Ensayo sobre una ventana abierta |
Escrito por Valter Pomar |
Martes, 13 de Marzo de 2012 22:56 |
Este ensayo aborda cuatro temas: en qué situación se encontraba la izquierda latinoamericana en su conjunto en el año 1991; qué pasó con esta izquierda desde entonces; cuál es su situación actual; cuáles son sus perspectivas. El contexto de 1991 fue escogido debido a la desaparición de la Unión Soviética, sobre el cual hablaremos a continuación. Pero antes es preciso recordar que la desaparición de la Unión Soviética fue, en sí misma, el punto final de un intento iniciado en 1917, intento que consistió inicialmente en tomar el poder y empezar la construcción del socialismo en un país de bajo desarrollo capitalista, con la expectativa de que esto estimularía revoluciónes en los países del capitalismo más desarrollado, revoluciones que a su vez ayudarían a la transición socialista en la propia Rusia. Sucede que en las décadas siguientes a octubre de 1917 no se produjo revolución victoriosa alguna en los países capitalistas desarrollados. Por el contrario, hubo un giro a la derecha, en especial en Alemania. Y, hecho el balance global de la II Guerra Mundial y de sus consecuencias, no estaremos lejos de la verdad al decir que las implicaciones derivadas de la existencia de la Unión Soviética salvaron a la democracia parlamentaria burguesa, forzaron a la instalación del llamado Estado de bienestar social, estimularon la formación de un cártel internacional bajo el liderazgo de los Estados Unidos y, a fin de cuentas, ayudaron al capitalismo a vivir «años dorados» de expansión que por su vez resultaron en la emergencia de una nueva etapa capitalista, la que vivimos hoy. El «campo socialista» surgido después de la II Guerra Mundial no cumplió, para la Unión Soviética, el papel que supuestamente las revoluciones de los países avanzados cumplirían a favor de la Rusia revolucionaria de 1917. Básicamente, China y las democracias populares del Este europeo también eran países de bajo desarrollo capitalista. Por ello, tomado de conjunto, el esfuerzo del llamado campo socialista tuvo como consecuencia generalizar un determinado patrón de desarrollo industrial, que en los países capitalistas ya estaba siendo superado, en el contexto de un sistema político que ya era cuestionado interna y externamente por sectores de la propia clase trabajadora. Asimismo, en condiciones normales de temperatura y presión, no era desatinada la idea de que a largo plazo el llamado campo socialista podría competir y derrotar al campo capitalista, pero hoy está claro que só seria asi si el proprio capitalismo no sufriera una transformación cualitativa. Sucede que el «campo capitalista» surgido después de la II Guerra Mundial era un adversario más difícil, entre otros motivos porque la alianza interimperialista contra la URSS y las consecuencias macroeconómicas del welfare state, combinadas con la continuidad del imperialismo, facilitaron un desarrollo intenso de las fuerzas productivas capitalistas. Desarrollo que la Unión Soviética y sus aliados no lograron alcanzar, salvo en segmentos específicos, compartimentados y/o con alto costo social, como la industria armamentista. En este contexto, la crisis de los años setenta cumplió un papel distinto a aquel de la crisis ocurrida en los años treinta. En los años treinta se produjo una «crisis de madurez» del capitalismo de tipo imperialista clásico, crisis que desembocó en la II Guerra Mundial, en la ampliación del campo socialista, en el surgimiento del Estado de bienestar social y en la descolonización. Ya la crisis de los años setenta fue «de crecimiento», detonando la transición del capitalismo imperialista clásico a una etapa distinta del capitalismo, el capitalismo imperialista neoliberal que vivimos hoy. La socialdemocracia en Europa Occidental, el comunismo tipo soviético, el nacional desarrollismo latinoamericano, así como los nacionalismos africanos y asiáticos fueron forjados en la lucha y en las victorias parciales obtenidas contra el capitalismo imperialista clásico. Pero no tuvieron el mismo éxito al enfrentarse al tipo de capitalismo que emergió de la crisis de los años setenta. Mejor dicho, una variante, el comunismo chino, optó por un cambio estratégico, y exhibe treinta años después resultados impresionantes desde el punto de vista de la potencia económica, pero con complicaciones políticas y geopolíticas muy específicas. La desaparición de la URSS y de las democracias populares del Este europeo fue, por tanto, resultado de una de las batallas de un proceso más amplio, a saber, la transición entre dos etapas del capitalismo: la del imperialismo clásico y la del imperialismo neoliberal. Evidentemente, fue una batalla de enorme significado estratégico, aunque algunas de sus implicaciones solo ahora están quedando claras. Pero la verdad es que parte de los fenómenos ocurridos después de 1991 ya estaba en curso en los años ochenta, y fueron acelerados, pero no propiamente creados, por el fin de la URSS. Se observamos la correlación