La presente escalada del asedio de casi dos décadas que el gobierno de Estados Unidos ha librado contra la revolución bolivariana, tiene como objetivo inmediato imponer un golpe de estado que ponga fin al chavismo en Venezuela. Sin embargo, no podemos perder de perspectiva que el objetivo ulterior que persigue el imperio estadounidense es cerrarle la puerta definitivamente a la nueva posibilidad que, a través de la América nuestra, a partir del chavismo y otras experiencias políticas, se reabrió a la opción revolucionaria y socialista que se suponía muerta y enterrada.
[...] Largas, transparentes y en sus barrigas llevan lo que puedan arrebatarle al amor.
Oh, la mato y aparece una mayor. Oh, con mucho más infierno en digestión.
No quepo en su boca, me trata de tragar pero se atora como un trébol de mi sien. Creo que está loca; le doy de masticar una paloma y la enveneno de mi bien.
Oh, la mato y aparece una mayor. Oh, con mucho más infierno en digestión.
Ésta al fin me engulle, y mientras por su esófago paseo, voy pensando en qué vendrá. Pero se destruye cuando llego a su estómago y planteo con un verso una verdad.
Oh, la mato y aparece una mayor Oh, con mucho más infierno en digestión.
Silvio Rodríguez, Sueño con serpientes
La presente escalada del asedio de casi dos décadas que el gobierno de Estados Unidos ha librado contra la revolución bolivariana, tiene como objetivo inmediato imponer un golpe de estado que ponga fin al chavismo en Venezuela. Sin embargo, no podemos perder de perspectiva que el objetivo ulterior que persigue el imperio estadounidense es cerrarle la puerta definitivamente a la nueva posibilidad que, a través de la América nuestra, a partir del chavismo y otras experiencias políticas, se reabrió a la opción revolucionaria y socialista que se suponía muerta y enterrada.
A propósito de estos nuevos designios imperiales, he tenido en estos días muy en mente una de las composiciones más enigmáticas del cantautor cubano Silvio Rodríguez es Sueño con serpientes. La vida se presenta como una eterna repetición, en que el amor, la paz y la verdad sufren un ataque cada vez mayor. En su momento, la canción fue objeto de críticas políticas e ideológicas que le achacaban un pesimismo absoluto con relación a la posibilidad de la revolución socialista para transitar hacia la superación permanente de las contradicciones del orden capitalista en dirección a la comunización de la vida toda.
No podemos olvidar que, según Josef Stalin, con el comunismo se llegaba alegadamente al final de la contradicción, otra versión del final de la historia propuesta por Hegel, aunque éste identificaba el liberalismo como esa estación final de la historia. Fue Mao Zedong quien sentenció que la contradicción es un fenómeno permanente y que la revolución socialista es un proceso transformativo permanente, desde lo económico a lo político, lo social a lo cultural, pues su objetivo es, en última instancia, la transformación de raíz de todo un orden civilizatorio, incluyendo su subjetividad alienada. La revolución debe ser permanentemente revolucionada ya que su fin es la constitución de una nueva sociedad sin explotación y opresión de un ser humano por otro.
La revolución es una trinchera sin fin
De ahí que la canción antes citada de Silvio Rodríguez comienza con una cita de Bertolt Brecht, la cual viene muy al caso: Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida. Esos son los imprescindibles. Y es que cuando se trata de la creación de una sociedad nueva, de un hombre nuevo y una mujer nueva, hay que estar preparado para luchar toda la vida. La revolución es una trinchera sin fin.
Así las cosas, la revolución es permanente o no es revolución. Ello incluye la consciencia estratégica de que el capitalismo constituye un orden global y no estrictamente nacional. La revolución, si es de verdad, no puede por ello potenciarse exclusivamente dentro de un país dado ya que la posibilidad misma de emprender el cambio sistémico a su interior depende, en última instancia, del contexto estratégico, es decir, geopolítico, en el que se desarrolla.
