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Betances y Ruiz Belvis: amistad y revolución PDF Imprimir Correo
Escrito por Dr. Francisco Moscoso   
Domingo, 08 de Abril de 2018 14:58

betances-ruiz-belvis

Conferencia a invitación del Archivo Histórico, Gobierno Municipal de Mayagüez, Museo Casa Grande, Mayagüez, Puerto Rico, viernes 6 de abril de 2018; 37ma Jornada a Betances.

 

 



Ramón Emeterio Betances y Segundo Ruiz Belvis fueron amigos íntimos y compañeros revolucionarios. En la vida de ambos hay muchas coincidencias, que es en lo que enfocamos en esta jornada conmemorativa. Betances  y Ruiz Belvis eran contemporáneos, siendo el primero mayor que el segundo apenas por dos años. Hay mucho escrito sobre su labor en pro de la abolición de la esclavitud, la participación en la Junta de Información de Ultramar de 1866-67, la persecución de que fueron objeto  por los déspotas militares que gobernaban la colonia, su rol destacado en  a organización de la revolución puertorriqueña en 1867 y, por supuesto, el Grito de Lares de 1868 y su desenlace. En esta ocasión vamos a abundar más sobre algunos aspectos coincidentes de sus años juveniles, de su período universitario en Europa a mediados del siglo 19, y del instante de su regreso a Puerto Rico entre 1856 y 1857.

Los años juveniles


Los dos eran oriundos de pueblos muy cercanos en el oeste grande de Puerto Rico. Betances nació en Cabo Rojo el 8 de abril de 1827 y allí vivió su niñez en la residencia de su familia en el centro del pueblo.1 Ruiz Belvis nació en Hormigueros el 13 de mayo de 1829 y se crió entre el pueblo y la Villa de San Germán, especialmente, donde también tenía lazos familiares.2 Durante muchos años estos pueblos estaban comprendidos dentro de la amplia jurisdicción de San Germán.

Ambos provenían de familias de hacendados azucareros y esclavistas. La familia de Betances poseía la Hacienda Carmen en Cabo Rojo, mientras que la de Ruiz Belvis era dueña de la Hacienda Josefa en Hormigueros. Los dos pertenecían a un sector medio de la élite propietaria, pues sus haciendas no eran de las principales productoras de caña de azúcar en la colonia. Formaron parte de la minoría alfabetizada y con escuela primaria, de las pocas escuelas que existían en la primera mitad del siglo 19. La instrucción no recibida en las escuelas se procuraba con tutores particulares.

De pequeños, convivieron de una manera y otra con la composición social puertorriqueña de su tiempo. Es decir, un cuadro social compuesto  por clases sociales de comerciantes, hacendados, estancieros agricultores, artesanos, campesinos agregados, jornaleros y esclavos. También vieron o conocieron  a los elementos de las autoridades españolas y miembros de la Iglesia católica (con puestos ocupados a veces por puertorriqueños) como los  alcaldes municipales3, alcaldes de barrios, regidores, oficiales militares y soldados, así como sacerdotes.

Por aquellos años predominaba la economía de la hacienda agro-comercial (con énfasis en la caña de azúcar, café, tabaco y algodón), complementado por la ganadería. La alimentación básica se procuraba en la agricultura de subsistencia; con relativamente poca pesca. Entre sus momentos de juego, diversiones y paseos Betances y Ruiz Belvis supieron algo de, sino vieron, los asomos de la revolución industrial en Puerto Rico. Por ejemplo, las máquinas de vapor para operar algunos molinos de caña azucarera junto a los más comunes y antiguos trapiches movidos por bueyes.

Los dos quedaron huérfanos de madre aun siendo niños. Doña María Manuela Belvis murió a los 28 años por complicaciones de parto el 30 de octubre de 1832 cuando Segundo tenía 3 años. Mientras que doña María del Carmen Alacán falleció el 10 de febrero de 1837, cuando Ramón Emeterio tenía 9 años y pico. Don José Antonio Ruiz se casó luego, en 1833, con Rita Ramona Quiñones.  Don Felipe Betances tuvo un segundo matrimonio con María del Carmen Torres en 1837, y procrearon otros hijos e hijas. Dos de los hermanos menores de nuestros sujetos principales, Adolfo Betances Torres y Mariano Ruiz Quiñones también tuvieron una participación en el movimiento revolucionario puertorriqueño de 1867 y 1868.