mundial de fuerzas desde el punto de vista de las clases, el período inmediatamente anterior y posterior a 1991 es de derrota para las clases trabajadoras. Esta derrota puede ser medida objetivamente, en término de extensión de las jornadas, valor relativo de los salarios, condiciones de trabajo, oferta de servicios públicos y de democracia real. Desde el punto de vista de las ideas, en el período mencionado vivimos un auge del individualismo, en detrimento de los ideales públicos, sociales y colectivos, y la simultánea ofensiva de las ideas pro capitalistas, acompañada del retroceso, muchas veces en desbandada carrera, de las ideas anticapitalistas. Políticamente, se produjo un fortalecimiento de los partidos de derecha, y la conversión de muchos partidos de izquierda a posiciones de centroderecha. Militarmente, se creó un desequilibrio global a favor de la OTAN, y de los Estados Unidos en particular. Veinte años después, observada globalmente, la situación cambió un poco, pero no tanto. El capitalismo neoliberal entró en un período de crisis, se agudizaron los conflictos intercapitalistas, algunas creencias neoliberales ya no tienen la credibilidad de antes. Además de eso, en algunas regiones del mundo, las ideas anticapitalistas volvieron a ganar espacio. Pero, al observar las condiciones objetivas de vida de la clase trabajadora en todo el mundo, veremos que hoy la desigualdad es mayor que en los años setenta, ochenta o que en 1991. Veremos también una clase trabajadora diferente. Primero, es mayor: existen más proletarios en el mundo hoy que en 1970, 1980 o 1991. Segundo, la clase trabajadora es hoy más intercomunicada, sea por los lazos objetivos entre los procesos productivos, sea por el consumo de productos fabricados en lugares distantes. Tercero y paradójicamente, es una clase trabajadora más fragmentada subjetivamente, sea debido a las condiciones materiales de vista (comparemos, por ejemplo, el personal de limpieza de los grandes centros comerciales, con las personas que van a ellos a hacer sus compras), sea debido a los cambios ocurridos en los lugares de trabajo. Esto, pese a los avances de las comunicaciones, incluyendo la Internet. En otras palabras: la ofensiva desencadenada por el capitalismo contra la clase trabajadora, a partir de la crisis de los años setenta, perdió aliento. En algunos lugares, estamos logrando incluso recuperar parte del espacio perdido. Pero el escenario aun tiene mucho de tierra arrasada. En el plano ideológico, esto se traduce en una tremenda confusión y déficit teórico. Desde el punto de vista ideológico y teórico, el movimiento anticapitalista de hoy también es muy diferente del que existía entre los años 1970 y 1991. En aquel momento, a pesar de la existencia de «disidencias» variadas, el anticapitalismo todavía estaba hegemonizado por una corriente específica: el marxismo de tipo soviético. La idea fundamental de este marxismo era la creencia en la capacidad de construir el socialismo a partir de un capitalismo poco desarrollado. A partir de aquella creencia, se desarrolló un conjunto de otras tesis al respecto del proceso de construcción del socialismo, entre las cuales se destacaba la de una «democracia bajo control del partido». Lo que fué una consecuencia lógica: si las condiciones objetivas no favorecen la construcción del socialismo, es preciso compensarlo con dosis descomunales de «condiciones subjetivas», que al final puede significar imponer a la mayoría (de la sociedad) el punto de vista de la minoría (no el punto de vista de la clase trabajadora, sino el punto de vista de una parte minoritaria dentro de la propia clase trabajadora). La disolución de la URSS desmontó el marxismo de tipo soviético. Esto no quiere decir que todo aquello que se hizo en su nombre haya sido errado, no tenga valor histórico, no deba defenderse o no haya sido la alternativa realmente existente (o el que podríamos denominar de mal menor) en determinadas circunstancias. Cuando hablamos de desmontaje de marxismo de tipo soviético, queremos decir que fracasó una de sus ideas fundamentales: la de que era posible construir el socialismo a partir de un capitalismo poco desarrollado, idea que asumió varias formas, como la del «socialismo en un solo país», y que generó una confusión, que sigue existiendo hoy, entre lo que és transición socialista y lo que és el comunismo. Esta confusión se basa, entre otras cosas, en el siguiente hecho: en la experiencia soviética, por diversos motivos, hubo una intento más o menos intenso, más o menos exitoso, de buscar eliminar de la transición socialista la existencia de la propiedad privada y del mercado capitalistas, algo que de hecho solo podría ocurrir en un momento más avanzado del proceso de transición al comunismo. En la práctica, fue una tentativa de socializar las relaciones de producción en un contexto de bajo desarrollo de las fuerzas productivas, adoptando la forma de un comunismo para el cual aún no había suficiente contenido económico. Por este y otros motivos, el marxismo