La propuesta de crear dos, tres, muchos Vietnam, impulsada por el Che Guevara, respondió a la consciencia que tenía éste, al igual que Fidel Castro Ruz, de que la revolución cubana, con su triunfo en el 1959, sólo podía romper el brutal cerco que se le tendía y aflorar en sus posibilidades trastocando el balance real de fuerzas en toda la América nuestra. Para ello había que impulsar dos, tres, muchas revoluciones por doquier, para así dejar de ser el patio trasero del imperio yanqui. La revolución debía ser continental.
La revolución bolchevique, la revolución china, la revolución cubana y la revolución vietnamita representaron, cada una en su momento, un quiebre, con una enorme potencialidad transformativa, en el sistema capitalista mundial. La revolución antisistémica se potencia a partir de las contradicciones propias del capital y con ello demuestra que éste no constituye un orden sin grietas y resistencias en su seno. En ese sentido, la revolución antisistémica pasó a ser una presencia permanente al interior de éste. Incluso, es a partir de las presiones e influencias de estas experiencias revolucionarias que, en gran medida, el capitalismo se vio forzado a emprender reformas redistributivas y la ampliación de derechos bajo lo que se conoce como el Estado social o de bienestar.
Estuvo también la llamada revolución de 1968. Se trata de una secuencia de eventos históricos que se extiende de facto entre 1969 y 1970. Representó una coyuntura de cambios políticos y culturales en la estructura de poder de la sociedad moderna que alcanzaron una impresionante globalidad. Le animó la idea de que existe la posibilidad real de producir libertad y riqueza al mismo tiempo para todos y todas. Constituyó, además, un cuestionamiento fundamental del modo en que había asumido la negación del sistema capitalista mundial por entender que aún bajo el modelo soviético se estaban reproduciendo relaciones sociales alienantes y relaciones políticas autoritarias.
La contrarrevolución neoliberal
En 1970 se produce el primer triunfo de un socialista, Salvador Allende Gossens, en unas elecciones presidenciales. Se inicia así un posible nuevo referente de desarrollo político y económico: la vía chilena al socialismo, es decir, una vía democrática y pacífica de reestructuración de la sociedad nacional y global más allá del capitalismo. Allende se convirtió en uno de los principales portavoces del reclamo por la constitución de un Nuevo Orden Económico y Político Mundial, que fue recogido por una mayoría aplastante de la Asamblea General de la ONU en 1974. El imperialismo yanqui terminó pasándole factura. Allende murió en combate frente a las hordas militares y policiales fascistas apoyadas y financiadas por Washington.
Con el golpe militar en Chile se dio inicio a un nuevo ciclo: la de la contrarrevolución neoliberal. Le precedió el golpe militar en Brasil y en Bolivia que también se sumaría a la contraofensiva del capital. Le siguieron los golpes militares en Argentina y Uruguay. En estos casos, se lanzan unas sangrientas campañas represivas contra las luchas protagonizadas por una serie de movimientos armados e, incluso, en el caso de Uruguay, por un frente electoral de izquierda. En los cuatro casos, lo que se buscó fue la pacificación violenta y criminal de sus pueblos, sobre todo sus sectores de izquierda, para así garantizar su sumisión al nuevo orden neoliberal, el cual terminaría imponiéndose a sangre y a fuego por todo el planeta. Lo que se conoció con el eufemismo del Consenso de Washington, proclamó el fin de la historia, la muerte del socialismo y el triunfo definitivo del capitalismo.
La notoria Comisión Trilateral, fundada y presidida por David Rockefeller, pregonó a su vez en ese momento que la crisis de gobernabilidad que afectaba a los países capitalistas desarrollados era expresión de un “exceso de democracia”. Se le ha hecho creer equivocadamente a los pueblos que tienen la capacidad para hacer determinaciones sobre el futuro político y económico del mundo. En su lugar, la Trilateral propuso que los representantes del capital, sus técnicos y especialistas no sujetos a controles democráticos, deben hacerse cargo de la gobernanza de nuestras sociedades más allá de los gobiernos que están maniatados a las contingencias de los procesos políticos, sobre todo los electorales. De ahí que ya bajo el nuevo orden neoliberal, el capital realiza su sueño dorado: se hace directamente Estado. De paso, compra el control sobre los procesos electorales por medio de su financiamiento de campañas y un intenso cabildeo legislativo.
