A Papi, para que pronto vuelvas a tu casa, a CLARIDAD
Sentada en el escritorio repleto de papeles desde donde Papi se amanece todos los domingos para escribir su columna semanal de Claridad, me siento a intentar sustituir lo insustituible. Y es que pretender reemplazar a alguien que lleva cuatro décadas haciendo lo mismo ininterrumpidamente todas las semanas es una tarea titánica, aun cuando me guste el deporte y haya escrito sobre temas deportivos previamente. Así que no voy a intentar hacer un Las Canto como las Veo como si fuera Elliott Castro Tirado; creo que el lector es imposible de engañar y la voz de Papi imposible de imitar. En cambio usaré este espacio para honrar la mayor virtud deportiva de mi padre: la consistencia.
Entre las múltiples memorias deportivas que tengo con mis padres, tengo muy presente los días previos a cuando Cal Ripken Jr. rompió el récord de juegos consecutivos jugados en las Grandes Ligas: 2,632, en el 1995. En ese momento no comprendía cuál era la importancia de esta hazaña, pues siempre pensé que los récords importantes eran los 3,000 jits, pasar de 30 jonrones y 100 carreras empujadas en una temporada, los 5,000 puntos anotados en el Baloncesto Superior Nacional, entre otros “milestones”. Pero mi padre me explicó la importancia del récord que inminentemente rompería Ripken, pues simbolizaba la consistencia. Me hizo entender lo que significaba jugar 2,632 juegos corridos, sin enfermarse (o claro está, sin faltar aunque estuviera enfermo), sin dejar de jugar cuando su equipo estuviera eliminado, etc. Tan importante era el récord de Ripken que llevaba 56 años intacto, desde que lo estableció Lou Gehrig con 2,130 partidos consecutivos en el 1939. Durante la última temporada del legendario jugador de los Orioles fui con papi y Miguel al Yankee Stadium para verlo por última vez y todavía ahí, años después en el 2001, Papi me volvía a explicar lo importante de su hazaña y sobre todo, cómo él pensaba que ese era uno de los récords que probablemente ya no se romperían, por cómo se jugaba la pelota actualmente.
Y claro, mi padre es Ripken con esta columna. Por cuarenta años, pase lo que pase, viajes, enfermedades, muertes en la familia, nunca ha fallado. Este periódico ha sido consistente en muchos ámbitos importantes de nuestra Isla, pero la columna que semana tras semana mi padre publica, es la única que ha sido ininterrumpida y consistentemente escrita por el mismo autor. Incluso una semana que hace años estuvo en cuidado intensivo, la publicó con un escrito que tenía guardado y creo que dictó algunas líneas desde el hospital. Fue ahí que empezamos a compararlo con Ripken y en cada momento en que había un domingo complicado, ya fuera por un viaje o enfermedad o cuando sus padres (mis abuelos) fallecieron, siempre me comentaba: “No puedo perder el récord de Ripken.”
Así, la rutina semanal de mi padre comienza los domingos en la noche, donde trabaja la columna que debe entregar a más tardar el lunes (porque eso de no dejarlo para último momento y amanecerse haciéndola no va con su musa de escritor). Amanecida de domingo, seguida por un lunes lento en la mañana no sin antes verificar que la columna haya llegado sana y salva; solo entonces puede comenzar la semana de nuestro Ripken. O quizás la semana empieza realmente el domingo en la noche, con el ritual de sentarse en la computadora, poner los boleros o música instrumental, sacar las estadísticas, anotarlas en la libreta, volver a buscar más información y sentarse a escribir, mientras más de madrugada, mejor. Como todo buen deportista, consistente no solo en cumplir con su trabajo en el campo, sino también con el ritual que le precede: preparación, calentamiento, ejecución deportiva, descanso. Esto, cada semana por 40 años, sin fallar.
Es por esto que reitero que es la mejor cualidad “deportiva” de mi padre, que nunca se destacó como atleta pero que siempre ha sido un gran “deportista”. Exceptuando la calidad atlética (que creo que algo tuvo como baloncelista), siempre ha sido un gran competidor, un justo perdedor, siempre ha creído en el juego limpio, en respetar al contrincante pero luchando hasta el final y sobre todo siendo el más guerrero en las luchas en las que cree; ahí, aun cuando pierde, lo deja “todo en el terreno”.
Los que amamos el deporte, grupo en el cual me incluyo en gran medida como herencia de lo que aprendí con mi papá, nos gusta la adrenalina que hay antes de un buen juego, la emoción de experimentar un evento en vivo y la entrega de los atletas. Y desde siempre, lo más que me ha gustado de la relación de mi papá con el deporte y con su trabajo es la entrega total, nunca hacer nada a medias; es esa pasión que siempre lo ha llevado a afirmar que a él “le pagan por hacer lo que le gusta” y que nunca se va a retirar. Con esta columna y con su quehacer deportivo Papi es ejemplo de consistencia, como los 2,632 juegos consecutivos de Ripken, como los 537 juegos de Raymond Dalmau, como los 1,000 goles de Romario o los 762 jonrones de Barry Bond. Por eso, pronto regresará a escribir Las Canto como las Veo, como todos los domingos hace aproximadamente 2,120 semanas.
La autora es hija de Elliott y Vilma Ramos, al Miguel que se refiere es a su esposo Miguel Zenón.
Foto: Elga y Elliott saliendo del Tribunal Federal luego de su arresto por desobediencia civil en Vieques. Foto por: Alina Luciano/Claridad
Nota: Elliott Castro sufrió un derrame cerebral el pasado lunes 29 de junio. Se mantiene estable dentro de su condición.
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