de tipo soviético fue una escuela teórica que entorpeció -más que ayudó-, al desarrollo del análisis marxista de la realidad y de la estrategia a adoptar, tanto en los países capitalistas desarrollados, como en los de bajo desarrollo capitalista. A pesar de esto, el desmontaje del marxismo de tipo soviético, incluido en esto el desmontaje de sus periódicos, editoriales y escuelas, lejos de ayudar, efectivamente perjudicó al conjunto de las tradiciones marxistas, socialistas no marxistas y anticapitalistas no socialistas. Entre otros motivos, porque ayudó a destruir la creencia, que hasta entonces era compartida por centenas de millones de personas, de que el mundo caminaba hacia el socialismo, de que el capitalismo es un período histórico que algún día tendrá fin, de que la lucha por una nueva sociedad es la principal tarea de la clase trabajadora y otras ideas similares. Esta creencia tenía y sigue teniendo una base científica muy sólida, pero la ciencia indica cuáles son las tendencias posibles del desarrollo histórico. Convertir estas tendencias en realidad depende de la lucha política. Y la intensidad de esta lucha política dependia en parte de la motivación militante de centenas de millones, que durante décadas identificaban, como si fuesen la misma cosa, la lucha por el socialismo y lo que existía en la URSS. Y que, ante el fin de una, concluyeron que el otro también había finalizado. El desmontaje del marxismo de tipo soviético no desembocó, ni fue seguido de un fortalecimiento de las corrientes también inspiradas en el marxismo que se oponían a él. La más conocida de estas corrientes, el trotskismo, nació de la crítica contra el socialismo en un solo país, pero como no podía dejar de hacer, terminó concentrando su crítica en las dimensiones políticas del fenómeno (el denominado estalinismo, la burocracia, la crisis de dirección etc). Este desarrollo de la crítica trotskista fue en parte una consecuencia lógica: el socialismo de tipo soviético resistió y consolidó una hegemonía en la izquierda, a lo largo de muchas décadas, desmintiendo en apariencia aquello que, en efecto, era su problema central, el intento de construir el socialismo a partir del capitalismo poco desarrollado. Esto provocó que el trotskismo realmente existente no diese la debida atención a las debilidades estructurales del socialismo real, concentrando las esperanzas en la posibilidad de éxito de una «revolución política» que corregiría el curso de la «verdadera revolución secuestrada por la burocracia estalinista». Al hacer esto, contradecían los fundamentos de su propia crítica al «socialismo en un solo país». Y, como se vió, al fin y al cabo las revoluciones políticas realmente existentes abrieron el paso al capitalismo en toda la línea. Como resultado, pese a que un cierto acento trotskista se ha tornado hegemónico entre los que critican al marxismo de tipo soviético, la tradición trotskista no logró convertirse en el núcleo teórico a partir del cual se pueda realizar hoy, ni la crítica al socialismo del siglo XX, ni la discusión sobre la estrategia socialista en el siglo XXI, pues para ello sería y será preciso abordar de manera adecuada la relación entre desarrollo capitalista y transición socialista. El eurocomunismo también fracasó como alternativa. Además de todos los equívocos políticos que puedan haber sido cometidos por aquellos partidos, el intento de transitar pacíficamente del «capitalismo organizado» europeo de los años 1950 y 1960, en dirección a un «socialismo renovado», enfrentaba un dilema de origen: aquellas sociedades expresaban, en sí mismo, un equilibrio inestable, entre el «campo» socialista y el capitalista, entre la burguesía y los trabajadores de cada país, así como entre el nivel de riqueza producido en cada país y el plus que se extraía de la periferia. El intento de avanzar, del welfare state en dirección a la transición socialista, rompía aquel equilibrio inestable, desestabilizando las libertades democráticas que eran la premisa de una transición pacífica. Recuérdese la Operación Gladio. El desmontaje del marxismo de tipo soviético tampoco provocó el fortalecimiento teórico de las corrientes socialdemócratas, originadas de un tronco común en 1875. La socialdemocracia posterior a 1914 enfrentó inmensas dificultades para sobrevivir, como quedó claro en sus bastiones alemán y austriaco. Su éxito posterior a la II Guerra Mundial fue, en buena medida, un efecto colateral de la existencia de la URSS. Sin ella, tal vez la democracia burguesa hubiese colapsado ante el nazismo; e igualmente sin la URSS, el welfare state y el «capitalismo organizado» difícilmente hubieran existido. Lo que ocurrió con posterioridad refuerza esta interpretación; la desaparición de la URSS destruyó las bases económicas, sociales y políticas de aquella socialdemocracia. La era de oro de la socialdemocracia fue también la era de oro del capitalismo, y tanto una como el otro dependían en gran medida de la existencia de la URSS. Caída ésta, aquella también se vino