Las insurgencias de nuestros días |
Escrito por Carlos Rivera Lugo |
Viernes, 10 de Junio de 2011 01:48 |
El 11 de noviembre de 2008, nueve ciudadanos franceses fueron arrestados en un pequeño pueblo al interior del país y acusados arbitrariamente de “asociación criminal para propósitos de actividad terrorista”. Los nueve eran conocidos como miembros de “El Comité Invisible”, [...] cuyo delito realmente era haber publicado, poco tiempo antes, un pequeño libro considerado por las autoridades francesas como un “nuevo manifiesto comunista”. El nombre de la organización alude a su concepción de un nuevo imaginario colectivo, difuso, plural, que insurge por todos lados, desde cada punto de emplazamiento de una realidad problemática. La obra, que alcanzó gran notoriedad en ese momento, se llama: La insurrección que viene. Independientemente de lo que se pueda pensar sobre algunos aspectos concretos de la propuesta lanzada por éstos, sobre todo en el orden táctico, el manifiesto tuvo un significativo impacto político, en especial en los llamados medios sociales del internet. Y no era para menos. En una introducción que se le hizo a comienzos del 2009, se declara que es una locura continuar esperando por “la revolución”. “La catástrofe no viene, ya está aquí. Estamos ya situados dentro del colapso de una civilización. Es dentro de esta realidad que debemos tomar partido”. “Todo está a punto de estallar”, sentencian. Las causas están allí para todo el que quiera ver: la crisis financiera, la crisis educativa, la crisis productiva y la crisis política, sobre todo del principio de representación mediante el cual se ha pretendido negar el inalienable derecho a la autodeterminación de cada uno y una, sin el cual no existe una democracia real. La crisis se ha impuesto como estado de sitio sobre la vida toda, surgiendo de ésta una forma de conflicto que ya no resulta “manejable” por un modo de gobernabilidad que se reduce al mero manejo reactivo de las diversas manifestaciones de dicha crisis como si se tratase de una mera sucesión de problemas. La crisis como estado de sitio se ha convertido en el modo prevaleciente de gobernar bajo las llamadas democracias representativas del liberalismo capitalista, nos dicen: “La crisis en un modo de gobernar. En un mundo que parece sostenerse sólo mediante el manejo infinito de su propio colapso”. Aún la intensidad de las resistencias que se articulan en respuesta a dicha crisis se enfrentan a la aniquilación por un Estado que sabe que está ante un orden civil de batalla que se va gestando entre una burguesía cada vez más minúscula y avarienta, y un proletariado cada vez más representado por la casi totalidad de la sociedad, sometida como ésta a un proceso de precarización de su vida individual y colectiva como resultado de las lógicas absolutamente excluyentes del actual modelo de acumulación adoptado por el capital: el neoliberalismo. Modos nuevos de gobernar desde lo común De ahí que, como se ha repetido ad náuseam, las situaciones de crisis son oportunidades que pueden conducir a la reestructuración de la dominación bajo nuevas formas o a la constitución material de un nuevo modo de vida. No se trata por tanto de una guerra civil en torno al mejor modo de gobernar sobre la sociedad. Ésa ha sido la perspectiva errada del pasado. De lo que se trata es de formar modos nuevos de gobernar desde la sociedad misma para refundar la vida toda desde lo común, a partir de ese cada uno y una que es nosotros. La ficción del individuo propio del liberalismo burgués se ha desvanecido ante la materialización de la condena a la que colectivamente nos ha sometido el capital. “Al fin y a la postre, es contra una antropología entera que estamos en guerra. Con la idea misma del ser humano”, puntualiza. Finalmente en cuanto a las formas organizativas que asume esa insurgencia que se potencia por doquier, nos dice “El Comité Invisible”: “No hay necesidad de escoger entre el fetichismo de la espontaneidad y el control organizacional; entre el ‘venga uno, vengan todos’ de las redes de activistas y la disciplina jerárquica; entre la acción desesperada del ahora y esperando desesperadamente por el después”. Añade: “Desde ahora en adelante, organizarse materialmente para la supervivencia es organizarse materialmente para el ataque. En todas partes una nueva idea del comunismo debe ser elaborada…nuevas complicidades han de nacer. A estas valiosas confabulaciones no se le deben rechazar los medios necesarios para el despliegue de sus fuerzas”. De esta situación de quiebre hay que hacer una trinchera, insiste. Al respecto abunda: “Si vemos una sucesión de movimientos avanzando uno tras el otro, sin dejar algo visible como saldo, debe aún admitirse que algo persiste. Un camino de pólvora vincula aquello que en cada evento no se ha dejado capturar por la temporalidad absurda de una nueva ley o cualquier otro pretexto. Intermitentemente y a su propio ritmo, estamos viendo algo tomar forma. Una fuerza que no agota su tiempo sino que lo impone, silenciosamente”. ¿Cuán inminente es el colapso de lo existente? ¿Cuán cerca estamos de la potenciación irreversible de la refundación desde lo común? Al respecto concluye el manifiesto antes citado: “Sea más temprano o más tarde, lo importante es prepararse para ello. No es cuestión de proveer un esquema sobre lo que una insurrección debe ser, sino de asumir la posibilidad de que una insurgencia sea lo que nunca debió dejar de ser: tanto un impulso vital de juventud como de sabiduría popular. Si uno sabe moverse, la ausencia de un esquema no es un obstáculo sino que una oportunidad. Para los insurgentes, es el espacio único que puede garantizar lo esencial: mantener la iniciativa. Lo que queda por crearse, por prenderse como se prende un fuego, es cierta perspectiva, una cierta fiebre táctica, que tan pronto ha emergido, aún ahora, se revela como determinante –y una fuente constante de determinación.” El tiempo de las comunas La comuna es la unidad básica de la insurgencia. “Una escalada insurreccional no puede ser más que una multiplicación de comunas, su conexión y su articulación”, nos dice “El Comité Invisible”. Es así como a 140 años de la Comuna de París, hemos vuelto a su apuesta emancipadora: la capacidad política independiente del soberano popular para refundar su mundo a partir de sí mismo, más allá del Estado existente y sus representantes, sean de derecha, centro o izquierda, así como sus culturas y lógicas de sumisión. No se trata tanto de tomar el Estado burgués sino que de romper con él. Se introduce así de manera irreversible un nuevo sentido a la historia de la humanidad. A partir de éste, el futuro se queda sin porvenir mientras no sea para repotenciar, una y otra vez, el impulso material de negación dialéctica que nació con ese evento histórico.