Los padres de ambos decidieron enviarlos a la escuela superior a otros países, en donde pasaron años de adolecentes. En algún momento de 1839, contando 12 años Ramón Emeterio embarcó a Francia con la familia del francés Jacques Prévost y María de Caballiery y Bey, oriunda de Cabo Rojo y buenos amigos de don Felipe. Según documenta el historiador Félix Ojeda Reyes en su biografía de Betances, éste vivió acogido por esta familia y cursó estudios intermedios y secundarios en la ciudad de Toulouse, al sur de Francia de 1839 a 1847.

En un extenso artículo sobre Ruiz Belvis, publicado en la revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña en 1969, el historiador Luis M. Díaz Soler señala que, “cuando alcanzó la madurez necesaria para cursar sus estudios de bachillerato, fue enviado por sus padres a Caracas, capital de la recién fundada República de Venezuela. En tierras venezolanas se recibió de bachiller cuando apenas contaba 18 años de edad”.4 Sin poner en entredicho esta información, un problema es que el autor arrastra una mala costumbre que tiene raíces en el siglo 19 de no citar las fuentes usadas.  Debemos aclarar que la República de Venezuela se instauró en 1830; de manera que había pasado más una década desde su fundación antes de que Ruiz Belvis llegara allí. Por bachillerato entonces se significada un nivel equivalente al de escuela superior. Si se graduó a los 18 años, que es la edad usual de graduación del cuarto año final, esto sitúa a Ruiz Belvis en Caracas en 1847 y, por lo tanto, tiene que haber estado allí desde al menos 1843. En su gran biografía sobre este patriota, Mario R. Cancel  lo ubica en Venezuela en 1845 (a los 16 años) mas tampoco pudo documentar más sobre su estadía allí. No obstante, concuerdo con Cancel en cuanto a la influencia liberal y revolucionaria que la experiencia en Venezuela pudo tener en Segundo Ruiz Belvis.5 A ello podemos unir la comprobada influencia revolucionaria y del liberalismo democrático burgués que Francia tuvo en Ramón Emeterio Betances.

Universitarios

En efecto, en el 1848 estallaron revoluciones en distintos países de Europa enfrentando a la aristocracia privilegiada con las clases medias liberales y la clase obrera en luchas políticas y económicas. En febrero de 1848, al tiempo que hacía su matrícula en la Facultad de Medicina de la  Universidad de París Betances se unió al estudiantado rebelde en la revolución francesa democrática liberal. Él mismo escribió que aquel fue su bautismo revolucionario. Aquella revolución se extendió hasta junio de aquel año. No está claro exactamente en qué momento de esos meses Betances hizo un viaje a Puerto Rico antes de iniciar los cursos universitarios. De lo que probablemente los dos se enteraron fue del Bando o decreto del gobernador, general Juan Prim, de represión contra “la raza africana”, fueran libres o esclavos, del 4 de abril de 1848.

Coincidiendo con la revolución en Francia y con la solidaridad del Subsecretario de Estado de Marina y las Colonias, Victor Schoelcher (quien había visitado a Cuba y  Puerto Rico años antes) y tras una rebelión de esclavos en Martinica, el nuevo gobierno abolió la esclavitud en las colonias francesas.  Los esclavos se alzaron, a su vez, en las colonias danesas de San Thomas y Santa Cruz, cundiendo el pánico entre las autoridades y esclavistas en Puerto Rico, y a donde el general Prim envió refuerzos militares. El Bando de Prim no pudo evitar dos rebeliones de esclavos en Ponce y que el movimiento abolicionista en Puerto Rico se pusiera en marcha.

Hacia finales de 1848 Betances y Ruiz Belvis embarcaron a Europa a hacer sus carreras universitarias. Según la historiadora y biógrafa de los dos, Ada Suárez Díaz, ellos se conocieron en el barco que los transportó, parece que en noviembre o diciembre de 1848. La historiadora observa que Betances “conoce al que habrá de ser el mejor de sus amigos, el más confiable de los colaboradores, el hombre de inteligencia excepcional y de inconmovible firmeza moral que es Segundo Ruiz Belvis”.6 Díaz Soler apunta que cuando Ruiz Belvis salió de la patria del Libertador Simón Bolívar hacia España, “abordó en La Guaria una nave en que viajaba Ramón Emeterio Betances, joven que se trasladaba a Francia con el propósito de iniciar estudios en Medicina. La coincidencia del destino juntó a estos dos personajes, cuya entrañable amistad quedó sellada por la comunidad de ideas con referencia a los graves problemas que aquejaban a Puerto Rico”.  Desafortunadamente,  ninguna investigación hasta ahora ha podido brindar más luz acerca de esa travesía; sobre este aspecto los autores tampoco identifican sus fuentes.

