Naomi Klein zarpó en un bote desde la Bahía de Jobos en Salinas en dirección al Cayo Caribe. Iba con estudiantes, líderes comunitarios y pescadores a bordo. El cayo está a un lado de la Boca del Infierno, el área en que se cruzan las corrientes del mar con las de la bahía, en donde hay corales, carruchos, cocolías, langostas y por donde pasaría un tubo de gas natural propuesto para cambiar de petróleo a gas la Central Termoeléctrica Aguirre.
Cerca de la bahía se encuentra la plaza John F. Kennedy: un piso de cemento al aire libre con bancos y árboles que sobrevivieron las ráfagas del huracán María. Un arco forrado con guirnaldas y luces de navidad demarca el pedazo de tierra en donde hay una lápida con el nombre del fenecido presidente, con las fechas de su nacimiento y de su asesinato, sobre la que hay un florero con rosas artificiales y una estatua de la Virgen María.
Alrededor de la plaza, Klein entrevistó a residentes que conviven con la termoeléctrica; una mole de acero con turbinas humeantes que se eleva por encima de las casas de cemento y madera. El ruido de las turbinas no para, como si hubieran varios aviones encendidos que no se deciden a despegar. Los vecinos dicen que ya no escuchan el ruido. Algunos de ellos, como Heriberto, trabajaron en la construcción de esa estructura en la década de los ‘60. Y aunque se arrepintieron cuando escucharon las primeras explosiones de las turbinas, ya era demasiado tarde.
Al otro lado de la plaza está la Antigua Central Aguirre, la última central azucarera del país, que permaneció en funcionamiento hasta el 1990.
Entre estos dos monumentos de la modernidad que han pasado a la obsolescencia, el barrio Aguirre queda como un enclave, acechado por tierra y mar a costa de las promesas del progreso. Ese microcosmos sintetiza muchas de las contradicciones de la isla y sirvió de escenario para la periodista canadiense que buscaba entender en poco tiempo algo de este complejo archipiélago del Caribe.
Klein entró a las casas más cercanas a la termoeléctrica para hacer entrevistas. Andaba con un equipo de camarógrafos puertorriqueños contratados por The Intercept, el medio para el que trabaja. Klein no usa grabadora durante sus entrevistas, aunque no haya cámara. Escucha, mirando atentamente a los ojos de los entrevistados y a veces, solo a veces, toma notas en una libreta pequeña. Tampoco hace muchas preguntas; deja hablar, y escucha.
Klein es conocida por sus trabajos investigativos que incluyen artículos, libros y documentales, en donde llega a las entrañas de las desigualdades y las injusticias que se reproducen por todo el mundo. Como parte de ese trabajo se ha dedicado a revelar el lado oscuro de la globalización, que en la década de los ‘90 se vendía como el modelo definitivo de desarrollo para el planeta, imponiendo el sistema económico y los estilos de vida de Estados Unidos y Europa a nivel global.
El primer trabajo que le mereció reconocimiento internacional fue su libro No Logo, publicado en 2000 en Canadá, en donde documenta y analiza la influencia de las marcas, así como la explotación de mano de obra barata en el “tercer mundo” para el beneficio de corporaciones multinacionales. En 2004 realizó el documental La toma (The Take), en donde cuenta la historia de obreros argentinos que luego de la crisis económica de ese país ocuparon fábricas de donde fueron despedidos para transformarlas en cooperativas. En ese documental se le ve en manifestaciones callejeras junto a los obreros y documentando el proceso de la ocupación de una de las fábricas desde su inicio.
Llegamos a Aguirre luego de un viaje de dos horas desde San Juan, por el expreso Luis A. Ferré en dirección sur. En la guagua iban los profesores de PAReS (Profesorxs Autoconvocadxs en Resistencia Solidaria), Federico Cintrón, Mariolga Reyes, Juan Carlos Rivera y Bernat Tort, al volante. Fueron parte del grupo que organizó el foro en la Universidad de Puerto Rico en el que Klein participaría al día siguiente.
De camino, Klein pudo ver algo del paisaje post María a través de la ventana: camiones militares transitando por la autopista, brigadas de las compañías estadounidenses de electricidad, postes caídos, semáforos sin luz, casas con toldo azul, casas que se convirtieron en escombros, y árboles retoñando.
