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Hostos y Betances: identidades paralelas PDF Imprimir Correo
Escrito por Marcos Reyes Dávila   
Viernes, 11 de Mayo de 2018 13:32

betancesyhostos

Calificar como “polémica”, a la altura de la segunda década del siglo XXI, la interpretación que algunos estudiosos hacen sobre las relaciones alegadamente suspicaces o antagonistas entre Eugenio María de Hostos y Ramón Emeterio Betances es, francamente, un anacronismo casi inexplicable. ¿“Choque”?, mucho menos. Los documentos recuperados durante las últimas décadas solo reconfirman lo que ya evidenciaban los textos conocidos en la década del 30 del siglo XX, que Federico Henríquez y Carvajal, entrañable amigo y colaborador de ambos, calificaba como una “nube de verano”. El dominicano se refiere a “la antojadiza aseveración de quienes elevaron a categoría de enemiga la ocasional diferencia de concepto, o de punto de vista, que por un momento se produjo entre los dos más altos próceres del nacionalismo puertorriqueño y de la unión antillana”.(1)

 

 

 

De este tema, ya entonces desacertado, me ocupé en un trabajo publicado en “En Rojo”, del semanario Claridad, en septiembre de 2008. (2) No repetiré esas palabras. Recojo aquí otras aristas. Tampoco desmereceremos en forma alguna, porque ni se puede ni queremos, los atributos consagrados en nuestra cultura a Ramón Emeterio Betances: desde “Padre de la Patria Puertorriqueña”, o el “Desterrado de París”, y el “Anciano Maravilloso” (Félix Ojeda y Paul Estrade). Partimos de ello. Pero en la aclaración de ciertas inconsistencias (más que errores), debemos volver a los textos de nuestros protagonistas, comenzando, pues ya está planteada, la recopilación de los trabajos de Betances hecha por Rama en el volumen mencionado.

 

Entre las cartas de Betances publicadas en el volumen antes citado, figuran varias dirigidas a Hostos entre 1870 y 1887, en las que puede observarse un desplazamiento de acercamiento y afecto que va del saludo al “Sr. Hostos”, al “Querido Hostos”, “amigo y compañero”. Cierto que en ellas se muestran discrepancias marcadas con discreto aplomo, mas también acuerdos. En la primera carta de 1870, Betances le manifiesta que comparte la idea de Hostos de organizar la revolución por medio de un periódico, cosa que Betances consideraba importante pero que no había podido realizar, y no oculta el deseo y el deber de secundarlo. (249-250) En la segunda carta, de 1871, escrita en Jacmel (Haití) pero dirigida a Lima donde se encontraba Hostos buscando apoyo por los países nuestroamericanos para la Cuba en armas, Betances aprueba su gestión con un “Bravo, amigo. Siga sembrando por allá una semilla que puede ser productiva”. (251) En la tercera carta, de 1874, escrita desde París, Betances exhorta a Hostos a encontrar un buen camino para la revolución antillana, pues “será” ese camino, dice, “el que todo el mundo siga”. (254) En otra carta, de 1887, Betances confiesa tener “la convicción de que su influencia se hará sentir en la próxima generación” (260).

 

Ada Suárez cita por su parte una carta de Federico Henríquez y Carvajal en la que este observa que Hostos y Betances se reunían a menudo en casa de Luperón “a conspirar, a hacer proyectos”. (3)  Desde mediados de 1870, por decirlo así, Betances y Hostos se escriben entre sí y a terceras personas con recomendaciones mutuas. Ello, y otras cartas posteriores, le permiten a Rama concluir sin reserva que estas cartas “permiten desechar algunas apreciaciones sobre la supuesta rivalidad que les enfrentara” (XLIX).

 

Es cierto que la susodicha polémica no carece de fundamentos. Una de las fuentes principales que suele citarse para tratar tendenciosamente este tema la ofrece el propio Hostos en la hermosísima evocación in memoriam, que escribe con motivo de la muerte de Betances como homenaje a su vida y lejos de la insípida necrología. El mismo título del discurso, “Recuerdos de un revolucionario”, se arrima al panegírico cuando evoca a su vez un texto casi póstumo de Betances del mismo título. Es en este texto de tono elegiaco, que Hostos evoca su primer encuentro con Betances cuando, aun muy joven, lo ve en su “prohibida patria” en 1863, poco antes de la publicación de La peregrinación de Bayoán. La evocación delata ya una admiración ante el abolicionista y el luchador por la libertad de Puerto Rico, que se desnuda como una confesión que escapa a la contención.

 

La admiración hacia Betances en el país se acrecentaba ya desde entonces con la libertad y amplitud de la brisa, ya fuera por sus luchas contra las terribles epidemias que azotaron el país y movieron al elogio incluso al gobernador español, ya fuera por la leyenda romántica que circuló en torno al episodio de los restos de la amada fallecida que repatrió, o ya fuera por su vinculación con las sociedades secretas abolicionistas. En estas conspiraciones Betances se asoció entre otros con Segundo Ruiz Belvis quien también era compañero de estudios de Hostos en España.