¿Ruiz Belvis no regresó a Puerto Rico y se fue directamente de Venezuela a Europa? ¿Viajaron  a un puerto en España o de Francia? ¿Habrá llegado Betances con Ruiz Belvis a Cádiz, por ejemplo, acompañándolo a Madrid, y de ahí siguió a Toulouse a visitar a su familia adoptiva? Ojalá que algún día se pueda saber al respecto. En cualquier caso, en 1849 los ya amigos fueron a estudiar,  Betances (de 22 años), medicina en París y Ruiz Belvis (contando 20 años), abogacía en Madrid.

En el escenario universitario  hay un acontecimiento especial que tiene de trasfondo al maestro y sacerdote gallego Rufo Manuel Fernández (1790-1854), oriundo de Santiago de Compostela. Por sus ideas liberales fue desterrado a Puerto Rico durante el último año del  reinado del despótico rey Fernando VII en 1832. Aquel  fue el rey de la dinastía Borbón por el cual el pueblo español luchó en su nombre de 1808 a 1814 contra la ocupación de la Francia de Napoleón Bonaparte, llamándolo entonces “El Deseado”, y luego descubrió tras la derrota de los invasores franceses  y la restauración miserablemente del  absolutismo monárquico que aquel monarca era, en realidad, un indeseable. Ese régimen fue el que expulsó a padre Rufo. En el movimiento dialéctico de la historia, la pérdida para España fue ganancia para Puerto Rico.

En 1832  Rufo Manuel Fernández se incorporó al recientemente inaugurado Seminario Conciliar, la única escuela superior en el país, donde fue maestro de Ciencias Naturales y montó el primer Laboratorio de Química en Puerto Rico.7 Padre Rufo consiguió que le dieran becas a cuatro estudiantes meritorios para seguir estudios universitarios en España: José Julián Acosta, Román Baldorioty de Castro, Julián Núñez y Eduardo Pignelli. Él los acompañó a Madrid. Poco después de su llegada, debido a una epidemia de viruelas Núñez y Pignatelli murieron. Acosta cayó enfermo pero, gracias al cuido de su íntimo amigo Román, sobrevivió. Un alarmado mentor los quiso traer de vuelta, pero ellos se negaron y empeñaron hasta completar su bachillerato en Ciencias Físico-Matemáticas.

Padre Rufo regresó a Puerto Rico y más tarde falleció en Caguas en 1854. En su sepelio estuvieron Acosta y el joven médico Manuel Alonso quien estudió en la Universidad de Barcelona. Por aquel tiempo, en 1849, Alonso publicó su obra clásica  El Jíbaro en donde, entre otros temas, en el capítulo titulado El Bando de San Pedro elaboró una crítica a los reglamentos de policía de los gobernadores en forma de sátira. Aquél 1854, como se verá, en cierto modo también fue un homenaje al maestro Fernández por un logro especial de los universitarios que comentamos en breve.

Según documenta el historiador y dramaturgo Roberto Ramos Perea en su monumental biografía de Alejandro Tapia y Rivera, poco después de su llegada a Madrid, en 1847, Baldorioty de Castro y José Julián Acosta entablaron amistad con el cubano Domingo del Monte. Del Monte era un abogado, escritor y abolicionista que fue desterrado por las autoridades españolas de Cuba. El ejemplo de Domingo del Monte de reunir información sobre la historia de Cuba, una tarea que además era un acto de afirmación de identidad nacional diferenciada de la española, inspiró a un grupo de universitarios impulsados por Baldorioty a hacer lo mismo por Puerto Rico.

La tarea de empezar a recopilar información y documentos la emprendió Baldorioty entre 1848 y 1850, aprovechando la exquisita biblioteca que Del Monte puso a su disposición. Por entonces, en abril de 1850 Tapia y Rivera también llegó a Madrid desterrado por un altercado, seguido por un duelo,  sostenido con un militar español en San Juan. Contando con menos recursos Tapia se hospedó con Baldorioty y Acosta, no pudo matricularse en la universidad, pero tomó cursos de oyente y asistía, por ejemplo, a conferencias en el Ateneo de Madrid.8

