Los que pretenden gobernar y manipulan la opinión  pública , nos recuerdan que Juan Ponce de León fue nuestro primer gobernador. Frente a ese intento, no dejamos de pensar y vivir para el mandato natural; que es que nacimos para ser libres.

Toda la vida tiene que ser crecer para aprender la responsabilidad de ser libres y arquitectos de nuestro propio destino. Crecer duele tanto fisiológicamente, como espiritualmente. Duele desde que nos desprendemos del seno materno y dejamos ese lugar cálido donde nadamos en líquido amniótico y nos alimentábamos de lo que nuestra madre ingería y nos transmitía.

Ahora las estructuras de gobierno externo no electo, las cadenas ferruginosas que dirigen para su conveniencia nuestro destino, nos conminan a que demos la bienvenida a la realeza española y que lo hagamos acríticamente. Es decir, sin protestar, porque venimos obligados a ser gentiles, caballerosos, leales con quien nos visita desde el curul de la superioridad de “la Realeza” .

Abajo yace nuestro pueblo, miles aun sin vivienda o en estructuras sin techo. Gemimos de dolor por cientos de vidas que se pierden por servicios médicos deficientes, en hospitales con trabajadores de la salud explotados y sobre trabajados, sin medicinas suficientes,  con máquinas obsoletas y deficientes para atender el Rosario de dolores de los pobres o su tránsito invariable hacia la muerte.

Dentro del espectro que significa la sociología de la pobreza de más de sesenta por ciento, de niños malnutridos, de mujeres solas criando familias, en condiciones paupérrimas, se supone que seamos dóciles amables y gentiles.

Claman porque se eche todo el peso de la ley contra los que derrumban el monumento al coloniaje que evoca la estatua “bonita” de Juan Ponce de León .

Los perseguidos, los incomprendidos, los censurados, son aquellos o aquellas, quienes fueran, que se indignan, protestan y derrumban signos de la opresión.

En una horrenda inversion de valores, se persigue, se amenaza y se pretende acusar a quienes defienden las víctimas y combaten la epidemia de indignidad que significa el coloniaje y su secuela de más pobreza, privación de derechos adquiridos y pensiones insuficientes, para la vejez cada vez más pobre.

Hasta la policía explotada, acreedora de horas extras y desprovista de ingresos razonables para ellos y su familia, persiguen como automatas a quienes defienden al pueblo y glorifican sumisamente a sus propios victimarios y a los del pueblo al que pertenecen.

Nunca fue más ciega la justicia. jamas fue tan necesario el perdón para el pecado de la ingratitud con aquellos que defienden la libertad y la necesidad de justicia social para los pobres de la tierra .

Recibimos al Rey en lucha,  con la lágrima viva de un pueblo colonizado y sediento de redención.