 

En ese nostálgico relato, Hostos evoca una carta de Betances que recibe a propósito de su lectura de La peregrinación de Bayoán. Entonces, Betances conoce ya de Hostos en el 1863. Como muy bien lo explica Hostos, Betances estaba convencido –ya, en 1863– de la necesidad de romper todo vínculo político con España. Hostos confiaba aun en la posibilidad de poder arribar a la misma meta de Betances a través de la constitución de una república de carácter federal en España. Mas, ¿hay en la imagen de la tortilla y los huevos rotos una crítica “severa”? Ni para Hostos que la evoca, que más que censurado parece sentirse aleccionado, ni para nosotros. “Severa” es una apreciación –subjetiva– que no halla fundamento.

 

Si Betances aspiraba ya a la independencia y Hostos a una república federal española, ¿por qué afirmo entonces que se trataba de “la misma meta”? Porque, fundamentalmente, lo que buscaban ambos era, revolucionar la monarquía española, destronándola, para insertar a Puerto Rico en un modelo republicano. Esa era la aspiración revolucionaria de aquellos tiempos monárquicos que convertían a Estados Unidos, en todas partes, en campeón de las libertades políticas del mundo. Betances, con la “independencia absoluta”. Hostos, en una federación de estados libres que le permitiera sobrevivir, en libertad, a una isla desolada e inerme. (La idea de la confederación de las Antillas se propondrá como solución al problema de la relativa indefensión de cada una de ellas, separadas, en medio de un mar acechado por grandes potencias.) La “Libertad” es para Hostos el verdadero norte de toda revolución, “porque mediante ella han de hacerse efectivas las demás” leyes de la sociedad. (4) Y esa libertad, que ha de ser para Hostos la pieza de base de toda estructura política, radica en el reconocimiento y la practica de los derechos humanos y los derechos civiles que por primera vez garantiza la Primera Enmienda de la Constitución de Estados Unidos. (5)

 

En el caldo de cultivo en el que vivía Hostos en Madrid convergían predicadores heterodoxos de toda ralea. Lo mismo cabilderos antimonárquicos que republicanos, krausistas y positivistas, liberales y socialistas utópicos, anarquistas y, desde luego, ortodoxos de letanías y semifeudales de corazón. Entre los emigrados de las Antillas, además, pululaban reformistas asimilistas y, sin duda, independentistas, masónicos o no. Varios protagonistas más o menos radicales de las luchas políticas de ese entonces se carteaban con Betances y a la vez se relacionaban con Hostos. De modo que aunque fuera gracias a la mediación de terceros Hostos conocía de las actividades e ideas de Betances en la década del 60. En la edición crítica del “Diario” de Hostos por ejemplo, el editor (Julio César López), especula en una nota al calce, sobre la posibilidad de que el joven Hostos estuviera al tanto de los “trabajos preparatorios” de la insurrección de Lares por carta recibida de Betances a “L(ópez)” alrededor del 7 de agosto de 1868 (6). A nosotros nos parece dudosa la presunción, pero de Julio César López nada me permito ignorar.

 

En esos “recuerdos” Hostos refiere los subsiguientes encuentros con Betances en Nueva York, entre fines de 1869 y comienzos de 1870. Betances lo llama a su casa tan pronto llega a la urbe para tomarle el pulso. Lo primero que hizo Hostos a su llegada a Nueva York, nada más llegar, fue ir a ver a Betances, tal como hizo el “viajero” de Martí que, apenas llega a Caracas va a ver la estatua de Bolívar. (“Tres héroes”)  Es cierto que a la llegada de Hostos a Nueva York en 1870 hubo un casi inexplicable desencuentro que pudiera explicar, no obstante, la naturaleza altamente delicada y secreta del trabajo que se realiza durante una revolución armada en progreso. No era cosa de llegar y decir aquí estoy. Parece ser que hubo un desacoplamiento en el plano de la afinidad de caracteres. Se trataba de dos eminencias recias que llevaban años luchando por su programa político con toda pasión y abnegación.

 

Por otra parte, las polémicas y disensiones en la emigración neoyorkina eran abundantes, atosigadas por la fundamental diferencia de pretender y buscar la anexión a Estados Unidos. Aunque Ada Suárez se refiere necesariamente a estos asuntos, la fuente principal que descubre esta incómoda serie primeriza de equívocos se encuentra en otros textos, también de Hostos. Me refiero a entradas a su “Diario” escritas a partir de su arribo a Nueva York, a donde Hostos se dirige en octubre de 1869 en busca, precisamente, de Betances. Carlos Carreras, por otra parte, dedica todo un capítulo de su biografía de Betances a tratar de esta etapa difícil entre dos figuras heroicas de primera magnitud que sin embargo en la historia han sido, según dice Carreras, “el uno eco del otro” (7).

 

Allí, en el “Diario”, se habla de suspicacias y desconfianzas. Lástimosamente, es de decirlo, de parte de Betances, más comprensibles que fundadas. Hostos llega con ánimo ardiente, dispuesto a formar parte de una expedición para luchar con las armas en Puerto Rico. Betances, por su parte, ha estado negociando, conspirando y atando cabos con innumerables personas de la emigración y de las Antillas, todas – incluidas Dominicana y Haití–, y manejando dinero y armas, ideas y proclamas, todo lo cual requería del máximo secreto. Hostos no comprende, no conoce de esos trabajos, no se le informa, y cree que nada se hace. Betances ya pensaba en trasladarse a Haití –y luego a Jamaica. La fuerza de tren que lleva Hostos en su pecho lo hace impetuoso y soberbio. Así lo manifiesta el primero de mayo de 1870 en carta a Carlos Lacroix.  Ese “defecto” de “papa infalible” irrita a Betances. (8) Poco después, el 4 de febrero,  Betances emprende viaje a Haití, y tras largos meses en el Caribe, convencido de que no progresa su esfuerzo, regresa a París. Hostos, que acude a despedirlo a puerto, lo siente y lamenta como si fuese una deserción. Tiene que abrirse paso solo, agobiado por su pobreza económica y desalentado por las ambiciones anexionistas del liderato cubano de la emigración. Su actitud a ese respecto de la anexión es intransigente. Su defensa de la confederación antillana es imperativa. Hostos emprende su viaje al sur en busca de auxilios para la revolución el 4 de octubre, exactamente ocho meses después.

