En este país, no hay un solo político penepé dispuesto a pasar 35 años preso por defender sus ideas. Las que sean. (Desear la estadidad para recibir más fondos federales no puede considerarse una ideología pero vamos...).
Sabemos que están dispuestos a ir presos por robo, corrupción, por extorsión, tráfico de influencias y otras actividades inmorales. Pero jamás por la defensa de sus ideales, por más nimios o frugales que estos sean.
Muchos de esos personajes que hoy atacan a Oscar López, hace unos meses se unían al coro de voces que pedía su excarcelación. Pero ellos son así. Se montan si hay beneficios que explotar. En ese entonces necesitaban votos y la causa de Oscar se perfilaba gigante, inclusiva. Ahí pusieron su frágil compromiso.
Ahora que el escenario político ha cambiado y Estados Unidos tiene un presidente que carece de sus facultades mentales, muchos se han envalentonado en su canallada innata. Incluso gente que dice ser “demócrata”, se une a esta cacería contra un hombre a quien sabemos solo se le acusó de “conspiración sediciosa” por luchar por la independencia de su país. Un hombre que representa una verdadera ideología, un verdadero sacrificio, un amor real, no ridículo, no interesado, no ignorante.
Apoyaron la excarcelación de Oscar pero era solo cuestión de tiempo en lo que afloraba la traición, su acostumbrada vileza, aderezada de una perenne vulgaridad.
En el fondo, nos satisface verlos en su verdadero elemento. Porque estas personas están muy dolidas. Les duele ver a Oscar salir de la cárcel fuerte, lleno de vida, con la frente en alto. Les duele el país que lo recibe como a un héroe. Les duele porque las grandes minorías seguimos teniendo victorias extraordinarias como esta mientras ellos solo obtienen un revés tras otro en su búsqueda de la “igualdad” (por aquello de concederles un término más o menos heroico).
Les duele porque saben que Oscar es el símbolo más extremo de algo muy sobrecogedor: Una reserva moral que sigue siendo abatida, reprimida y, aun así, sigue viva e impetuosa; hasta cosechando frutos silvestres que —a veces no se sabe ni cómo— continúan la resistencia. (endi.com) Foto: Víctor Birriel/MINH
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