Vigente Albizu Campos |
Escrito por Héctor Meléndez |
Domingo, 01 de Julio de 2018 14:06 |
El documental “1950: La insurrección nacionalista” se suma a un boom de investigaciones, publicaciones y reflexiones desde la década de 1990 en torno al líder del Partido Nacionalista.
El documental 1950: La insurrección nacionalista (2018, José M. Dávila Marichal) es un nuevo e importante punto de referencia en Puerto Rico. La represión colonialista ha tenido dimensiones violentas, psicológicas, educativas, económicas, carcelarias. La memoria histórica colectiva de los puertorriqueños —de la Isla y de Estados Unidos— ha sido sistemáticamente saboteada. De aquí que exhibir el documental en una sala principal de cine tenga un carácter extraordinario e inaudito. El filme deja ver un desarrollo artístico, técnico y político de la producción cinematográfica en Puerto Rico, que avanza a pesar de múltiples limitaciones relacionadas, justamente, con el colonialismo. Al informar el documental, El Nuevo Día usó el elocuente titular “Lucha olvidada”. Sin embargo aquella lucha sigue siendo recordada y reflexionada, en parte gracias a la película misma. El subtítulo añadió “los hechos de 1950”, aunque podía usar levantamiento, alzamiento, insurrección, revuelta, rebelión, choques armados, motines, u otros términos que se acercarían al criterio periodístico de la precisión. La aparente dificultad para hallar la palabra justa obedece a una selección política, pero además indica lo penoso que resulta a la mente colonial admitir y pensar el levantamiento. Que este haya sido frustrado por las agencias de represión sugiere un deseo que continúa latente. El documental se suma a un boom de investigaciones, publicaciones y reflexiones desde la década de 1990 en torno a Pedro Albizu Campos, el Partido Nacionalista, la represión que acompañó siempre al líder y al movimiento, y la acción armada. Con la investigación social de estos temas conviven los debates públicos, la confusión de datos, anécdotas y versiones, y los diálogos íntimos de cada puertorriqueño consigo mismo. Su contexto permanente es la política oficial de silenciar el tema. En 1989 apareció la investigación pionera de Miñi Seijo Bruno, La insurrección nacionalista – 1950, y en los años 80 y 90 los textos de Ivonne Acosta, La mordaza, sobre la ley de 1948 del gobierno de Luis Muñoz Marín que prohibía promover la independencia de Puerto Rico o siquiera desplegar sus símbolos, y La palabra como delito: los discursos por los que condenaron a Pedro Albizu Campos; que recoge 12 discursos transcritos por la Policía como evidencia. Es una contribución formidable a los textos disponibles sobre lo que Albizu Campos efectivamente dijo. A remediar la escasez de textos de lo que expresó Albizu Campos habían ayudado también la edición que en 1975 realizó Benjamín Torres, de escritos y reseñas de discursos en dos volúmenes, Pedro Albizu Campos 1923-1936, y la selección editada por Manuel Maldonado Denis, La conciencia nacional puertorriqueña: Pedro Albizu Campos (1972). En 2007 salió a la luz, con prólogo de Fidel Castro, Albizu Campos: Escritos, editado por Laura Meneses viuda de Albizu Campos y M. Rodríguez León. Meneses también es autora de La espiritualidad de Pedro Albizu Campos. Está, además, el texto básico de Manuel Medina Ramírez, El movimiento libertador en la historia de Puerto Rico, publicado en 1964 y afortunadamente reimpreso en 2016. Sobre la persona y el ideario del dirigente destacan la compilación de testimonios Hablan sobre Albizu Campos (1989), editado por Benjamín Torres, y el volumen editado por Juan M. Carrión, T. Gracia Ruiz y C. Rodríguez Fraticelli, La nación puertorriqueña: Ensayos en torno a Pedro Albizu Campos (1993); este contiene investigaciones que producen nuevo conocimiento. Publicada dos décadas antes, destaca también la breve pero enriquecedora reflexión de Juan Antonio Corretjer, El líder de la desesperación (1972). En 1992 apareció el texto biográfico sobre Albizu Campos, Las llamas de la aurora, de Marisa Rosado, y en 1996 el de Juan Ángel Silén que explora el vínculo entre el albizuismo y el nacionalismo irlandés, Nosotros solos. Pedro Aponte Vázquez publicó Albizu; su persecución por el FBI (2011), ¡Yo acuso! y lo que pasó después (2015), Locura por decreto (2013), y El ataque nacionalista a la Fortaleza (2015). Este autor ha abordado la probable tortura con radiación en el cuerpo de Albizu Campos mientras estuvo en la cárcel La Princesa del Viejo San Juan después de octubre de 1950. Cuando la víctima lo denunció públicamente, Muñoz Marín —primer gobernador electo, en 1948— replicó que el dirigente nacionalista estaba loco y que su cuerpo alterado, quemado e hinchado eran meras invenciones. Desde hace siglos gobernantes y gentes con inclinaciones despóticas y demagógicas —desde Stalin hasta agresores sexuales— han alegado que sus víctimas están locas y fantasean al hacer las denuncias. Además de psicologizarse el motivo político se tacha de delictivo el reclamo social del movimiento que se difama. Muñoz Marín repitió por radio y televisión en la Isla y Estados Unidos no solo que Albizu Campos estaba loco, sino que además era fascista, y encima aliado de los comunistas. Estados Unidos y la Unión Soviética habían sido aliados contra el fascismo en la guerra hasta 1945, pero Muñoz Marín estaba siendo fotuto de la política ferozmente anticomunista impulsada, tras la muerte de Roosevelt y especialmente a partir de 1947, por el Pentágono, el Departamento de Estado, la CIA y los monopolios. La probable radiación