 

Que Betances defendiera, por otra parte, una coalición “estratégica” con el sector anexionista hasta 1898 no desdice de quien se negó a hacerlo y optó por buscarle recursos a la revolución a través de todo un inmenso continente, realizado con recursos propios y muy precarios. Ello no fue una ilusión vana y sin fruto. Hostos encendió iniciativas en todas las partes donde estuvo y logró conmover y comprometer a personalidades del más alto rango político como el entonces presidente de Perú, Manuel Pardo.

 

En la biografía de Ada Suárez antes mencionada, esta informa que Betances anota falsamente en 1863 que su obra La Botijuela se publicó el 4 de junio de 1862, aniversario de la independencia de Estados Unidos, en lo que parece “un homenaje a la nación norteamericana, a la que Betances considera, en esos momentos, por falta de perspectiva, como la indiscutible madrina de unas libertades aun sin alcanzar”. (9) Martí también participaría de esa admiración según se transparenta en las innumerables crónicas sobre Estados Unidos que publica durante dos décadas. Será a fines de 1869 que Betances comience a ver con decepción fallas importantes en la política de Estados Unidos (10). Las iniciativas políticas en torno a apropiarse de las Antillas ya no yacían bajo la tierra. Estados Unidos une a la Doctrina Monroe la del Destino Manifiesto y desembarca tropas para apoderarse de Samaná. Hostos también se expresaba en ese sentido condenatorio en Nueva York, y de manera ya contundente y lúcida en ruta a Panamá en el 1870. Habla incluso de “imperialismo”.

 

Ni siquiera el joven Hostos de 1863 fue un “español antillano”. “La patria para él fue siempre Puerto Rico”, dice con justicia, Juan Mari Bras. (11) En la primera línea de su novela, Bayoán dice refiriéndose a Puerto Rico: “¡Otra vez, otra vez!… Oh patria mía…” En la reedición de 1873 apunta, por otra parte: “Pero si mi patria política era la Isla infortunada en que nací, mi patria geográfica estaba en todas las Antillas”.  Su compromiso con las Antillas se nutre y fortalece según lo puntualiza en una peregrinación novelesca de condena a la barbarie que España practica en esa nacionalidad dispuesta por la geografía. Atribuirle a Hostos, por otra parte, los determinismos raciales que tuvieron apogeo a fines de ese siglo y principios del siglo XX es insostenible si consideramos que Hostos se destacó, como ningún otro, por su empatía y solidaridad con todos los grupos humanos, especialmente nuestroamericanos, ya fuera en la pluralidad de naciones precolombinas, las afrocaribeñas, esclavas o no, criollas, mestizas e incluso las europeas y las asiáticas. En una carta de 1876 dirigida al director de La Voz de la Patria, Hostos, refiriéndose a su magistral “Programa de los Independientes”, ya entonces publicado, afirma lo siguiente:

 

“¿Qué necesidad tendré de contestar al erudito que salga a decirme que he cometido un error de etnología? Todos los días lo cometo a sabiendas cuando hablo de la raza latinoamericana: ¿Qué he hacer más que contestar con benévola sonrisa al sabio que crea necesario probarme que, no habiendo raza latina, no puede haber raza latinoamericana? No es el origen, es el carácter de las instituciones y son las formas peculiares de una civilización dada las que determinan afinidades, identidades, nacionalidades, y progresos…” (12)

 

Habría que recordar que Hostos redactó textos con estudios de civilizaciones incluso semíticas y asiáticas, escribió una Geografía política universal, es autor de un notable Tratado de sociología, y es uno de los más grandes moralistas de América.

 

Para el joven Hostos de 1863, alegadamente reformista, La peregrinación de Bayoán era un “grito sofocado de independencia”, y una indudable epifanía manifiesta de la confederación de las Antillas, su “idea dominante”, medular, y más característica, desde que lo conocemos para la historia. Desde su texto primigenio, de 1863. Y así lo reconfirma en la reedición de la novela que publica en Chile en 1872.  Nadie le regateará a Betances su preeminencia y prominencia como  el “Antillano”, pero Hostos no se desvivió menos por las Antillas y caló, probablemente, más que nadie en su concepción política y sociológica.

