El pasado 1 de octubre se cumplieron 71 años de la fundación de la República Popular China. Al cierre del Siglo XIX, sin embargo, el país era gobernado por una monarquía parasitaria en decadencia. En ella, el culto a la personalidad del monarca, considerado un semi dios, se sostenía en varios pilares: la ignorancia del pueblo, fundamentalmente del campesinado; el poder de los señores feudales y de los señores de la guerra; y el poder económico y militar que ejercían sobre el país, a partir de 1839 luego de la “Guerra del Opio”, diversas potencias extranjeras. Entonces, hablar de una China unida, era una quimera por lo que uno de los objetivos que se trazó el movimiento nacionalista chino fue la lucha contra la opresión extranjera.
Desarrollado principalmente desde finales del Siglo XIX bajo la dirección del Doctor Sun Yat-sen y su partido, el Kuomintang, la lucha del pueblo chino llevó al derrocamiento de la monarquía y a la proclamación de la República en 1911. Luego de su muerte en 1925, se allanó el camino al poder de su yerno, el general Chiang Kai-shek, acérrimo militar anti comunista, quien eventualmente declaró la guerra al Partido Comunista.
Con el apoyo de Japón, se proclamó en 1931 la seudo independencia de Manchurria bajo el nombre de “Reino de Manchucó”. Japón sometió a la esclavitud a cerca de 5 millones de chinos, destinándolos a trabajos forzados como parte de su esfuerzo de guerra en el continente asiático e inició un proceso de transferencia de población japonesa a Manchuria. Los incidentes ocurridos en el Ferrocarril del Sur de capital japonés marcaron la excusa para la invasión y ocupación militar de Japón de Manchuria. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial en 1945 la población japonesa en Mancurria ascendía a 850 mil personas.
Entre los días 7 y 8 de julio de 1937, sobre el Puente Marco Polo en Pekín, se produjeron enfrentamientos entre soldados chinos y japoneses. Un feroz bombardeo japonés sobre la capital china culminará con su capitulación el día 29 de julio. Cientos de miles de chinos, entre ellos muchos comunistas, fueron asesinados por las tropas japonesas en ciudades como Pekín y Shanghai.
La derrota china y el avance incontenible de Japón dentro de su territorio llevó al Mariscal Zhang Xueliang a arrestar al general Chiang Kai Shek y forzar una tregua en la guerra con el Partido Comunista para así concentrar por separado esfuerzos militares en la derrota de Japón. Aceptado el pacto, los comunistas chinos desarrollaron en las zonas bajo su control, con el apoyo de la URSS, su propio estado político estableciendo un “gobierno soviético” y fortaleciendo su capacidad militar.
Concluida la Segunda Guerra Mundial en 1945, como resultado del incumplimiento por parte del Kuomintang de los acuerdos alcanzados con el Partido Comunista Chino, se reinicia la guerra civil. Esta concluye el 1 de octubre de 1949 con la victoria del PCCh y la retirada de los restos de las fuerzas militares del Kuomintang a la isla de Taiwan, también conocida como Formosa o Taipei.
El fracaso desu primer Plan quinquenal de 1952-57; el endeudamiento con la URSS; los cambios o giros políticos que daba ese país, sobre todo luego de la muerte de José Stalin en 1953, y los sucesos que se desarrollaban en los países del Bloque Socialista en Europa, donde cada vez, al control económico por parte de la URSS seguía el control del poder político y la reducción de los derechos soberanos de las naciones colocadas dentro del marco del llamado “Campo Socialista”, se sumaron a las preocupaciones que desde Pekín también manifestaban los dirigentes chinos con relación al socialismo soviético.
Las malas cosechas en China y la escasez de alimentos en estos primeros años de la colectivización crearon una gran hambruna afectando decenas de millones de chinos. A lo anterior se sumaron problemas asociados con una alta tasa de campesinos que internamente se desplazaron del campo a la ciudad abandonando la agricultura y el fracaso de la implantación del programa de industrialización. Como resultado, ya en 1958 se había detenido el “Gran Salto Adelante” inciado tras el triunfo de la Revolución, lo que llevó a un “salto hacia atrás”.
Las consecuencias de este “salto hacia atrás” y el advenimiento de divergencias sobre el desarrollo del modelo económico y político socialista, junto con la pérdida de prestigio en las políticas económicas que había impulsado Mao Tse Tung (Mao Zedong como hoy se pronuncia su nombre), llevaron a nuevas fricciones dentro del PCCh. Liu Shao-qi pasó a ocupar la Presidencia del Partido mientras Deng Xiaoping pasó a ocupar la Secretaría General. Mao Tse Tung, por su parte, retuvo la dirección del Comité Militar Central del Partido. Fue desde esta última posición que Mao retoma la lucha por prevalecer en sus ideas diseñando una nueva propuesta: lanzar la convocatoria a los jóvenes para el desarrollo de una “Gran Revolución Cultural Proletaria” que corrigiera las “desviaciones” en el proceso de construcción del socialismo en China.
