La publicación electrónica Army Times, bajo la firma de Kyle Rempfer, recientemente se publicó la noticia de dos Boinas Verdes, cuerpo de fuerzas especiales de Estados Unidos, fallecidos en la provincia de Faryab, localizada cerca de Turkmenistán, en la región noroeste de Afganistán. La noticia revela que ambos soldados fallecieron el pasado 21 de agosto, en momentos en que las muertes de soldados estadounidenses en este país alcanzan su nivel más alto en cinco años. En víctimas civiles, se estima en 1,500 el número de muertos y heridos durante el pasado mes de julio. Señala Rempfer que en lo que va de año, 14 estadounidenses han perdido la vida en Afganistán y otros 85 han resultado heridos. La noticia nos llamó la atención dado el hecho de que los soldados fallecidos son de origen hispano: el Master Sargent Luis de León Figueroa y el Master Sargent José J. González, ambos ascendidos póstumamente.
Para muchos, el tema de la guerra en Afganistán es un recuerdo lejano; para otros, desconocido; para la mayoría irrelevante. Es como si este conflicto fuera meramente un evento histórico y no un evento presente, real y en desarrollo. Escapa a la memoria colectiva sus causas, así como los eventos, públicamente aceptados, que desatan el conflicto.
El 21 de septiembre de 2001 el presidente George W. Bush dirigió un mensaje al pueblo de Estados Unidos. Indicó que de acuerdo con cierta información proveniente de fuentes de inteligencia, la responsabilidad de una organización fundamentalista islámica de nombre Al Qaeda y su dirigente, Osama Bin Laden, eran responsables de los atentados terroristas acaecidos en Estados Unidos el día 11 de septiembre de 2001. Junto a estos, identificó también a las organizaciones islámicas “Jihad Islámico de Egipto” y al “Movimiento Islámico de Uzbekistán” como organizaciones vinculadas a redes terroristas esparcidas que el gobierno de Estados Unidos estimó entonces, se extendían por más de 60 países en el mundo. El movimiento islámico en el poder en Afganistán, conocido por Talibán, fue identificado como responsable de proveerle albergue, apoyo y lugares de entrenamiento en su territorio a estas organizaciones definidas como terroristas.
En su discurso, Bush emitió un ultimátum al gobierno de Afganistán. Demandó la entrega a las autoridades estadounidenses de Osama Bin Laden y los dirigentes de Al Qaeda; la liberación de todos los nacionales extranjeros encarcelados en Afganistán, incluyendo ciudadanos estadounidenses; exigió brindarle protección a periodistas, personal diplomático y trabajadores internacionales en dicho país; y requirió el cierre inmediato y permanente de los campos de entrenamiento en Afganistán utilizados por estas organizaciones. También exigió la entrega a las autoridades pertinentes de todos los llamados terroristas en este país y aquellos que apoyaban sus estructuras de funcionamiento, y reclamó de paso, el derecho absoluto de acceso de Estados Unidos a los llamados campos de entrenamiento para así asegurar que Al Qaeda no volviera a operar en dicho territorio.
En su declaración, Bush hizo un llamado a la guerra contra Al Qaeda indicando que no terminaría con el aniquilamiento de dicha organización y sus dirigentes; que a los terroristas se les privaría de sus fuentes de financiamiento, serían empujados unos contra otros y perseguidos de un lugar a otro hasta que no tuvieran refugio ni reposo. Con tal declaración se iniciaba la primera guerra del Siglo XXI, una guerra diferente donde se utilizarían todos los medios diplomáticos, todas las herramientas de inteligencia, todos los instrumentos de interdicción policiaca, todas las influencias financieras y todos los armamentos necesarios.
El 11 de septiembre de 2001 millones de seres humanos a lo largo de todo el planeta vieron con horror las escenas dantescas provocadas por los choques de aviones cargados de pasajeros y combustible, estrellados con todo su poder de destrucción, contra dos símbolos ignominiosos del poder imperialista mundial. El primero, las Torres Gemelas del World Trade Center en la ciudad de Nueva York, las cuales representaban para los atacantes el símbolo del poder financiero de Estados Unidos, que en el interés de maximizar sus ganancias económicas, ha condenado a la pobreza, al hambre, la desnutrición y la muerte a cientos de millones de seres humanos en el mundo. El segundo, el edificio del Pentágono en la ciudad de Washington, símbolo del poderío militar de la potencia mundial que históricamente ha destruido estados políticos; derrocado gobiernos, encubierto asesinos; sometido a millones de seres humanos a políticas genocidas de bloqueo económico; librado guerras de agresión contra pueblos en vías de desarrollo; entrenado torturadores en sus escuelas militares; inhibido las ansias de liberación, independencia, soberanía y auto determinación de las naciones; y finalmente, apropiado en muchos casos, de los recursos naturales de otros pueblos.
