Querida Karina, Cada visita que recibo desde Puerto Rico es una bocanada de aire fresco.
Eso sentí hace poco, cuando me visitaron los líderes independentistas María de Lourdes Santiago y Juan Dalmau, dos jóvenes que representan a una nueva generación de luchadores. Ambos son pensadores críticos, personas educadas y sensibles, con sólidas raíces familiares. La visita fue más significativa aún por la fecha: 11 de enero, lo que nos permitió celebrar juntos el nacimiento de Eugenio María de Hostos.
Compartieron un buen rato conmigo y hablamos de la difícil situación por la que atraviesa la Isla y la ausencia de respuestas reales para resolver la crisis. Pero en ningún momento se mostraron pesimistas respecto al futuro. Al contrario, ambos tienen una gran fe en nuestro pueblo.
Estuvieron por primera vez en Chicago y quedaron impresionados con el trabajo comunitario y político que se está realizando en esa ciudad, y el compromiso que muestran las nuevas generaciones de puertorriqueños y latinos en general. Les dije que era crucial que ellos se mantuvieran en contacto con la diáspora puertorriqueña, en Chicago y en las demás ciudades, para construir puentes de entendimiento y apoyo, y para nutrirse de las experiencias de todos esos boricuas que han tenido que emigrar. Hablamos largo y tendido de los desafíos que enfrentan todavía muchos de ellos, siendo víctimas del racismo y la marginación. El odio y el miedo a veces se utilizan contra nosotros debido a nuestra desventaja social y política. No obstante, a pesar de todo, hemos ido forjando unas comunidades cada vez más alertas y vigorosas, y creo que en eso estamos teniendo éxito.
También se interesaron por mis experiencias en la cárcel. Son demasiadas en casi 33 años que he pasado preso. Pero una cosa quise que supieran y que le transmitieran a mi pueblo: desde el momento en que llegué a la prisión me prometí a mí mismo que no dejaría que los carceleros influyeran en mi carácter, y que tampoco permitiría que las condiciones tóxicas y deshumanizantes del cautiverio amargaran mi vida. Me propuse dedicar mi tiempo a lograr unas metas. Y, en vista de que el tiempo es precioso e irrecuperable, decidí vivir con la mayor intensidad posible, aun detrás de las rejas. Desde entonces, desde el momento en que entré en la primera celda de la primera cárcel donde estuve he sido fiel a esos principios. Lo he sido incluso en las peores condiciones, que son las largas temporadas que he pasado en confinamiento solitario.
Les conté a María de Lourdes y a Juan algo que te he dicho a ti otras veces: el patriota Oscar Collazo, de cuya muerte se cumplen veinte años el próximo mes de febrero, ha sido siempre una gran inspiración en mi vida y su recuerdo me ha dado fortaleza en los momentos más duros. Llegué a Leavenworth veintitrés meses después del excarcelamiento de Oscar Collazo e Irving Flores Rodríguez, que habían estado en esa misma prisión. Alguna vez había tenido la oportunidad de hablar con Oscar y oír sus experiencias, sus consejos para capear las tormentas y sobrevivir todos los años que tendría que estar encarcelado. Las palabras de Oscar Collazo, que eran las de un sabio, caían en mis oídos como bendiciones. Si me lo propongo, puedo escuchar su voz suave, cálida, llena de ternura, que habla desde esa única dimensión de los hombres escogidos. La memoria de esa voz siempre logra apaciguarme.
Al final, María de Lourdes y Juan me contaron sus proyectos y los exhorté a que continuaran haciendo lo que ellos creen que es correcto, manteniéndose alejados del sectarismo.
Cuando llegó la hora de despedirnos hubo mucha pena de ellos y mía, y pude ver el dolor en sus ojos. Pero en el abrazo que nos dimos me transmitieron una fuerza y una solidaridad increíbles.
Mantente fuerte tú también, Karina.
En resistencia y lucha, tu abuelo
Oscar López Rivera
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Fuente: El Nuevo Día |