Desde el año anterior al estallido del Grito de Lares del 23 de septiembre de 1868, entre otros esfuerzos patrióticos el doctor Ramón Emeterio Betances procuró sumar a la causa revolucionaria a algunas figuras prominentes del liberalismo puertorriqueño. Entre ellos, el médico Calixto Romero Togores.
Algunos datos biográficos provienen del artículo, sin autor, “Biografía. Doctor don Calixto Romero y Togores”, publicado en el Boletín de la Asociación Médica de Puerto Rico (Año VI, núm. 67, junio 1908, pp. 109-111). Calixto Romero Togores nació en San Juan el 22 de febrero de 1830 y murió el 19 de diciembre de 1886, a los 56 años de edad. Se casó con Nicolasa Cantero Landrón (c. 1840 - ?) y tuvieron un hijo, también médico, Calixto Romero Cantero (1856-1911); consignado en la obra de Esther Melón de Díaz, Puerto Rico, figuras, apuntes históricos, símbolos nacionales (Río Piedras: Edil, 1975).
En el trienio liberal (1820-1823), según documenta Lidio Cruz Monclova en Historia de Puerto Rico, siglo XIX, Tomo I (1979), su padre fue uno de los miembros de la Sociedad de Liberales Amantes de la Patria, fundada en 1820. Aunque no se usaba el término “partido político”, ésa fue una organización política que integró reformistas autonomistas e independentistas. Su presidente, de hecho, Juan Nepomuceno Otero estuvo involucrado en un movimiento independentista en 1823. Cuando Calixto, hijo, nació y durante su niñez, en Puerto Rico imperaba la dictadura militar colonial del general Miguel de la Torre.
Romero Togores tuvo formación escolar y en la década de 1840 fue uno de los alumnos del célebre sacerdote, Rufo Manuel Fernández, en el Seminario Conciliar (escuela superior) en San Juan. Por sus posturas liberales, padre Rufo fue desterrado de España a Puerto Rico. Proviniendo de una familia con recursos económicos, Romero Togores fue enviado a España donde se graduó de Doctor en Medicina de la Universidad Central de Madrid, en 1854. Fue uno de los jóvenes universitarios que organizaron la Sociedad Recolectora de Documentos Históricos de Puerto Rico, que brindó al país la Biblioteca Histórica de Puerto Rico, publicada bajo al edición de Alejandro Tapia Rivera (1854). Dicha asociación universitaria estuvo dirigida por Román Baldorioty de Castro; a ella también perteneció Betances, quien por entonces cursaba la carrera de medicina en la Universidad de París. Desde entonces se conocían o sabían el uno del otro.
Ambos, Betances (en Mayagüez) y Romero Togores (en Cayey), de regreso a Puerto Rico, estuvieron activos en el combate médico a la terrible epidemia de cólera de 1856, que causo más de 25,000 muertes. Identificado entre los puertorriqueños ricos, Romero Togores fue miembro de la Sociedad Económica de Amigos del País y, en 1865, figura como uno de los “principales contribuyentes” al Municipio de San Juan. Como tal, fue uno de los electores de los comisionados liberales de Puerto Rico a la Junta de Información de Ultramar, de 1866-67.
En su libro El Doctor Ramón Emeterio Betances y la abolición de la esclavitud (San Juan: ICP, 3ra, ed, 2005), la distinguida historiadora Ada Suárez Díaz ubica a Romero Togores en la reunión política de la hacienda El Cacao de Carolina, en junio de 1867. Tras ver frustrado el pliego de peticiones sociales, económicas y políticas por parte del gobierno de España, allí el liderato liberal debatió el curso político a seguir. Los liberales revolucionarios dirigidos por Betances promovieron la organización revolucionaria independentista; los liberales reformistas encabezados por José Julián Acosta, decidieron no actuar de inmediato y mantenerse a la expectativa de un cambio político en España que favoreciera reformas, algún día.
En ese mismo mes se produjo un motín de artilleros españoles en la capital. El gobernador José María Marchesi aprovechó el evento para acusar a los liberales de haberlo instigado y ordenó el destierro a España de más de diez de ellos, Romero y Betances incluidos. En esas circunstancias los caminos políticos se tornaron antagónicos.
Betances fue uno de los protagonistas principales del movimiento revolucionario. Romero se acomodó a una postura servil colonial. Aunque no apoyaron la vía revolucionaria, otros reformistas como Acosta (asimilista) y Baldorioty (autonomista) no actuaron en contra de sus paisanos radicales.
