Todo el que tenga algo de cerebro y honestidad sabe que el parlamento puertorriqueño rechazó esa ciudadanía unánimemente en 1917. Hasta el mismo llamado Comisionado Residente de Puerto Rico en Washington, DC, Luis Muñoz Rivera, la rechazó.
Como soy puertorriqueño, sin complejos en el alma, tengo orgullo en mi pueblo y Borinquen es mi patria.
Y combato al invasor, me cueste lo que me cueste, es mejor morir con honor que vivir cobardemente.
Mientras más conozco a mi pueblo, más dispuesto estoy a luchar por su felicidad. Recientemente mi ahijada Clara Luz escribió en su página de Facebook: “Puerto Rico, el país donde se premia al que entrega sus tierras y se reprime al que las defiende. El país donde ser patriota es ser villano y terrorista y el corrupto es celebrado. El país donde todos quieren opinar pero muy pocos logran entender la realidad”.
Por curiosidad, el 2 de marzo me puse a ver en la televisión a unos “políticos” reunidos en el llamado departamento de Estado de la colonia para ensalzar la imposición de la ciudadanía estadounidense a los puertorriqueños. Por supuesto, no se atrevían usar la palabra “imposición”, y la sustituían en sus discursos por “concesión” u “otorgación”, lo cual hacía evidente que o se engañaban a sí mismos o pretendían engañar a sus oyentes. Todo el que tenga algo de cerebro y honestidad sabe que el parlamento puertorriqueño rechazó esa ciudadanía unánimemente en 1917. Hasta el mismo llamado Comisionado Residente de Puerto Rico en Washington, DC, Luis Muñoz Rivera, la rechazó.
¿Cuál era la intención del Congreso estadounidense al imponer su ciudadanía a los puertorriqueños? No era que nos creyéramos iguales o parte de esa nación, sino anunciar al mundo, en particular a los alemanes cuyos submarinos surcaban las aguas del Caribe, que éramos propiedad estadounidense. Fue lo mismo que hicieron los amos blancos con sus esclavos negros: darles sus apellidos anglosajones: Smith, Brown, Johnson, a sus esclavos para denotar que les pertenecían. Esos apellidos no convertían a los esclavos en hombres blancos, ni los integraba a la familia de sus amos. Por eso mismo, muchos negros en Estados Unidos han cambiado sus nombres anglosajones a los nombres africanos de sus tribus originarias. Digamos: Assata, Mumía, Sundiata, Akinsiyu, puesto que consideran sus nombres anglosajones nombres de esclavos. Al ver y oír a esos señores en el departamento de Estado “celebrando” la imposición de la ciudadanía estadounidense, le di gracias a la vida por no ser uno de ellos. Soy puertorriqueño, ¡y punto! y no hay poder ni ley que me haga ser lo que no soy.
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