Mao señalaba que “la concepción del mundo de los intelectuales, incluidos los jóvenes intelectuales que frecuentan aún las escuelas, en el partido y fuera de él, era fundamentalmente burgués. De ahí que era necesario en “esta fase crucial de la lucha entre dos clases”, las dos vías y las dos líneas: (a) luchar contra los detentadores del poder que siguen la vía capitalista como tarea principal; (b) resolver el problema de la concepción de mundo y extirpar las raíces del revisionismo, como objeto. Esta lucha, independientemente de su costo, señalaba, no solo podría tomar al menos 10 años, sino que debería repetirse varias veces en un siglo. Mao concebía la Gran Revolución Cultural Proletaria como un proceso profundamente ideológico, dirigido a aquellos quienes, si bien habían participado en la lucha revolucionaria democrática contra el imperialismo, el feudalismo y la burguesía compradora, una vez liberado el país, eran vacilantes en cuanto al camino a recorrer hacia el socialismo.
Mao decía que en ese momento alrededor de 30 o 35 millones de personas no estaban unidas como un ejército en formación del lado de la Revolución, por lo que llamaba a actuar para impedir que se consolidaran y unieran. El método para dirigir la tarea era la lucha ideológica.
La Gran Revolución Cultural Proletaria se desarrolló entre 1966-1976. En esta, millones de jóvenes miembros de la “Guardia Roja” abandonaron las universidades y centros de estudio, reprimiendo y persiguiendo a aquellos que consideraban por sus posiciones ideológicas o políticas, aliados de Liu Shao-qi o Den Xiaoping, a quienes identificaban como elementos burgueses y capitalistas. Decenas de miles de intelectuales, técnicos de alta gradación, obreros calificados, cuadros militares y dirigentes comunales y campesinos fueron destituidos de sus puestos y enviados a campamentos de reeducación y trabajo. En muchos casos fueron reprimidos físicamente por los jóvenes guardias rojos. Los excesos ocurridos en el curso de estos años, sin embargo, llevarían eventualmente al propio Mao a ordenar la disolución del cuerpo y la terminación del proceso iniciado.
La ruptura entre las tendencias dentro del movimiento comunista internacional ocurridas más adelante a raíz del cisma chino-soviético, incrementaron el fraccionalismo organizativo dentro del movimiento revolucionario estableciendo serias divisiones en cuanto a la táctica y la estrategia en la conducción de los procesos políticos y el desarrollo de la teoría militar en la lucha revolucionaria.
Las tesis de Mao Zedong, que prevalecieron durante el IX y X Congreso del PCCh, luego de su muerte en 1979 y tras un breve mandato posterior por parte de quien fuera su Primer Ministro y cercano colaborador desde los años treinta, Chou En Lai, abrieron paso nuevamente a la reaparición de Den Xiaoping en la política china. Será Deng quien eventualmente, luego del fin de la Gran Revolución Cultural Proletaria y las muertes de Mao y Chou, iniciará un proceso de reformas en la economía china y orientará el desarrollo de los primeros pasos dentro de una relativa apertura del proceso político interno, todo ello dirigido a modernizar el país.
Fue durante el IX Congreso del Partido Comunista Chino, efectuado en septiembre de 1969, que Mao Zedong afianza nuevamente su poder dentro del Partido y el Estado chino. Aquellos elementos en el seno del Partido y a la cabeza de los organismos del Estado, identificados en el curso de la Gran Revolución Cultural Proletaria como elementos revisionistas o pro capitalistas, fueron barridos del poder. Alrededor de Mao se fue aglutinando un conjunto de colaboradores que coyunturalmente coincidían con su llamado a la lucha de clases al interior del Partido.
La discusión en esos años del “Pensamiento Mao Tse Tung”, como entonces se le llamó a las aportaciones teóricas de Mao, adquirió en muchos casos la condición de “letra escrita en piedra”. El dogmatismo desarrollado por millones de jóvenes agrupados en la Guardia Roja adquirió también, por momentos, características similares a un culto a la personalidad de Mao y sus ideas y un claro menosprecio por todo lo que representaba el pasado. En una sociedad milenaria como la China, se intentó volver la espalda al acervo cultural del país para construir, desde la Revolución misma, un nuevo paradigma. El rechazo al pasado, enfrentó, además, a jóvenes con ancianos; a aquellos nacidos bajo el viejo régimen con aquellos nacidos o criados dentro del proceso revolucionario; a los fundamentos ideológicos del período de construcción del socialismo antes del triunfo de la revolución, con las nuevas propuestas impulsadas por la nueva Revolución Cultural Proletaria.
Con la celebración en agosto de 1973 del X Congreso del Partido Comunista Chino, se ajustan viejas cuentas entre algunos de los dirigentes del PCCh que habían formado parte del impulso inicial de la Gran Revolución Cultural Proletaria. En el proceso, dirigentes del Partido y del Ejército encabezados por Lin Piao, a quién en el IX se le había elevado a la condición de virtual sucesor de Mao, fueron totalmente desplazados del poder.