Con bastante material reunido  pero con más tareas de investigación por realizar, bajo la presidencia de Román Baldorioty de Castro se constituyó en Madrid la Sociedad Recolectora de Documentos Históricos de la Isla de San Juan Bautista de Puerto Rico, el 20 de marzo de 1851. La integraron también: Segundo Ruiz Belvis, Alejandro Tapia y Rivera, José Julián Acosta, José Cornelio Cintrón, Juan J. Viñals, José Joaquín Vargas, Genaro Aranzamendi, Calixto Romero Togores, Federico M. González, Lino Dámaso Saldaña, y desde París, Ramón Emeterio Betances. Se sabe que Baldorioty y Acosta viajaron en ocasiones a París y se reunían con Betances. De lo que se conoce de la participación de Betances y Ruiz Belvis en esta asociación universitaria es que Betances localizó la obra del cronista flamenco-holandés Jean de Laet (1581-1649), autor de una Historia del Nuevo Mundo publicada en holandés en 1625, y en francés en 1640. Y Ruiz Belvis tradujo del francés al español la sección del libro sobre Puerto Rico. Ambos sabían francés.

Ya graduados Baldorioty y Acosta en 1852, se fueron de viaje a Francia y encargaron a Tapia y Rivera la edición del fruto del trabajo investigativo en la que él colaboró mucho. De regreso a Puerto Rico, Alejandro Tapia y Rivera fue el editor de la Biblioteca Histórica de Puerto Rico y consiguió publicarla en 1854. Esta obra viene a ser la nueva base de la investigación histórica propiamente puertorriqueña y que debemos al empeño de aquella vanguardia universitaria de mediados del siglo 19.9

Por otra parte, hay datos que comprueban que desde sus años universitarios tanto Betances como Ruiz Belvis eran partidarios de la independencia. En cuanto a Betances he tratado el tema en un artículo titulado “Betances y la revolución de 1848”.10 Sobre Ruiz Belvis, Mario R. Cancel lo dilucida en la biografía que escribió sobre este.

El regreso a la patria


Betances y Ruiz Belvis concluyeron sus estudios universitarios y regresaron a Puerto Rico en 1856 el uno, y en 1857 el otro. El ahora Dr. Betances, según documentó la historiadora Suárez Díaz, defendió exitosamente y con honores su tesis doctoral sobre Las causas del aborto, en donde a los aspectos médicos le añadió unas observaciones sociales, el 8 de enero de 1855. Permaneció otro año en Francia antes de volver a Puerto rico. Revalidó su título ante la Subdelegación de Medicina y Cirugía de Puerto Rico el 15 de abril de 1856, y el 19 de mayo presentó sus credenciales al Ayuntamiento de Mayagüez.11

Por su parte, el 13 de marzo de 1857 Segundo Ruiz Belvis aprobó con sobresaliente su examen de abogado en la Universidad Central de Madrid.  La Gaceta del Gobierno de Puerto Rico en el número 55 del 7 de mayo de 1857 incluyó la noticia en primera plana. El parte noticioso del Diario Español del 15 de marzo fue reproducido, y dice:


Antes de ayer se licenció en la facultad de jurisprudencia el apreciable joven D. Segundo Ruiz. El foro adquirirá con él uno de sus más dignos representantes porque no dudamos que el Sr. Ruiz, que ha obtenido siempre las notas más brillantes en su carrera, continuará por la misma senda de aplicación que es la que allana con justicia los triunfos en todos los puestos de la sociedad.12


Ciertamente, ese es un testimonio de la buena reputación que tenía Segundo Ruiz Belvis. El Gobierno no tardaría en ver que aquel “apreciable joven”  tenía su lealtad y sentido de justicia con Puerto Rico ante todo y no con la España imperialista.


En un expediente de la sección de Ultramar del Archivo Histórico Nacional (Madrid), examinado por el historiador Cancel, consigna que el grado de Licenciado en Derecho le fue conferido el 6 de abril. Durante el mes siguiente Ruiz Belvis prosiguió con los trámites institucionales para ejercer como abogado en Puerto Rico. Un oficio del Ministerio de Ultramar dirigido a la Audiencia o Corte de Puerto Rico, en junio de 1857 autorizó “su ejercicio de la abogacía”. Como señala Cancel en la biografía citada, en septiembre ya estaba en Puerto Rico y su juramento de abogado fue certificado en la Secretaría del Ayuntamiento de Mayagüez.13 En otra coincidencia histórica, ese hecho se dio un 23 de septiembre (1857), una década antes de ponerse en marcha el movimiento revolucionario que condujo al Grito de Lares del 23 de septiembre de 1868.

Así pues, Mayagüez fue el hogar y lugar de trabajo de estos grandes patriotas hasta el 1867. Un acontecimiento terrible los estremecería a ellos y a todo Puerto Rico en su regreso: la epidemia del cólera morbo.  