 

Las alegaciones sobre el “reformismo” del joven Hostos abundan, pero no escasean las refutaciones. Nosotros hemos escrito sobre ese particular desde varias perspectivas. (13) El punto de partida es que Hostos inicia sus luchas políticas en España y con aspiraciones a constituir reivindicaciones para Puerto Rico dentro de un vínculo con España. Se olvida que Hostos no busca “asimilar” las Antillas al modelo político español. Rechaza repetida y expresamente la “asimilación” a la metrópoli. Busca, por el contrario, libertades dentro de una estructura que no sea colonial, y mucho menos monárquica. Hostos aspira a construir en España una república democrática, hecho que –se olvida– es ya de por sí revolucionario para entonces, pero más allá de eso, aspira a constituir a Puerto Rico y Cuba en parte de una federación de estados libres. Es lo que Félix Córdova ha llamado respecto al joven Hostos, el de la etapa española, “radicalismo democrático”. (14)

 

La idea subyacente la percibe y se percibe con luminosa claridad desde 1863: “España tiranizadora de Puerto Rico y Cuba, estaba también tiranizada. Si la metrópoli se libertaba de sus déspotas, ¿no libertaría de su despotismo a las Antillas? Trabajar en España por la libertad ¿no era trabajar por la libertad de las Antillas?” (15)

 

Los artículos del joven Hostos recuperados años después de publicadas las Obras completas de 1939, en un grueso volumen titulado España y América, recogen numerosos trabajos de ese joven alegadamente “reformista” en los que, aun hablando como español, puesto que editorializa en España periódicos o publica para público español artículos en periódicos españoles, Hostos siempre trata el tema de la opresión de las Antillas y de las necesidades de otorgarle libertades. Pero rehúsa siempre la asimilación.

 

“Independencia” es solo una palabra. Para Hostos independencia es libertad o no es nada, y esa libertad no se reduce a la proclamación de una libertad política. Adriana Arpina cita en su muy importante estudio Eugenio María de Hostos, un hacedor de libertad una carta de este dirigida al presidente del Perú en octubre de 1873 en la que explica que

 

“…la independencia de las Antillas no es otra cosa que la emancipación del trabajo, y por tanto, aumento de población, de producción, de recursos físicos para la civilización americana; no es otra cosa que emancipación del comercio y de la industria (…); no es otra cosa que continuación del movimiento histórico de la independencia continental…” (16)

 

La independencia se articula para Hostos, como se ve, en la convergencia de emancipaciones de diversidad de factores: trabajo, población, producción, recursos físicos, comercio, industria, y desde luego, un régimen político republicano y democrático.

 

¿Puede decirse que Hostos “giraba” alrededor de Castelar y del General Francisco Serrano? No, si conocemos las ardientes disputas y la manera desafiante con que Hostos le demanda cara a cara a Castelar y Serrano compromisos, y la libertad para los insurrectos de Lares y, especialmente, la del “venezolano” Manuel Rojas. Decir que Hostos estuvo “en España asociado al poder”, es una barbaridad. Que se le ofreciera la gobernación de Barcelona para sobornar su vehemencia no quiere decir que la aceptara, como no la aceptó. Decir que Hostos traicionó la confianza de Betances o que fue un “ortodoxo intransigente” es no comprender nada, si se conoce, en primer lugar, la colaboración cada vez más estrecha y afectuosa entre ambos que evidencian los textos, y respecto a la “ortodoxia”, la creatividad gestora de ideas e instrumentos concretos sobre multitud de asuntos y espacios. Es ante el gobierno revolucionario que toma el poder tras derrocar la monarquía “tiranizadora” en España que Hostos reclama que “la única libertad posible en las colonias españolas es la federación”, y añade que “el alzamiento de Cuba –fue– producido por el hambre y por la opresión del régimen antiguo.”  “Yo, que amo la libertad en todas partes…” (17)

 

Sobre su alegada participación en las Cortes y las elecciones de los comisionados de las Antillas a las Cortes que tratarán sobre las nunca aprobadas “leyes especiales”, Hostos denuncia con finísima ironía el fracaso del gobernador español al intentar manipular las elecciones de los comisionados. Segundo Ruiz Belvis fue electo por Mayagüez en una de ellas. No obstante, Hostos aconsejaba en el 1868 el retraimiento a la elección de diputados a esas Cortes. Es cierto que en Puerto Rico Hostos es nominado como candidato. Pero también lo fue Betances. Hostos aconseja el voto por Betances, en primer lugar y antes que los demás, por ser “primero en sacrificios por su patria”, y describiéndolo del siguiente modo:

 

“Ramón Emeterio Betances, doctor en Medicina de la Facultad de París, escritor de mérito, pensador rigurosísimo, naturaleza que busca con vehemencia la realidad de sus ideas, que las ha realizado siempre que de él han dependido, que por su odio generoso a la esclavitud fue uno de los iniciadores y sostenedores de la Sociedad Abolicionista, que emancipó al nacer a algunos seres predestinados a la esclavitud, iniciador también y sostenedor del único hospital que había en Mayagüez, predicador constante de la libertad, víctima favorita del despotismo colonial, es un hombre, es un ciudadano, es una responsabilidad”. (18)

 

A la luz de estas palabras, ¿conoce Hostos a Betances en 1868? ¿No retratan estas palabras –y cómo lo retratan–  a quien las pronuncia?

