Agosto y septiembre marcan usualmente la temporada seca en una gran parte de la Amazonía, especialmente en las regiones de los estados del centro-oeste del Brasil. Este año, sin embargo, la temporada seca en esos territorios ha sido afectada como nunca por una cantidad inédita de incendios forestales. Cifras del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales de Brasil (INIE), han contado unos 72,843 incendios en lo que va del 2019. Una gran parte de esos miles de siniestros han ocurrido en las últimas semanas y se estima que se han quemado ya más de 600,000 hectáreas de bosques, mayormente en Brasil pero también en el noreste de Bolivia.
¿Qué es la Amazonía y porque es tan importante?
La Amazonía es la más vasta región de bosques, ríos y selvas tropicales del mundo y de ahí su gran importancia en un mundo donde los espacios construidos se multiplican exponencialmente cada año. La Amazonía se expande a través de diversos países de Suramérica. Venezuela, Colombia, Ecuador, las Guyanas, Surinam, Bolivia, Perú y por supuesto Brasil, son los países suramericanos que comparten la cuenca del Río Amazonas, nutrida por miles de ríos de gran caudal y por densas selvas y bosques que le dan carácter único a la extensa región de unos 7.5 millones de kilómetros cuadrados. Esto es más o menos el tamaño de Australia. Realmente un 60% de todo este territorio pertenece a Brasil, por tanto, este país resulta crucial para la conservación de este sistema ecológico tan vital.
Según el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), en la Amazonía hay más de 40,000 especies de plantas, 427 mamíferos, 1,300 aves, 378 tipos de reptiles, sobre 400 anfibios, y más de 3,000 especies de peces de agua dulce. Sin duda, es un gran resguardo para la biodiversidad mundial, además de que la cuenca del Amazonas, principal productor de agua dulce del mundo, depende en gran medida de esta gigantesca cobertura vegetativa para su ciclo hidrológico.
Como si fuera poco, en esa exuberante naturaleza conviven unos 400 pueblos originarios, habitantes ancestrales de la región, que, según estimados, suman cerca de 34 millones de personas. Pero la importancia de la Amazonía es aún más compleja. Especialistas han repetido consistentemente que más del 20% de todo el oxígeno que se produce en la Tierra proviene de esta área. Este dato usualmente tiende a soslayar otra gran realidad tan importante o más que la producción de nuestro indispensable gas: en la Amazonía, además del oxígeno que se produce, se absorben 1,000 millones de toneladas de dióxido de carbono. De ese modo la contribución mundial de la Amazonía es polivalente. La cantidad de dióxido de carbono que captura la Amazonía es esencial para evitar que el CO2 y otros gases de invernadero continúen acumulándose en nuestra atmósfera. Estos gases son los causantes directos del llamado del “Calentamiento Global”.
Así las cosas, la destrucción de la Amazonía está siendo catalogada por muchas personas y organizaciones ambientales como un crimen contra la humanidad, no solo por el valor ecológico de la región, sino porque su reducción pone en riesgo el balance ambiental del mundo entero. La deforestación en la década de los ochenta y noventa fue tan intensa que redujo considerablemente la extensión territorial de la cobertura boscosa, especialmente en estados como Amazonas, Acre, Rondonia y los emblemáticos Mato Grosso y Mato Grosso do Sul. Precisamente, es en estos estados donde hoy se concentran la inmensa mayoría de los incendios forestales.
¿Y por qué arde en llamas la Amazonía?
En el año 1992, en Río de Janeiro, se celebró la segunda conferencia de la Organización de Naciones Unidas (ONU) sobre ambiente y desarrollo, la cual se recuerda también bajo el calificativo de Cumbre de la Tierra y, posiblemente, haya sido la mayor y más relevante conferencia mundial jamás celebrada. La intención de la ONU era muy clara: en los albores del siglo 21 había que dramatizar ante el mundo la necesidad imperiosa de llamar la atención sobre el deterioro medioambiental en general y, en especial, crear consciencia sobre el calentamiento paulatino de la temperatura promedio de la Tierra.