La revolución es nuevamente apalabrada por Chávez
Sin embargo, la historia renació de sus aparentes cenizas. En 1979 triunfó la Revolución Sandinista en Nicaragua. Luego siguieron los movimientos de liberación nacional en Guatemala y El Salvador. El 1 de enero de 1994 despertamos ante la insurgencia del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en México, el país que acababa de celebrar la falsa ilusión de haber salido del Tercer Mundo del Sur para entrar al Primer Mundo del Norte por medio de su integración al Tratado de Libre Comercio de América del Norte. En este contexto, emerge crecientemente un nuevo sujeto revolucionario: el indígena.
Ya en 1989, mientras se festejaba en Europa el desmantelamiento del Muro de Berlín y el capitalismo marcha a sus anchas, se produce en la América nuestra la primera rebelión mundial contra el orden neoliberal: el Caracazo. En Caracas y otras ciudades de Venezuela se levanta otro nuevo sujeto: los de abajo, los ninguneados y marginados por el neoliberalismo. A partir de esa rebelión y ese nuevo sujeto, surge Hugo Chávez Frías. Como ningún otro en ese momento, entendió la importancia de retomar el rumbo revolucionario. Fue el encargado mayor de haber puesto nuevamente la revolución socialista sobre el tapete luego de que cayese estrepitosamente a razón del colapso de la Unión Soviética y el campo socialista europeo, seguido por el liquidacionismo rampante que cundió entre socialistas y comunistas por doquier que les pareció ver en el fracaso soviético el fin de su utopía y el triunfo definitivo del orden civilizatorio burgués.
Chávez comenzó iniciando un proceso de refundación constitucional de Venezuela que, entre otras cosas, se centró en la activación del soberano popular como poder constituyente permanente, al cual se debe siempre todo poder constituido, es decir, gubernamental. Radicalizó así el marco de la democracia. El pueblo, como soberano, se hace Estado, sobre todo sus clases trabajadoras. Es el punto de partida de su reto estratégico a ese poder fáctico integrado por una oligarquía corrupta e insensible, clasista y racista, que, junto al gobierno de Estados Unidos, regentaban la vida nacional en función de sus exclusivos y mezquinos intereses. Ese enfrentamiento inicial le costó ser objeto en el 2002, por parte de dichos poderes fácticos, del primer golpe de estado contra el nuevo régimen constitucional y político, el cual fracasó finalmente ante la movilización de ese poder constituyente que salió a las calles a defender su Constitución bolivariana y al presidente que fue electo con su voto.
A partir de ello, Chávez aumenta la apuesta revolucionaria. Empieza a forjar la creación de toda una nueva institucionalidad exclusivamente latinoamericana al margen de la Organización de Estados Americanos (OEA): el ALBA (la Alternativa Bolivariana de los Pueblos), el UNASUR (Unión de Naciones Suramericanas), la CELAC (Conferencia de Estados Latinoamericanos y Caribeños), Petrocaribe y la ampliación del Mercosur (Mercado Común del Sur). Propone la creación del Banco del Sur y una moneda común para toda Nuestra América: el Sucre.
En torno al ALBA, consolida una alianza estratégica con Cuba y demás países que como Bolivia y Nicaragua poseen políticas exteriores antiimperialistas. Establece otra alianza estratégica con Brasil, bajo la presidencia del presidente obrero Luiz Inácio Lula da Silva, y con Argentina, bajo la presidencia de Néstor Kirchner. Junto a éstos, se consigue descarrillar en el 2005, en Mar del Plata, Argentina, el proyecto imperial del ALCA que representaba una escalada peligrosa para la recolonización político-económica por Estados Unidos de la región al sur del Río Bravo. Chávez entendía que sólo en la medida en que la América nuestra se convirtiera en un nuevo polo independiente y unido de poder al interior de la comunidad internacional, podría adelantar sus intereses propios frente a los otros polos de poder, sobre todo Estados Unidos y Europa.
