Mensaje ofrecido por Gabriel Muriente Pastrana, miembro de la Juventud Hostosiana y de la Dirección Nacional del Movimiento Independentista Nacional Hostosiano (MINH), durante los actos de la 85 Vigilia de la Dignidad Filiberto Ojeda Ríos el pasado martes, 23 de octubre de 2012 en Hatillo, Puerto Rico.
Buenas noches, saludos a todas y todos los presentes. Quiero comenzar agradeciendo esta oportunidad con que se me honra al invitarme a participar de esta 85 Vigilia por Filiberto.
Tuve la oportunidad, hace un mes ya, de expresar unas breves palabras ante la tarja de Filiberto en la Tribuna Antiimperialista frente al malecón en La Habana, Cuba; en ocasión de la Jornada de Solidaridad con Puerto Rico que se celebra en ese país hermano. Para mí es un enorme privilegio poder hacer lo propio en este acto de homenaje a Filiberto aquí, en mi tierra, nuestra tierra.
Dijo alguna vez el apóstol de la independencia cubana, José Martí, que “Haber servido mucho obliga a continuar sirviendo”. Filiberto Ojeda Ríos, a quien celebramos esta noche, al tiempo que continuamos denunciando su vil asesinato, demostró al mundo con su vida –tanto poniéndola al servicio de las luchas más nobles, como ofrendándola hace siete años y fertilizando así nuestra lucha patria– que hay seres capaces de estar a la altura de los tiempos, a la altura de las circunstancias que les toca vivir, y dispuestos a entregarse en cuerpo y alma por el porvenir de su pueblo, de un continente, de la humanidad toda.
La tarde del 23 de septiembre de 2005, me encontraba en la Zona Metropolitana. Por razones de trabajo, no pude asistir a Lares ese año. Recuerdo el momento, aunque no muy bien la hora, en que, o interrumpían la programación regular en la radio AM, o me llamaba alguien de la familia para que la sintonizara y escuchara la noticia del asedio a la casa de Elma Beatriz y Filiberto, en el sector, hasta entonces desconocido por muchos de nosotros de Plan Bonito, en Hormigueros. Confieso que la conmoción del momento, la tensión, hasta el desasosiego y la repentina sensación de desorientación de aquellas horas, no me permiten recordar con certeza algunos detalles de dicha tarde. Tarde de un “golpe en la vida, tan fuerte... ¡yo no sé!”, parafraseando al poeta César Vallejo.
Posteriormente en la noche, tanto en la manifestación frente al Tribunal Federal en la Chardón en Hato Rey, como en cada rincón del país, exigíamos que se respetara la vida de nuestro Comandante Filiberto, con profunda indignación y, por qué negarlo, impotencia. Según pasaban las horas, el encojonamiento colectivo en nuestro pueblo cayó como un velo mojado, pesado, confuso.
Luego, tras el despojo temporero de su humanidad material, lo observamos con asombro. Asombro por encontrarnos frente a frente con esa figura omnipresente aunque no la hubiésemos visto nunca antes en persona. Asombro por el momento histórico que nos tocaba vivir, por la sorpresa nada feliz de la ocasión.
Sé que fue un martes, cuando cultivamos nuestra tierra con sus restos; tras la caravana más hermosa que podremos recordar en mucho tiempo; allá, entre las verdes, verdísimas montañas de Naguabo, en la carretera 31, en la región oriental de nuestro país. Curioso, astro él, Filiberto, erguido siempre, iluminándonos junto al sol cada mañana que por allí sale, allí está. “Lo enterramos para'o, con el machete al la'o”, parafraseando ahora el “Querido FBI” de Calle 13.
Recuerdo mucho de esos días otras cuatro canciones que escuchamos persistentemente –sin molestia alguna–, así como la bandera gigante que engalanó el sepelio.
Pero cómo este personaje, trompetista, líder del Ejército Popular Boricua-Macheteros, padre, abuelo. El clandestino del imperialismo, –que no clandestino de su pueblo, junto al cual siempre ha estado–. El tranquilo “don Luis”, que sembraba amapolas en el jardín de su hogar; pudo, PUEDE generar tal admiración, tal fascinación, tales niveles de confianza, expectativa y respeto, incluso de parte de aquellos que no comulgan con su pensamiento y accionar.
Me atrevo a hablar en nombre de otros de mi generación y generaciones cercanas, al decir que Filiberto ha sido una figura mitológica.
