La Universidad de Puerto Rico enfrenta uno de los retos más grandes de su historia. Está en juego la sustancia de lo que es la universidad.
La universidad es diversidad de pensamiento y espacio libre para debatirlo. Para algunos, a la universidad se va a realizar un rol mecánico, funcional. En los cursos se diseña un contenido que se informa a los estudiantes en un prontuario. El profesor común dedica su tiempo a cubrir estrictamente lo que anuncia el prontuario, como un gerente que propaga un contenido vacío de lo espiritual y de lo moral. Es la enseñanza para la chatura y el embotellamiento.
El profesor creador busca despertar las fuerzas del intelecto, dedica su vida en la academia a enseñar a pensar, a cuestionar lo establecido, a retarlo para mejorarlo. Es un debate que se ha dado desde los tiempos de Jaime Benítez.
La teoría de que a la universidad se va a aprender, bajo roles tradicionales, el profesor a enseñar, los estudiantes a estudiar y los administradores a administrar, es una parcelación de los roles de la comunidad universitaria, que pretende establecer la paz romana, que en la universidad sólo sería posible creando zombis o uniformando el pensamiento. Esta visión requiere de la fuerza militar o cuasi militar, que es lo que persigue la presencia policiaca en los recintos.
El actual conflicto ha sido definido como político por varios sectores de los que tienen injerencia para atenuar los problemas existentes que tienen que estar sujetos a propuestas y examen continuo. Los que definen el problema como algo político, han tomado una posición política opuesta, que es la decisión de eliminar o debilitar sustancialmente a quienes definen como adversarios políticos. No se puede simular una total asepsia política, porque ésta no existe.
Lo que está en juego, desde el punto de vista universitario, es la aspiración de que en la universidad coexistan diversos pensamientos y teorías sobre el origen de la sociedad, las leyes de la Humanidad, los misterios de la ciencia y el uso de las humanidades y de la poesía, para soñar un mundo mejor y diseñar los parámetros de su realización.
Cuando la Universidad se convierta en una fábrica de diplomas o en un lugar de tecnócratas, de especialistas que sepan mucho sobre muy poco, la Universidad habrá fracasado. Ello ocurre en varias universidades de Estados Unidos, lo cual parece ser el modelo de algunos dirigentes de la universidad y del actual gobierno.
Hemos conocido profesionales formados en universidades norteamericanas, que son excelentes en su rama, pero que tienen muy poca cultura general. No pueden hablar de la historia, de la política, de las artes de su país, porque no la conocen, e incluso, en ocasiones la desprecian. Por eso desconocen el concepto de la relatividad cultural y padecen de lo que algunos llaman fundamentalismo democrático, que es el intento de exportar su particular visión de cómo gobernar en otros países y de implantar los valores que atañen a su cultura, en detrimento de otras culturas y visiones de mundo más avanzadas que la propia.
En el actual conflicto universitario hay dirigentes que no tienen un estilo universitario, sino gerencial y entienden que están para ejercer la autoridad y sus subalternos para obedecerla sin cuestionar, criticar o sugerir alternativas. Todo cuestionamiento se ve como un reto a la autoridad.
Es cierto que la revolución socialista y democrática no se puede hacer en la Universidad; tampoco, la creación de una sociedad capitalista que sea democrática y justa. Pero se puede pensar en ambas y debatir sobre ello.
Hacerlo sólo es posible en un ambiente de libertad y de respeto, no en un campus militarizado, donde se restrinja la protesta para que tenga sólo un rol simbólico. La Universidad y el ejercicio del pensamiento sólo tienen sentido hacia la búsqueda de la libertad y de la creación, en un ambiente propicio para ejercerla.
Eduardo Villanueva Muñoz / expresidente del Colegio de Abogados de Puerto Rico
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