Apenas comienza el año y nuevamente la situación militar en Iraq vuelve a llenar los titulares mundiales en las noticias. En esta ocasión, se informa del ataque llevado a cabo por musulmanes chiitas, agrupados en las Fuerzas de Movilización Popular (Hasch al Sahaabi por su nombre en árabe), contra la embajada estadounidense en Bagdad, ello en reacción a los bombardeos llevados a cabo por Estados Unidos contra instalaciones y depósitos de armamento de Hezbolá localizados en la frontera entre Iraq y Siria; y el ataque llevado a cabo contra instalaciones militares en Iraq donde perdió la vida un contratista estadounidense. Las FMP son una coalición de milicias en suelo iraquí, que incluye efectivos de la organización pro iraní palestina radicada en suelo libanés, Hezbolá, la cual desde hace años combate contra el Estado Islámico en la República Árabe de Siria, particularmente al sur de Siria, en la zona fronteriza con Líbano y al noreste, en la frontera de Siria con Iraq.
La población musulmana chiita en Siria y Líbano guarda vínculos muy estrechos, no sólo con la mayoría de la población musulmana en Iraq que es también chiita, sino particularmente con uno de los países aliados de Siria en su conflicto interno frente a Occidente, la República Islámica de Irán. La mayoría de la población iraní, confesionalmente hablando, es chiita. En Iraq, sin embargo, a diferencia de Irán e incluso Siria, la mayoría de la población localizada en la porción oeste de su territorio, confesionalmente es suní. La mayor parte de la población iraquí es árabe, mientras en el caso iraní, es persa.
En el caso de Siria, hay otra diferencia a destacar, y es que gran parte de los funcionarios de su gobierno, incluyendo al propio presidente Bashar Al Asaad y su círculo inmediato de gobierno, confesionalmente no es ni chiita ni suni, sino alawita, otra corriente religiosa en el mundo musulmán.
Entre un 80% y un 90% de los musulmanes en el mundo son sunis. Reciben su nombre de “sunna”, nombre con el cual describen los dichos y hechos del profeta Mahoma, los cuales se transmiten de persona a persona y de generación a generación mediante la tradición oral. Los sunis reconocen los cinco pilares fundamentales del Islam, a saber: (a) Sólo existe un Dios único, indivisible e inmaterial cuyo nombre es Alá y Mahoma es su profeta; (b) Todo creyente en el Islam debe rezar cinco veces al día inclinándose hacia donde está localizada La Meca: (c) Quien profesa la fe musulmana viene obligado a ofrecer limosna equivalente a 2.5% de sus ahorros; (d) Todo musulmán viene obligado a ayunar durante las horas del sol en el mes del Ramadán; y (e) Todo musulmán debe aspirar, al menos una vez en su vida, a peregrinar hacia La Meca.
Para ellos, el Islam no está sujeto en forma jerárquica a la interpretación del Libro Sagrado, el Corán, donde se recogen por parte de un clérigo infalible las revelaciones de Alá al profeta; ni existe la noción de que el Estado y la religión deben permanecer unidos bajo la Ley Islámica. Par los chiitas, por su parte, si bien reconocen los cinco pilares fundamentales del Islam, el Corán y la Sunna, existe, no obstante, una gran diferencia teológica, y que es que no creen que todo lo bueno y lo malo proviene de Alá. Ellos tienen un clérigo, conocido como “Imán”, a quien consideran su líder o director para la oración dentro de una mezquita, que es una persona enviada por Alá para evitar que el ser humano camine hacia la perdición. Su concepción entre la religión y el Estado se ve como una unidad orgánica, debiendo este último regirse por la Ley Islámica.
Los “alawitas”, también conocidos como “ansaris” o “nusaris”, forman parte de una corriente en el Islam desarrollada entre los siglos IX y XI de nuestra Era en el Imperio Otomano, localizados mayormente en lo que hoy son Turquía y Siria. Se trata de una variante chiita donde, si bien responden en un sentido religioso a los imanes, también han incorporado elementos provenientes del cristianismo ortodoxo en una especie de sincretismo religioso, donde por ejemplo, no se rigen por los “cinco principios” antes mencionados, pero conmemoran la Natividad.
Sin el entendimiento de estas diferencias de credo no es posible una comprensión de lo que se ha venido desarrollando, desde antes de la Guerra del Golfo durante la década de 1990 del siglo pasado, en Iraq, aunque ciertamente, el conflicto religioso no es necesariamente el principal foco de controversias en la región. Por ejemplo, bajo el gobierno de Saddam Hussein, la mayoría de los comandantes militares de Iraq eran sunis, así como la mayoría de los funcionarios de su gobierno. Lo mismo sucedía con relación a la dirección del partido de gobierno Baaz, ello a pesar de que la mayoría de su población era chiita. Como indicamos, la población en la porción occidental de Iraq es suni, mientras que la población en la parte oriental, donde reside la de mayor parte de su población y que precisamente hace frontera con Irán, es chiita. Tanto Siria, como Iraq e Irán, comparten al norte de su territorio zonas habitadas por población kurda, mayormente musulmana, la cual ocupa, además, un amplio espacio dentro de los límites territoriales de Turquía y algunos bolsones territoriales dentro de Armenia y otras exrepúblicas soviéticas. Han sido precisamente los intereses económicos y estratégicos de las grandes potencias, globales y regionales, en torno a recursos naturales como el agua, el petróleo y el gas, los detonantes principales de los conflictos en el Medio Oriente y Asia Central.
