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Adiós al petrodólar o la verdad detrás de la última reunión del G7 PDF Imprimir Correo
Escrito por psuv.org.ve | Misión Verdad   
Viernes, 15 de Junio de 2018 00:11

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Antes de la reunión en Canadá ya había tensiones encontradas entre las potencias del mundo occidental. La canciller alemana Angela Merkel dijo que “ya tenemos un grave problema aquí con los acuerdos multilaterales”, en referencia a que Estados Unidos no cumple o se retira de resoluciones de importancia crítica como el firmado en París sobre el cambio climático o el acuerdo nuclear iraní, este último con posibles consecuencias sancionatorias a empresas europeas que hagan negocios con la República Islámica de Irán.



Además, la máxima representante de Alemania apoya el diálogo con la Federación Rusa, que fue expulsada del grupo luego de la anexión de Crimea en 2014, cuestión que causa escozor en el establishment liberal y neoconservador de los Estados Unidos.

Por su parte, el primer ministro de Canadá y el presidente de Francia habían informado que se reunirían aparte, en el marco de la reunión del G7, con Donald Trump para convencerlo de que sus respectivos países no son una amenaza a la seguridad nacional estadounidense, y “de encontrar una vía más normal en temas comerciales”.

Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo, declaró que “el orden internacional basado en normas está siendo desafiado. Con sorpresa, no por los sospechosos habituales, sino por su principal arquitecto y garante: Estados Unidos”, en referencia a la actitud del presidente gringo.

Y es que el actual inquilino de la Casa Blanca tiene como prerrogativa ignorar los acuerdos multilaterales y priorizar los de tipo bilateral, en consonancia con su política de America First. Estados Unidos ya no ve a los demás países del G7 como socios, aunque nunca en la historia los tratara como iguales, sino que ahora los ve como competidores que amenazan los intereses propios. Lo que invita a pensar que la reunión en Canadá se trató más bien de un 6+1.

Sin embargo, ya en plena reunión, parecía que, entre Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y el Reino Unido, había un acuerdo, hasta que Donald Trump tuiteó.

“Basándome en las declaraciones falsas de Justin durante su rueda de prensa y en el hecho de que Canadá está aplicando aranceles enormes a los granjeros, trabajadores y empresas estadounidenses, he dado instrucciones a nuestros representantes para que no suscriban el comunicado”, escribió el presidente estadounidense.

Sonaron las alarmas en los principales medios anglosajones, que vaticinaban en el rompimiento del multilateralismo de ese club una tragedia, pues le deja a China y Rusia la puerta abierta para tomar el control de algunos asuntos importantes políticos, económicos, financieros y militares en varios puntos del globo.

Declive del G7

Algunos datos aportados por los investigadores chinos Dong Yifan y Sun Chenghao indican que la influencia económica del G7 ha disminuido significativamente en las últimas décadas.

“Las economías del G7 reportaban el 61.8% del PIB global en la década de 1980. Eso cayó al 46% en 2017. Pero las partes combinadas del PIB de las economías emergentes saltaron al 39.6% de un 24.1% en el periodo”, escribieron.

El ascenso de las llamadas economías emergentes y la apelación a la gobernanza global en el siglo XXI (la globalización según China) son los principales factores que han desafiado a la legitimidad geopolítica y geoeconómica del G7, así como el unilateralismo de Trump y la decadencia del Imperio estadounidense en tanto sus formas. La importancia de otros espacios como el G20, BRICS o el Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico resalta el hecho de ese declive.

El grado estadístico del PIB no sólo muestra esa decadencia, asimismo la ruptura expuesta por Trump y por los líderes de los países, y la falta de confianza ante el mundo, ponen el foco en ella. Y esto viene aunado al destrono del petrodólar en los mercados energéticos y comerciales a nivel internacional.

Petróleo, dólares y yuanes: una disputa


Era 1974. El petrodólar nació mediante un acuerdo realizado por el entonces secretario de Estado gringo, Henry Kissinger, y la monarquía que gobierna Arabia Saudí, con el que pactaron que el dólar fuese la única moneda usada en el comercio del producto más importante del planeta, el petróleo, generando la necesidad de contar con dólares para transar energía, a cambio de “seguridad” frente a los otros poderes regionales como Irán y, en su momento, Irak.

Debido a que el dólar es papel impreso, sin ningún sustento, por la Reserva Federal estadounidense, absorbe el valor de lo que comercian sus compradores. En este caso, las transacciones de petróleo por dólares convierten a la moneda norteamericana en un hegemón difícil de evadir, sobre todo si no existen alternativas nominales de compra.