Por primera vez en su historia contemporánea, en suelo continental, el pueblo estadounidense sufrió en carne propia el flagelo de este mal hoy llamado ampliamente por el término terrorismo.
El día 12 de septiembre de 2001, el Consejo de Seguridad de la ONU, actuando a instancias de Estados Unidos, cuando aún se desconocía la identidad de los responsables por dichos ataques, aprobó la Resolución 1368. En ella exhortaba a la comunidad internacional a colaborar con urgencia para someter a la acción de la justicia a los autores, patrocinadores y organizadores de los atentados, subrayando, además, que sus copartícipes y cómplices también rindieran cuentas por sus actos. En dicha Resolución, el Consejo de Seguridad hizo un llamado a la comunidad internacional para prevenir y reprimir los actos de terrorismo, a la vez que consignó su disposición a tomar aquellas medidas necesarias para responder y combatir, en todas sus formas, tales actos de terrorismo.
El día 28 de septiembre de 2001, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la Resolución 1373. En virtud de ésta reafirmó el derecho inmanente de los Estados a la legítima defensa; la necesidad de luchar por todos los medios, según la Carta de la ONU, contra las amenazas a la paz y la seguridad internacionales; e instó a los Estados a actuar urgentemente para prevenir y reprimir los actos de terrorismo. También llamó a los Estados a que se abstuvieran de organizar, instigar y apoyar actos terroristas perpetrados en otro Estado; participar de ellos; o permitir el uso de su territorio para la comisión de dichos actos. La Resolución, además, hace un llamado a los países a establecer controles en sus fronteras y a emitir documentos de identidad; a intensificar y agilizar los intercambios de información operacional; y a revisar los procedimientos para la concesión de estatus de “refugiado”. Finalmente, la Resolución planteó la vinculación entre terrorismo internacional, delincuencia transnacional organizada, tráfico de drogas, blanqueo de dinero, tráfico ilícito de armas y la circulación de materiales nucleares, sustancias químicas y biológicos, así como otros materiales letales; junto con la necesidad de promover iniciativas nacionales, sub regionales, regionales e internacionales para reforzar respuestas a este reto y a las amenazas graves a la seguridad internacional.
Descansando en las dos resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones y sin que en momento alguno el Congreso de Estados Unidos, que es el que constitucionalmente tiene el poder para declarar la guerra, hubiera emitido una Resolución a tal efecto, el presidente de Estados Unidos decidió, junto a una llamada coalición de países pertenecientes a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), iniciar acciones militares contra Afganistán. En efecto, el 7 de octubre de 2001 comenzaron las operaciones militares contra Afganistán dentro del contexto de lo que se llamó inicialmente “Operación Justicia Infinita” a la que inmediatamente se sustituyó el nombre por “Operación Libertad Duradera”, a los fines de evitar reacciones adversas en el mundo musulmán, dada su connotación religiosa.
Las primeras operaciones militares consistieron en bombardeos de los campamentos de entrenamiento que utilizaba Al Qaeda, mientras desde la región Norte del país, donde operaba hacía años la denominada Alianza del Norte, se infiltraron efectivos de las Fuerzas Especiales de Estados Unidos para el apoyo e incorporación con los efectivos militares de la Alianza del Norte, en la lucha contra el Talibán y el proceso de invasión por tierra de la coalición internacional a Afganistán.
La Alianza del Norte era entonces un frente muy heterogéneo de organizaciones, algunas totalmente disímiles, tales como: Partido Islámico de Afganistán, Partido Islámico para la Unidad de Afganistán, Movimiento Islámico Nacional de Afganistán, Movimiento Islámico de Afganistán y la Unión para la Liberación de Afganistán. Estas organizaciones respondían a intereses étnicos, culturales y religiosos, recibiendo algunos ayuda de países como Turquía y la República Islámica de Irán.