de Albizu como tortura-experimento aguarda más investigaciones. Es tema candente y espinoso. Las alegaciones descartando que el dirigente nacionalista dijera la verdad enfrentan serios problemas con numerosas revelaciones desde los años 80; los muros de la intensa propaganda que inició Muñoz Marín han empezado a derrumbarse. En 1986 el Departamento de Energía de Estados Unidos produjo un informe para el Congreso titulado “American Nuclear Guinea Pigs: Three Decades of Radiation Experiments on US Citizens”. En 1995 un comité asesor de Casa Blanca publicó un estudio que da cuenta de al menos treinta programas, desde 1945, en que científicos del gobierno norteamericano expusieron ciudadanos a radiación, a veces inyectando plutonio en sus vías sanguíneas, para acumular datos sobre la exposición con vistas a una posible guerra nuclear. También está el artículo de los médicos y científicos M. McCally, C. Cassel y D.G. Kimball, “US Government-Sponsored Radiation Research on Humans 1945-1975”, Medicine and Global Survival, 1994. Por otro lado, Keith Schneider escribió “Cold War Radiation Test on Humans to Undergo a Congressional Review”, sobre las audiencias que realizó en 1994 la Comisión de lo Jurídico de la Cámara en torno a los altos niveles de radiación que se aplicaron a 88 pacientes durante la década de 1960 —ocho de los cuales murieron— bajo supervisión de la Universidad de Cincinnati como parte de operaciones del Pentágono, y los tenaces esfuerzos oficiales para encubrir el crimen. “Documentary on Early US Radiation Experiments on Black Children” (2009) informa el uso de niños afroamericanos en 1927 en Lyles Station, Indiana. Están además los libros de Eileen Welsome, The Plutonium Files; America’s Secret Medical Experiments in the Cold War (1999); y de Harriet Washington, Medical Apartheid: The Dark History of Medical Experimentation on Black Americans From Colonial Times to the Present (2007), con especial atención al periodo entre los años 30 y los 70. Véase también “Dr. Orlando Daumy declares ‘Albizu Campos was irradiated'” en Latino Rebels (2015). Muchos de los libros sobre el nacionalismo en Puerto Rico experimentan el problema, endémico en el accidentado mercado de libros de la economía colonial, de que han dejado de imprimirse a pesar de que hay demanda para ellos. Difícilmente se consiguen en tiendas de libros; apenas hay copias en las bibliotecas universitarias y las que hay están a menudo deterioradas; y, desde luego, en las escuelas no se asignan o circulan oficialmente. Enfrentan el problema adicional de que el tema del colonialismo y la lucha anticolonial en Puerto Rico hace tiempo viene dejando de ser un tópico principal de los cursos universitarios. En este contexto fue extraordinaria la difusión del libro de Nelson Denis, War Against All Puerto Ricans (2015), que se incluyó en la lista de libros recomendados de The New York Times y puede llegar al público angloparlante del planeta. Fue traducido al castellano pero, de nuevo, a pesar de la gran demanda comercial que suscitó, en Puerto Rico apenas circula en las librerías. Lo nacional popular Ayuda a abordar el tema del nacionalismo puertorriqueño el concepto de lo nacional-popular, que formuló Antonio Gramsci. Tras explorar el concepto en mis estudios durante los años 80 y 90, veo que el mismo viene siendo cada vez más objeto de examen y discusión en la teoría cultural y política. Lo nacional-popular se refiere al “pueblo”, un espacio ambiguo y sinuoso, y a las culturas populares y su relación con la reproducción de las clases trabajadoras, la etnicidad y el impulso de las clases populares, en el mundo moderno, hacia la formación de nación y de progreso social. La cultura nacional-popular articula momentos privados y públicos, e inconscientes y sociales. Es una dimensión histórica que el estado capitalista y la cultura dominante se encargan de subordinar o reducir al folklor. A menudo alguna fuerza política busca impartirle dirección a la “energía” nacional-popular. Pero en ciertas relaciones lo nacional-popular también se hace fuerza política, o una fuerza cultural, potenciada por el deseo de subjetividad colectiva, que anida en los partidos políticos y determina el curso de partidos y discursos. Albizu Campos y el Partido Nacionalista expresaron la cultura nacional-popular y a la vez la endurecieron instalando en ella un modo de conciencia nacional. No ha coincidido esta conciencia nacional con un proyecto de estado-nación, a causa de la represión sistemática y el miedo institucionalizado, unido al consenso —contradictoriamente—que abunda en la vida colonial como parte de la integración puertorriqueña a la sociedad estadounidense. La abrumadora penetración económica del imperialismo norteamericano ha incluido endeudar la Isla y después cobrar la deuda despóticamente. El Partido Popular Democrático absorbió y le impartió dirección a lo nacional-popular durante un cierto periodo, si bien limitó su potencial por la complicidad muñocista en la destrucción de la economía puertorriqueña, la expulsión masiva de puertorriqueños a Estados Unidos (una emigración estructural), y la vigilancia panóptica —aumentada con la Patriot Act de 2001— que junto al capital monopolista domina el ambiente isleño. Incluso el Partido Nuevo Progresista debe aceptar la persistencia de lo nacional-popular puertorriqueño y tratar de manipularla. Esta fuerza emana en parte de la condición físicamente isleña del país, que reproduce peculiares economías libidinales y formas variadas de amor a los lugares y ambientes. Estimula