abajo, aunque a una velocidad más lenta que la del colapso del comunismo soviético. ¿Y los chinos? Ellos parecen haber aprendido de la experiencia soviética y prefirieron hacer ejecutar un retroceso estratégico, haciendo grandes concesiones al capitalismo. En parte como resultado de estas concesiones (que según algunos no serían apenas concesiones, sino conversiones), el marxismo de tipo chino es internacionalmente menos atractivo de lo que fue, en su época de gloria, el marxismo de tipo soviético en todas sus variantes, incluso la variante maoísta. En resumen de todo lo dicho, el desmontaje del marxismo de tipo soviético no fue seguido de la aparición de otra tradición hegemónica en el seno de la izquierda mundial. Lo que ocupó su lugar, mas que una pluralidad, fue una inmensa confusión, que a los amantes de las analogías históricas los hace pensar en lo que fue el movimiento socialista después de la derrota de las revoluciones de 1848. Conviene recordar que fue exactamente en el intervalo entre 1848 y 1895, a través de la combinación entre los procesos objetivos del desarollo capitalista, con la lucha ideológica dentro y fuera del movimiento socialista, que se formó el núcleo fundamental de las ideas marxistas. Paradójicamente, al mismo tiempo desta confusión ideológica en el movimiento socialista, lo que viene ocurriendo en el mundo desde la crisis de los años setenta, particularmente después de 1991, confirma el acierto de las ideas fundadoras del marxismo, especialmente la idea de que el aumento de la productividad humana, aumento que el capitalismo incentiva, crea al mismo tiempo las bases materiales y la necesidad de una sociedad de otro tipo, basada en la apropiación colectiva de aquello que es producto del trabajo colectivo. Por supuesto, esta sociedad de otro tipo, que conviene seguir llamando comunista, para diferenciarla de la transición socialista en dirección al comunismo, no será, pese a todo, producto espontáneo de la sociedad capitalista. La tendencia «espontánea» del capitalismo es generar explotación, revuelta y crisis, acompañada de guerras. Si la clase trabajadora, la clase de los que producen la riqueza através de su trabajo, no se organiza para superar al capitalismo, este podrá continuar existiendo por mucho tiempo aún, hasta que alcanze sus propios límites, destruyendo a todos y todo. La superación del capitalismo como modo de producción depende y supone la existencia de un nivel de desarrollo material que convierta la explotación en algo totalmente anacrónico. Con otras palabras, supone un aumento de la productividad social que «desvalorice» cada vez más los productos del trabajo (o sea, que reduzca casi a cero el tiempo de trabajo socialmente necesario), haciendo posible conjugar el máximo de abundancia con el mínimo de trabajo. Ya lo que es la superación del capitalismo como fenómeno histórico concreto depende de la lucha política, o sea, depende de que los trabajadores, la clase productora de riquezas, se convierta en clase hegemónica y reorganice la sociedad, lo que implica un proceso politico (revolucion) y una transición político-sócio-economica (socialismo) al final del cual se construirá otro modo de producción (el comunismo). Luchar por estes objetivos, como es evidente, sigue suponiendo combinar conciencia y organización, táctica y estrategia, reforma y revolución. Se trata de luchar para superar la explotación y la opresión típicas del capitalismo. En este sentido, es una lucha contemporánea al capitalismo. Por otro lado, se trata de luchar por superar la sociedad de clases, o sea, superar toda una época histórica en que una parte de la sociedad explota el trabajo de la otra. En este sentido, se trata de una lucha que posee identidad con la lucha de las clases explotadas en modos de producción anteriores al capitalismo. Y se identifica también con otras luchas que se libran, en el capitalismo, contra mecanismos de opresión y explotación que no son estrictamente económicos, tales como el racismo, el machismo y la homofobia. Debemos hacer el máximo esfuerzo para que una lucha potencie a las otras y viceversa, pero debemos también recordar que son luchas conectadas, interdependientes, pero no son la misma cosa. Las luchas contra el racismo, contra la homofobia, contra el machismo, los conflictos generacionales y otros, tienen sus propias raíces, demandan sus propios combates y sus soluciones específicas. Lo que decimos en los párrafos anteriores muchas veces no encuentra hoy traducción política consistente en Oceanía, África, Europa y los Estados Unidos. Ya en América Latina estamos asistiendo, hoy, a intentos consistentes varios de enfrentar estos temas e iniciar un nuevo ciclo socialista, un debate y una acción práctica que, como apuntó recientemente el historiador Eric Hobsbawm, se alcanza recurriendo en gran medida a la gramática del marxismo. Esto nos remite a las cuestiones planteadas al inicio de este ensayo: a la situación en que se encontraba la izquierda latinoamericana en su conjunto, en el año 1991; que