En una corta campaña militar el 13 de noviembre de 2001, la capital del país, Kabul, fue tomada por efectivos de la Alianza del Norte con el apoyo directo estadounidense. De esta manera, Estados Unidos logró imponer en el gobierno de Afganistán a Hamid Karzai, quien según indicó la revista The Economist en su edición del 22 de agosto de 2009, era un pequeño dirigente proveniente de una familia de la etnia pashtún que participó del jihad o guerra santa librada por el pueblo afgano contra la presencia soviética.
El Talibán es una facción miltar fundamentalista islámica dentro de la corriente suni en Afganistán. Se distinguió en su origen como una agrupación de jóvenes que durante la guerra contra la invasión soviética de Afganistán, con amplio apoyo del gobierno de Arabia Saudita, sostuvieron una lucha de guerrillas contra el gobierno afgano apoyado por las tropas soviéticas. Estos jóvenes promovían la instauración de un gobierno teocrático en su país sujeto a la ley islámica. Luego de la derrota del gobierno afgano apoyado por Moscú, entre los años 1996 a 2001, los talibanes asumieron el control del país; y más adelante, tras su derrota, en 2002 y hasta el presente, han asumido la lucha de resistencia contra la coalición militar encabezada por Estados Unidos en este país. La lucha de guerrillas del Talibán se extiende a aquellas zonas fronterizas con población pashtún a lo largo de la llamada Línea Durand desde el interior de la República Islámica de Paquistán.
En su campaña como candidato a la Presidencia de Estados Unidos, Barack Obama se expresaba contrario a la presencia indefinida de Estados Unidos en Afganistán. Se referiría a esta guerra, a diferencia de aquella librada por Estados Unidos en Iraq, como una guerra que Estados Unidos no había escogido, sino una “guerra de necesidad”. De acuerdo con Obama, la presencia estadounidense en la región era necesaria a los fines de evitar la desestabilización de países cercanos como eran las repúblicas islámicas de Paquistán e Irán; así como de India y la Federación Rusa. Reconociendo el potencial militar nuclear de India y Paquistán y las consecuencias de un gobierno en Paquistán que volviera la espalda a Estados Unidos y adoptara la ley islámica como en el caso del Talibán, si bien Obama señalaba que Al Qaeda no tenía una presencia significativa en Afganistán, consideraba que una retirada abrupta de Estados Unidos y las fuerzas de la Coalición de este país, propiciaría un fortalecimiento de Al Qaeda, que en alguna medida venía operando desde el interior de Paquistán.
Estados Unidos llegó a tener en un momento dado en Afganistán más de 100 mil efectivos de combate. Allí también países aliados a Estados Unidos como Canadá, Francia, el Reino Unido de la Gran Bretaña, España, Alemania y algunos países de la antigua Europa Oriental también colocaron sobre el terreno contingentes militares. Esta presencia de países europeos y Canadá se logra activando, por primera vez, el Artículo 5 del tratado de la OTAN según el cual, un ataque contra un miembro de la coalición militar es un ataque contra todos.
Esta guerra contra Afganistán es hoy la guerra que por mayor tiempo ha librado Estados Unidos fuera de sus fronteras territoriales. La misma está próxima a cumplir 18 años. A esta larga presencia y a pesar de la reducción del componente militar estadounidense en Afganistán, no debe perderse de vista la presencia de miles de contratistas civiles, tropas de otros países, decenas de miles de soldados afganos afines al gobierno impuesto por Estados Unidos, junto a veintenas de miles de policías que responden al gobierno afgano. A pesar de todo este aparato militar y policiaco, resulta patético que luego de tantos años, el gobierno respaldado por Estados Unidos no controle un territorio más allá de los suburbios de la capital del país, Kabul y las periferias de otras ciudades. Hoy, como en el tiempo previo a la invasión estadounidense, quienes controlaban amplias zonas del país siguen siendo los señores de la guerra y los talibanes.
Durante la administración Obama, en distintos momentos se discutió el posible retiro de tropas estadounidenses de Afganistán. Si bien tal retirada no se ha producido en su totalidad, ciertamente la presencia militar de tropas estadounidenses se ha reducido, como también se ha dado en lugares donde Estados Unidos invadió, como es el caso de Iraq. La llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos también comenzó con señalamientos de su parte en torno a su interés de llevar a cabo una retirada total de Afganistán, lo que tampoco ha ocurrido.