Con el nuevo siglo se ha ingresado al tiempo de las comunas, desde la experiencia insurgente de los zapatistas en Chiapas hasta la huelga de los estudiantes de la Universidad de Puerto Rico. Lo mismo se ha vivido desde Buenos Aires a Oaxaca, la Qasba a Tahrir, la Puerta del Sol a la Plaza de Catalunya. Se ha hecho aun contra una izquierda tradicional que le ha dado la espalda a la vigencia permanente de la apuesta insurgente de los comuneros, sometiéndose abyectamente a lo “políticamente correcto”, en esta era dominada por los poderes fácticos del mercado. Los acontecimientos recientes en España vienen a ratificar esta tendencia política general de nuestros tiempos. El colectivo madrileño conocido como Democracia Real Ya, publicó un manifiesto convocando para el 15 de mayo pasado a toda la ciudadanía indignada del país con la crisis de legitimación vivida hoy en España. Ésta se caracteriza por una seria brecha entre lo que son las expectativas y necesidades de la inmensa mayoría de la ciudadanía y la capacidad de la economía y la política, bajo sus formas actuales, para proveer materialmente para su debida satisfacción. Existe una tasa de desempleo de 21 por ciento, el desempleo entre la juventud es de un 45 por ciento, el gobierno ha cedido a las presiones de los empresarios para cercenar no sólo la seguridad en el empleo sino que además recortar los derechos sociales conquistados por los trabajadores bajo el Estado social de antaño. La corrupción en el seno de la burocracia gubernamental se presenta como imparable e impune. Todo ello acompañado de la avaricia ilimitada de una banca privada y una clase capitalista en general como única beneficiaria bajo el actual modelo neoliberal de acumulación, un modelo de acumulación para los pocos y de desposesión para los muchos. “Es necesaria una Revolución Ética. Hemos puesto el dinero por encima del ser humano y tenemos que ponerlo a nuestro servicio. Somos personas, no productos del mercado… Por todo lo anterior, estoy indignado. Creo que puedo cambiarlo. Creo que puedo ayudar. Sé que unidos podemos. Sal con nosotros. Es tu derecho”, expresaba el manifiesto de Democracia Real Ya. Y el llamado prendió. Fueron inicialmente decenas de miles que salieron a ejercer su poder soberano a las calles en Madrid, Barcelona, entre otras ciudades. En Madrid, la movilización decidió acampar en la céntrica Puerta del Sol. Un intento burdo de las autoridades por desalojar a los manifestantes de la Puerta del Sol sólo potenció exponencialmente el movimiento. Las acampadas pronto se extendieron a otras ciudades del estado español. A los diez días ya se registraban sobre setecientas acampadas a través del planeta. Nos señala al respecto el reconocido filósofo argentino-mexicano Enrique Dussel: “La Plaza del Sol de Madrid se llena de jóvenes y ciudadanos indignados; así como llenaban por mayores motivos la Plaza Tahrir (de la Liberación) en El Cairo, y el 21 de diciembre de 2001 la Plaza de Mayo en Buenos para derrotar al gobierno de F. de la Rúa y su estado de excepción…(E)stos movimientos nos recuerdan un hecho fundamental en la vida política de los pueblos: el estado de rebelión: la Comuna de participación directa en primera persona plural: nosotros. Recuerda al Estado que no es principalmente un gobierno representativo, sino una comunidad participativa. Marx propuso esa experiencia límite de la Comuna como un postulado político (aquello que es pensable lógicamente o por un cierto tiempo, pero imposible en el largo plazo). Hoy, sin embargo, es políticamente posible.” Y abunda: “No serán ya los partidos políticos, necesarios en la representación, los que organicen la participación. Ahora son los movimientos antisistémicos, las instituciones de la sociedad civil (como sindicatos, grupos de vecinos, tercera edad, niños de la calle, pueblos originarios, feministas, etcétera), que con las redes electrónicas (los nuevos medios de producción de las decisiones políticas se transforman en instrumentos revolucionarios en manos del pueblo mismo), los que convocan multitudes a las plazas del mundo. Pero esta revolución de participación no sólo necesita organización, institucionalización (constitucional y legal, como en Venezuela), además de estratégica y táctica cotidiana, sino también necesita una teoría para dar contenido político al movimiento, y la aparición de cierto liderazgo orgánico (como enseñaba A. Gramsci), sin las cuales condiciones se cae inevitablemente