deseos de “identidad” y representaciones de lo moderno a menudo superimpuestas y conflictivas entre sí, todo lo cual a su vez se confunde con el mercado. Lo nacional-popular se forma con espacios y lenguajes referentes a raza, entorno natural, educación, trabajo, tiempo libre, consumo, sexualidad, literaturas, baile, construcción de géneros masculino y femenino, desafío a la ley y la disciplina de trabajo, y escapes mentales imaginarios y tóxicos. La geografía que hoy habita lo nacional-popular puertorriqueño incluye las familias rotas por la emigración —algo común y ya normal— y una curiosa reducción de la vida social a la vida familiar, un fenómeno que la degradación económica y estética de las ciudades y del campo propicia. El capital comercial y monetario estadounidense y sus poderosas representaciones visuales se imponen sobre un ambiente y un paisaje aderezados de desorden, escombros y disfuncionalidad. Los gobiernos generalmente incluyen elementos de lo nacional-popular; también el de Puerto Rico, aunque sea colonial. El gobernador cuasi-izquierdista americano Rexford Tugwell contribuyó a lo nacional-popular con el español en las escuelas, la expansión de la Universidad de Puerto Rico, los monopolios de estado de electricidad y agua, los intentos de redistribuir la riqueza y fomentar el capital nativo, y el énfasis en el rol dirigente del estado y la planificación. En los años 60 el sistema escolar, bajo dirección de Ángel Quintero Alfaro, conoció impresionantes expansiones y progresos cualitativos. La presente resistencia de maestros y comunidades al desmantelamiento de la escuela pública indica la fusión íntima que se produjo entre lo nacional-popular y la escuela. No se reproducen por casualidad el “sentimiento” y el universo simbólico nacional-populares, sino por medios materiales de comunicación y vida cotidiana, y la cultura oral de historias locales y barriales. En Puerto Rico ha encontrado expresiones políticas radicales en las más de 20 organizaciones independentistas legales e ilegales que han existido desde 1900 hasta el presente con distintos grados de efectividad y popularidad. También se ha reproducido con la fusión entre la vida popular y las instituciones estadounidenses. Fuerzas políticas alternativas pueden luchar por infundir un contenido diferente a los espacios del estado —en su forma de ELA u otras— que puedan ser transformados, y potenciar así lo nacional-popular impartiéndole una hegemonía anticolonial.
(Fin de Parte 1)
Vigente Albizu Campos (Parte 2)
“Una línea [del poeta Hugo Margenat] dice: ‘Es preciso caer levantándose’. Es decir, caer pero continuar, ser derrotados y a la vez permanecer, morir y seguir vivos en la realidad política”.
El sentimiento moral entre los puertorriqueños en torno al arrojo de los nacionalistas y la violencia que sufrieron ha impactado el ambiente social a través de las generaciones, un ambiente que recuerda que hay cosas importantes pendientes por resolverse. Quizá aquí radicó la decisiva contribución albizuista. Distinto a suposiciones que siguen repitiéndose, de que la insurrección nacionalista de 1950 perseguía derrocar el gobierno colonial, el alzamiento buscaba ante todo llamar la atención mundial sobre la condición colonial de Puerto Rico, que el gobierno estadounidense y Luis Muñoz Marín —principal intelectual criollo del imperialismo norteamericano— intentaron encubrir con el invento del Estado Libre Asociado. Parece que desde su llegada a la Isla después de su primer encarcelamiento, a fines de 1947, Pedro Albizu Campos inicia la organización de un aparato armado del partido dirigido a realizar un levantamiento. Este alzamiento incluiría, óptimamente, secuestrar a Muñoz Marín para llamar más todavía la atención internacional; y el repliegue hacia las montañas de Utuado de los nacionalistas que sobrevivieran las confrontaciones en los ataques a instalaciones federales y policiacas y pudieran escapar y reagruparse. La persecución de los combatientes en los montes —donde puede sobrevivirse con algún entrenamiento y conocimiento— mantendría vivo el drama nacional y ayudaría a la denuncia ante los pueblos de América y del mundo, sobre todo si se alargaba y se complicaba con nuevas protestas en otras partes del país. Los nacionalistas tratarían de evitar, dentro de lo posible, la muerte de puertorriqueños, incluyendo policías. En cambio, durante los enfrentamientos que se produjeron la Guardia Nacional y la Policía masacraron nacionalistas viciosamente. Parece claro que la Policía estaba al tanto de los planes insurreccionales, dadas las debilidades de la estructura clandestina nacionalista, creada en poco tiempo y contra mil dificultades, y susceptible a agentes encubiertos. La Policía madrugó a los nacionalistas, sobre todo al allanar un depósito de armas en Peñuelas que probablemente tenía importancia crucial. En efecto, mientras los nacionalistas prendían fuego a instalaciones en Jayuya y otros pueblos, vecinos les pedían armas para unírseles, pero no las había; ni siquiera las había para muchos militantes activos en los planes de sublevación. De todo lo cual se desprende que en Puerto Rico es posible una institución clandestina revolucionaria. Con mejor organización puede haber la cantidad indispensable de combatientes y armamento, y mayor rigor en la inteligencia y contrainteligencia. La logística referente al armamento relacionó la insurrección del 50 con la población penal. Varios presos de la Penitenciaría Estatal en Río Piedras conseguirían armas para los nacionalistas; simultáneamente