«Nuestro pueblo habrá de buscar la forma para colocar a la muerte de cara al sol, como culminación de la vida natural que nos corresponde a todos. No a la pena de muerte. Sí a una revolución profunda.»
La muerte, con su impecable función de artesana del sol/ que hace héroes, que hace historia/y nos cede un lugar para morir/en esta tierra, por el futuro… De esa forma inicia la hermosa canción Su nombre es pueblo del cubano Eduardo Ramos y que inmortalizara en su voz la también cubana, ya fallecida, Sara González. Esas líneas le dan un giro necesario y sanador a la experiencia que de la muerte enfrenta el pueblo boricua casi de continuo. No hay duda de que los asesinatos en Puerto Rico prácticamente nos asedian cotidianamente desde hace ya al menos tres décadas. Las estadísticas espeluznantes de dos o tres asesinatos por día, en un país de menos de cuatro millones de habitantes como el nuestro y donde no hay una guerra declarada, representan una incógnita difícil de descifrar.
En el plano político los boricuas comenzaron a matar en masa a otros seres humanos desde hace mucho más tiempo. Luego de aprobada el Acta Jones en 1917, Estados Unidos ha llevado a miles de puertorriqueños a sus muchas guerras y tan temprano como en la Segunda Guerra Mundial, esto arrancó quejas expresadas en melodías que alcanzaron entonces gran popularidad, siendo una de las más recordadas Despedida de Pedro Flores, en la voz de Daniel Santos. Pero la angustia era mayormente ante el peligro de sucumbir en el campo de batalla. No se cuestionaba entonces en esas expresiones de arte popular, el motivo de las guerras, todo lo contrario, había aceptación completa de los fines honrosos de las mismas, en particular, ante el avance del nazismo/fascismo. Buena forma de estimar la mentalidad del pueblo.
Luego de la Segunda Guerra Mundial y ya cercano el conflicto que conduciría a la Guerra de Corea los reclamos de la justeza del trato a los reclutas dieron pie para iniciar el cuestionamiento tanto de las guerras como de los fines imperialistas de Estados Unidos. Pedro Albizu Campos fue uno de los primeros en articular la acusación de los planes hegemónicos de Estados Unidos. El rechazo al Servicio Militar Obligatorio, el cual inició durante la Primera Guerra Mundial tomó impulso durante la Segunda Guerra Mundial recayendo mayormente la defensa de los resistentes en el Partido Independentista Puertorriqueño. En la década del 1950 Estados Unidos logró hacer valer su charada en las Naciones Unidas sobre la “autodeterminación” de Puerto Rico sin mencionar su imposición al Servicio Militar Obligatorio y criminalización a los resistentes. Las respuestas valientes del Partido Nacionalista de Puerto Rico no lograron cambiar esa realidad entonces. ¿Habremos pagado caro eso? ¿Qué fue lo que se sembró? Volveremos a estas preguntas.
Las imputaciones y acusaciones que el Ejército de los Estados Unidos esgrimió contra soldados boricuas en la Guerra de Corea originaron otra cosecha de expresiones en el cancionero popular reclamando el honor en la batalla. Estas acusaciones se probaron todas falsas. Sin embargo, es la experiencia boricua con la Guerra de Vietnam lo que logra aparejar las expresiones de arte popular con los planteamientos que diversas organizaciones políticas con madurez organizativa para entonces, impulsaron en la conciencia del pueblo. Es emblemática la letra de Monón de Roy Brown. Los horrores de la Guerra de Vietnam trajeron a la conciencia de muchos jóvenes la afinidad por las guerras y el desprecio a la vida de los detentores del poder en Estados Unidos y de su gobierno. Aun más, puso a contraluz el problema de clases de la sociedad estadounidense e hizo tambalear malamente la propaganda de la pretendida democracia yanqui. La guerra y la muerte son para los pobres, los ricos se quedan en casa llenándose los bolsillos. De ahí que el fuego surja como alerta terrible en Monón. Después de la década del setenta se calló el cancionero con respecto a ese tema. Solamente se escucharon canciones viejas y nuevas dedicadas a Vieques.
Los estudios estadísticos sobre los asesinatos y llamados delito tipo 1 tienden a coincidir en que la tasa de los mismos se elevó dramáticamente en las décadas del 70 y 80. Hubo bajas y subidas en las próximas décadas pero no regresó a las tasas de los años previos al 1960. El empuje voraz del narcotráfico encontró una mentalidad idónea para el crimen con el asesinato como ajuste bancario de cuentas. “Todas las guerras son económicas” se escuchaba entonces decir a muchas personas de la clase media luego del final de la Guerra de Vietnam. No nos sublevamos ante esa realidad. Al menos no en el número suficiente para contrarrestar esta mentalidad que fue muy útil para los criminales del narcotráfico y para los criminales del negocio de la guerra en Estados Unidos. En el plano de política internacional mantuvo la vitrina del consumo complaciente tan necesaria para los planes de dominio de Estados Unidos en este hemisferio. La economía subterránea era una “necesidad” ante la insuficiencia de la economía formal para generar el estilo de vida de la llamada clase media. El enredo de espíritu se completaba con tildar a los nacionalistas de locos y asesinos cuando bajo el Derecho Internacional esta lucha sí conformaba los parámetros de la defensa propia.