sucedió con esta izquierda desde entonces; cuál es su situación actual; y cuáles son sus perspectivas. La izquierda latinoamericana fue globalmente derrotada en los años sesenta y principios de los años setenta: la Revolución Cubana fue bloqueada; otros procesos populares, nacionalistas y revolucionarios fueron derrotados; las guerrillas latinoamericanas no tuvieron éxito; la experiencia de la Unidad Popular terminó de forma trágica; y grande parte del continente fue sometido a dictaduras de facto y de derecho. Entre finales de los años setenta e inicio de los ochenta, hubo una inflexión: las grandes luchas sociales en Brasil y la victoria de la guerrilla sandinista son dos ejemplos de esto. Durante la década de 1980, las dictaduras ceden espacio. Pero en su lugar surgen democracias restringidas y cada vez más influenciadas por el neoliberalismo. Las victorias de Collor en Brasil (1989) y de Chamorro en Nicaragua (1990), entre otras, marcaron entonces el princípio de una década de hegemonía neoliberal. Fue exactamente en este contexto que, en 1990, inmediatamente antes de la disolución de la URSS, una gran parte de la izquierda latinoamericana decidió encontrarse en un seminario cuyas derivaciones dieron origen al Foro de São Paulo. La disolución de la URSS tuvo impactos materiales directos sobre Cuba. Ya sobre los demás países, en especial sobre sus izquierdas, los impactos fueron principalmente ideológicos y políticos. Pero la proximidad amenazadora de los Estados Unidos, la lucha reciente contra las dictaduras y los embates contra el neoliberalismo naciente parecen haber funcionado como una «vacuna», que limitó los efectos desmoralizantes que la crisis del socialismo tuvo sobre vastos sectores de la izquierda en otras regiones del mundo. No es que no haya habido deserciones, traiciones y conversiones ideológicas. Pero, visto de conjunto y de manera comparativa, la izquierda latinoamericana salió mejor que su congénere europea. En esto influyeron por lo menos cuatro factores. Primero: debido al «lugar» ocupado por nuestra región en la división del trabajo vigente en el período imperialista clásico, no tuvimos en nuestro continente una experiencia socialdemócrata equivalente al Estado de bienestar social, que cristalizase la creencia de que era posible conciliar capitalismo, democracia y bienestar social. Lo que llegó más próximo de esto (el populismo, especialmente el argentino) fue combatido con violencia brutal por las oligarquías y por el imperialismo. Con otras palabras, incluso donde la izquierda luchaba por banderas de tipo democrático-capitalista, la burguesía realmente existente era en general un sólido adversario. Aunque esto no haya eliminado las ilusiones, dio a las luchas de los años ochenta un sesgo mucho más radical, sin el cual algunos éxitos de la resistencia al neoliberalismo no habrían sido posibles. Segundo: a pesar de los equívocos, de las limitaciones y principalmente a pesar del retroceso causado por la combinación entre el bloqueo estadounidense y el colapso de la URSS, la valiente resistencia cubana impidió que asistiésemos, entre nosotros, el espectaculo deprimente y desmoralizante asistido en muchas paragens del Este europeo y de la propia URSS. Además de eso, ciertas características de la sociedad cubana seguían y siguen siendo un diferencial positivo, para el trabajador pobre de la mayoría de los países latinoamericanos; no era así en Europa, en gran parte de los casos. Por lo tanto, fue más fácil, para grandes sectores de la izquierda latinoamericana, mantener la defensa del socialismo, percibir las especificidades nacionales y mantener una actitud más crítica en cuanto a modelos supuestamente universales, especialmente los venidos de otras regiones. Tercero: la hegemonía neoliberal, combinada con el predominio estadounidense ocasionado por la desaparición de la URSS, era efectivamente y fue percibida inmediatamente como un riesgo, no solo para las izquierdas, sino para la soberanía nacional y para el desarrollo económico latinoamericano. Para muchas organizaciones de la izquierda regional, esto permitió compensar con nacionalismo y desarrollismo lo que se perdía o se diluía en términos de contenido programático socialista y revolucionario. Cuarto: el fin de la URSS abrió inmensas oportunidades de expansión para las potencias capitalistas, especialmente para los Estados Unidos y para la naciente Unión Europea. De ahí se derivó una concentración de esfuerzos en el Este europeo y en el Oriente Medio, acompañada de una cierta «despreocupación sistémica» con lo que estaba ocurriendo en el denominado patio trasero latinoamericano. Esto explica no el hecho en sí, sino la velocidad con que los partidos críticos del neoliberalismo llegaron al gobierno, a partir de 1998, en importantes países de la región. Paradójicamente, fue a partir destas victórias que se evidenciaron ciertas consecuencias del fin de la URSS, así como las derivadas del surgimiento del capitalismo neoliberal. Implicaciones que pesaban sobre las acciones de