 

Cabe dilucidar, como antes hemos hecho, si era un sueño imposible, una fantasía de iluso, la estrategia que lleva a Hostos a procurar libertades para las Antillas y a emular luego la obra de Ruiz Belvis por los países de la América del Sur llevando la bandera de la Patria Grande de Bolívar. ¿No lo fue también, sueño imposible, la de Betances? La historia se encargó de asimilar sus estrategias. Betances no consiguió liberar de la colonia monárquica a Puerto Rico a través de la revolución armada, a pesar de Lares y sus insistentes esfuerzos. Hostos tampoco, aunque no estuvo menos cerca de hacerlo. Betances se había formado en la Francia de la revolución republicana, y en Francia giró y desarrolló su actividad política. Hostos llegó a España de niño, allí se formó y estableció su base de operaciones. Se vinculó con los liberales que no aspiraban a la asimilación de las Antillas a España, y que aspiraban a lograr una revolución republicana. Por eso La peregrinación de Bayoán, que está escrita para el público español, no puede reducirse a una obra literaria. Era como una muy elaborada y amplia proclama betancina. Se trataba de hacer con ella propaganda, en España, para denunciar los crímenes que cometían en ambas Antillas, y también en Santo Domingo. La mayor parte de los artículos y textos de Hostos entre 1865 y 1869, como hemos dicho, están escritos para público español. Hostos, editorialista muchas veces del medio, tiene que adaptar su lenguaje y miras dentro de un  conservadurismo, ortodoxo y monárquico, en el que prevalece la censura, para poder enfocar la crisis en las Antillas. Y aun más en los años en que España pretende con las armas restaurar su dominio en La Española.

 

El movimiento español, que la historia califica como “revolucionario” –”revolución septembrina”, la llaman– y al que Hostos se afilia, logró destronar a Isabel II y logró iniciar el proceso para constituir el país en una república. Hostos tenía una aspiración razonable de ver a Puerto Rico convertido en una provincia o estado federado, de una república, aunque  no era esa su aspiración última. Así lo dice. Hostos fue siempre en búsqueda de la “Libertad”, con mayúscula, tanto para las Antillas como para todos los países del planeta. Fue el incumplimiento, no solo de las promesas sino de los principios que alegaban abrigar los “revolucionarios “ republicanos españoles, lo que indigna a Hostos, y sin mediar tiempo de espera, lo mueve a romper con celeridad con esa estrategia. No tomó por excusas válidas siquiera la insurrección de Lares ni la de Yara. Tronó, como se sabe, en un discurso en el Ateneo de Madrid que provocó un altercado en su sala. Ese discurso fue lo suficientemente rotundo para que Martí lo reprodujera poco después en “La Patria Libre” (1869). Por eso Hostos puede desplazarse en cosa de pocos meses y sin trauma a la estrategia de la lucha armada que la emigración antillana organiza desde Nueva York. Por eso pudo plantarse ante Betances, con la dignidad de un soldado, tan pronto pisa por primera vez la “tierra firme” del continente americano.

 

¿Las aspiraciones de Hostos iban, en realidad, muy a la zaga de las aspiraciones de Betances de entonces? En realidad, no. La lista de demandas políticas del “revolucionario” Betances es similar, muy similar, a la lista de demandas del “reformista” Hostos de mediados a fines de la década del 60. Tan es así que su biógrafa, Ada Suárez, revela como dos meses después de la “revolución septembrina” que destrona a Isabel II en el 1868, y en la que participaba Hostos, Betances concibe tales “esperanzas” en esa revolución ocurrida a solo días del 23 de septiembre de la de Lares, que la proclama de Betances del 18 de noviembre lleva por título “¡Viva España libre! ¡Viva la república!” (19), y “termina dando vivas a la libertad en España, en Cuba y en Puerto Rico” (20).

 

Más tarde, cuando los años pesan sobre ambos revolucionarios, Betances intenta llegar a acuerdos con el gobierno español. Luego delega –moribundo– en Hostos la responsabilidad de enfrentar la crisis que representa la invasión militar de Puerto Rico y Cuba. “Querido Hostos: Ya debe usted haber llegado a esta fecha al teatro de operaciones. ¡Cuánto me alegro!”, le escribe Betances el 7 de junio de 1898 a propósito de la inminente invasión de Puerto Rico. Seguramente después de constatar Hostos que los dirigentes cubanos no respaldarían la independencia de Puerto Rico en las negociaciones que tenían estos con los yanquis tras la ocupación de las dos Antillas por los norteamericanos en el 1898 (porque pensaban ellos, los cubanos, que Estados Unidos anexaría a Puerto Rico), el abandono por parte de los líderes cubanos es lo que le da el golpe de gracia a la aspiración de lograr la independencia de Puerto Rico. La Ley Foraker de 1900 convirtió a Puerto Rico en un botín de guerra, y desde entonces pertenencia de Estados Unidos, es decir, colonia. De ese modo no solo la independencia de Puerto Rico, sino la República democrática de Puerto Rico, y la aspiración última, la de la confederación antillana que hubiese sido el fiel de la balanza de ambos continentes, norte y sur, quedaban no solo pospuestas para la historia, sino derrotadas. Derrotadas, y tanto para Puerto Rico, como para Cuba y la República Dominicana. Derrotadas para el porvenir de una Nuestra América amputada. Martí también hubiese visto en ese proceso de negociación una derrota fundamental a sus propósitos y aspiraciones. Para empezar, traicionaba el artículo primero de su Partido Revolucionario Cubano.

 

Hay quienes todavía hoy perjuran contra Hostos apoyados en una supuesta “Escuela Hostosiana de Mayagüez” creada en la década de 1980 con el propósito de “desmitificar” su figura, pero recurriendo a “argumentos psicológicos”.