En el caso del Líbano, si bien hay una alta cantidad de su población que es musulmana dentro de las dos corrientes principales del Islam, también hay un alto porciento que es cristiana, en sus distintas denominaciones. Sin embargo, dentro de esa realidad, hay también una amplia gama de población de refugiados palestinos que confesionalmente son chiita y cuya milicia principal, Hezbolá, sostiene una estrecha relación con la República Islámica de Irán. De hecho, a lo largo de la intervención contra Siria y la lucha contra ISIS, Hezbolá ha mantenido una brigada de combatientes dando su apoyo al gobierno constitucional de Bashar Al Assad.
Durante los pasados meses, a partir del 28 de octubre de 2018, se desarrollaron once ataques contra bases o instalaciones militares iraquíes, algunas de las cuales acogen tropas de Estados Unidos, contratistas y algún personal diplomático. Estados Unidos ha mantenido en Iraq la presencia de 5,200 efectivos. En el último de estos ataques, ocurrido el pasado 27 de diciembre, un contratista estadounidense y varios efectivos militares de Iraq resultaron muertos. De inmediato el gobierno de Estados Unidos acusó a la República Islámica de Irán de estar detrás de estas acciones. Irán por su parte, ha negado estar involucrado en dicho incidente. La acción de represalia de parte de Estados Unidos contra instalaciones de Hezbolá, sin embargo, no se hizo esperar. En una zona cercana a la frontera entre Siria e Iraq, medios militares estadounidenses bombardearon instalaciones de Hezbolá conllevando la muerte de 25 efectivos de dicha milicia y cerca de 51 heridos.
El ataque estadounidense tuvo a su vez una respuesta. Integrantes de la coalición iraquí Fuerzas de Movilización Popular, reaccionaron con una contundente demostración frente a la embajada de Estados Unidos. La prensa internacional nos presenta informes confusos sobre lo allí acontecido. Por vía de ejemplo, la página electrónica del periódico español El País de 1 de enero, indica en la noticia que conforme “una fuente que pidió el anonimato”, los manifestantes lanzaron piedras hacia las instalaciones “pero sin intentar penetrar en el fortificado complejo”; mientras de otro lado, más adelante, la propia noticia indica que los manifestantes, “consiguieron irrumpir el martes en una parte del complejo y quemar algunas de las instalaciones”. En otra parte del mismo comunicado, sin embargo, se describe la situación como una en que los manifestantes habían quemado neumáticos frente a la embajada y eran “las fuerzas americanas” quienes “respondieron lanzando botes de gas desde el interior de la Embajada”. Tres versiones de los alegados hechos en una misma noticia
El ataque llevado a cabo por Estados Unidos en las instalaciones de Hezbolá ha sido denunciado por el propio gobierno iraquí señalando que era una violación de su soberanía, “contravienen las reglas de combate de la coalición internacional”; añadiendo que tal acción les obligaba a “revisar sus relaciones” con Estados Unidos. Por su parte, la Federación Rusa ha calificado los ataques llevados a cabo por Estados Unidos como “inaceptables y contraproducentes”, llamando a las partes “a abstenerse de adoptar otras medidas que podrían desestabilizar bruscamente la situación militar y política en Irak, en Siria y en los países vecinos.”
Dentro de esta confusión, Estados Unidos trasladó un Batallón de lnfantería de la 82 División Aerotransportada compuesto por 750 efectivos, y activó, para fines de movilización, una Brigada compuesta por 4 mil efectivos adicionales a Kuwait de su “Fuerza de Respuesta Rápida” a la que se sumarían a otros 14 mil efectivos que ya Estados Unidos había desplazado hacia el Golfo Pérsico desde mayo pasado a los 5,200 localizados en territorio iraquí, más aquellos que hoy mantiene emplazados en el norte de Siria bajo el pretexto de que vigilan las instalaciones petroleras ocupadas al gobierno en el norte de este país.
A la preocupación sobre un incremento de las tensiones militares en la región se sumaron inicialmente las expresiones del presidente Donald Trump cuando indicaba públicamente, en relación con la situación frente a la embajada en Bagdad: “Pagarán un alto precio. Esto no es una advertencia, es una amenaza.” Por su parte, el Secretario de Estado de Estados Unidos, Mike Pompeo, indicaba que su país y su gobierno “no aceptará que la República Islámica de Irán realice acciones que pongan en peligro hombres y mujeres estadounidenses.”