Además, se propone como objetivo la construcción de un socialismo del Siglo XXI, concebido como propuesta afirmativa, asentada sobre la realidad y experiencia latinoamericana y no la europea. Sobre esta última, adoptó una crítica buscando aprender de sus errores, para no repetirlos. En ese sentido, Chávez estaba consciente de que el desarrollo y la permanencia de la revolución bolivariana dependía, en última instancia, de la transferencia del poder efectivo al pueblo. Comprendía que el Estado heredado no tenía la capacidad para garantizar, a la larga, el futuro de la revolución bolivariana. Por ello, fue creando un poder dual inicial a través de la institución de las “Misiones”, a las que crecientemente se le fueron transfiriendo funciones de gobernanza pública en sustitución de los Ministerios públicos, los cuales estaban cargados de burocratismo, sectarismo e, incluso, corrupción. Y más allá de ello, Chávez fomentó activamente la creación de un poder comunal centrado en la organización de comunas a través de todo el país, a las que se le irían traspasando crecientemente las funciones de gobernanza, incluyendo sobre la propiedad estatal o social.
Precisamente, al morir Chávez sorpresivamente en el 2013, en circunstancias que siempre han sido vistas como sospechosas, el proceso revolucionario bolivariano, así como el proceso de integración regional alternativa, se quedan huérfanos de su carismático y visionario líder. Antes de morir, lega la dirección del proceso al obrero Nicolás Maduro, su fiel y articulado colaborador, que había sido su Ministro de Relaciones Exteriores y Vicepresidente. Y aunque Maduro validó y revalidó democráticamente su mandato presidencial, y ha demostrado continuamente su voluntad para dialogar de buena fe con la oposición, se le pretende tachar viciosamente de dictador. Tanto la oligarquía derechista venezolana y el gobierno de Washington, junto a sus aliados latinoamericanos y europeos, nunca realmente les ha interesado una solución negociada. Sólo les ha interesado la derrota y destrucción a como dé lugar del chavismo y toda su obra, incluyendo la regional. Para ello han ido socavando la estabilidad económica y política del país suramericano, imponiendo un bloqueo económico y financiero, para someter de hambre al pueblo venezolano y quebrar su adhesión mayoritaria al chavismo. Más recientemente, dicha guerra económica y financiera ha incluido la escandalosa confiscación de reservas monetarias y de oro de Venezuela en bancos estadounidenses y europeos, en desconocimiento del régimen legal aplicable. Junto a ello, se ha protagonizado toda una serie de acciones terroristas desestabilizadoras, conjuntamente con una campaña engañosa en los medios internacionales encaminados a poner en entredicho la efectividad y legitimidad del gobierno de Maduro. Hasta se ha perpetrado recientemente un intento para asesinarlo.
El mayor error que le imputan algunos de izquierda a Maduro es no haber podido producir, al igual que Chávez, el tránsito imperativo hacia una nueva economía no dependiente exclusivamente en la extracción y comercialización de materias primas, sobre todo el petróleo. Sin embargo, no hay que subestimar las lógicas globales del capital, las presiones imperialistas y las dificultades que se presentan para redefinir, de un día para otro, el lugar que países como Venezuela, con su modelo dependiente de acumulación de larga duración, ocupan dentro de una economía capitalista mundial sobre la cual se tiene, por sí solo, poca influencia, en especial para redefinir el marco y las reglas de su inserción. A esto hay que añadir los desaciertos propios en relación a la economía en que ha incurrido el gobierno bolivariano. Ello hace que, junto a las acciones desestabilizadores promovidas por Washington, lo económico sea tal vez el factor más corrosivo que afecta el desarrollo y futuro de la revolución bolivariana.
La Venezuela bolivariana, entre la guerra y la paz
En días recientes, el asedio contrarrevolucionario e imperialista se ha profundizado a niveles nunca vistos. Ello incluye el intento de crear un poder dual a partir de la autoproclamación de un poco conocido opositor y miembro de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, y su rápido reconocimiento por parte del gobierno estadounidense de Donald Trump, otros 12 países del hemisferio americano (Colombia, Perú, Ecuador, Chile, Argentina, Brasil y Canadá, entre otros), y la Unión Europea, con la excepción de Italia. Ha sido ampliamente documentado que Guaidó no pasa de ser un cuadro entrenado y financiado por Washington para representar sus intereses en Venezuela.