se planeaba una fuga de la prisión, que se realizó. Este ángulo subraya el ingrediente de la cárcel en la cultura popular de Puerto Rico, un país preso, figurativamente, y donde múltiples opresiones sociales han formado una masa siempre grande de confinados, mayormente hombres jóvenes pobres, negros y mulatos. Entre los presos persiste una tradición de respeto especial a Albizu Campos y los nacionalistas, quienes también vivieron la prisión y en cierto modo la simbolizan. Albizu Campos estaría siendo monitoreado por el FBI y la Policía desde poco después de llegar de Boston a la isla en 1921. (Desde principios de los 30 la Policía estuvo dirigida por un experimentado agente de inteligencia militar, Elisha Francis Riggs, a quien los nacionalistas ejecutaron en 1936.) Esta vigilancia arreciaría una vez Albizu Campos fue electo presidente del partido en 1930, y se haría mucho más agresiva después de que los obreros del azúcar le pidieron en 1934 que los representara durante una huelga de escala nacional. La directiva del partido fue encarcelada en Estados Unidos rápidamente en 1936, después del famoso juicio de circo. Tras la insurrección de 1950 fue encarcelada de nuevo, ahora en la Isla, junto a cientos de independentistas, militantes y puertorriqueños más. El nacionalismo, pues, “no tuvo tiempo suficiente” de organizarse y despegar propiamente, ni en los pocos años de los 30, ni en el escaso tiempo entre 1948 y 1950. Sabiéndolo, Albizu Campos cuenta para el levantamiento, incluso el levantamiento abortado e improvisado que hubo, con la valentía de sus militantes y las relaciones familiares y compueblanas de estos; y con que el sacrificio voluntario de sangre que harían permanecería en la memoria colectiva puertorriqueña, en fin, en lo nacional-popular (según el concepto de Antonio Gramsci esbozado en el artículo anterior). Se denunciaría a nivel internacional la situación colonial y se desafiaría la invisibilidad de Puerto Rico, mediáticamente confeccionada por el gobierno de Estados Unidos. Más aún, el recuerdo moral y el sentimiento popular serían terreno de futuras germinaciones políticas, ya para adelantar la descolonización de la Isla, ya para servir de estorbo permanente a los planes colonialistas que viniesen después. La poesía de Hugo Margenat —escrita poco después de 1950 y publicada por el Instituto de Cultura Puertorriqueña en 1974 bajo edición de José Manuel Torres Santiago— recoge no sólo la mística del heroísmo y el sacrificio autoconsciente de los nacionalistas, sino incluso el sentido político-estratégico de la insurrección. Una línea dice: “Es preciso caer levantándose”. Es decir, caer pero continuar, ser derrotados y a la vez permanecer, morir y seguir vivos en la realidad política. Nuevas circunstancias El sentimiento moral de los puertorriqueños, generalmente callado, ante los dramas del nacionalismo —que el gobierno ha instruido al pueblo olvidar y rehuir— probablemente seguirá circulando entre la vida social isleña y diaspórica, incluso en la actividad electoral. Como sugiere Gramsci, la cultura es política. Lo nacional-popular es también sujeto. La gesta nacionalista afiló su dimensión política. El país sigue dominado pero la tensión persiste, y la cuestión nacional se mezcla con las luchas de clases. Sin embargo es poderoso el neoliberalismo que desde fines del siglo 20 persigue la disolución de los pueblos, precisamente de esa energía de las clases populares que tiende a la solidaridad social implicada en la nación. El núcleo duro del sistema imperialista mundial —Estados Unidos y Europa occidental— está en declive y en reiterada crisis económica y moral. Pero le queda bastante tiempo todavía, según se ve, por ejemplo, en el claro dominio que tiene Estados Unidos sobre América Latina. El sistema imperialista viene siendo contestado por países relativamente desarrollados que no se fundan en el capitalismo imperialista, notablemente China Popular —cuya constitución incluso aspira al socialismo—. Un nuevo balance internacional puede favorecer a los países más subordinados y pobres. No es veloz, sin embargo, el ritmo de todo esto. Está por verse cómo lo nacional-popular puertorriqueño se relacionará con las nuevas circunstancias, digamos la integración socioeconómica y demográfica de Puerto Rico a Estados Unidos, y en qué medida se mantendrá el sello político asertivo e irreverente que el nacionalismo luchó por impartirle. La corriente independentista que más hábilmente incorporó el legado albizuista estuvo representada por el Movimiento Pro Independencia (MPI) y su sucesor desde 1971, el Partido Socialista Puertorriqueño (PSP). El PSP acercó la idea de la liberación nacional a las masas populares y trabajadoras como nunca antes, pero dejó de existir en los años 80. No fueron masacrados ni encarcelados sus militantes, sino que por voluntad propia decidieron disolver el partido. Fue un hecho asombroso que hay que ubicar en la integración gradual de la Isla a Estados Unidos y el poder cultural e ideológico del capitalismo. Pero el mercado es contradictorio. Por un lado tiende a disolver los pueblos y los estados-naciones, y por otro a fortalecerlos. Los coloca bajo el dominio de los países imperialistas, y a la vez estimula —muchas veces— sus fuerzas productivas, sus culturas populares, su deseo de identidad y su necesidad de libertad política y económica. Este doble y contradictorio carácter produce tendencias simultáneas al olvido y al recuerdo. En este confuso universo se debate el subyacente impulso de la insurrección nacionalista de 1950.