La sede brasileña no fue una casualidad. Brasil era y es un objetivo central de preservación y conservación para el mundo entero dado que gran parte de la Amazonía se localiza precisamente ahí. Desde ese entonces -entre altas y bajas- se han producido políticas de protección del entorno amazónico. La Amazonía se ha convertido en el mismo paradigma de la lucha contra las amenazas a la biodiversidad y la bandera por excelencia para frenar el Calentamiento Global.
Sin embargo, desde la llegada al poder de Jair Bolsonaro se han venido materializando paulatinamente un relajamiento de las políticas de conservación de la Amazonía, que ha estado bajo presión de desarrollo desde hace décadas por los ganaderos exportadores de carne y, por supuesto, de la nueva estrella de la agricultura suramericana: la soya. De hecho, datos del INIE establecen que históricamente el 60% de la deforestación de la Amazonía se ha debido a la ganadería en sus distintas modalidades.
Es que, precisamente, el ahora presidente Bolsonaro se comprometió con esos sectores a relajar la creación de nuevas superficies de cultivos para incentivar la economía agrícola de exportación. De esa manera, las tradicionales (pero terribles) quemas de terrenos, que se hacen todos los años, esta vez se han salido de control aumentando los incendios forestales en más de 80% con respecto al año anterior y se han, lastimosamente, expandido hacia las zonas selváticas y boscosas colindantes con los hatos ganaderos. Según datos científicos, no existen condiciones climáticas anormales que se desvíen de los promedios en esta temporada seca. Dicho de otra manera, no se le puede atribuir a la naturaleza la alta incidencia de incendios en este año.
En una muestra absurda de demagogia, Bolsonaro, en vez de actuar con rapidez para detener la proliferación de los incendios, comenzó una disputa pública responsabilizando a las organizaciones sin fines de lucro ambientalistas de ser las responsables de los incendios, con la intención de perjudicarlo políticamente ante la opinión pública. Los ataques infundados, dimes y diretes, y la demagogia, llegaron incluso a la cumbre del G7, celebrado esta vez en la localidad francesa de Biarritz. Allí el presidente francés Macron aprovechó la ocasión para increpar y criticar duramente a Bolsonaro antes y durante la reunión. En este enfrentamiento se hizo notar que aún los políticos de posturas neoliberales en el marco europeo, resultan tener cierta sensibilidad y compromiso en temas ambientales globales. Esto contrasta con la ideología de corte neoconservadora que representa Bolsonaro y que, claramente, al igual que Trump, menosprecian cualquier tipo de regulaciones o reformas al sistema capitalista en lo concerniente al Calentamiento Global. De hecho, hay que destacar que muchos de este tipo de personajes políticos llegan al extremo incluso de negar que exista tal cosa como Calentamiento Global o que éste sea causado por nosotros mismos (antropogénico). Mientras todo esto ocurría ante los ojos del mundo puestos en la cumbre del G7 en Francia, en la Amazonía brasilera la destrucción continuaba implacable sin que el Estado autorizara acciones significativas para frenar los siniestros.
La presión internacional ha sido de tal magnitud que Bolsonaro se vio forzado a autorizar al ejército y otros elementos del Estado, a comenzar a intervenir para frenar los incendios. El presidente tuvo, además, (de seguro contra su intención original) que actuar emitiendo una ordenanza ejecutiva prohibiendo las quemas por parte de los agricultores. Sin embargo, la muerte de animales y especies vegetativas ha sido una cosa espantosa y sin manera de reparar.
Esta situación es solo una expresión más que demuestra la incompatibilidad entre el desarrollismo capitalista desenfrenado y la necesidad de la preservación de nuestro Planeta. El capitalismo de libre concurrencia y neoliberal es hoy día la amenaza fundamental para la Amazonía. A través de la Agenda 21 en Río de Janeiro, en 1992, se establecieron nuevas bases para un crecimiento económico más armonioso, en donde la naturaleza no estuviese reñida y amenazada, llevando siempre las de perder. Urge entonces, no solo en Brasil sino en todo el planeta Tierra, una nueva manera, más respetuosa, de relacionarnos con nuestro ambiente natural.
Carlos Ernesto Severino Valdez es miembro del Círculo de Oficiales de VAMOS
Foto: (VICTOR MORIYAMA/GREENPEACE/AFP) |