Nos criamos con la figura cósmica del Che, bajo su mirada fija, indagadora, en busca de futuro; como aparece en la afamada fotografía que tomó Korda. Nos criamos con la imagen paternal, tranquila de un Ho Chi Minh enorme a pesar de su delgadez, con la imagen afable de Allende, con la presencia consistente de Fidel.
Nos criamos, sabiéndonos herederos de Betances, de Hostos, de Mariana, de Lola, de Albizu, de Blanca Canales, de Lolita. Escuchando, conociendo y compartiendo con gigantes como Juan Mari y Rafaelito.
Y enterarnos de que, como en todo el continente y más de medio planeta, ¡también contamos con un Comandante Guerrillero! Eso, para un niño criado en un entorno familiar independentista, socialista, de lucha, humanista y solidario, es la alegría más enorme que se pueda recibir. Sentirse y saberse compañero de Filiberto. Imaginen, la fantasía, la inocencia de esa etapa... pero esto era de verdad. Era la historia –actual y cierta, contemporánea– “de un ser de otro mundo / de un animal de galaxia”, como nos canta Silvio en una de las canciones que escuchamos luego de aquel 23 de septiembre del año 2005, “Canción del elegido”. Que expresa, además, el golpe que sentimos ese día, “porque lo más terrible se aprende en seguida / y lo hermoso nos cuesta la vida”.
¡Ah!, pero no sólo existe Filiberto, ¡se les escapó! Aquí, en Puerto Rico está, en el patio de casa, en la marcha, en la calle, en la escuela, en Lares, en todas partes. Creo verlo aquí, o allá. Aparecen cartas de los Macheteros. Envían el mensaje grabado, como cada año, a la conmemoración del Grito de Lares. Pero, ¿cómo entregarán el cassette sin que nadie los vea? Siempre me hice esa pregunta.
Cada cual porta consigo su experiencia con Filiberto, sus expectativas e ilusiones.
Sin embargo, no es esta una mera historia romántica. No nos confundamos. A pesar de ello, (de no ser una mera historia romántica), no puedo negar que para mí casi lo fue, rodeada por la inocencia de un niño, hasta ese mismo día en que lo acorralaron en Hormigueros. 23 de septiembre de 2005. Ese día creo que muchos perdimos la inocencia, o parte de ella. A decir del Che, “nos endurecimos”. Me atrevo a decir también, parafraseando la misma cita del Guerrillero Heroico, que “nos enternecimos más”.
La firmeza en la condena del asesinato de Filiberto por parte del Pueblo Puertorriqueño surgió de la rabia que sólo forja el amor profundo, desnudo, sincero. Que no es perfecto, pero siempre comprometido. Surgió de las entrañas de la solidaridad, la estima y el respeto de nuestro pueblo con sus individuos y como colectivo, en todas las dimensiones de su lucha. En la dimensión simbólica, emotiva, de los idearios patrióticos; en la dimensión histórica de la lucha de tantos hombres y mujeres, del rechazo a las injerencias extranjeras y las injusticias y atropellos.
En la dimensión material, de la defensa de nuestros recursos naturales, y de la infraestructura vital para el desarrollo de nuestro pueblo; así como en la dimensión humana, humanista, de hermandad, de solidaridad, de unidad. De apego. De comunidad. De ansias de construir un nuevo país. De amor, en definitiva.
De ese amor que, como nos enteramos también durante esos días posteriores al 23 de septiembre de 2005, expresa la canción de Filiberto y Elma Beatriz, “Te amaré”, también de Silvio. Es esta canción otra de las que escuchamos mucho los últimos meses de aquel año.
“Te amaré, te amaré si estoy muerto / Te amaré al día siguiente además / Te amaré, te amaré como siento / Te amaré con adiós, con jamás.”
Ese amor no es romántico. Es verdadero, palpable, es cotidiano. Se concretiza. Es también complejo... y profundo. Se da la vida por él.
No nos equivoquemos, el asesinato de Filiberto fue un llamado de atención del intervencionismo colonial estadounidense. Las posteriores intervenciones del FBI meses y años después, en Río Piedras y El Rosario, en Hormigueros, así como los arrestos de Avelino y Norberto González Claudio son muestra no solo de que la lucha sigue; si no de que tenemos al enemigo acechando, vigilante.