 

Cierto es que las diferencias de enfoque entre Betances y Hostos  a principios de la década de 1860 no eran de extrañar. Betances nació en el 1827 y Hostos en el 1839. En el encuentro de 1863, Betances tiene 36 años y Hostos apenas 24, una diferencia de doce años. Tenía entonces Betances doce años de fogueo político del que carecía Hostos. A la edad de Hostos entonces, a los 23 años, es decir, en 1850, Betances era estudiante de Medicina en París (se gradúa en 1855), había participado de alguna forma en los acontecimientos revolucionarios de París de 1848 que exigían el establecimiento de la segunda república en Francia y frecuentaba reuniones que comentaban y celebraban las gestiones revolucionarias de Narciso López en Cuba. (“Cuando se trata de la libertad, todos los pueblos son solidarios”, asegura.) Ambos, no obstante, conciben casi simultáneamente, la confederación de las Antillas, y formulan la necesidad de ella, que no el mero ideal. Ambos luchan por las mismas libertades democráticas y republicanas para las Antillas. Ambos se reúnen en Puerto Plata, al regreso de Hostos del viaje al sur y a sugerencia suya (Hostos creía que Betances estaba aun en París) para conspirar, junto a Luperón, por adelantar la revolución armada en las islas-patria. Betances regresó poco después a París. Hostos permanece un tiempo más en ese empeño en la tierra de sus madres-islas.

 

Betances, el revolucionario, mostró siempre una pensamiento controlado por la razón. Hostos, el maestro y sociólogo, era un joven “brioso”, una personalidad sumida en “pasiones absorbentes”, insobornable e inquebrantable a juicio del caborrojeño. A Betances se le atribuye la sagacidad política y la capacidad organizativa. Hostos no tuvo estas en menor grado, a fin de cuentas. Sus estudios, su construcción de sistemas educativos, su afán de definir y conceptuar, dirigieron, por la fuerza de su voluntad, su vida.

 

Tanto Paul Estrade como Félix Ojeda ofrecen iluminadores exámenes de Betances en los que Hostos necesariamente repunta como un meteorito fugaz.  Estrade diagrama en la recopilación de sus ensayos de 2017, titulada En torno a Betances, hechos e ideas, numerosas aproximaciones a la obra de Betances con una óptica y lenguaje propios del más riguroso académico. Afirma que “Eugenio María de Hostos sería a partir de allí (es decir, 1875) el otro gran vocero del concepto de Confederación Antillana, hasta haber eclipsado a veces al caborrojeño precursor” (21). Y añade que Betances no define “en concreto” la idea de la confederación antillana mencionada por él como norte en 1867 (156), pero que ningún otro antillanista la ha definido, “en concreto”.(22) Hostos, me parece, se acercó mucho a ello, y quizás, incluso, de un modo un poco más “complejo”. Félix Ojeda, por su parte, dedica un capítulo de su biografía de Betances (23) a tratar el tema de las relaciones entre ambos.

 

Abordar el tema a partir de la fórmula de las “diferencias y conflictos” es trazar la raya, por más que se intente amortiguar la idea. Expresiones como “un tibio enemigo de la política colonial española”, señalar que Betances “le reprocha” a Hostos lo de los huevos y las tortillas, apuntar que Hostos llega a Nueva York “sin experiencia revolucionaria”, asegurar como un demérito que Hostos “ha sido candidato a las cortes españoles” (en la mismas elecciones que lo fue Betances), concluir que Betances se refiere a Hostos –junto con Baldorioty y Manuel Alonso– al decir que “algunos” figuran en esa lista de candidatos “por el deseo de figurar o la ilusión, o al amor propio que los ciega; la debilidad que los rebaja o el miedo que los anula” (24), o que Hostos “hubiera puesto el grito en el cielo” de saber en julio de 1868 que Betances le ofrece su espada a Luperón (25), quizás sea marginar demasiado la perspectiva. Narrar, como historiador, que Hostos, “a la altura del 20 de diciembre de 1868″, se mantiene anclado en la “idea de una federación entre la metrópoli y su colonia”, para añadir inmediatamente que “al abandonar el Ateneo de Madrid esa noche , Hostos rompe con España y con su gobierno provisional” (26), es atribuirle un golpe de timón inexplicable que se realiza en solo un par de horas. Estos aspectos del tema lo hemos comentado en otras partes de este trabajo.

 

Mas lo que sobre todo perturba, es la aseveración de que Hostos no sea en el 1868 ni partidario de la acción revolucionaria que ha estado instigando en España –a favor de las Antillas– desde 1865, y la de que no es independentista en febrero de 1868, porque alegadamente le hubiera escrito a Salustiano de Olózaga que “queremos asambleas coloniales para Cuba y Puerto Rico”, y se quejara de alguien hubiera dicho que él quería “la independencia de las Islas” (27). Olózaga fue un distinguidísimo político liberal español que en 1868 ya participaba en la revolución que destronó la monarquía de Isabel II y presidió en 1869 la comisión encargada de redactar la constitución republicana de 1869 hasta la instauración de la primera república.

