propósito se usa el dinero. Una vez que esas preguntas sean contestadas con franqueza será muy fácil concluir por qué los niños de todos esos países son las principales víctimas de las políticas de Washington y de Wall Street.
Pongamos por ejemplo el problema de las pandillas juveniles. Ni El Salvador, ni Honduras ni Guatemala tenían problemas de gangas hasta que el Gobierno estadounidense empezó a deportar a los jóvenes delincuentes de origen centroamericano. Eran muchachos que habían crecido en Estados Unidos, con distintos valores y hondos problemas de marginación y discrimen. Cuando los devolvieron a sus países de origen, apenas hablaban español ni sabían nada sobre sus raíces. No tuvieron a nadie que los ayudara a adaptarse a su nueva realidad. Así que se dedicaron a hacer lo que mejor sabían: organizar gangas, que son las que hoy están causando el grave problema de violencia que hay en la zona. Por otra parte, esas gangas están metidas en el narcotráfico, moviendo mucha de la droga que termina en Estados Unidos.
El Gobierno de Washington exportó un problema y ese problema le está regresando, más fuerte y peligroso.
Honduras tiene el índice de criminalidad más alto del mundo. El propio presidente de ese país admite que los niños y jóvenes nunca están seguros por culpa de las gangas que los secuestran y exigen a sus parientes que paguen el rescate. Es la razón por la que tantos menores abandonan el país para recorrer kilómetros en duras condiciones y enfrentando el riesgo de morir por el camino.
Estados Unidos, si quisiera, podría hacerle espacio a esos niños. Pero los políticos solo desean que les den más dinero para militarizar las fronteras, contratar jueces y fabricar más lugares para encerrar a esas criaturas. Nada de eso va a resolver la crisis. Los niños necesitan ser protegidos, amados y dotados de las herramientas que los harán ciudadanos de bien.
En cada uno de esos niños veo el amor que te tengo y los temores que siempre pasamos padres y abuelos pensando en ustedes, no importa la edad que tengan.
En resistencia y lucha, tu abuelo,
Oscar López Rivera
Fuente: El Nuevo Día |