El cólera morbo

El tema del cólera ha sido tratado por varios estudiosos de Betances. Incluso en esta jornada la Dra. Ramonita Vega impartió una conferencia con el título de “Betances en Mayagüez durante la época del cólera”, en la Universidad de Puerto Rico en esta ciudad, el miércoles próximo pasado. Para no incurrir en la repetición, y que sea complemento de lo conocido, voy a añadir algunos datos que creo son novedosos y no han sido considerados antes.

Al tiempo del inicio de la gobernación del mariscal José de Lemery el 23 de agosto de 1855 se desató en Puerto Rico una epidemia de cólera morbo. Se introdujo por el puerto de Naguabo, pronto se propagó por el país y se extendió durante todo el 1856. El cólera-morbo se trata de una enfermedad contagiosa causada por la bactería vibrio cholerae  anidada en aguas sucias, y cuyo origen se atribuye a las circunstancias malsanas de las orillas del río Ganges en India. Por eso también se le llamó cólera morbo asiático. Bajo la creencia antigua de que el cólera derivaba de la bilis (el líquido en el hígado de color amarillo), se le identificó como cólera morbo, o enfermedad de la bilis.

Un querido amigo y colega universitario, Profesor Dr. Félix Córdova Iturregui me preguntó en una tertulia especial semanal que sostenemos hace unos años con otros buenísimos amigos  en la UPR-Río Piedras (el Círculo Mañanero), por qué se le llama “cólera” (cuando eso realmente tiene otros significados, como el de “entrar en cólera”, o estar  “encolerizado”, etc.). Parece sugerir una enfermedad rabiosa e implacable, pero cuántas otras no hay con esas características.  Hasta ahora, todo lo que he visto sobre el cólera trata de su descripción médica sin satisfacer esta curiosidad. Quien encuentre la respuesta, con evidencia y no especulación (que de eso tenemos demasiado en cuanto a todo): bienvenida sea y con celebración siempre del conocimiento humano.  Cuando Betances regresó a Puerto Rico justamente en 1856 enfrentó el primer gran reto de su vida como médico. Tamaño y riesgoso desafío. Ese fue el año de mayor número de muertes por la epidemia.

La enfermedad del cólera no era desconocida en la Península Ibérica.  En la edición del 20 de noviembre de 1855 de la Gaceta del Gobierno de Puerto Rico se publicó el primero de un largo artículo titulado “Breve historia del mastranzo, y noticias varias sobre el cólera-morbo” por el Dr. D. Manuel María José de Galdo, un catedrático de Ciencias Naturales en la Universidad  Central de Madrid; mastranzo se refiere a una planta aromática parece que utilizada en el tratamiento.  En el artículo se hace mención de las investigaciones de la enfermedad de médicos como el inglés Thomas Sydenham (1624-1689) y el escocés Donald Monro (1707-1902), entre otros, autores de obras sobre el cólera y otros temas de la medicina.

La descripción que da el Dr. Galdo es tenebrosa: “Esta enfermedad, cuyo nombre griego quiere decir flujo de bilis o flujo intestinal, está caracterizado por vómitos y cámaras de materias blanquizeas (sic) parecidas al cocimiento de arroz; calambres en las extremidades, demacración repentina, debilidad de pulso, enfriamiento del cuerpo, color azulado en la piel y supresión de la orina”. En los casos en que no se lograba curar (por ejemplo mediante infusiones de plantas medicinales), seguía la muerte producida por convulsiones y la congestión y colapso pulmonar. Con el movimiento  mercantil marítimo desde el sur de Asia  a Europa, el cólera hizo su aparición en Portugal, y seguidamente en España en 1833. Hay noticias en 1854 de los “horrores” de la epidemia en Galicia, Cataluña y Andalucía, y nuevamente en 1855 el año en que entró en Puerto Rico.14

En la obra El Antillano, Ada Suárez Díaz observa que con referencia a la Calle de la Candelaria como línea divisoria, el Dr. José Francisco Basora se ocupó del lado Norte y el Dr. Betances del lado Sur de Mayagüez en sus atenciones médicas. Ella señala en general que el Oeste de Puerto Rico fue una de las regiones que más sufrió la epidemia, especialmente en San Germán, Cabo Rojo y Mayagüez. Aprovechando la conocida estadística de las defunciones sometida por el gobernador Lemery de enero de 1857 (pero que solo han citado en términos del total de muertos)  y el desconocido censo poblacional de 1854 que el gobernador incluyó en un expediente de la sección de Ultramar del Archivo Histórico Nacional de Madrid, y que encontré investigando para esta presentación, podemos ofrecer unos datos sobre el impacto de la epidemia centrando la atención en los pueblos mencionados.15

En el expediente de defunciones con fecha de 26 de enero de 1857 se informa la muerte de 25,820 personas en todo Puerto Rico. San Germán, Mayagüez y Cabo Rojo figuran entre los cinco pueblos con mayor número de muertes.