En ese contexto entra China, que en 2017 decidió lanzar el primer contrato de futuros de petróleo denominado en yuanes, que se dio en marzo de 2018. El gigante asiático es el mayor importador de petróleo del mundo, y la energía será vital para motorizar su gran proyecto comercial de la Iniciativa del Cinturón y la Franja.

Además, los contratos de futuros de petróleo en yuanes son convertibles al oro, mineral que ha servido históricamente como referencia de sustento al valor de las monedas. Sería regresar a un pacto del que Estados Unidos se retiró hace más de 40 años, y del que parece no quiere regresar.

Esta estrategia concibe al yuan como una moneda de referencia, ahora reconocida como de reserva según el Fondo Monetario Internacional, y supone un declive para el petrodólar. Se trata de la apertura de un mercado en el que no se use la divisa estadunidense, por lo que habría menos compradores (como de hecho se registró en abril, en el que bajó el precio de la divisa estadounidense debido a los aranceles impuestos por China a productos fabricados en Estados Unidos), menos confianza en esa divisa, y mayor control de los chinos en el precio de los mercados energéticos.

En definitiva, China disputa a Estados Unidos el mercado financiero en todas sus variantes incentivando el uso del yuan en diferentes instancias comerciales. El petroyuan sería el primer experimento para seguir avanzando en ese sentido. Pero el G7 ni toma en cuenta esta realidad, sino que trata ajustar la suya al resto del planeta.

Mientras tanto, en Qingdao…

Mientras en Canadá los líderes visibles de Occidente se peleaban entre ellos, algunas sociedades políticas, económicas y militares se reforzaban en el otro lado del globo. China, Rusia, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Uzbekistán, India y Pakistán forman la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), que cuenta con la participación de Afganistán, Bielorrusia, Irán y Mongolia como observadores, y de Armenia, Azerbaiyán, Camboya, Nepal, Turquía y Sri Lanka en el rango de socios de diálogo.

La reunión se dio en Qingdao, una ciudad portuaria china (base de la compañía de electrodomésticos Haier), en la que se apuntaló una serie de acuerdo multilaterales de gran prospectiva para la región denominada Eurasia, donde habita el 72.5% de la población mundial.

La OCS de por sí representa el 60% de Eurasia, casi la mitad de la población mundial, y más del 20% del PIB global, cita el analista geopolítica mexicano Alfredo Jalife, quien no duda en afirmar que los países que integran este grupo “constituyen tanto la conectividad para el magnificente proyecto del siglo XXI, la Ruta de la Seda, así como su zona de amortiguamiento contra el maquinado terrorismo yihadista”.

Parece obvio que el megaproyecto chino de la Iniciativa del Cinturón y la Franja (o Nuevas Rutas de la Seda) está íntimamente conectado a la OCS, y lo más importante, según el medio chino Global Times, es que los miembros del grupo han llegado a importantes consensos, como la construcción de infraestructuras que conecten a sus países de manera fluida. Esa perspectiva es justamente la que tiene la Ruta de la Seda del siglo XXI, por lo que nada parece estar dejado al azar.

Jalife también aporta un dato que refiere a esa alianza conseguida por el proyecto chino con las periferias regionales de Eurasia: en 2017, el comercio entre China y el resto de los miembros de la OCS alcanzó casi 218 mil millones de dólares: un incremento del 19%.

Pero lo más significativo no son las declaraciones y directrices conjuntas en temas de seguridad nacional, comunicación cultural, economía y comercio, sino que se planteó, en Qingdao, potenciar aún más a la organización para que tenga en el futuro próximo un mayor impacto en los asuntos internacionales (“comunidad de futuro compartido”, dice Global Times). He allí la clave que complicaría el sueño del G7 de seguir liderando el mundo a la manera occidental.

El editorial del 10 de junio del mencionado medio chino se afinca en la OCS: “El Espíritu de Shanghái muestra un fuerte vigor como un nuevo principio de las relaciones internacionales. No sigue la competencia geopolítica, sino que representa el nuevo pensamiento de la sociedad humana con respecto a la gobernanza global en el siglo XXI”.

Todo esto aunado a la decadencia del petrodólar y el ascenso del petroyuan dan a entender que detrás del G7 lo que se consigue es un paisaje de ruinas en el tablero de poderes occidentales. Una nueva dinámica financiera surge poco a poco, y Donald Trump quizás sea la cara visible de este momento global.

 

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