El autor es profesor de Ciencias Sociales en la Universidad de Puerto Rico Recinto de Río Piedras. Vigente Albizu Campos (parte 1) El documental “1950: La insurrección nacionalista” se suma a un boom de investigaciones, publicaciones y reflexiones desde la década de 1990 en torno al líder del Partido Nacionalista. Estás aquí: Por: Héctor Meléndez El documental 1950: La insurrección nacionalista (2018, José M. Dávila Marichal) es un nuevo e importante punto de referencia en Puerto Rico. La represión colonialista ha tenido dimensiones violentas, psicológicas, educativas, económicas, carcelarias. La memoria histórica colectiva de los puertorriqueños —de la Isla y de Estados Unidos— ha sido sistemáticamente saboteada. De aquí que exhibir el documental en una sala principal de cine tenga un carácter extraordinario e inaudito. El filme deja ver un desarrollo artístico, técnico y político de la producción cinematográfica en Puerto Rico, que avanza a pesar de múltiples limitaciones relacionadas, justamente, con el colonialismo. Al informar el documental, El Nuevo Día usó el elocuente titular “Lucha olvidada”. Sin embargo aquella lucha sigue siendo recordada y reflexionada, en parte gracias a la película misma. El subtítulo añadió “los hechos de 1950”, aunque podía usar levantamiento, alzamiento, insurrección, revuelta, rebelión, choques armados, motines, u otros términos que se acercarían al criterio periodístico de la precisión. La aparente dificultad para hallar la palabra justa obedece a una selección política, pero además indica lo penoso que resulta a la mente colonial admitir y pensar el levantamiento. Que este haya sido frustrado por las agencias de represión sugiere un deseo que continúa latente. El documental se suma a un boom de investigaciones, publicaciones y reflexiones desde la década de 1990 en torno a Pedro Albizu Campos, el Partido Nacionalista, la represión que acompañó siempre al líder y al movimiento, y la acción armada. Con la investigación social de estos temas conviven los debates públicos, la confusión de datos, anécdotas y versiones, y los diálogos íntimos de cada puertorriqueño consigo mismo. Su contexto permanente es la política oficial de silenciar el tema. En 1989 apareció la investigación pionera de Miñi Seijo Bruno, La insurrección nacionalista – 1950, y en los años 80 y 90 los textos de Ivonne Acosta, La mordaza, sobre la ley de 1948 del gobierno de Luis Muñoz Marín que prohibía promover la independencia de Puerto Rico o siquiera desplegar sus símbolos, y La palabra como delito: los discursos por los que condenaron a Pedro Albizu Campos; que recoge 12 discursos transcritos por la Policía como evidencia. Es una contribución formidable a los textos disponibles sobre lo que Albizu Campos efectivamente dijo. A remediar la escasez de textos de lo que expresó Albizu Campos habían ayudado también la edición que en 1975 realizó Benjamín Torres, de escritos y reseñas de discursos en dos volúmenes, Pedro Albizu Campos 1923-1936, y la selección editada por Manuel Maldonado Denis, La conciencia nacional puertorriqueña: Pedro Albizu Campos (1972). En 2007 salió a la luz, con prólogo de Fidel Castro, Albizu Campos: Escritos, editado por Laura Meneses viuda de Albizu Campos y M. Rodríguez León. Meneses también es autora de La espiritualidad de Pedro Albizu Campos. Está, además, el texto básico de Manuel Medina Ramírez, El movimiento libertador en la historia de Puerto Rico, publicado en 1964 y afortunadamente reimpreso en 2016. Sobre la persona y el ideario del dirigente destacan la compilación de testimonios Hablan sobre Albizu Campos (1989), editado por Benjamín Torres, y el volumen editado por Juan M. Carrión, T. Gracia Ruiz y C. Rodríguez Fraticelli, La nación puertorriqueña: Ensayos en torno a Pedro Albizu Campos (1993); este contiene investigaciones que producen nuevo conocimiento. Publicada dos décadas antes, destaca también la breve pero enriquecedora reflexión de Juan Antonio Corretjer, El líder de la desesperación (1972). En 1992 apareció el texto biográfico sobre Albizu Campos, Las llamas de la aurora, de Marisa Rosado, y en 1996 el de Juan Ángel Silén que explora el vínculo entre el albizuismo y el nacionalismo irlandés, Nosotros solos. Pedro Aponte Vázquez publicó Albizu; su persecución por el FBI (2011), ¡Yo acuso! y lo que pasó después (2015), Locura por decreto (2013), y El ataque nacionalista a la Fortaleza (2015). Este autor ha abordado la probable tortura con radiación en el cuerpo de Albizu Campos mientras estuvo en la cárcel La Princesa del Viejo San Juan después de octubre de 1950. Cuando la víctima lo denunció públicamente, Muñoz Marín —primer gobernador electo, en 1948— replicó que el dirigente nacionalista estaba loco y que su cuerpo alterado, quemado e hinchado eran meras invenciones. Desde hace siglos gobernantes y gentes con inclinaciones despóticas y demagógicas —desde Stalin hasta agresores sexuales— han alegado que sus víctimas están locas y fantasean al hacer las denuncias. Además de psicologizarse el motivo político se tacha de delictivo el reclamo social del movimiento que se difama. Muñoz Marín repitió por radio y televisión en la Isla y Estados Unidos no solo que Albizu Campos estaba loco, sino que además era fascista, y encima aliado de los comunistas. Estados Unidos y la Unión Soviética habían sido aliados contra el fascismo en la guerra hasta 1945, pero Muñoz Marín estaba siendo fotuto de la política ferozmente anticomunista impulsada, tras la muerte de Roosevelt y especialmente a partir de 1947, por el Pentágono, el Departamento de Estado, la CIA y los monopolios. La probable radiación de Albizu como tortura-experimento