la izquierda latinoamericana, exactamente en el momento en que esta izquierda comenzaba a conquistar los gobiernos nacionales de sus países. Comencemos por las ideológicas. Las izquierdas que llegan al gobierno a partir de 1998, pero también aquellas que se mantuvieron desde entonces en la oposición, en algunos casos contra la derecha, en otros casos incluso contra los gobiernos progresistas y de centroizquierda, no lograron superar la confusión ideológica y tampoco lograron resolver el déficit teórico que se expresa en tres terrenos fundamentales: del balance de los intentos de construcción del socialismo del siglo XX, de análisis del capitalismo del siglo XXI y de la elaboración de una estrategia adecuada al nuevo período histórico. Los intentos de elaborar una teoría sobre el «socialismo del siglo XXI» son caleidoscópicos; los análisis del capitalismo imperialista neoliberal aún son tentativos; y los resultados prácticos muestran los límites de las distintas estrategias. La confusión se agrava por la influencia de ciertas «escuelas» muy activas en la izquierda, como el desarrollismo, el etapismo o el movimientismo, sin hablar de cierto culto al martirio («pocos pero buenos», «cuanto peor, mejor» y otros del mismo género) que tiene evidentes raíces cristianas. Claro que la confusión ideológica y la limitación teórica no constituyen un problema tan grave, cuando el viento está a favor. En cierto sentido, ocurre lo contrario. Una cierta dosis de ignorancia acerca de los límites materiales ayuda, al no saber que «es imposible», a extender mucho los límites de lo posible. Pero cuando el viento no sopla a favor, la claridad teórica y la consistencia ideológica se tornan activos fundamentales. Y ahora, en 2012, estamos en un momento de vientos contradictorios. Hablemos ahora de las implicaciones políticas. La principal de ellas es que, salvo raras excepciones, el conjunto de las izquierdas latinoamericanas incorporó la competencia electoral, la accion parlamentaria y la gestión gubernamental en su arsenal estratégico. O sea, incorporó un arma típica del arsenal socialdemócrata, en el exacto momento en que en el viejo mundo los aspectos progresistas de la democracia electoral burguesa y de la socialdemocracia clásica están en declive. La incorporación de la competencia electoral, de la accion parlamentaria y de la gestión gubernamental como armas fue posible por diversos motivos. De parte de las izquierdas, podemos citar la derrota político militar de las experiencias guerrilleras, la reducción de los perjuicios (bien fundados o no) contra la «democracia burguesa», y la dinámica particular que permitió una más o menos exitosa combinación entre lucha social y electoral en cada país. Pero para que aquellas armas pudiesen ser utilizadas con cierto éxito por las izquierdas, desde el final de los años noventa hasta ahora, es preciso considerar también el cambio relativo en la actitud de los Estados Unidos, de las derechas y de las burguesías locales, que en varios países no tuvieron los medios y/o los motivos para bloquear electoralmente a las izquierdas. Pero, pasada cierta euforia inicial, las distintas izquierdas latinoamericanas se toparon con los límites derivados del que podemos denominar camino electoral. De diferentes maneras, hasta porque las izquierdas, los procesos y las culturas políticas son distintas, se fueron evidenciando las diferencias entre Estado y gobierno; la difícil combinación entre democracia representativa y democracia directa; los límites de la participación popular y de los movimientos sociales; las diferencias entre legalidad revolucionaria y legalidad institucional. Además, los mecanismos de defensa del Estado burgués -como la burocracia, la justicia, la corrupción y las fuerzas armadas- siguen operando con eficiencia, para constreñir a los gobiernos progresistas y de izquierda. Sea como fuere, hoy mas que antes queda en evidencia que la izquierda latinoamericana necesita una mayor comprensión de las experiencias regionales y mundiales en que las armas electorales, parlamentares y gubernamentales fueron utilizadas como medio para intentar hacer la transformacion socialista o socialdemocrata de la sociedad. La ausencia de claridad al respecto, mejor dicho, las diferentes interpretaciones sobre el tema, vienen produciendo desde 1998 agudas controversias dentro de la izquierda latinoamericana, entre dos polos y sus variantes intermedias: los que pretenden avanzar más rápido y los que temen avanzar más rápido de lo que la correlación de fuerzas supuestamente permite. Las dos cuestiones anteriores se combinan con una tercera, algo más compleja, referida a la comprensión de la etapa histórica en que vivimos y de los conflictos que están en juego en América Latina. Como dijimos antes, el fin de la URSS debe ser visto en el contexto de una transición entre el capitalismo imperialista clásico y el capitalismo neoliberal, imperialista también, pero distinto al anterior. El capitalismo imperialista clásico atravesó por dos momentos: uno