Acaban de efectuarse las elecciones de medio término en Estados Unidos. Conforme dispone la Constitución de este país, cada dos años se somete al voto del pueblo la totalidad de los escaños correspondientes a la Cámara de Representantes y una tercera parte de los escaños correspondientes al Senado. A diferencia del término para el cual es electo un funcionario a la Cámara de Representantes, que es cada dos años, en el caso del Senado, los senadores son electos por un término de seis años y se renuevan de manera escalonada, cada dos años, sometiendo a cambio una tercera parte de sus integrantes.
El sistema de gobierno de Estados Unidos, el cual se precia a sí mismo de ser una democracia avanzada, para algunos casi perfecta, corresponde al de un gobierno republicano, con una división de poderes políticos, entiéndase la Rama Ejecutiva, la Rama Legislativa y la Rama Judicial. Sin embargo, no necesariamente es así, si se toma en consideración que, a diferencia de la Cámara de Representantes, donde los congresistas electos son quienes determinan la procedencia de la presidencia del cuerpo, en el Senado no hay como tal un presidente seleccionado entre sus pares electos. Allí quien preside dicha Cámara legislativa, es el Vicepresidente de Estados Unidos, por quien ningún ciudadano vota. De hecho, el vicepresidente es la persona que el candidato a la presidencia que resulte electo escogió o seleccionó como su compañero para ocupar tal cargo de resultar electo presidente.
Otro elemento de irregularidad es que, si hablamos de separación de poderes, quién como vicepresidente asume la presidencia del Senado, proviene del Poder Ejecutivo y no del Poder Legislativo. También es un elemento de imperfección en lo que concierne al modelo de democracia representativa, que el ciudadano no ejerce directamente su derecho al voto para la selección de su presidente, sino que al votar en una elección presidencial, el voto del ciudadano cuenta para la selección del llamado colegio electoral donde, en función de la población en cada estado de la Unión, se determina el número de votos que acumula el colegio electoral y son los votos acumulados en los colegios electorales los que determinan la selección de la presidencia de Estados Unidos.
Bajo el sistema de gobierno de Estados Unidos, un gobierno tipo presidencial y no parlamentario, los poderes de la presidencia, los de la Rama Legislativa, sea la Cámara de Representantes o el Senado, como también la Rama Judicial, tienen definidas sus prerrogativas y limitaciones bajo la Constitución. Lo mismo puede decirse con relación a las facultades de los gobiernos estatales.
Estas limitaciones del sistema de gobierno estadounidense, particularmente las relacionadas con su sistema electoral, para una persona como Eugenio María de Hostos, que siempre evaluó con un sentido de admiración el modelo de democracia representativa moldeado por la constitución de Estados Unidos, catalogó el mismo como “inadecuado y deficiente.”
En su obra titulada Lecciones de Derecho Constitucional, Tomo XV de la Edición Conmemorativa del Gobierno de Puerto Rico 1839-1939, entre otras observaciones el maestro Hostos nos indica en la Lección XVIII que “la mejor forma de gobierno es el sistema representativo, así la mejor aplicación del sistema es la democracia representativa”. Al describir el sistema de gobierno de Estados Unidos, señalaba que era “una forma de gobierno natural, mixta, que reconoce exclusivamente la soberanía de la sociedad, que aspira a hacerla efectiva aplicando el principio de representación y el medio de delegación por elección, a cada una de las funciones electoral, legislativa, ejecutiva y judicial del poder público, y en cada uno de los gobiernos nacional, provincial y municipal, cuyo régimen autonómico—y tan independiente como puede serlo dentro de la unidad natural de la sociedad—es lo que entiende por gobierno del pueblo por el pueblo, con el pueblo y para el pueblo”.
Finalmente, como indicamos, para Hostos esa forma de democracia representativa, “ensayo como es, aunque feliz ensayo, está lejos todavía de ser completa: le falta un sistema electoral”. Así las cosas, señalaba Hostos que el modelo electoral que había adoptado Estados Unidos era uno “tomado de la monarquía constitucional”—ello en referencia al sistema prevaleciente al triunfo de la revolución estadounidense—en el Reino Unido de la Gran Bretaña. Decía que Estados Unidos “lo aplicó sin otra relación con las demás funciones del poder que aquella a la cual se veía forzada a aplicarlo, teniéndolo como un poder rival, y organizándolo como poder capaz de dañar, no como función capaz de satisfacer una necesidad, el sistema electoral es inadecuado y deficiente”.
Las expectativas demócratas creadas en torno al resultado de las elecciones de medio término en Estados Unidos del pasado 6 de noviembre, las cuales incluyeron también elecciones en 36 gobernaciones de la cuales 26 eran republicanas y funcionarios legislativos a nivel estatal y otras subdivisiones políticas, se alcanzaron sólo parcialmente.