Cuadro 1: Pueblos con mayor número de
muertes por la epidemia de cólera, 1855-1857


Pueblos           # de muertos    Por ciento de total

1.    San Germán        2,462            9.5%
2.    Ponce                1,707               7%                
3.    Arecibo              1,595            6.1%
4.    Mayagüez           1,569              6%
5.    Cabo Rojo             984              4%


Totales                     8,317            33%


Fuente: Estado de defunciones,
AHN, Ultramar 5082, Exp. 1, f. 31


Esos cinco pueblos sufrieron una tercera parte del total de muertes en la isla. En los tres pueblos indicados del oeste la cifra es 5,015 muertos, equivalente a casi el 20% del total. Si se incluye otros pueblos del gran oeste, desde Aguadilla bajando hasta San Germán, el número de muertos aumenta a 6,773 o 26%, más de una cuarta parte de todo Puerto Rico.

¿Qué por ciento de su población perdieron San Germán, Mayagüez y Cabo Rojo? El marco de referencia más próximo lo proporciona el censo de 1854, cuando el total de habitantes ascendió a 492,452. De manera que esto debe verse como una aproximación general. En este censo  la población fue clasificada con criterios de división en clases y castas en blancos, mulatos, negros libres y esclavos, ofreciendo datos para varones y hembras en general. Por clases, en este caso, se referían a si los habitantes eran libres o esclavos; no nos dice quienes componían realmente las clases sociales.  Por castas, una designación de diferenciación y desigualdad social por concepto de raza o etnia, se referían pues a los “blancos”, “pardos”,  “mulatos”, “morenos” y “negros”  empleados en los censos desde el siglo 16, y vaya usted  a saber cómo establecían ese abanico racista de colores.




Cuadro 2: Población de Puerto Rico, 1854

Clases y castas           Habitantes                Por ciento


Blancos                     237,686                   48%
Mulatos                    180,016                    36.5%
Negros libres               27,832                       6%
Esclavos                     46,918                    9.5%


Totales                     492,452                    100%

Fuente: Censo de 1854,
AHN, Ultramar 5082, Exp. 1, f. 33.



Sin embargo, al componer la estadística de defunciones  se empleó otra clasificación de clases y castas, simplemente colocando blancos, pardos libres y esclavos; en este caso parece que bajo pardos incluyeron lo que antes distinguieron como mulatos y negros libres.



Cuadro 3: Muertes por clases y castas, 1855-1857
Clases y castas          Muertos          Por ciento

Blancos                    5,741                 22%
Pardos libres            14,610                 57%
Esclavos                   5,469                 21%


Totales                  25,820                100%

Fuente: Estado de defunciones, 1857,
AHN, Ultramar 5082, Exp. 1, f. 31.


Aunque el por ciento de esclavos (21%) y blancos (22%) muertos es similar, el impacto no fue el mismo, pues los blancos representaban 48% de los habitantes y los esclavos el 9.5%. Del cólera morbo murió gente de todo el cuadro social, pero los llamados pardos libres (comprendiendo mulatos y negros) más los esclavos que probablemente comprendían también negros y mulatos, sufrieron el 78% de los muertos.

Además, es posible medir el impacto de la pérdida de población en cada pueblo. Los tres pueblos principales del oeste que tomamos por muestra figuran entre los cinco con los mayores números de habitantes de Puerto Rico en 1854:


Cuadro 4: Mayor número de habitantes de
Puerto Rico, 1854

Pueblo               # Habitantes    Por ciento

1.    San Germán         33,974        7%
2.    Ponce                 23,943        5%
3.    Mayagüez            20,925        4.2%
4.    Cabo Rojo           18,342        4%
5.    Utuado               17,030        3.4%
6.    Arecibo              15,342        3.1%
7.    San Juan            12,625        2.5%
8.    Guayama            11,933        2.4%
9.    Pepino               11,573        2.3%
10.  Añasco               11,515        2.3%

Fuente: Censo de 1854,
AHN, Ultramar 5082, Exp. 1, f. 33.