Las amenazas hechas por Trump y Pompeo tomaron poco tiempo en convertirse en hechos concretos. En una medida en extremo peligrosa para la paz mundial, en la noche del pasado jueves 2 de enero (hora de Puerto Rico), bajo órdenes directas del presidente, medios aéreos de las fuerzas armadas de Estados Unidos atacaron posiciones aledañas al aeropuerto de Bagdad donde el general iraní a cargo de una unidad elite de las fuerzas de la Guardia Republicana de Irán, conocida como “Fuerza Quds”, el teniente general Qasen Soleimani, fue asesinado mientras se desplazaba en un vehículo, junto a otros efectivos iraníes. Suleimani había estado al frente de dicha fuerza élite desde 1998, la cual venía operando en Siria organizando las milicias chiitas contra ISIS y brindando su apoyo al gobierno de Bashar al-Assad.
Se indica también que entre los fallecidos en el ataque se encuentra también Abu Mahdi al-Muhandis, dirigente de una milicia pro iraní junto a otros acompañantes. Se señala, además, que otros líderes de las milicias pro iraníes en Iraq fueron detenidos por fuerzas militares estadounidenses.
La respuesta del gobierno de la República Islámica de Irán no se ha hecho esperar. El Ministro de Relaciones Exteriores, Javad Zarif, ha indicado que la acción estadounidense ha sido extremadamente peligrosa y una escalada de tensiones estúpida de parte de dicho gobierno. Por su parte, Mohsen Rezaei, exjefe de dicho cuerpo élite y actual Secretario de Convivencia, un organismo asesor del líder supremo iraní, ha advertido sobre la venganza de su país contra Estados Unidos; mientras ante la gravedad de los sucesos, se ha convocado una reunión de emergencia el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
Ciertamente, la acción militar llevada a cabo por Estados Unidos no guarda proporción alguna con relación a los incidentes que le preceden, ello en el contexto de la situación particular de la región y sus posibles desarrollos futuros, sobre todo porque no hay una relación entre este atentado y los sucesos acaecidos recientemente frente a su embajada de Bagdad. El señalamiento hecho por Estados Unidos a los efectos de que “continuará tomando todas las medidas necesarias para proteger nuestra gente y nuestros intereses en cualquier en cualquier parte del mundo”, no es sino una invitación a mayores actos de violencia y mayores incertidumbres para el propio pueblo estadounidense. De hecho, el acto perpetrado por Estados Unidos nos coloca en un mundo todavía más inseguro que el que nos legara el año 2019. Estamos en el inicio de un año que seguramente será testigo de múltiples actos que la historia registrará como actos de terrorismo internacional o terrorismo de Estado.
Asumir, sin embargo, que lo único en juego en esta decisión de Trump está vinculado a la seguridad militar de Estados Unidos, sin tomar en consideración el proceso de residenciamiento que el presidente enfrenta, o el propio proceso electoral de cara al mes de noviembre, sería pecar de ingenuos. Si algo le conviene en estos momentos a Trump ante los escenarios mencionados, es desviar la atención del pueblo estadounidense haciendo el llamado hacia un “cerrar filas” con su gobierno ante una situación de emergencia o amenaza de conflicto militar que sus propios actos puedan generar. No sería ésta la primera vez que estamos ante tal escenario. Así ha sido la tendencia demostrada por pasados presidentes de Estados Unidos de cara a procesos electorales en los cuales persiguen su reelección.
Desde que Estados Unidos decidió desplazar personal de combate a Iraq para derrocar el gobierno de Saddam Hussein en el año 2003, se han llevado a cabo en la región tres importantes campañas denominadas: Operation Iraqi Freedom, Operation New Dawn, Operation Inherent Resolve. En el caso de Afganistán, el nombre de las campañas han sido denominadas Operation Eduring Freedom y Operation Freedom’s Sentinel.
Las campañas asociadas a Iraq, incluyen también otros países en la región como son Baréin, Chipre, Egipto, Israel, Jordania, Kuwait, Líbano, Qatar, Arabia Saudita, Siria, Turquía, los Emiratos Árabes Unidos y el Mar Mediterráneo, Golfo de Omán, Golfo Pérsico, Mar Rojo, el Mar de Arabia y el Golfo de Adén. Un estimado de bajas estadounidenses, sin contar aquellas asociadas a la intervención en Afganistán, se aproxima al cierre del año 2019 a 4,595 muertes y 32,372 heridos. Esto no toma en consideración aquellos y aquellas que regresan a sus casas afectados emocional y físicamente como resultado de sus experiencias durante las movilizaciones militares de las cuales han formado parte; mucho menos, el coste en vidas y heridos, refugiados y desplazados de los países donde estos conflictos bélicos se han desarrollado.
Si bien nuestra región latinoamericana tiene sus propios problemas que atender, por los cuales nos planteamos la lucha por alcanzar soluciones a los mismos; no puede ser alternativa desconectarnos de otras realidades que viven los pueblos, que también como nosotros, aspiran a la paz, a la no intervención, al rechazo a la guerra como mecanismo violatorio de la independencia y la soberanía de estos y a su libre determinación.
Sí existe hoy, luego de las acciones de Estados Unidos, el peligro de una conflagración mayor no sólo a escala regional, sino que la misma lleve a una a escala global.
Al comenzar este nuevo año, hagámoslo con un firme y resuelto propósito de promover la solidaridad entre los pueblos en lucha y un claro rechazo a toda guerra de agresión e intervención contra la soberanía de los pueblos.
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