"Los gobiernos que emplean la fuerza para imponer su dominio, enseñan a los oprimidos a usar la misma fuerza para defenderse". --Nelson Mandela

Como se sabe, el grueso de los países “democráticos” están siendo predominantemente gobernados y controlados por los sectores más conservadores, autoritarios y corruptos al servicio de los grandes intereses económicos, geopolíticos y hegemónicos de nuestros tiempos. Se trata esencialmente de “democracias corruptas y populistas” diseñadas para beneficio de las minorías privilegiadas comparable únicamente con el primer modelo democrático implantado por los griegos en la era precristiana donde los derechos, privilegios y libertades eran reservados exclusivamente para la clase dominante la cual representaba menos del 20% de la ciudadanía. Estos son los mismos sectores que rechazan los estallidos sociales bajo el argumento de que “la violencia no adelanta ninguna causa”. Pero la historia dice lo contrario. Se olvidan que la libertad y la soberanía política de la abrumadora mayoría de los países libres y soberanos fue producto precisamente del derecho de los pueblos a indignarse y luchar por mayor justicia, libertad y mejores condiciones de vida. De esa violencia, tan rechazada por las clases dominantes, surgieron los principales países que al día de hoy controlan la riqueza mundial como son Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Alemania, Italia, Japón, Canadá y Rusia, entre otras potencias mundiales.

En el caso específico de Puerto Rico, a lo largo de nuestra historia colonial, particularmente bajo el dominio estadounidense, nuestro pueblo ha sido victima de un infame y sistemático esquema de adoctrinamiento y violencia institucional dirigido a justificar y legitimar la explotación, la desigualdad, la pobreza y la dependencia económica. Ello para beneficio de las elites puertorriqueñas y los empresarios de la metrópolis. El pueblo no logra comprender que el colonialismo emana precisamente de la violencia institucional. La Ley Promesa, la Junta de Control Fiscal, el estrangulamiento de la UPR, el cierre arbitrario de escuelas públicas, leyes de cabotaje, la pobreza colectiva, la corrupción y el control absoluto del Congreso sobre los puertorriqueños, son claros ejemplos de la violencia de Estado que nos tiene al borde del abismo existencial.

Para afianzarse y consolidarse en el poder, la clase dominante cuenta con el apoyo incondicional de las fuerzas represivas imperiales, policía colonial y los mercaderes del periodismo corporativo. Todos ellos se han dedicado históricamente a desinformar, demonizar, criminalizar y estigmatizar nuestro derecho a defendernos de los abusos y excesos de poder de los gobiernos coloniales. Súmele a ello las burdas campañas antipatrióticas de los analistas y fututeros a sueldo de las principales cadenas de radio, televisión y redes sociales. Viven para fomentar el miedo, el pesimismo y el sentido de impotencia para inducir al pueblo a rechazar su derecho a reclamar justicia social y calidad de vida. Su objetivo no era otro que desalentar la manifestación del Primero de Mayo en la Milla de Oro para proteger la imagen de la clase gobernante.

Ya lo dijo Rafael Cancel Miranda: “En este mundo todos parecen tener derecho a la violencia, menos los oprimidos”.