Cuando Klein vio las primeras noticias del azote del huracán, se encontraba trabajando en un artículo sobre el cambio climático, un tema que aborda en su libro Esto lo cambia todo, el capital contra el clima.
“El cambio climático exacerba las desigualdades preexistentes. No se trata de que las cosas se pongan cada vez más calientes y tormentosas, sino también de que las cosas se vuelven más repugnantes y desagradables.”, dice Klein, en inglés, mientras nos atascamos en un tapón mañanero cerca de Caguas. Estaba lloviendo desde la madrugada y había neblina.
“Estamos lidiando con esta desigualdad de riqueza masiva que se entrecruza con la realidad de que el cambio climático está aquí sobre nosotros, y habrán más shocks y eventos extremos. Esto está creando el contexto para el ascenso de la supremacía blanca. No creo que esto sea una coincidencia, porque la supremacía blanca es siempre una herramienta intelectual para racionalizar las prácticas que de otro modo serían imposibles de racionalizar”.
Para Klein, el camino que va tomando el mundo es tenebroso, como el de las películas y novelas ciencia ficción.
“Había una historia escalofriante en el New Yorker hace unos meses llamada Survivalist for the super rich (Sobrevivencia para los súper ricos), y se trataba de cómo estos tipos en Silicon Valley y Wall Street están cada vez más preparados para un futuro escabroso. Compran tierras en áreas elevadas de Nueva Zelanda, construyen bunkers y preparan su seguridad privada… Si tienes dinero suficiente y quieres vivir en tu propio mundo… Puerto Rico es uno de esos mundos, es una de las tierras de la fantasía, ‘el paraíso que produce’. Es esta idea de convertir a Puerto Rico en un lugar donde los ricos pueden retirarse del caos del mundo y construir sus mundos de sueños privatizados. Pero eso requiere menos puertorriqueños en Puerto Rico”.
El éxito que ha tenido el ala derecha del espectro político, Klein lo atribuye en parte a las inversiones que realizan en fundaciones y think tanks para promover sus ideas. Mientras que los que se autoproclaman como progresistas o liberales, muchas veces también son financiados por élites económicas. “(Los liberales) quieren que las cosas sean un poco más limpias, un poco más ecológicas, un poco menos racistas e injustas. Pero no quieren cambiar el mundo fundamentalmente, están enfocados en soluciones tecnocráticas”, apuntó.
“El problema que tienen los progresistas en un momento como este es que no hemos hecho el trabajo de base que sería necesario para poder encontrar una visión común para luchar en un momento de crisis”. Con el término “progresista” Klein se refiere a las tendencias políticas que defienden la igualdad social.
En la plaza de recreo Guanina, en el barrio Puente de Jobos de Guayama, Klein tuvo un encuentro con gente que ha hecho resistencia a las operaciones de la planta de carbón AES. Luego de escuchar testimonios de vecinos del área, algunos pacientes de cáncer y otras condiciones asociadas por expertos a las cenizas del carbón generadas por AES, se movió con un grupo de residentes y de estudiantes de la Universidad de Puerto Rico a las inmediaciones de la planta.
Al ver al grupo cerca de la verja que protege el terreno que ocupa AES, el personal de seguridad comenzó a movilizarse y dar rondas. Pero no podían tapar la montaña gigante de cenizas que permanece allí expuesta a los vientos.
A las 11 de la mañana salimos en dirección al centro comunal de la comunidad Coquí en Salinas. Esta vez en la guagua iba la abogada y líder comunitaria Ruth “Tata” Santiago, quien le explicó a Klein que, además de la carbonera, en Guayama están las farmacéuticas Baxter y Pfizer, y en otros municipios del sur están las desarrolladoras de semillas transgénicas Monsanto y Syngenta. Multinacionales que crean empleos, pero ocupan terrenos agrícolas, explotan recursos como el agua, exportan miles de millones en productos a Estados Unidos y pagan un impuesto de solo 4%, explicó Santiago.