marcado por la contradicción interimperialista, otro marcado por la disputa entre «campo socialista» y «campo imperialista». En estos dos momentos, junto a las contradicciones citadas, existían también las contradicciones internas de cada país, así como las existentes entre las metrópolis y las periferias. Con el fin de la URSS, desapareció también la disputa entre «campos». Ya la contradicción intercapitalista se acentuó y derivó en una nueva variante: la disputa entre los antiguos centros (Estados Unidos, Unión Europea y Japón) y los nuevos centros emergentes (como China y sus aliados, los llamados BRICS). La lucha entre estos centros (viejos y nuevos) y sus respectivas periferias asume distintas formas, asi como son diversas las disputas internas de cada país. Lo importante es percebir que se trata, en lo fundamental, de disputas intercapitalistas: el socialismo se encuentra todavía en un período de defensiva estratégica. En el caso de América Latina, por ejemplo, hace más de diez años la izquierda viene ampliando su participación en los gobiernos y enfrentando con mayor o menor decisión el neoliberalismo, pero por todas partes el capitalismo sigue siendo hegemónico. Esto no impide a algunos sectores de la izquierda de apellidar el proceso político en curso en sus respectivos países con nombres combativos (diferentes variantes de «revolución»), ni impide a otros sectores de la izquierda «resolver» las dificultades objetivas acusando a los partidos gobernantes de falta de combatividad y de firmeza de propósitos, lo que sin dudas es verdad en varios casos. Pero, más allá de las traiciones, del voluntarismo y del deseo, la verdad parece ser la siguiente: incluso donde la izquierda gobernante sigue fiel a los propósitos socialistas y comunistas, las condiciones materiales de la época en que vivimos imponen límites objetivos. Esencialmente, tales límites constriñen a los gobiernos de izquierda, incluso a los políticamente más radicales, a recurrir a métodos capitalistas para producir desarrollo económico, aumentar la productividad sistémica de las economías, ampliar el control sobre las riquezas nacionales, reducir la dependencia externa y el poder del capital transnacional, especialmente el financiero. E, incluso, tales límites constriñen el financiamiento de las políticas sociales. Cabe recordar que el capitalismo imperialista neoliberal provocó un retroceso en el desarrollo económico latinoamericano. Una de las consecuencias políticas de ese retroceso fue la paulatina dislocación, a favor de la oposición de izquierda, de sectores de la burguesía y de las capas medias. Esa dislocación hizo posible la victoria electoral de los actuales gobiernos progresistas y de izquierda, y generó gobiernos pluriclasistas, vinculados genéticamente a la defensa de economías plurales, con un amplio predominio de la propiedad privada, en sus variadas expresiones, incluso las más contradictorias, como la propiedad cooperativa y el capitalismo de Estado. Vale decir que esta situación no es contradictoria con una de las conclusiones que se pueden sacar de las experiencias socialistas del siglo XX: la socialización de las relaciones de producción depende de la socialización de las fuerzas productivas. Y esta por su vez exige métodos capitalistas, con una intensidad inversa al nivel prévio de desarrollo económico. Al llegar a este punto, podemos resumir lo dicho de la siguiente forma. En el año 1991, la izquierda latinoamericana venía de un doble proceso de derrotas: primero, la derrota del ciclo guerrillero de los años sesenta y setenta; después, la derrota del ciclo de redemocratización de los años ochenta. El fin de la URSS y el ascenso del neoliberalismo e un primer momento acentuan la derrota, pero al cabo desenbocan en la abertura de un tercer período, cuyo desenlace es distinto: se inicia en 1998 un ciclo de victorias electorales, que resulta en una correlación de fuerzas regional favorable, que aún se mantiene. Las condiciones internas y externas que hicieron posible este ciclo de victorias permitieron a estos gobiernos, en un primer momento, ampliar los niveles de soberanía nacional, democracia política, bienestar social y desarrollo económico de sus países y poblaciones. Pero en lo fundamental esto se hizo redistribuyendo la renta de manera distinta, sin alterar la matriz de producción y distribución de la riqueza. En un segundo momento, las limitaciones de la propia matriz de producción y distribución de la riqueza, acentuadas por otras variables -políticas, ideológicas, estratégicas, económicas, sociológicas, geopolíticas- hacen que los niveles de soberanía nacional, democracia política, bienestar social y desarrollo económico se mantengan dentro de límites más estrechos de lo que esperados inicialmente por la izquierda, gobernante u oposicionista. Estamos hoy en este segundo momento, que coincide con un agravamiento de la situación internacional, que repercute de dos maneras fundamentales sobre la región: por un lado, complica sobremanera la situación de