No hay duda de que las victorias finalmente alcanzadas con respecto al Servicio Militar Obligatorio y la salida del campus de la Universidad de Puerto Rico del ROTC implicaron una acción correctiva para la mentalidad que se iba consolidando en nuestro pueblo. No fue suficiente, sin embargo, para detenerla. Llegaron los cupones y otras transferencias masivas de parte de Estados Unidos con el acuerdo implícito de continuar con las bases militares, ver con indiferencia el martirio de Vieques, colaborar en las guerras de Estados Unidos y completar el círculo con el entretenimiento bélico y de acción violenta como referente casi omnipresente a través de todos los medios. Por eso aquellas gestas del 1950 al 1970 no fueron suficientes. Por eso la mentalidad se arraigó. Por eso hemos llegado a la encerrona que nos ha tendido hábilmente el Departamento de Justicia de Estados Unidos y su corte en Puerto Rico: el regreso a la pena de muerte como supuesto detente a la criminalidad, en particular a los asesinatos. Esto sin cambiar nada de la estructura económica, pilar indispensable dentro de lo cual se mueve tanto el narcotráfico como las guerras de Estados Unidos.
La jefa de los fiscales federales reaccionó con optimismo este pasado septiembre cuando un jurado reunido en la corte de Estados Unidos en Puerto Ricio falló en ponerse de acuerdo para imponer pena de muerte al acusado, contra quien pesaba el asesinato de su compañera sentimental, quien a su vez era informante de una agencia federal. ¡Vaya lío! “Puerto Rico está listo para el caso adecuado”. Imaginamos que se refiere a alguno que tenga todos los agravantes de las leyes de Estados Unidos y además provoque repugnancia profunda en el pueblo. La repugnancia por estos crímenes siempre la ha habido y mucha. Pero ella cuenta con la consabida gota que derrame el vaso. Las redes sociales se encargaron de bajarle unas pulgadas a la valla de contención que el pueblo ha presentado hasta ahora contra la pena de muerte con el caso reciente del asesinato del joven publicista, José Enrique Gómez Saladín. Muchos pidieron la pena de muerte para los cuatro imputados quienes, según lo indicado en partes de prensa, parecen haber desplegado extremos de crueldad inimaginables.
La saga de las reacciones al asesinato del joven publicista tomó un giro interesante cuando expresaron rechazo contundente a un programa televisivo de pésimo gusto dedicado a la chismografía. En el mismo uno de los dos comentaristas dijo que de ser cierto que la víctima había ido a solicitar servicios de prostitución a una calle supuestamente conocida por esta actividad, pues se había buscado lo que le pasó. Se lo buscó. ¿Dónde antes habíamos leído esa frase? Es un caso viejo, precisamente de la década del 70. En el 2002 Rosa Mari Pesquera depone ante el Senado de Puerto Rico sobre el asesinato de su hermano Santiago Mari Pesquera, hijos ambos del conocido líder independentista, Juan Mari Brás y de la militante Paquita Pesquera, ocurrido en el 1976. Su testimonio es demoledor para la conclusión del estado de que el único imputado llevado a juicio actuara solo. Este acusado y convicto, supuestamente le reveló a la Revista Crónica, publicación de exilados cubanos que campeaban por su respeto, que lo había matado y que él mismo se buscó la muerte.
Probablemente la impunidad de éste y otros asesinatos políticos, a la luz del sol, contribuyó a profundizar la mentalidad que prevalece hoy día sobre el valor de la vida y la indiferencia crasa cuando se trata del peligro que se cierne sobre los “otros”. De ahí que por varias décadas se escuchó con frecuencia “Allá que se maten entre ellos,” cuando las estadísticas de las muertes por narcotráfico se dispararon. (Es el paralelo de “Todas las guerras son económicas” que ya discutimos.) Como si no salieran de nuestros propios vecindarios y no fueran parte de nuestro pueblo. Cuando las balas zumban desde los carros entonces se devela la realidad de cuán conectados estamos todos en este pequeño espacio patrio. A los boricuas, Estados Unidos los mandaba a matar a sus guerras y los que se opusieran con otro proyecto político, los mataba el exilio cubano en su propio país. Ahora, cuatro décadas más tarde, Estados Unidos nos receta más muerte, para diz que detener la hemorragia de asesinatos. Es la misma receta en su propio país, en el Oriente Medio, y donde quiera.
La mentalidad prevaleciente no salió de debajo de una mata. Se gestó durante las décadas de la primera mitad del Siglo Veinte y se sembró en el plano político antes que se difundiera al plano social. Aún hoy continúa profundizándose. El gobernador electo salió a hablar de “seguridad” hacia Estados Unidos cuando lo que debiera hacer es poner distancia. Estados Unidos ignorará como es su costumbre, que la última ejecución en Puerto Rico fue en la década del 20 cuando también se legisló contra ese castigo. Ignorará nuestra Constitución porque estamos bajo el poder de la suya que lo permite. Nuestro pueblo habrá de buscar la forma para colocar a la muerte de cara al sol, como culminación de la vida natural que nos corresponde a todos. Tendremos que abrir camino para que con la muerte no se sumen más antihéroes. Y que el fin de la vida anuncie futuro a nuestro pueblo. No a la pena de muerte. Sí a una revolución profunda. |