aguarda más investigaciones. Es tema candente y espinoso. Las alegaciones descartando que el dirigente nacionalista dijera la verdad enfrentan serios problemas con numerosas revelaciones desde los años 80; los muros de la intensa propaganda que inició Muñoz Marín han empezado a derrumbarse. En 1986 el Departamento de Energía de Estados Unidos produjo un informe para el Congreso titulado “American Nuclear Guinea Pigs: Three Decades of Radiation Experiments on US Citizens”. En 1995 un comité asesor de Casa Blanca publicó un estudio que da cuenta de al menos treinta programas, desde 1945, en que científicos del gobierno norteamericano expusieron ciudadanos a radiación, a veces inyectando plutonio en sus vías sanguíneas, para acumular datos sobre la exposición con vistas a una posible guerra nuclear. También está el artículo de los médicos y científicos M. McCally, C. Cassel y D.G. Kimball, “US Government-Sponsored Radiation Research on Humans 1945-1975”, Medicine and Global Survival, 1994. Por otro lado, Keith Schneider escribió “Cold War Radiation Test on Humans to Undergo a Congressional Review”, sobre las audiencias que realizó en 1994 la Comisión de lo Jurídico de la Cámara en torno a los altos niveles de radiación que se aplicaron a 88 pacientes durante la década de 1960 —ocho de los cuales murieron— bajo supervisión de la Universidad de Cincinnati como parte de operaciones del Pentágono, y los tenaces esfuerzos oficiales para encubrir el crimen. “Documentary on Early US Radiation Experiments on Black Children” (2009) informa el uso de niños afroamericanos en 1927 en Lyles Station, Indiana. Están además los libros de Eileen Welsome, The Plutonium Files; America’s Secret Medical Experiments in the Cold War (1999); y de Harriet Washington, Medical Apartheid: The Dark History of Medical Experimentation on Black Americans From Colonial Times to the Present (2007), con especial atención al periodo entre los años 30 y los 70. Véase también “Dr. Orlando Daumy declares ‘Albizu Campos was irradiated'” en Latino Rebels (2015). Muchos de los libros sobre el nacionalismo en Puerto Rico experimentan el problema, endémico en el accidentado mercado de libros de la economía colonial, de que han dejado de imprimirse a pesar de que hay demanda para ellos. Difícilmente se consiguen en tiendas de libros; apenas hay copias en las bibliotecas universitarias y las que hay están a menudo deterioradas; y, desde luego, en las escuelas no se asignan o circulan oficialmente. Enfrentan el problema adicional de que el tema del colonialismo y la lucha anticolonial en Puerto Rico hace tiempo viene dejando de ser un tópico principal de los cursos universitarios. En este contexto fue extraordinaria la difusión del libro de Nelson Denis, War Against All Puerto Ricans (2015), que se incluyó en la lista de libros recomendados de The New York Times y puede llegar al público angloparlante del planeta. Fue traducido al castellano pero, de nuevo, a pesar de la gran demanda comercial que suscitó, en Puerto Rico apenas circula en las librerías. Lo nacional popular Ayuda a abordar el tema del nacionalismo puertorriqueño el concepto de lo nacional-popular, que formuló Antonio Gramsci. Tras explorar el concepto en mis estudios durante los años 80 y 90, veo que el mismo viene siendo cada vez más objeto de examen y discusión en la teoría cultural y política. Lo nacional-popular se refiere al “pueblo”, un espacio ambiguo y sinuoso, y a las culturas populares y su relación con la reproducción de las clases trabajadoras, la etnicidad y el impulso de las clases populares, en el mundo moderno, hacia la formación de nación y de progreso social. La cultura nacional-popular articula momentos privados y públicos, e inconscientes y sociales. Es una dimensión histórica que el estado capitalista y la cultura dominante se encargan de subordinar o reducir al folklor. A menudo alguna fuerza política busca impartirle dirección a la “energía” nacional-popular. Pero en ciertas relaciones lo nacional-popular también se hace fuerza política, o una fuerza cultural, potenciada por el deseo de subjetividad colectiva, que anida en los partidos políticos y determina el curso de partidos y discursos. Albizu Campos y el Partido Nacionalista expresaron la cultura nacional-popular y a la vez la endurecieron instalando en ella un modo de conciencia nacional. No ha coincidido esta conciencia nacional con un proyecto de estado-nación, a causa de la represión sistemática y el miedo institucionalizado, unido al consenso —contradictoriamente—que abunda en la vida colonial como parte de la integración puertorriqueña a la sociedad estadounidense. La abrumadora penetración económica del imperialismo norteamericano ha incluido endeudar la Isla y después cobrar la deuda despóticamente. El Partido Popular Democrático absorbió y le impartió dirección a lo nacional-popular durante un cierto periodo, si bien limitó su potencial por la complicidad muñocista en la destrucción de la economía puertorriqueña, la expulsión masiva de puertorriqueños a Estados Unidos (una emigración estructural), y la vigilancia panóptica —aumentada con la Patriot Act de 2001— que junto al capital monopolista domina el ambiente isleño. Incluso el Partido Nuevo Progresista debe aceptar la persistencia de lo nacional-popular puertorriqueño y tratar de manipularla. Esta fuerza emana en parte de la condición físicamente isleña del país, que reproduce peculiares economías libidinales y formas variadas de amor a los lugares y ambientes. Estimula deseos de “identidad” y representaciones de lo moderno a menudo superimpuestas y conflictivas entre sí, todo lo cual a su vez