Sin embargo, en solo los tres pueblos de muestra del oeste se perdió casi una cuarta parte de la población por causa del cólera:


Cuadro 5: Pérdida de población por el cólera, 1854-1857

Pueblo        Habitantes        Muertes     Por ciento


1.    San Germán       22,974          2,462       10.7%
2.    Mayagüez          20,925          1,569         7.5%
3.    Cabo Rojo         18,342             984         5.3%

Totales           62,241          5,015       23.5%           

Fuente: Censo de  1854 y Estado dedefunciones, 1857
AHN, Ultramar 5082, Exp. 1, ff. 31 y 33.


En solo esos tres, como ya dijimos, se reúnen alrededor de 20% de los fallecidos en toda la isla.

Finalmente,  se ha apuntado en general que el cólera causó proporcionalmente el mayor estrago entre los esclavos. Podemos comprobar esto con algunos detalles. Entre ellos murieron 3,549 hombres (65%) y 1,920 mujeres (35%). Los amos de San Germán, Mayagüez y Cabo Rojo, en particular, vieron reducir dramáticamente su mano de obra esclava.


Cuadro 6: Reducción de la esclavitud por el cólera, 1854-1857
Pueblo         Muertes    Esclavos muertos    Por ciento

1.    San Germán     2,462        620                25%
2.    Mayagüez        1,569        338                21.5%
3.    Cabo Rojo          984        168                17%

Totales         5,015           1,126


Fuente: Censo de 1854 y Estado de defunciones, 1857
AHN, Ultramar 5082, Exp. 1, ff. 31 y 33.


Los trabajadores más explotados (los esclavos) también fueron los más castigados por la epidemia del cólera.  Probablemente todos los esclavos perdieron a algún ser querido con la epidemia del cólera. Y fue una gran tragedia del destino para los esclavos que lograrían su libertad finalmente en 1873.

Aparte de las razones económicas y filosóficas, ¿no entraría esta realidad igualmente en las consideraciones de los abolicionistas, especialmente los que asumieron la postura de favorecer la extinción inmediata y radical de ese sistema social laboral?  Opino que los revolucionarios y abolicionistas médicos -  Betances y Basora – que lo  vivieron todos los días lo verían así. Con ese drama devastador también se topó Segundo Ruiz Belvis a su regreso a Puerto Rico.


Justamente en ese escenario histórico, fue que Ramón Emeterio Betances y Segundo Ruiz Belvis, junto a sus labores profesionales,  emprendieron sus acciones como organizadores de sociedades secretas que apoyaban la abolición de la esclavitud y la independencia de Puerto Rico.

Su amistad y su empeño revolucionario se estrecharon y articularon durante la siguiente década en Mayagüez hasta que las autoridades españolas ordenaron su destierro a Madrid en el verano de 1867. Como se sabe,  no cumplieron con el decreto del gobierno y se fugaron juntos a Santo Domingo, Nueva York y San Thomas. Establecieron un  comité revolucionario dirigente para organizar la lucha por la libertad de Puerto Rico y publicaron un importante Manifiesto a los Habitantes de Puerto Rico exponiendo las causas y los objetivos de la revolución. Antes de finalizar aquel año, el 3 de noviembre Ruiz Belvis murió en Chile al inicio de una gira de solidaridad latinoamericana con la causa. Betances honró la memoria de su querido amigo, al que destacaba como el más decidido revolucionario y señaló como presidente de aquella organización patriótica. Con el hermano de éste, Mariano Ruiz Quiñones y otros patriotas, Betances reconstituyó un nuevo Comité Revolucionario en Santo Domingo en enero de 1868. De ello, del Grito de Lares y sus repercusiones hay bastante escrito y podemos hablar largo y tendido.

En Mayagüez Betances, quien atendía a los más necesitados en su casa tenía la fama de ser “el médico de los pobres”. Como Síndico protector de los intereses comunes que lo fue Ruiz Belvis, apunta el historiador Díaz Soler,  “los infelices veían en él a un ángel protector”.

La ciudad de Mayagüez honra a Betances con el nombre de una de sus calles importantes. Se cruza, entre otras, con la calle principal que baja desde el área de la plaza central con el nombre de Méndez Vigo.  Se trata del general Santiago Méndez Vigo, gobernador de Puerto Rico entre octubre d 1840 y abril de 1844. Entre otras cosas, este fue represor de esclavos rebeldes, y autor del decreto oscurantista del 4 de febrero de 1841 en que ordenó a los varones puertorriqueños afeitarse sus bigotes y chivas por considerarlos señal de conspiradores contra el régimen colonial.16 Yo propongo, respetuosamente, que se le cambie el nombre de quien, aparte de socorrer al pueblo por el voraz incendio del 30 de enero de 1841 (sin restarle méritos, pero también motivado por los importantes intereses comerciales que España tenía allí), en realidad,  fue otro de los dictadores militares españoles en Puerto Rico, y se le dé el nombre de Segundo Ruiz  Belvis. De esta manera Mayagüez honrará igualmente a uno de los grandes patriotas quien, desde los puestos que ocupó de Síndico y de Juez de Paz, con honradez y entereza combatió la corrupción y dio todo por el pueblo de esta ciudad y de Puerto Rico. Entonces se producirá un feliz reencuentro conmemorativo de Segundo Ruiz Belvis y Ramón Emeterio Betances; y podremos citarnos con alegría y orgullo en la esquina de la Ruiz Belvis y Betances.