las economías que dependen del mercado internacional; por otro lado, aumenta la presión de las metrópolis sobre la región, concluyendo aquel período de cierta «desatención estratégica» que facilitó ciertas victorias electorales. Las limitaciones internas y el cambio de ambiente externo tienden a agudizar el conflicto, dentro de cada país, no solamente entre izquierdas y derechas, sino tambien entre las fuerzas sociales y políticas que componen lo que llamamos izquierda(s); pueden, también, exacerbar algunas diferencias entre los gobiernos de la región. Dicho esto: ¿cuáles son las perspectivas? Hay que considerar, en primer lugar, la incidencia sobre la región de macro variables sobre las cuales no tenemos incidencia directa: la velocidad y la profundidad de la crisis internacional, los conflictos entre las grandes potencias, la extensión e impacto de las guerras. Destacamos, entre las macro variables, aquellas vinculadas al futuro de los Estados Unidos: ¿Recuperará su hegemonía global? ¿Concentrará energías en su hegemonía regional? ¿Agotará sus energías en el conflicto interno de su propio país? Hay que considerar, en segundo lugar, el comportamiento de la burguesía latinoamericana, en especial, de los sectores transnacionalizados: ¿Cuál es su conducta frente a los gobiernos progresistas y de izquierda? ¿Cuál es su disposición con respecto a los procesos regionales de integración? ¿Cuál es su capacidad de competir con las burguesías metropolitanas y aspirar a un papel más sólido en el escenario mundial? Del «humor» de la burguesía dependerá la estabilidad de la vía electoral y la solidez de los gobiernos pluriclasistas. O, invirtiendo el argumento, su «falta de humor» radicalizará las condiciones de la lucha de clases en la región y en cada país. En tercer lugar, está la capacidad y disposición de los sectores hegemónicos de las izquierdas -partidos políticos, movimientos sociales, intelectualidad y gobiernos. La pregunta es: ¿Hasta dónde estos sectores hegemónicos están dispuestos y conseguirán rebasar los límites del período actual, y con qué velocidad? Dicho de otra manera, cuánto conseguirán aprovechar esta coyuntura política inédita en la historia regional, para profundizar las condiciones de integración regional, soberanía nacional, democratización política, ampliación del bienestar social y del desarrollo económico. Y principalmente, si van a lograr o no alterar los patrones estructurales de dependencia externa y concentración de la propiedad imperantes en la región hace siglos. Considerando estas tres grandes dimensiones del problema, podemos resumir así las perspectivas: potencialidades objetivas, dificultades subjetivas y tiempo escaso. Potencialidades objetivas: sin olvidar las alternativas negativas, el escenario internacional y las condiciones existentes hoy en América Latina, en especial en América del Sur, hacen posibles dos grandes alternativas positivas, a saber, un ciclo de desarrollo capitalista con trazos socialdemócratas y/o un nuevo ciclo de construcción del socialismo. En cuanto a esta segunda alternativa, estamos, desde el punto de vista material, relativamente mejor que la Rusia de 1917, que China de 1949, que Cuba de 1959 y que la Nicaragua de 1979. Dificultades subjetivas: hoy, los que tienen la voluntad no tienen la fuerza, y los que tienen la fuerza no han demostrado la voluntad de adoptar, a una velocidad y con una intensidad adecuadas, las medidas necesarias para aprovechar las posibilidades abiertas por la situación internacional y por la correlación regional de fuerzas. Un detalle importante: no hay tiempo ni materia prima para formar otra izquierda hegemonica. O bien la izquierda hegemonica que tenemos aprovecha la ventana abierta, o será la pérdida de una oportunidad. El tiempo está escaseando: la evolución de la crisis internacional tiende a producir una creciente inestabilidad que sabotea las condiciones de actuación de la izquierda regional. La posibilidad de utilizar gobiernos electos para hacer transformaciones significativas en las sociedades latinoamericanas no va a durar para siempre. La ventana abierta a final de los años noventa todavía no se cerró. Pero la tempestad que se aproxima puede hacerlo. Concluyo reafirmando que el juego aún no ha terminado, motivo por el cual debemos trabajar para que las izquierdas latinoamericanas, en especial aquellas que estan gobernando, y dentro de ellas la izquierda brasileña, haga lo que debe y puede hacer. Si ello sucede, podremos superar con éxito el actual período de defensiva estratégica de la lucha por el socialismo. En resumen, la ventana sigue abierta.
(Contribución para el seminario del PT de México realizado en marzo de 2012. La versión original de este texto hace parte de la antologia La izquierda latinoamericana a 20 años del derrumbe, publicada pela editora Ocean Sul). * El autor es secretario ejecutivo del Foro de Sao Paulo y miembro de la dirección nacional del Partido de los Trabajadores de Brasil. |
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