se confunde con el mercado. Lo nacional-popular se forma con espacios y lenguajes referentes a raza, entorno natural, educación, trabajo, tiempo libre, consumo, sexualidad, literaturas, baile, construcción de géneros masculino y femenino, desafío a la ley y la disciplina de trabajo, y escapes mentales imaginarios y tóxicos. La geografía que hoy habita lo nacional-popular puertorriqueño incluye las familias rotas por la emigración —algo común y ya normal— y una curiosa reducción de la vida social a la vida familiar, un fenómeno que la degradación económica y estética de las ciudades y del campo propicia. El capital comercial y monetario estadounidense y sus poderosas representaciones visuales se imponen sobre un ambiente y un paisaje aderezados de desorden, escombros y disfuncionalidad. Los gobiernos generalmente incluyen elementos de lo nacional-popular; también el de Puerto Rico, aunque sea colonial. El gobernador cuasi-izquierdista americano Rexford Tugwell contribuyó a lo nacional-popular con el español en las escuelas, la expansión de la Universidad de Puerto Rico, los monopolios de estado de electricidad y agua, los intentos de redistribuir la riqueza y fomentar el capital nativo, y el énfasis en el rol dirigente del estado y la planificación. En los años 60 el sistema escolar, bajo dirección de Ángel Quintero Alfaro, conoció impresionantes expansiones y progresos cualitativos. La presente resistencia de maestros y comunidades al desmantelamiento de la escuela pública indica la fusión íntima que se produjo entre lo nacional-popular y la escuela. No se reproducen por casualidad el “sentimiento” y el universo simbólico nacional-populares, sino por medios materiales de comunicación y vida cotidiana, y la cultura oral de historias locales y barriales. En Puerto Rico ha encontrado expresiones políticas radicales en las más de 20 organizaciones independentistas legales e ilegales que han existido desde 1900 hasta el presente con distintos grados de efectividad y popularidad. También se ha reproducido con la fusión entre la vida popular y las instituciones estadounidenses. Fuerzas políticas alternativas pueden luchar por infundir un contenido diferente a los espacios del estado —en su forma de ELA u otras— que puedan ser transformados, y potenciar así lo nacional-popular impartiéndole una hegemonía anticolonial. Vigente Albizu Campos (Parte 2) “Una línea [del poeta Hugo Margenat] dice: ‘Es preciso caer levantándose’. Es decir, caer pero continuar, ser derrotados y a la vez permanecer, morir y seguir vivos en la realidad política”. El sentimiento moral entre los puertorriqueños en torno al arrojo de los nacionalistas y la violencia que sufrieron ha impactado el ambiente social a través de las generaciones, un ambiente que recuerda que hay cosas importantes pendientes por resolverse. Quizá aquí radicó la decisiva contribución albizuista. Distinto a suposiciones que siguen repitiéndose, de que la insurrección nacionalista de 1950 perseguía derrocar el gobierno colonial, el alzamiento buscaba ante todo llamar la atención mundial sobre la condición colonial de Puerto Rico, que el gobierno estadounidense y Luis Muñoz Marín —principal intelectual criollo del imperialismo norteamericano— intentaron encubrir con el invento del Estado Libre Asociado. Parece que desde su llegada a la Isla después de su primer encarcelamiento, a fines de 1947, Pedro Albizu Campos inicia la organización de un aparato armado del partido dirigido a realizar un levantamiento. Este alzamiento incluiría, óptimamente, secuestrar a Muñoz Marín para llamar más todavía la atención internacional; y el repliegue hacia las montañas de Utuado de los nacionalistas que sobrevivieran las confrontaciones en los ataques a instalaciones federales y policiacas y pudieran escapar y reagruparse. La persecución de los combatientes en los montes —donde puede sobrevivirse con algún entrenamiento y conocimiento— mantendría vivo el drama nacional y ayudaría a la denuncia ante los pueblos de América y del mundo, sobre todo si se alargaba y se complicaba con nuevas protestas en otras partes del país. Los nacionalistas tratarían de evitar, dentro de lo posible, la muerte de puertorriqueños, incluyendo policías. En cambio, durante los enfrentamientos que se produjeron la Guardia Nacional y la Policía masacraron nacionalistas viciosamente. Parece claro que la Policía estaba al tanto de los planes insurreccionales, dadas las debilidades de la estructura clandestina nacionalista, creada en poco tiempo y contra mil dificultades, y susceptible a agentes encubiertos. La Policía madrugó a los nacionalistas, sobre todo al allanar un depósito de armas en Peñuelas que probablemente tenía importancia crucial. En efecto, mientras los nacionalistas prendían fuego a instalaciones en Jayuya y otros pueblos, vecinos les pedían armas para unírseles, pero no las había; ni siquiera las había para muchos militantes activos en los planes de sublevación. De todo lo cual se desprende que en Puerto Rico es posible una institución clandestina revolucionaria. Con mejor organización puede haber la cantidad indispensable de combatientes y armamento, y mayor rigor en la inteligencia y contrainteligencia. La logística referente al armamento relacionó la insurrección del 50 con la población penal. Varios presos de la Penitenciaría Estatal en Río Piedras conseguirían armas para los nacionalistas; simultáneamente se planeaba una fuga de la prisión, que se realizó. Este ángulo subraya el ingrediente de la cárcel en la cultura popular de Puerto Rico, un país preso, figurativamente, y donde múltiples opresiones sociales han formado una masa siempre grande