 

La mencionada carta que Hostos le dirige en términos suavemente irónicos y mucho más arrogantes que sumisos, en respuesta a otra de aquel del 18 de febrero, afirma todo lo contrario. Es sorprendente que en ella Hostos advierta que la aplicación, apenas derrocada la monarquía, del sufragio universal va acechada de “peligros” aun cuando sea “expresión de la soberanía del pueblo”, porque este está acostumbrado al absolutismo, menesteroso de acción, “de lucha, de iniciativa individual, de vida propia”. De modo que no sabría ni “querría aunque supiera, dirigir la fuerza que se entrega en contra de los mismos que la ponen en sus manos”. Es decir, que el sufragio sería un arma puesta en manos de sus enemigos. Hostos aconseja que antes del sufragio se debe enseñar al pueblo a “practicar asiduamente sus derechos”, y aplicarlos a su vida de relación, a sus necesidades, a su acción privada, a la industria, al comercio, al tejido social”. Solo así, añade, “el sufragio de todos, la intervención de todos en la gestión política, educará rápidamente este país”. Se trata del mismo principio de educación para la vida democrática que generará el “Programa de los Independientes”, y que fundamenta los propósitos de la Liga de Patriotas en el 1898.  Esa lección de democracia formulada en concreto ya en 1868 es, como puede colegirse, tan radical y profunda que muy poco –si acaso– se practica aun hoy, a principios del siglo XXI.

 

En lo que concierne a las afirmaciones atribuidas a Hostos, véase en el texto que Hostos habla de la “contrariedad” que le causa la declaración de principios publicada en el programa de “El Progreso”.  Justo en el mismo párrafo aludido antes, Hostos dice, acto seguido lo siguiente:

 

“Deseo saber si usted como yo, opina que las Antillas no pueden seguir regidas como lo están; si opina usted como yo, que el régimen actual nos lleva inevitablemente a la anexión (a España, quiere decir); si usted como yo, desea la pronta independencia de Cuba y Puerto Rico; pero de tal modo, que independencia no sea rompimiento de relaciones, sino creación de las que no existen hoy…” (28)

 

Hostos, repetimos para los que hablan de sus acciones alrededor de los meses en que se producen los gritos de Lares y de Yara, expresa en febrero de 1868 su deseo de independencia. Si alguno viere aun contradicciones en esto, tome para sí el consejo que en esa misma carta da Hostos: “Confesar la contradicción, es verla: verla, es dominarla”.

 

Pero digamos más, para ser justos y certeros. El Hostos de la década de 1870 es un hervidero volcánico de ideas como pocas veces se ha visto en la historia. Así lo hemos consignado varias veces, y en ello concurre el compañero Antonio Gaztambide. Dice este: “Hostos se adelantaba así por un cuarto de siglo al objetivo geopolítico planteado por José Martí, el día antes de su muerte, en la famosa carta a Manuel Mercado”. (29) Se refiere el autor a la función que, según Hostos en el 1870, una confederación de estados libres compuestas por las Antillas y las repúblicas centrales podrían cumplir como “fiel de la balanza” continental, para mantener “en sus límites propios ambas masas continentales”. Por otra parte, el Hostos que ideó en 1876 prolegómenos radicales para la independencia para las Antillas  en su “Programa de (la Liga de) los independientes”, y como “segunda independencia” para todas las naciones, compone un proyecto de envergadura cuanto menos secular –para un siglo–  y cuanto menos continental. La historiadora Loyda Figueroa, sostiene por otra parte, que en la carta del 7 de noviembre de 1870 dirigida a J. M. Mestre desde Panamá,  Hostos “concibe la idea que echó a andar Martí en 1890, la unión de todos los cubanos en el exilio”.

 

En esa misiva Hostos proponía a la emigración el sistema organizativo que luego logró llevar a cabo Martí para construir el Partido Revolucionario Cubano. (30) Y esto último era solo su plan alterno al establecimiento de comunidades de cubanos en la zona de Cartagena, que Hostos logró aprobar por las autoridades colombianas, para refugiar y fortalecer económicamente la emigración antillana con recursos y en un espacio más propios, y para que a la vez que aprendiera –esa emigración– a vivir en una sociedad regida por principios republicanos a solo millas de las costas de Cuba, se pusiera en condiciones de auxiliar las luchas por la libertad en las Antillas. Mestre desestimó la idea.

 

Definir a Hostos por su gestión en la época de juventud contrastándolo con la figura de Betances en la plenitud de su vida es más irracional que injusto. Recurrir a argumentos psicológicos, por otra parte, para descalificar las gestiones libertarias de Hostos, es una manera peligrosamente próxima al argumento “ad hominem”. Mas aun haciéndolo, Hostos no sale de la comparación maltrecho.

 

Para hablar del carácter y la personalidad de Hostos hay que leer la obra completa, conocer su contexto y poseer el conocimiento científico y los instrumentos para hacerlo. El “Diario” de Hostos es una fuente de un valor inapreciable, pero el lector no debe olvidar que encuentra allí un Hostos desnudo, como no lo está el que lo juzga, que es muy diferente al Hostos público. Cada quien se expresa de manera diferente ante distintos interlocutores. Gabriela Mora hace un análisis monumental del Hostos íntimo que se descubre en el “Diario” en el estudio preliminar de 90 páginas que aparece en la edición crítica del mismo, primer tomo. (31) Julio César López hace otro tanto, un poco de soslayo, en el estudio preliminar antes mencionado al “Epistolario”, que es una obra maestra de la crítica hostosiana. (32)

 

El lector que se interesa en estos temas debe detenerse primero en las ponencias publicadas en Exégesis del Simposio “Hostos, Forjando en porvenir de americano”, realizado a propósito del centenario de su muerte en el 2003. Allí encontrará, entre otras cosas, un artículo de Antonio Gaztambide sobre las luchas antillanistas de Hostos y Betances –desarrollado luego en un libro– que arroja mucha luz sobre este asunto. También el volumen Hostos: sentido y proyección de su obra en América (1995) que recoge las ponencias del Congreso de 1989 realizado con motivo del sesquicentenario del natalicio de Hostos. Y, desde luego, las Obras completas de Betances editadas por Félix Ojeda y los libros de Paul Estrade.