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Notas

1 Francisco Moscoso, El Cabo Rojo de Betances (Cabo Rojo y San Juan: Jornada Pro Betances, Inc. y Fundación Francisco Manrique Cabrera, 2007).
2 Para los datos sobre Betances y Ruiz Belvis me remito a las biografías principales: de la historiadora Ada Suárez Díaz, El Antillano. Biografía del Dr. Ramón Emeterio Betances, 1827-1898 (San Juan: Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe/ Revista Caribe, 1988); y de los historiadores Félix Ojeda Reyes, El Desterrado de París. Biografía del Doctor Ramón Emeterio Betances, 1827-1898 (San Juan: Ediciones Puerto, 2001); y Mario R. Cancel, Segundo Ruiz Belvis. El prócer y el ser humano. Una aproximación crítica a su vida (San Juan y Hormigueros; Editorial Universidad de América / Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe / Municipio de Hormigueros, 1994).
3 Don José Antonio Ruiz, padre de Segundo, ocupó en una ocasión el cargo de alcalde interino de Mayagüez.
4 Luis M. Díaz Soler, “Segundo Ruiz Belvis: su actuación en la junta de información”, Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña, Número 42, enero-marzo 1969, pp. 40-52.
5 Mario R. Cancel, Segundo Ruiz Belvis (1994), p. 16.
6 Ada Suárez Díaz,  “Segundo Ruiz Belvis, 1829-1867”, En Rojo, Claridad, Número 24, 10 de mayo de 1975, pp. 2-7; repetido en, Ada Suárez Díaz, El Doctor Ramón Emeterio Betances y la Abolición de las Esclavitud. Tercera edición revisada  (San Juan: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 2005), p. 9.
7 El Seminario Conciliar en el Viejo San Juan es actualmente el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, Universidad fundada en 1976 por el Dr. Ricardo E. Alegría
8 Roberto Ramos Perea, Tapia. El primer puertorriqueño. Tratado biográfico sobre el dramaturgo y escritor puertorriqueño Don Alejandro Tapia y Rivera (1826-1882). Río Piedras: Publicaciones Gaviota, 2015), pp. 146-151.
9 Véase sobre el tema, Francisco Moscoso, Tapia, la Sociedad Recolectora y la Biblioteca Histórica de Puerto Rico (1854), pp. 25-42 en Roberto Ramos Perea, editor, Tapiana I. Actas del II Congreso Tapiano (San Juan: Ateneo Puertorriqueño, 2012).
10 Claridad, cuaderno En Rojo, 2 al 8 de abril de 2015, pp. 16 -17.
11 Ada Suárez Díaz, El Antillano (1988), pp. 20-21.
12 Gaceta del Gobierno de Puerto Rico, Número 55, Vol. 26, martes 7 de mayo de 1857, p.1/ Biblioteca Digital del Caribe.
13 Cancel, Segundo Ruiz Belvis (1994), p. 20.
14 Gaceta del Gobierno de Puerto Rico, Número 139, Vol. 24, martes 20 de noviembre de 1855, pp. 3-4; Biblioteca Digital del Caribe. Para información general, véase de J. L. Kotar and J. E. Gessler, A Worldwide History of Cholera (Jefferson, North Carolina: McFarland and Company, Inc. Publishers, 2014).
15 Los documentos citados son: Estado clasificativo del número de defunciones causadas por la epidemia del cólera morbo en esta Ysla, José Lemery, Puerto Rico, 26 de enero de 1857; y, Estado clasificado del censo de almas de esta Ysla correspondiente a 1854, José Lemery, Puerto Rico, 26 de enero de 1857, AHN, Ultramar 5082, Exp.1, ff. 31 y 33 / Portal de Archivos Españoles (PARES) imágenes 117 y 121.
16 Lidio Cruz Monclova, Historia de Puerto Rico (Siglo XIX), Tomo I (Río Piedras: editorial Universitaria / Universidad de Puerto Rico, 1979), p. 257.

 

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