Llegando al centro comunal de El Coquí pasamos por una carretera estrecha con una hilera de casas de cemento abandonadas a ambos lados. Santiago explicó que se trata de una construcción que hizo una compañía desarrolladora sobre terrenos inundables, y que luego de invertir sus ahorros en ellas, sus ocupantes tuvieron que abandonarlas. Por esta zona todavía hay calles sin luz y en algunos patios han instalado cisternas y filtros de agua, mientras algunos residentes se han ocupado de arreglar parte del tendido eléctrico, contó Santiago.
El anuncio de la privatización de la Autoridad de Energía Eléctrica (AEE) coincidió con la visita de Klein, para quien, en un mundo ideal, habría una “AEE alternativa”, “democrática, bajo control comunitario y que produzca energía limpia”.
“Privatizar la AEE es una idea terrible, pero la AEE es una corporación terrible y con grandes problemas”, dijo Klein, y ante la falta de alternativas, en medio de una crisis en donde en muchos lugares no ha habido luz por más de cuatro meses, “la gente dice que sí a cualquier cosa”. Este es el tipo de patrón que Klein ha denominado como la doctrina del shock.
Al llegar al centro comunal de El Coquí, un grupo de residentes que formaron un semicírculo y se presentaron cada uno por su nombre recibió a Klein. En el centro comunal había ropa sobre una mesa, pañales, botellas de agua, latas de fórmula para bebés y otros productos para sobrellevar la lentitud de los esfuerzos oficiales de recuperación tras el desastre. Allí fue el almuerzo, y Klein hizo otras entrevistas antes de salir a la Bahía de Jobos para tomar el bote hacia Cayo Caribe.
A las 3:30 salimos de la Bahía de Jobos hacia Casa Pueblo en Adjuntas. Luego de subir caminos de vegetación espesa y bordear un pedazo de carretera que colapsó por la fuerza del huracán, llegamos a la casona que es el centro cultural comunitario de Casa Pueblo, un proyecto de autogestión que se enfoca en la protección de los recursos naturales. Allí esperaban a Klein el ingeniero Alexis Massol, uno de los fundadores de Casa Pueblo, y su hijo, el doctor en biología Arturo Massol.
En las paredes de la sala principal de la casona cuelgan afiches y recortes de periódico enmarcados que documentan las luchas ambientales que ha dado Casa Pueblo, como la oposición a la explotación minera en terrenos del centro de la isla en 1980 y el gasoducto del sur, cancelado en 2009. En 2014, Casa Pueblo presentó el “posterriqueño”, un poste de luminaria LED que podría minimizar la contaminación lumínica y reducir el costo millonario de alumbrar las vías públicas a la mitad. Esta tecnología se desarrolló en el recinto de Mayagüez de la Universidad de Puerto Rico, y sus gestores han denunciado que quedó en el limbo por la indiferencia y la burocracia de las autoridades universitarias.
Klein, que ha viajado el mundo documentando cómo se implementa lo que llama el capitalismo del desastre y la doctrina del shock, considera que la gente de Puerto Rico es menos vulnerable a esa práctica.
“La razón por la que los puertorriqueños serían menos vulnerables a esta táctica es porque cuando haces algo una y otra vez, se vuelve menos impactante. Y los puertorriqueños han estado viviendo la doctrina del shock durante mucho tiempo. Así que creo que los puertorriqueños tal vez se horroricen, les dé ira y se pongan tristes por la forma en que han sido tratados. Pero no creo que haya más shock del que habría si esto sucediera, por ejemplo, en California. Lo que se ha tratado de impulsar como secuela del huracán, la privatización de la AEE, que de inmediato empezaron a hablar de esto, y de la privatización de carreteras y otras infraestructuras, tampoco fue un shock. Porque era algo que habían intentado hacer desde antes del huracán. Simplemente están tratando de explotar una crisis económica”, dijo Klein.
En la sala principal de Casa Pueblo, Klein hizo su última entrevista del día a los Massol, quienes promulgan y demuestran que existen alternativas ante la ineficiencia gubernamental y la privatización, pero que, por diversas razones, no se toman en cuenta. De allí Klein salió de regreso a San Juan, con la noche cayendo sobre las montañas de Adjuntas, y con su mochila llena de testimonios que narran una historia de abusos de poder y de resistencias; historias que, por más conocidas que sean, mientras sigan pasando, será necesario volver a contarlas.
(Centro de Periodismo Investigativo)
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