En la noche del miércoles 4 de mayo de 2017, murió el querido amigo y camarada Eduardo Cruz Vélez. Aquí cumplo con dejar para la historia lo que tantas veces le reclamé que escribiera y siempre me respondió que lo hiciera yo.
Eduardo Cruz tenía una cicatriz muy peculiar en el cuadrante izquierdo de su pecho. Era como una burbujita de carne que sobresalía en relieve, justo al norte de su joven costillar. Curioso, le pregunté sobre esa marca, y este es el cuento épico, muy poco conocido, sobre aquella huella eterna de marzo de 1970.
La lucha contra el militarismo y actividad del ROTC en la Universidad estaba en su punto más álgido. La presencia de ese cuerpo castrense enquistado en medio del recinto de la UPR de Río Piedras era una afrenta diaria a quienes nos oponíamos –por mil distintas razones— a la guerra de Vietnam.
Las manifestaciones de protesta eran cada vez más masivas y militantes, tanto en el recinto como en la urbanización vecina de Santa Rita, donde miles de estudiantes se hospedaban.
El cuatro de marzo de 1970 se desató otra confrontación entre estudiantes y cadetes del ROTC, el rector Jaime Benítez pidió la entrada de la Fuerza de Choque de la Policía al recinto y el enfrentamiento se extendió hasta las calles de Río Piedras.
El joven ponceño, Eduardo Cruz, se unió a la juventud que le hacía frente a la Fuerza de Choque cuyos integrantes andaban como locos disparando gases lacrimógenos y repartiendo macanazos por todo Río Piedras.
Se escuchaban detonaciones, pero los más experimentados aseguraban que eran balas de salva o el estruendo de escopetas que disparaban latones de gas.
Eduar, estudiante de primer año de la UPR, salió junto a una escuadra desorganizada pero combativa de estudiantes por el portón peatonal de la avenida Ponce de León, batiéndose a pedradas contra un pelotón de policía.
Corrieron por la avenida Universidad hasta la esquina de la Farmacia Cabrera donde construían algo y se apertrecharon con muy buenos peñones.
Los policías se acercaban ahora por dos flancos: por la avenida Universidad y por la Gándara, mientras los disparos se escuchaban cada vez más fuertes, frecuentes y cercanos.
Eduar, convencido de que disparaban “balas blancas”, cruzó la calle a pecho abierto, llevaba tres piedras que descargó y entonces sintió un golpe en el torso que creyó era una pedrada por lo que retrocedió, solo para recargar.
Alguien le gritó que sangraba por la espalda y no entendía, porque sintió el golpetazo en el pecho pero ¡¿sangraba por la espalda?!
Entonces retrocedió corriendo cuesta abajo por la avenida Universidad, pero ahora se sentía cansado, mareado. (¿Serán los gases?), trastabilló en el borde de la acera, alguien lo levantó, lo montó en un carro y despertó en el Centro Médico de Río Piedras.
A esa hora, más o menos, se anunció en la radio que “durante los motines en la UPR y Río Piedras habían muerto dos estudiantes identificados como Antonia Martínez y Eduardo Cruz”.
Al despertar, en el hospital le informaron que una bala le había atravesado el pecho, con entrada y salida entre dos costillas, que su pulmón perforado había sido intervenido exitosamente y que … ¡iba a vivir!
Esto me lo contó Eduardo algunos años después, en medio de algún piquete o “maldad” que hicimos juntos de fupistas. El balazo que le atravesó el tórax no lo amedrentó, sino todo lo contrario, ¡fue el sello que literalmente llevó en el pecho por el resto de su vida, como patriota y socialista! (80grados)
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