Si bien se esperaba por estos un contundente rechazo a través del voto a dos años de políticas erradas, machistas, racistas, guerreristas y anti migratorias impulsadas por el presidente Donald Trump, así como de expresiones y comportamientos que rayan en la insolencia hacia sectores minoritarios o disidentes, el pueblo estadounidense, salvo con relación al resultado de congresistas demócratas electos a la Cámara de Representantes, aparenta concurrir con las políticas impulsadas por su presidente y los sectores más derechistas en su país.
Escrutados los votos, el 51% de las bancas en el Senado pasarán a ser ocupadas por senadores republicanos, mientras los demócratas ocuparán el 43% y un 2% serán ocupadas por senadores pertenecientes a otras agrupaciones o corrientes políticas, ello en un total de 100 senadores. En el caso de la Cámara de Representantes, el Partido Demócrata logró la victoria de 220 asientos en el cuerpo frente al 193 escaños para el Partido Republicano.
Observadores de la política en Estados Unidos señalan que la llamada “ola azul” que se esperaba, se transformó de cara al día de los comicios del 6 de noviembre en un mero marullo.
Tanto republicanos como demócratas trataron de darle un giro a estas elecciones como si fuera un referéndum “Trump SÍ o NO”. El resultado aparenta ser un empate entre ambas tendencias a pesar de que en muchas ocasiones las elecciones de medio término suelen medir el desgaste del incumbente frente a la oposición. En este caso, si se observa acentuadamente, no ha ocurrido tal desgaste del gobierno del presidente Trump, ni se mide un avance sustancial de electorado demócrata independientemente movieran 6 millones adicionales de electores a votar. No debe perderse de perspectiva que el avance de este partido en la Cámara de Representantes al asumir su control puede estar más en dependencia a asuntos de interés del electorado en el plano de las políticas hacia sus propios estados, o más su convocatoria como legisladores sobre asuntos locales, que sobre asuntos que competen a Estados Unidos como país.
Varios senadores republicanos que se esperaba perdieran sus escaños lograron retener los mismos. De esas 36 gobernaciones en juego, de las cuales 26 eran republicanas, los demócratas obtuvieron seis, reteniendo 20 los republicanos. A juicio de la redacción de BBC News Mundo del 7 de noviembre, “las victorias de Ron De Santis como gobernador y Rick Scott como senador por Florida, el triunfo de Ted Cruz en Texas superando la estrella demócrata O'Rourke o la clara ventaja de Brian Kemp frente a Stacey Abrams en la carrera por la gobernación de Georgia se ven—para los republicanos—como los grandes éxitos de la jornada”.
Valga mencionar que en la ciudad de Nueva York, Alexandria Ocasio Cortez, quien se define a sí misma dentro de la corriente socialista en Estados Unidos, y que se convierte en la mujer más joven en la historia del Congreso en ganar un escaño por Queens, es de origen puertorriqueño.
Si la división que muestra el resultado de esta elección entre demócratas y republicanos, casi 50-50 se mantiene, se augura que las próximas elecciones presidenciales a tener efecto en dos años serán en extremo reñidas.
En el control demócrata del Congreso a partir del próximo año comenzará a perfilar esa contienda, donde seguramente los republicanos, a partir de esa realidad, para dirigir a los Estados Unidos que tendrán que consensuar en muchas ocasiones y en muchos asuntos, las decisiones del país con los demócratas. A nivel de los distintos comités congresionales y senatoriales, muchos de ellos con equivalencia en ambas cámaras, los dirigentes que hasta ahora fueron parte de la mayoría republicana y que sobrevivieran en sus escaños, a partir de enero de 2019 pasarán a ser parte de ser las minorías en dichos comités, mientras los demócratas ocuparan sus posiciones directivas.
Un aspecto importante en este cambio tendrá que ver con la aprobación del nuevo presupuesto de Estados Unidos en la Cámara de Representantes y las labores del Comité que atiende las relaciones políticas entre Puerto Rico y Estados Unidos. De la mano con lo anterior, habrá también que ver qué sucede con el proyecto radicado por la republicana Comisionada Residente de Puerto Rico en el Congreso y su propuesta legislación de admisión de Puerto Rico como estado de la Unión. A lo anterior puede sumarse que el control demócrata de la Cámara de Representantes permite abrir la puerta a posibles investigaciones por parte de dicho cuerpo en torno a la figura del presidente y ciertas políticas adoptadas en los primeros dos años de su mandato.
Si bien estas elecciones forman parte de una política electoral de la cual los puertorriqueños residentes en Puerto Rico no tenemos por qué participar, no deja de ser importante estar pendientes de los cambios en política partidista que en ese país se produzcan ya que a partir de los mismos pueden surgir diferencias de enfoque en la manera en que pretendamos atender frente a Estados Unidos la solución del problema colonial en Puerto Rico.
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