de confinados, mayormente hombres jóvenes pobres, negros y mulatos. Entre los presos persiste una tradición de respeto especial a Albizu Campos y los nacionalistas, quienes también vivieron la prisión y en cierto modo la simbolizan. Albizu Campos estaría siendo monitoreado por el FBI y la Policía desde poco después de llegar de Boston a la isla en 1921. (Desde principios de los 30 la Policía estuvo dirigida por un experimentado agente de inteligencia militar, Elisha Francis Riggs, a quien los nacionalistas ejecutaron en 1936.) Esta vigilancia arreciaría una vez Albizu Campos fue electo presidente del partido en 1930, y se haría mucho más agresiva después de que los obreros del azúcar le pidieron en 1934 que los representara durante una huelga de escala nacional. La directiva del partido fue encarcelada en Estados Unidos rápidamente en 1936, después del famoso juicio de circo. Tras la insurrección de 1950 fue encarcelada de nuevo, ahora en la Isla, junto a cientos de independentistas, militantes y puertorriqueños más. El nacionalismo, pues, “no tuvo tiempo suficiente” de organizarse y despegar propiamente, ni en los pocos años de los 30, ni en el escaso tiempo entre 1948 y 1950. Sabiéndolo, Albizu Campos cuenta para el levantamiento, incluso el levantamiento abortado e improvisado que hubo, con la valentía de sus militantes y las relaciones familiares y compueblanas de estos; y con que el sacrificio voluntario de sangre que harían permanecería en la memoria colectiva puertorriqueña, en fin, en lo nacional-popular (según el concepto de Antonio Gramsci esbozado en el artículo anterior). Se denunciaría a nivel internacional la situación colonial y se desafiaría la invisibilidad de Puerto Rico, mediáticamente confeccionada por el gobierno de Estados Unidos. Más aún, el recuerdo moral y el sentimiento popular serían terreno de futuras germinaciones políticas, ya para adelantar la descolonización de la Isla, ya para servir de estorbo permanente a los planes colonialistas que viniesen después. La poesía de Hugo Margenat —escrita poco después de 1950 y publicada por el Instituto de Cultura Puertorriqueña en 1974 bajo edición de José Manuel Torres Santiago— recoge no sólo la mística del heroísmo y el sacrificio autoconsciente de los nacionalistas, sino incluso el sentido político-estratégico de la insurrección. Una línea dice: “Es preciso caer levantándose”. Es decir, caer pero continuar, ser derrotados y a la vez permanecer, morir y seguir vivos en la realidad política. Nuevas circunstancias El sentimiento moral de los puertorriqueños, generalmente callado, ante los dramas del nacionalismo —que el gobierno ha instruido al pueblo olvidar y rehuir— probablemente seguirá circulando entre la vida social isleña y diaspórica, incluso en la actividad electoral. Como sugiere Gramsci, la cultura es política. Lo nacional-popular es también sujeto. La gesta nacionalista afiló su dimensión política. El país sigue dominado pero la tensión persiste, y la cuestión nacional se mezcla con las luchas de clases. Sin embargo es poderoso el neoliberalismo que desde fines del siglo 20 persigue la disolución de los pueblos, precisamente de esa energía de las clases populares que tiende a la solidaridad social implicada en la nación. El núcleo duro del sistema imperialista mundial —Estados Unidos y Europa occidental— está en declive y en reiterada crisis económica y moral. Pero le queda bastante tiempo todavía, según se ve, por ejemplo, en el claro dominio que tiene Estados Unidos sobre América Latina. El sistema imperialista viene siendo contestado por países relativamente desarrollados que no se fundan en el capitalismo imperialista, notablemente China Popular —cuya constitución incluso aspira al socialismo—. Un nuevo balance internacional puede favorecer a los países más subordinados y pobres. No es veloz, sin embargo, el ritmo de todo esto. Está por verse cómo lo nacional-popular puertorriqueño se relacionará con las nuevas circunstancias, digamos la integración socioeconómica y demográfica de Puerto Rico a Estados Unidos, y en qué medida se mantendrá el sello político asertivo e irreverente que el nacionalismo luchó por impartirle. La corriente independentista que más hábilmente incorporó el legado albizuista estuvo representada por el Movimiento Pro Independencia (MPI) y su sucesor desde 1971, el Partido Socialista Puertorriqueño (PSP). El PSP acercó la idea de la liberación nacional a las masas populares y trabajadoras como nunca antes, pero dejó de existir en los años 80. No fueron masacrados ni encarcelados sus militantes, sino que por voluntad propia decidieron disolver el partido. Fue un hecho asombroso que hay que ubicar en la integración gradual de la Isla a Estados Unidos y el poder cultural e ideológico del capitalismo. Pero el mercado es contradictorio. Por un lado tiende a disolver los pueblos y los estados-naciones, y por otro a fortalecerlos. Los coloca bajo el dominio de los países imperialistas, y a la vez estimula —muchas veces— sus fuerzas productivas, sus culturas populares, su deseo de identidad y su necesidad de libertad política y económica. Este doble y contradictorio carácter produce tendencias simultáneas al olvido y al recuerdo. En este confuso universo se debate el subyacente impulso de la insurrección nacionalista de 1950. Héctor Meléndez, nacionalismo puertoriqueño, Partido Nacionalista de Puerto Rico, Pedro Albizu Campos, política Puerto Rico No se pierda mañana domingo la segunda parte de este artículo. El autor es profesor de Ciencias Sociales en la Universidad de Puerto Rico Recinto de Río Piedras. |
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