Según CNN el presidente y sus principales asesores en seguridad se encuentran considerando un “plan de paz” con el Talibán que podría poner fin a la guerra, precedido por la retirada de entre ocho a nueve mil efectivos estadounidenses en Afganistán, de quince mil que hay al presente. Se habla de una retirada total para el 2020. Se indica, además, por el medio de comunicación, que los talibanes no reconocen al gobierno afgano, por lo que el alto al fuego que están dispuestos a negociar es sólo con Estados Unidos. Si esto es así, señala el parte de prensa, el talibán podría continuar su lucha y derrotar eventualmente al gobierno afgano. Esta situación nos recuerda el manejo de Estados Unidos frente al gobierno del Vietnam del Sur, cuando en 1973 el presidente de Estados Unidos decidió retirar sus tropas de Vietnam, dejar al frente de la guerra al gobierno de Vietnam del Sur. El resultado podía anticiparse: la eventual derrota de Saigón en 1975, coronando su victoria el Frente de Liberación de Vietnam del Sur y de las tropas regulares del hasta entonces Vietnam del Norte.
Las operaciones militares llevadas a cabo por Estados Unidos en países del Medio Oriente, Asia Central, África y otras localidades asociadas a la “guerra contra el terrorismo”, llevan diferentes nombres y resultados, sobre todo cuando examinamos las bajas que dichos conflictos han significado para el pueblo estadounidense. De acuerdo con el Departamento de la Defensa de Estados Unidos, la operación militar denominada “Operation Iraqi Freedom, la cual incluye a partir del 19 de marzo de 2003 y hasta el 31 de agosto de 2010 operaciones militares en países cercanos, al 20 de agosto de 2019 había conllevado el saldo de 4,423 efectivos muertos y recibiendo heridas a 31,957. La denominada “Operation New Dawn”, desarrollada entre el 1 de septiembre de 2010 y el 31 de diciembre de 2011 en países de la península arábica y sus aguas limítrofes conllevaron la muerte de 74 militares y heridas a otros 298. La “Operation Enduring Freedom” efectuada entre el 7 de octubre de 2001 y el 31 de diciembre de 2014, específicamente en Afganistán y algunas otras localidades como Guantánamo, Djibuti, Eritrea, Etiopía, Jordania, Kenia, Kyrgyzstán, Paquistán, Filipinas, Sychelles, Sudán, Tajikistán, Turquía, Uzbequistán y Yemen, ascienden a 2,351 fallecidos y 20,103 heridos. La denominada “Operation Inherent Resolve”, desarrollada en Bareín, Chipre, Egipto, Iraq, Israel, Jordania, Kuwait, Líbano, Qatar, Arabia Saudita, Siria, Turquía, los Emiratos Árabes Unidos y en zonas marítimas cercanas a estos países es de 89 fallecidos y 80 heridos. Finalmente, la “Operation Freedom’s Sentinel” desarrollada en Afganistán, a partir del 31 de diciembre de 2014, el número de muertes es 77 y de heridos 454.
Al totalizar los anteriores números de bajas estadounidenses en estos conflictos armados, el número total de bajas asciende a 59,906 de las cuales 7,014 corresponde a muertes y 52,892 a heridos. Ese ha sido el precio pagado por Estados Unidos como resultado de haberse involucrado en estos conflictos armados. Una cuota de muertos y heridos también ha sido aportada por los puertorriqueños, tanto aquellos que residen en Puert Rico como aquellos que residen en Estados Unidos. Desde un primer momento, aquel en que el presidente estadounidense anunciara el inicio de la guerra contra el terrorismo proponiendo la invasión a Afganistán, múltiples voces advirtieron el peligro de involucrarse en una guerra en este país. Ni los ejércitos de Alejandro Magno en la Antigüedad; ni las invasiones provenientes del imperio mongol; ni la ocupación por parte de la Gran Bretaña del territorio; ni la presencia de la Unión Soviética, llamada a intervenir en el país por el gobierno afín entonces en el poder en Afganistán; nunca ningún país extranjero ha podido doblegar la voluntad de lucha de las tribus, etnias o clanes del territorio pashtún donde hoy enclava parte de la población afgana y paquistaní. Para algunos estudiosos del tema, a Estados Unidos le espera en Afganistán el mismo triste final y aplastante derrota que la sufrida por los ingleses durante el siglo XIX y la Unión Soviética en el siglo XX. Es cuestión de tiempo el desenlace. |