No obstante, cuando se produjo el Grito de Lares las autoridades españolas desconfiaron de los puertorriqueños en general. Acosta, Romero y otros fueron encarcelados unos días. Aquí es donde se destapa la postura de Romero.
Durante su arresto, en octubre de 1868, Romero Togores fue sometido a un careo con el miliciano Eusebio Ibarra, preso el último por pertenecer a la organización secreta de San Sebastián. Por miedo, o la razón que fuera, Ibarra se convirtió en uno de los informantes principales. Les dijo a los carceleros españoles haber visto el nombre de Romero en alguna proclama revolucionaria de un Comité presumiblemente de San Juan. Romero negó saber o estar involucrado en nada del movimiento independentista.
Delator
En la obra documental de Luis Bonafoux, Betances (San Juan: ICP, 3ra ed. 1987), en carta de Betances al Dr. Francisco Basora, miembro del Comité Revolucionario destacado en Nueva York, del 14 de enero de 1868, ya tenía bien leído a Romero. A los dos meses de la orden de destierro, en agosto de 1867, Romero Togores se presentó ante las autoridades de Madrid, y se puso a su disposición.
El juez Nicasio Navascués, a cargo del proceso judicial contra los arrestados por el Grito de Lares, indagó con el gobernador sobre la lealtad de Romero a España. El mariscal Julián J. Pavía, quien asumió la gobernación el 17 de diciembre de 1867, le remitió copia de la Real Orden del 13 de diciembre autorizando a tres de los desterrados que se habían presentado a Madrid regresar a Puerto Rico. Estos eran Luis de Leiras, Julián Blanco Sosa y Calixto Romero Togores. Se les concedió dicha “gracia” a ellos y con extensión a todos los expulsados que dieran “pruebas inequívocas de su adhesión y sumisión completa al Gobierno de España”. Así consta en el Expediente sobre la rebelión de Lares de 1868-69 (Pieza 12); “Oficio del gobernador Pavía al juez Navascués, 31 octubre 1868”.
En su carta a Basora, Betances le indica que Romero había regresado a la isla con Pavía, entablando amistad con el mandatario español. Observó que Romero, como era el caso de otros compatriotas, nunca había considerado la cuestión del derecho político de Puerto Rico. Se había contentado con “salvar su bonita persona”, con el “derecho de ir a engordar algún tiempo en Puerto Rico, con el pescuezo matado por el collar. ¡Buen provecho! A ese precio no abdico yo la honra de mi destierro”, ripostó Betances.
Pero hay más. En un segundo oficio de Pavía a Navascués, también fechado 31 de octubre de 1868, expuso que el doctor Romero Togores se le acercó en varias ocasiones, y “en sus conversaciones siempre llenas de frases de amor al orden y de lealtad y adhesión al Gobierno español, me ha indicado alguna vez sus temores de que don Emeterio Betances pudiera intentar agitar la tranquilidad de esta Ysla porque conocía el carácter tenaz de esta persona”. Y le tiró lodo a Betances tildándolo de “resentido” por el destierro. Pavía añadió no tener conocimiento de un papel subversivo que don Andrés Caparrós le entregó al Corregidor de San Juan de un Comité del Norte o del Oeste, que se alegó “había recibido el susodicho Romero”.
Por el contrario, Pavía señaló que en una ocasión en el verano de 1868, Romero “vino a manifestarme que un comisionado de Betances había llegado a esta Capital con objeto de reunir algunos fondos por suscripción mensual, o una especie de situado en varias veces, o de una sola vez con objeto de adquirir armas y otras cosas para hacer la revolución en esta isla”. Romero dice haber rechazado la proposición “enérgicamente”. Su “firme y decidida voluntad era el mantenimiento del orden y la conservación de esta Ysla unida a España”.
El oficio de Pavía termina con la exhortación que le hizo a Romero para que “por medio de su influencia inculcara entre todos sus compatriotas los principios del orden, que veía cimentados en su corazón”. En distintas ocasiones posteriormente, Romero le ratificó que cumpliría con el encargo contra-revolucionario. Sin la ayuda de Romero y de otros reformistas, Betances y otros patriotas procuraron por otras vías el “situado revolucionario” y continuaron haciendo los preparativos de la revolución.
* El autor es profesor e investigador del Departamento de Historia de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.
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