En este contexto, algunos que se consideran de izquierda han caído en críticas irresponsables que dan por cierto toda la información tendenciosa y falsa que circulan los medios principales. Se trata de una llamada izquierda, integrada por socialdemócratas y socialistas liberales, entre otros, que se adhiere abierta y sumisamente, como tonta útil, a la agenda intervencionista de un gobierno estadounidense encabezado por una claque abiertamente autoritaria, racista y clasista, encabezada por el demagogo y mitómano mayor, Donald J. Trump.
El gobierno de Estados Unidos no ha ocultado los dos objetivos geopolíticos que persiguen con esta escalada peligrosa en el asedio a la revolución bolivariana: por un lado, tomar control sobre las ricas reservas de petróleo y los yacimientos de oro y otros minerales de Venezuela; y, por otro lado, reactivar la notoria Doctrina Monroe que declara nuevamente a la América Latina y el Caribe como “patio trasero” de Estados Unidos, lo que le otorga un “derecho” autoproclamado a intervenir, incluso militarmente, en cualquier parte de la región que Washington estime representa una amenaza a su seguridad nacional. Han manifestado al respecto que la destrucción de la revolución bolivariana debe ser seguida por un nuevo e intensificado asedio a Cuba, al gobierno de Daniel Ortega en Nicaragua y, por último, al gobierno de Evo Morales en Bolivia.
Frente a ello, la mayoría de los gobiernos del mundo siguen reconociendo a Maduro como el único presidente constitucionalmente legitimado, incluyendo a Rusia y China, así como la misma Organización de Naciones Unidas (ONU) por voz de su Secretario General. Por su parte, los gobiernos de México y Uruguay, junto a la ONU, han propuesto la celebración de una cumbre para este próximo 7 de febrero en Montevideo. Su objetivo es fomentar el diálogo entre las fuerzas en conflicto e intentar evitar la guerra abierta y frontal entre éstas. Y aunque Maduro ha confirmado su participación, Guaidó ha declarado que no asistirá y que se acabó todo diálogo. Al igual que Washington, sólo aceptará como solución a la crisis presente la rendición y exilio de Maduro y sus colaboradores.
Por otra parte, ante la demanda arrogante de la mayoría de los gobiernos europeos para que se convoquen de inmediato a elecciones en Venezuela, Maduro le ha respondido magistralmente llamando a la convocatoria de elecciones anticipadas para la Asamblea Nacional, para poner al pueblo a decidir si revalida a sus presentes ocupantes o si prefiere elegir nuevos representantes comprometidos con la revolución bolivariana.
Guaidó ha estado lanzando llamados a las Fuerzas Armadas Bolivarianas para que abandonen su apoyo sólido al gobierno constitucional de Venezuela presidido por Maduro. Y es que la oposición contrarrevolucionaria no posee un Ejército ni los tanques y aviones necesarios para imponerle a la fuerza al pueblo soberano la desacreditada “presidencia por encargo” de Guaidó; ni para producir el fin de la revolución bolivariana y la eliminación de conquistas beneficiadoras de una mayoría significativa de los venezolanos; y menos para entregarle totalmente el país y sus riquezas al capital estadounidense y europeo. Por ello, la derecha venezolana hace continuos y abiertos llamados a favor de la intervención militar de Estados Unidos en el conflicto, mientras que Trump sigue repitiendo que están todas las opciones sobre la mesa, incluyendo la de una invasión militar. Desde las filas de las Fuerzas Armadas Bolivarianas se asegura que de ser ese finalmente el caso, se está listo, junto a las milicias bolivarianas que se han organizado por todo el país, para hacer a Venezuela uno de esos Vietnam al que nos convocó el Che.
El autor es profesor e investigador independiente en Filosofía y Teoría del Estado y del Derecho. |