Y lo tenemos en todas partes. En la privatización y destrucción de nuestros recursos e instituciones, en las políticas antiobreras. En la pobre educación que reciben nuestros niños, en la pésima y cada vez peor calidad de vida que se le impone a nuestro pueblo. En los intentos por destruir la Universidad de Puerto Rico, de desplazar al abandono absoluto a comunidades enteras.
En el colonialismo anquilosado, que surte con enormes riquezas a las corporaciones estadounidenses, mientras nos empobrece como país, como pueblo. En las cárceles que pretenden someter a Avelino, a Norberto y a Oscar. En la violencia generada por un sistema económico, social y político cuyas intenciones no son más que degradar la vida misma, enajenarnos, dividirnos y enemistarnos sin razón alguna.
Pero el enemigo no es abstracto solamente, nuestro país está plagado de instituciones y agentes enemigos de nuestras luchas y nuestro bienestar. Los sucesos de los pasados años así nos lo comprueban, si es que alguna duda teníamos sobre ello.
Ante esta realidad, qué hacer. ¿Qué hacemos? Dice otra de las canciones que escuchamos aquel septiembre, del grupo chileno Quilapayún: “De pie, luchar / el pueblo va a triunfar / Será mejor / la vida que vendrá / a conquistar / nuestra felicidad. / El pueblo unido jamás será vencido.”
Pues así mismo, “De pie, luchar”. Ese amor de Filiberto, que es amor de todo nuestro pueblo, que es solidaridad, se expresa en acciones y procesos concretos.
En Filiberto tenemos, de entre un sinnúmero de héroes y heroinas de nuestra Patria, un ejemplo clave del proceder en la lucha. Tenemos que estar dispuestos a ser hombres y mujeres de nuestra época, con la capacidad de identificar nuestras fortalezas y debilidades. Con la capacidad de identificar las del enemigo. De pensar como él para derrotarlo.
Con la capacidad de resistir y preparnos y contribuir. Sea cual sea la táctica que siga cada organización o luchador por la independencia, es fundamental trabajar la unidad del independentismo y los sectores más progresistas de nuestro país, sin sectarismos, protagonismos ni dogmatismos. Con respeto, con espacio para las diferencias, pero sin divisionismos lacerantes.
Ofrendando nuestras vidas. Y por esto no quiero decir que nos inmolemos, que nos sacrifiquemos sin la oportunidad de disfrutar de la vida, [que para eso es, por cierto, por lo que luchamos. Para disfrutarla.]
Si llega la hora de afrontar circunstacias similares a las que vivió Filiberto, asumiremos nuestro compromiso y responsabilidad para con las luchas de nuestro Pueblo, claro que sí. Pero cada día podemos ir aportando en ese camino, organizando, educándonos, ayudando a educar a otros; construyendo desde la cotidianidad y con los pequeños actos de lucha, el camino que nos llevará a la obtención de nuestra Independencia Nacional para erigir un país de gente solidaria y cariñosa, justo, democrático.
Un país que como lo que es, caribeño y latinoamericano, se integre al continente al cual pertenece y al mundo entero, en los procesos de lucha y construcción de un mundo nuevo, superior.
Esta dimensión concreta, material, del pensamiento y las actuaciones políticas de Filiberto, que parten del análisis dialéctico metodológico, en combinación con un profundo amor por su patria geográfica, física; y por su patria humana, su gente; la debemos cultivar. Es ésta la vigilia permanente que hemos de celebrar cada día, de corazón y participando. Es decir, de lucha.
Como lee otra canción muy escuchada a partir de esos últimos días de septiembre de 2005, “H.F.”, de nuestro compatriota Mikie Rivera, “Te quiero vivo y no muerto / te quiero vivo y no muerto / Hermano Filiberto.”
Como Mackandal, el negro haitiano François Mackandal, personaje histórico también inmortalizado en la novela de lo real maravilloso de Alejo Carpentier, El reino de este mundo, que tras ser quemado en la hoguera por los blancos esclavistas, transmutó en animal, en mariposa. Así Filiberto también transmutó en mariposa, transmutó en puertorriqueño, transmutó en puertorriqueña, en joven de todas las edades y nos acompaña, espíritu luminoso, impulsando: “Pa'lante siempre, la lucha sigue”.
¡TODO BORICUA MACHETERO! ¡QUE VIVA PUERTO RICO LIBRE!
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