Querida Karina, Hace muchos años, cuando eras todavía una niña, quisiste saber si “en mi casa” teníamos árbol de Navidad. Lo que llamabas “mi casa” era ya entonces una pequeña celda. La única que tengo todavía.
En esa ocasión, cuando me preguntaste por el arbolito, te dije la verdad: no teníamos, pero yo pintaba uno que colgaba en la pared y que me acompañaba durante la Nochebuena, la víspera de año nuevo y hasta el seis de enero, que es la mejor fiesta que celebrábamos en San Sebastián, la de los Santos Reyes. Ya me acompañará esta vez, en ese amanecer simbólico, el mismo arbolito que dibujo con brillos y destellos, con gratitud y cariño por mi gente, tan valiente y solidaria durante todo el año.
Para mí han sido meses de grandes sorpresas y emociones. Puedo decirte que he crecido en humildad. Siento un respeto inmenso por mi pueblo, por todo lo que han hecho para que me excarcelen. Tienen un corazón lleno de compasión y amor por la justicia.
He comprendido, además, que tenemos el principal recurso para algún día transformar a nuestro pequeño archipiélago: el tesón, la fuerza para erradicar el racismo, y la inteligencia para contribuir a la creación de un mundo justo.
Siempre he creído que debemos celebrar cada momento que es significativo no solo para nosotros, sino para los demás. Donde estoy, no hay nada parecido a una fiesta navideña. En los años 80, estuve en una prisión donde trataban de recrear un ambiente distinto, con grupos musicales que visitaban la cárcel y dulces propios de la temporada. Pero más tarde, cuando fui trasladado a otras prisiones, ese trato especial desapareció. Aquí, en Terre Haute, nos dan una comida algo distinta por Navidad y otra por Año Nuevo. El tipo de alimentos que ponen, sin embargo, no va con mi dieta vegetariana.
Durante esta época trato de compartir recuerdos con otros puertorriqueños e hispanos en general. Cuando nos lo permiten, nos reunimos; conversamos y nos hacemos chistes; evocamos las navidades que tuvimos en nuestra niñez. Yo recuerdo constantemente las de San Sebastián, el día cinco era doblemente alegre: me preparaba para la llegada de los Reyes Magos (recogíamos hierba para los camellos) y me preparaba para mi fiesta de cumpleaños, que coincide con el Día de Reyes. En pocos días cumpliré 71. El tiempo pasa rápido, aunque en la cárcel nos parezca lento. Tú ya has alcanzado la edad que yo tenía cuando partí a Vietnam. Yo era también muy joven, con menos años de los que tiene actualmente tu mamá, cuando me recluyeron en el primer «gulag», aquel aciago mes de mayo de 1981.
El próximo seis de enero, por ser mi cumpleaños, prepararé una comidita y pediré permiso para hornear unos bizcochos. Somos cuatro puertorriqueños, dos colombianos y un cubano, junto con otros cinco (norteamericanos), que se unirán a la celebración. Aquí en prisión, cuando había más puertorriqueños en mi unidad, el día era más divertido. Pero ahora es distinto, los puertorriqueños están en otras unidades y no nos vemos a menos que coincidamos en las actividades de la iglesia. Es una fecha importante para mí; me acuerdo de la Patria en que nací, me acuerdo de mis compañeros, de mi familia, de toda esa gente que quisiera abrazar. Da risa, pero me acuerdo hasta de mis primeros cumpleaños, los que me celebraban mi mamá y mis hermanos con regalos humildes, pero que ahora, en la distancia, son los más valiosos que puedo concebir: una camisita, un carrito de madera, una pelota…
Con todo, será mi cumpleaños más esperanzado, el más luminoso que recuerde, sabiendo que la gente de mi pueblo sigue esperándome con fe.
En estas Navidades, Karina, y para el año nuevo, te mando un beso lleno de patria, intensidad y dolor.
En resistencia y lucha, tu abuelo,
Oscar López Rivera
Catorceava carta del prisionero político puertorriqueño a su nieta (Fuente: El Nuevo Día)
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