Era anticipable que sería un circo. Y así fue. Estaba a cinco minutos de Loíza y a diez de Barrio Obrero, sectores que fueron ampliamente afectados por María, pero lo llevaron a Guaynabo, el municipio con el ingreso per cápita más alto de todo Puerto Rico. En Guaynabo, no lo pasearon por los barrios Los Filtros, o Vietnam, o Juan Domingo. Lo llevaron a una iglesia en la urbanización Muñoz Rivera, lugar escogido por la Casa Blanca, aclaró en Twitter la Secretaria de Prensa del gobernador Ricardo Rosselló.
Quien planificó la ruta estaba clarísimo del mensaje que querían llevar: aquí no ha pasado nada. Ir a Guaynabo a ver el desastre en las áreas privilegiadas y no comprometer recursos federales para la recuperación es lo mismo que haberse quedado en Washington DC. Se fue una hora antes de lo anunciado, a las 4 de la tarde.
Solo unos minutos del presidente norteamericano Donald Trump en Puerto Rico fueron suficientes para generar el más amplio desprecio que yo haya presenciado hacia un mandatario estadounidense, y mira que Bush hijo era antipático. No repetiré lo que dijo, pues ya suficiente indignación hemos pasado. Valga resumir que se burló de los puertorriqueños con todas sus insinuaciones, como que somos una carga económica para el presupuesto de Estados Unidos, en nuestra propia casa, y frente a la cara de nuestro gobernador, que ni se inmutó, por no decir que le rió la gracia. No anunció ni una sola acción de su gobierno para responder a la emergencia. Su visita, tirando rollos de papel y repartiendo comida enlatada, fue un circo penoso.
Me concentraré en comentar el tras bastidores del manejo de la prensa…
No hubo conferencia de prensa. Trump hizo un nuevo alarde de su perreta cotidiana al tratar a toda la prensa que le cuestiona de forma desafiante, vulgar y violenta. Cuando no le gusta una pregunta o anticipa un tema difícil, recurre a tacharlos de “fake news”. Y mira que había muchas preguntas para hacerle. Ya hace días que comenzó con los comentarios provocadores cuando los medios estadounidenses e internacionales comenzaron a publicar historias desfavorables sobre la respuesta federal a la crisis humanitaria en Puerto Rico.
Un medio de Puerto Rico, El Nuevo Día, estuvo en el avión del presidente en su trayecto de Washington a San Juan. El resto del denominado “pool” de periodistas que hizo el viaje en el Air Force One era de medios extranjeros.
Las acreditaciones otorgadas por Casa Blanca a 115 medios de comunicación eran para lo que se conoce como un “photo-op”, o “photo oportunity”, donde solo se permite hacer fotografías. A medios como el Centro de Periodismo Investigativo, la revista Mother Jones o el periódico Metro Puerto Rico no los “escogieron” entre esos 115. Al resto de los periodistas los acreditaban solo para estar en el aeropuerto y ver cómo el presidente bajaba del avión.
Esto implica que no se le pudieron hacer preguntas.
Pero en su discurso a las cámaras en una de las paradas, en la Base Muñiz, Trump fue elocuente. El momento cumbre para mí fue cuando le preguntó al gobernador sobre la cantidad de muertos, y Rosselló le contestó que habían sido 16 certificados, y no 17, para luego felicitarlo y felicitarse por el bajo conteo. El video lo explica todo. La cara de incomodidad y hasta vergüenza de Ricardo Rosselló no había dónde esconderla. Pero a pesar del bochorno, el gobernador optó por decir una falsedad.
La periodista del CPI Omaya Sosa Pascual lleva días reportando sobre los problemas matemáticos que tiene el gobierno de Puerto Rico con el conteo de personas muertas por el huracán. El problema con el conteo falso de muertes lo aceptó para el récord el Secretario de Salud, hace una semana, y el secretario de Seguridad Pública, unos días más tarde. A pesar de que evidentemente el gobernador debía tener las cifras actualizadas de cara a la llegada de Trump, mantuvo la cifra de 16, pensando quizá que hacía quedar bien al presidente, u obligado por equipo presidencial. Rosselló quiso hacerse el desentendido, y su lenguaje corporal lo delató.
Pero lo delató también la conferencia de prensa de la tarde, en la cual no tuvo más remedio que reconocer que la cifra “oficial” ahora va por 34 muertos, y tratar de hacer una distinción que ni él ni sus funcionarios habían hecho hasta hoy día, para separar lo que son “muertes directas” por el paso de María de las “muertes indirectas”. Ahora se trata de convencer a la ciudadanía de que una persona que murió en un hospital por falta de oxígeno a causa de la falta de electricidad por el paso de María no es una “muerte directa”, a pesar de que esta no hubiera ocurrido de no haber pasado el huracán. A otro perro con ese hueso. Los muertos por falta de oxígeno, de diálisis, por morir en una sala de operaciones por no tener equipo de sobrevivencia, son muertos a causa de María. O, en realidad, son muertos a causa de la ineficiencia gubernamental y privada, de la falta de procesos, gerencia y recursos para prepararse y atender la crisis hospitalaria. Usted escoja cómo lo quiere proyectar. El caso es que son vidas perdidas que nadie puede devolver a sus familiares, y eso no admite categorías imprecisas y deshonestidades.
No pueden disfrazarlo. La ineficiencia y la falta de preparación para un desastre de la magnitud de María cuestan vidas. Le costaron la vida al padre del exalcalde de Lajas, a la suegra de una profesora y economista, o la tía de la mujer que murió el día del huracán porque no recibió diálisis.
“¿No quieren contar los muertos para quedar bien? En ninguna catástrofe la contabilidad de víctimas se queda igual desde el día número 2 hasta el día 14. O estás escondiendo los números o no sabes contar”, sentenció de inmediato la compañera Omaya Sosa Pascual.
Lo de Trump era de esperarse, y francamente no tiene mayores consecuencias políticas, porque a los puertorriqueños les vale poco, la mayoría ni siquiera tenían acceso a los medios de comunicación por estar sin electricidad e incomunicados, y en cualquier caso no votan por el presidente. Ahora bien, a Rosselló, la movida de hacerle el juego a Trump le puede costar mucho. La gente no olvida a sus muertos. Y tampoco olvidará que en medio de su momento más oscuro, cuando su gobernador tuvo la oportunidad, no fue vocal y firme con la solicitud para que las agencias federales actuaran con celeridad y eficiencia, bajo su liderazgo.
Al final como si quisiera recomponer los platos rotos y supongo que viendo los titulares sobre su visita que estaban ‘trending”, Trump dijo que Wall Street debe olvidarse de la deuda de Puerto Rico, sin especificar qué mecanismo propone para que esto ocurra. Está por verse si fue una afirmación para las gradas o si llega a algún sitio. ¿Por qué no lo dijo hace una semana, o hace dos días, o a su llegada a la isla? Ya lo sabemos. Quería soltar su escupitajo primero y tratar de humillarnos. Allá los que se dejen. (Centro de Periodismo Investigativo)
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