 

Hay cosas que no deben, ni pueden entonces, juzgarse de prisa. Hostos y Betances, maravillosos ambos, no fueron enemigos nunca, y no es correcto decir que quedaron marcados para historia por diferencias y conflictos. Eran compañeros de lucha que se admiraban mutuamente. No los enemistemos ni nos enemistemos más.

 

Notas:

  1. En Carlos Rama. Betances: Las Antillas para los antillanos. San Juan, Instituto de Cultura Puertorriqueña, 2001, 265.
  2. “Recuerdos de un revolucionario. A propósito de la alegada rivalidad entre Betances y Hostos.” Puede consultarse también este trabajo en www.lasletrasdelfuego.com. Allí se incluyen, además diversos trabajos nuestros, algunos publicados en la revista Exégesis, que tratan temas pertinentes y afines con este asunto, por ejemplo, “Antillanía: el fiel de la balanza”; “De Lares a Yara: Hostos en el 1868″; “Nueva York: la larga raíz. Analogías y divergencias en la visión y la función de Nueva York en Hostos y Martí” y “Hostos en su viaje al sur de América: arqueología de su mirada”. Por último, en nuestro libro, Hostos, las luces peregrinas, puede el lector hallar otras perspectivas en artículos como “Hostos en su viaje al sur de América: arqueología de su mirada”.
  3. El Antillano. Biografía del Dr. Ramón Emeterio Betances, 1988,  193.
  4. Hostos en Venezuela. Caracas: La Casa de Bello, 1989, 58.
  5. Ibid, 75.
  6. Obras completas, 1990, II.I, 184.
  7. Betances, el antillano proscrito. San Juan: Editorial Club de la Prensa,1961, capítulo XV, 131.
  8. Ramón Emeterio Betances. La Habana: Casa de las Américas, 1983, 103.
  9. Suárez, Op. cit., 58-59.
  10. Ibid, 168.
  11. Exégesis. Universidad de Puerto Rico en Humacao (2004), 17:48-50, 217.
  12. Obras completas, edición crítica: “Epistolario”, 273-274.
  13. Véase la nota 1.
  14. Hostos: Obras completas, edición crítica. V:II, 53-73.
  15. Hostos: “Prólogo de la segunda edición” de La peregrinación de Bayoán, edición crítica (1988) I:I, 71-72.
  16. Arpini, A.: Mendoza: EDIUNC, 2002, 117.
  17. Obras completas, edición crítica: “Epistolario”, 34-36.
  18. Hostos, Obras completas, edición crítica, “América”, V:II, 156-158.
  19. Suárez, Op. cit., 269.
  20. Ibid., 143. Paul Estrade en su libro En torno a Betances, apunta que entre las “vías indirectas” que explora Betances en su lucha por la libertad antillanas estuvo la de llegar a “un entendimiento con otro tipo de gobierno en España: un gobierno revolucionario, o por lo menos republicano de veras” (231).
  21. Estrade, Paul. En torno a Betances. San Juan: Ediciones Callejón, 2017, 159.
  22. Ibid., 162.
  23. Ojeda, F. El desterrado de París. San Juan: Ediciones Puerto, 2001, capítulo VII.
  24. Ibid., 209.
  25. Ibid., 213.
  26. Ibid., 208.
  27. Ibid., 207.
  28. Hostos, Obras completas, edición crítica, III.I, 25-26.
  29. “Encuentros y desencuentros entre antillanismo y latinoamericanismo en Betances, Hostos y Martí”. En, Exégesis, 17:48-50, 63.
  30. Figueroa, Loyda. “Eugenio María de Hostos según su epistolario inédito”, en Hostos: sentido y proyección de su obra en América. San Juan: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1995, 61-62.
  31. Mora, Gabriela. “Introducción”. En, Eugenio María de Hostos, Obras completas. San Juan, II (“Diario”), t.I: Editorial de la Universidad de Puerto Rico y Editorial del Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1990, 19-108.
  32. López, Julio César. “Estudio preliminar. Pensamiento y vida en el epistolario de Eugenio María de Hostos.” En, Eugenio María de Hostos, Obras completas. San Juan, III (“Epistolario”), t.I: Editorial de la Universidad de Puerto Rico y Editorial del Instituto de Cultura Puertorriqueña, 2000, XXXI-CXVII.

 

A propósito del 180 aniversario de su natalicio

(80grados)

 

Marcos Reyes Dávila

Es Catedrático en la Universidad de Puerto Rico en Humacao y Director de la Revista EXÉGESIS. Como crítico concentra esfuerzos en el estudio de la obra de Eugenio María de Hostos y la poesía puertorriqueña, pero no se limita a ello. Fue director del Instituto de Estudios Hostosianos, y autor de "Hostos, las luces peregrinas", incluido en la Biblioteca Cervantes. Como poeta, es autor de: "Estuario", "Pájaros de invierno", "Goyescas", y "Una lluvia tan grande de campanas", compilación de seis libros. Además, "Para un día sin réquiem y sin sombras", "Los códices secretos", y "Poemas del auxilio mutuo". Ha publicado recientemente "Del fuego sobre el agua, antología de su obra inédita: La lluvia en la bodega (2004-2012). Su página web: www.lasletrasdelfuego.com.
 

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