En el X Congreso, además, acceden a la dirección del PCCh varias figuras de la política china, desarrolladas al calor de la Revolución Cultural Proletaria, como fueron Chiang Ching, esposa de Mao; Wang Hongwen, uno de los dirigentes más jóvenes del Buró Político y dirigente de los Guardias Rojos en el curso de la Gran Revolución Cultural Proletaria; junto con Zhang Chunquiao y Yao Wenyuan. Estos, a la muerte de Mao y como parte de las luchas internas en el seno del PCCh, caerían en desgracia siendo encarcelados y condenados a largas penas de prisión en 1981, las que eventualmente fueron conmutadas en 1991.
El sucesor de Mao en la presidencia del Partido Comunista de China allanó el camino al regreso al poder de aquellos dirigentes desplazados en los años de la Gran Revolución Cultural Proletaria, incluyendo a Den Xiaoping iniciando así el proceso de cambio que ha venido sufriendo China hasta el presente.
Den Xiaoping planteó la necesidad de una transformación económica de gran magnitud en China que llevara al país a su modernización radical en el terreno económico, aunque ciertamente, en lo concerniente a lo político e ideológico, los cambios se definieron en forma mucho más conservadora. Para 1992 Deng estimaba aproximadamente como mínimo tres décadas para China aproximarse a tal objetivo; es decir, ubicaba un periodo de transición coincidiendo en tiempo con el centenario de la fundación del Partido Comunista de China en 1921. Así, bajo la dirección de dicho Partido y bajo consideraciones de desarrollo de un modelo económico basado en la economía planificada, característica de los modelos de desarrollo socialistas, China incorporaba en sus políticas de desarrollo la propuesta de “dos modelos, un sistema” donde, a la par que reivindica el carácter socialista del país, se introducirían reformas de corte capitalista en su economía. Aquellos cambios en esa China moderna, sin embargo, fueron también acompañados de fuertes pérdidas económicas como resultado del desmantelamiento parcial de su sistema de salud pública y la privatización de áreas relacionadas con los servicios de salud, de la educación, y otros sectores de la economía.
Las políticas iniciadas por Deng, que incluyeron el restablecimiento de la propiedad privada en China (aunque no afectaron el campo, ni las tierras de cultivo, ni la propiedad colectiva o en usufructo por el Estado), así como el desarrollo de polos o áreas económicas donde las relaciones de producción eran esencialmente capitalistas, llevó a este país, en apenas tres décadas, a colocarse como una de las principales potencias económicas del mundo.
El rumbo iniciado por Deng Xiaoping entonces, es en su esencia, el mismo rumbo que al presente mantiene China. De hecho el actual presidente de la República Popular China, Xi Jinping, expresó en un mensaje en ocasión de la III Sesión Plenaria del XVIII Comité Central del Partido Comunista el 12 de noviembre de 2013 lo siguiente:
“En la práctica, el socialismo mundial no ha podido resolver el desafío del cómo gobernar la sociedad socialista. Una sociedad totalmente nueva. Carlos Marx y Federico Engels no tenían experiencia práctica de cómo gobernar de manera integral un país socialista y muchas de sus leyes sobre las sociedades futuras eran previstas. Vladimir Ilich Lenin falleció poco después de la Revolución de Octubre y no tuvo tiempo para explorar a fondo este problema. La Unión Soviética llevó a cabo exploraciones sobre este problema, consiguió algunas expreriencias práctica, pero cometió errores que le impidieron solucionarlo. Nuestro Partido, desde que llegó al poder ha trabajado incansablemente en el estudio del problema. Pese a los altibajos sufridos ha acumulado abundantes experiencias y ha conquistado importantes logros en el sistema y la capacidad de gobernación del Estado, y los avances a partir de la reforma son especialmente evidentes. Nuestra política es estable, nuestra economía se desarrolla, nuestra sociedad es armoniosa y nuestras étnias están unidas, condiciones que contrastan con la situación caótica surgida constantemente en ciertas regiones y países del mundo. Esta demuestra que nuestro sistema y capacidad de gobernación del Estado son buenos en lo global y se adaptan a la situación nacional y la demanda de desarrollo de nuestro país.” A lo largo de los pasados setenta y un años, la República Popular China ha dado al mundo lecciones en cuanto a la capacidad de un estado político de brindar asistencia, alimentación, educación, salud y actividades recreativas, por solo mencionar algunas a una población que ya sobrepasa mil trescientos millones de habitantes. Más allá de las críticas que desde una perspectiva exterior podamos formular a su gobierno, instituciones, procedimientos, formas de ejercicio democrático y participativo o incluso, planificación económica, ciertamente no podemos dejar de señalar sus importantes logros y avances.
Ha sido el socialismo con sus características chinas, el que a lo largo de estas décadas ha permitido el desarrollo de un país como el que hoy despunta en el mundo.
A quienes nos ha tocado vivir parte de este periodo histórico nos ha correspondido la oportunidad de ser testigos de una gran epopeya, aquella librada por el pueblo chino en casi un siglo de lucha y revolución.
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