en un espontaneísmo ahora sí populista (y es el peligro inminente de todas esas muchedumbres indignadas justamente)”. La democracia en red Por su parte, el prominente sociólogo catalán Manuel Castells habla acerca de cómo para salir de la crisis va surgiendo “un nuevo modo de vida construido colectivamente”. Quienes minimizan la importancia de este movimiento, “no entienden todavía su profundidad”, asegura. Explica: “Podrán salir de las plazas, para volver periódicamente a ellas, pero no saldrán de las redes sociales y de las mentes de quienes participan. Ya no están solas y han perdido el miedo. Porque descubrieron nuevas formas de organización, participación y movilización que desbordan los cauces tradicionales de los que una parte de la sociedad, y la mayoría de los jóvenes, desconfían. Partidos e instituciones tendrán que aprender a vivir con esta sociedad civil emergente”. La clave para Castells es ese proceso que les va conduciendo crecientemente a “esa democracia en red aún por descubrir en una práctica colectiva que tiene su raíz en cada persona”. El mexicano Adolfo Sánchez Rebolledo nos habla de las revoluciones espontáneas de estos últimos días, semanas, meses y años. Por revolución espontánea entiende “esa especie única de fenómeno social en el que la historia, como decía Marx, se concentra y acelera su paso. Se trata de un momento especial donde se conjugan los sentimientos, las causas, los agravios, los deseos, las furias y las esperanzas que habían estado sumergidas, se desatan en una gran oleada que busca el cambio súbito del orden establecido. Como las avenidas de un gran río, esas revueltas arrastran a su paso todo lo que encuentran, pero algunas, si vencen, son capaces de abrir nuevos cauces hacia terrenos más seguros”. Sin embargo, dos catedráticos españoles de comunicación pública discrepan de la caracterización de lo ocurrido como “espontáneo”. Según Víctor F. Sampedro Blanco y José Manuel Sánchez Duarte: “El 15-M no es un suceso espontáneo, no está liderado por jóvenes ingenuos, ni manejado por nostálgicos. Los referentes de los acampados no eran las batallas en la clandestinidad, ni los héroes oficiales de la transición. El 15-M llegó a las plazas por la confluencia de redes de activistas sociales muy movilizados (al menos, el núcleo inicial) y otras redes más difusas (y extensas) generadas en ámbitos digitales. Ambas se entremezclan, se confunden. Como señalaba un hacktivista en la Puerta del Sol, con el “No a la Guerra” aprendieron a salir a la calle. Con el 13-M de 2004 descubrieron la potencia del enjambre de nodos en red. Con V de Vivienda confirmaron su capacidad de convocar a los demás. Y con el 15-M han demostrado su potencia para autoconvocarse y recabar apoyos sin fronteras. Autonomía para desobedecer, movilizarse… extenderse.” “La lógica de Internet se ha llevado a la vía pública; de ahí que quienes desconocen la primera no entiendan lo que ocurre. Nosotros tampoco, pero sí constatamos que las prácticas en la Red (autoconvocarse, deliberar en foros, consumir contrainformación, tejer redes afectivas y efectivas, generar y operar en esferas públicas periféricas y digitales) se han hecho tangibles. Los rasgos de la comunicación digital –cooperación, instantaneidad, realimentación, horizontalidad, descentralización, flexibilidad, dinamismo o interconexión– se han hecho presentes en asambleas y acampadas”, puntualizan. Los ciudadanos de la “República del Sol” como han bautizado al movimiento insurgente se propone ahora el objetivo de trasladar su actividad principal desde las acampadas hacia las asambleas de barrio, para así apalabrar la indignación desde la instancia más inmediata de la vida en común. La forma asamblearia se ha convertido en el mecanismo preferido para canalizar la participación de todos y todas, como iguales. No hay jerarquías ni representantes. Cada cual se representa a sí mismo o misma. Es una nueva cultura democrática radical que nace desde abajo. Viene al caso en ese sentido una parte del poema de Bertolt Brecht titulado, Elogio de la dialéctica: Con paso firme se pasea hoy la injusticia Por la violencia garantizan: “Todo seguirá igual”
*Catedrático de Filosofía y Teoría del Derecho y del Estado en la Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos, en Mayagüez, Puerto Rico. Miembro de la Junta Directiva de CLARIDAD y colaborador permanente del semanario puertorriqueño. |
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