El cuatrienio de Ricardo Rosselló ha terminado. Mes y medio después de haber jurado como gobernador su administración agotó su capacidad de sorprender y esperanzar.
Todo ha terminado, dejando la amarga impresión de una oportunidad perdida. No es la primera vez. Desde el 2000 los cuatrienios se han ido achicando, pero nunca se había visto una obsolescencia tan veloz. Ahora sólo nos resta esperar 46 meses, una condena módica, hasta que alguien venga a sustituirlo. Entonces se verá si su sucesor romperá el récord. Tristemente, hay que reconocerlo, los gobernadores se superan en la dirección equivocada; en lugar de ser plusmarquistas, se han convertido en inframarquistas. Quizá en el futuro se debería tener en cuenta esta tendencia, a la hora de hacer una reforma, y los cuatrienios podrían reducirse a semestres o a estaciones del año. Resultaría cónsono con un país que progresivamente y sin pausa, reduce su población y su capacidad de actuar.
El gobernador Rosselló casi se roba la salida a las 12:01 am del pasado 2 de enero y de inmediato acometió una intensa ronda de aprobaciones de medidas. En cuestión de horas convirtió en ley la Reforma Laboral y, apenas un mes después, celebró en el Hotel Sheraton de San Juan el “Caucus con el Gobierno”. La actividad resultaba novel: un término asociado a las siniestras negociaciones intramurales del partidismo político pasaba a ser usado, o más bien extendido, al sector privado. Llevado a cabo en un lujoso salón, con los invitados y participantes disfrutando de un exquisito almuerzo, servido por una legión de mozos que viven de la mano a la boca, rogando por que los llamen a trabajar dos o tres días a la semana, la concurrencia escuchó a jerarcas del gobierno como Elías Sánchez y a autoridades como Rafael Rojo, “supervisor de proyectos de las empresas VRM y presidente de la Junta de Bonistas del Patio”. Avanzado el ágape, le tocó el turno al presidente de la Junta de Control Fiscal. La prensa reporta sus modestas y simpáticas palabras: “Mi nombre es José Carrión, me gano la vida como corredor de seguros. Ahora les vengo a hablar de mi part–time”. No estuve allí, pero estoy seguro que el auditorio aplaudió y rió la gracia. Sin embargo, a pesar de lo que allí pareció acontecer, la unión entre el gobierno y la ciudadanía no se dio o, al menos no completamente, porque había una legión de mozos, de empleados y empleadas que prepararon el salón antes y lo limpiarían después, y que acaso escucharon el rumor de los discursos. Ellos no tienen seguros y, a diferencia del presidente de la Junta, viven de sus part–times.
El lema de la actividad fue: “Con el gobernador, del plan a la acción, hoy más que nunca somos uno”. En su discurso el mandatario reiteró el mensaje: “Quiero ser uno con ustedes”. No creo que le creyeran los mozos y los empleados del hotel. No era a ellos que se referían el lema de la actividad ni las palabras del gobernador. La unión mística —la disolución del yo en el uno— estuvo reservada para otros.
Apenas días después se hizo pública la transformación como contratista del gobierno de Julia Keheler, la secretaria de Educación. El salario determinado por la ley resultaba pequeño y de $125,000 pasó a $250,000 y lo recibirá en porciones de $25,000 mensuales. El costo de su labor le permitirá dedicar largas horas y conocimientos prácticamente inencontrables al precio del mercado, a la reestructuración del Departamento de Educación. El tema se lleva y se trae, los problemas que aquejan al Departamento se dan por evidentes, como también se dan las soluciones que establece el plan de la ruta.
Me excuso con los lectores, he usado plurales indebidos. El Departamento de Educación tiene nada más un problema y una solución: demasiadas escuelas. Por eso hace falta alguien como la secretaria Keleher para que determine si son 300 o 500, u otro número mayor, las que se deben cerrar. Esto resolverá los problemas educativos del país. El dinero que se ahorre se usará en otros menesteres: pagar a la Junta, pagar a Keleher, pagar a otros secretarios, consejeros, ayudantes como Keleher.
No se habla de currículos, de corrupción partidista, de contratos con incompetentes empresas de tutorías y adiestramientos. No se habla de libros ni de artes y ciencias. No hay inquietud por índices de aprovechamiento en los estudiantes, por la pésima moral de los maestros, por el ambiente infernal que se vive en muchísimas escuelas. Si se va a hablar de algo más que del número de escuelas a eliminar, será de la cancelación de cursos de teatro, educación física, historia.
Como en todo hay una excepción, el Departamento de Educación pondrá en el membrete de su papel oficial su nombre en inglés y contratará a una empresa privada, para que en las escuelas que queden abiertas, se enfatice la enseñanza de este idioma. El propósito evidente es allanar el camino a la estadidad. El único alcanzable es facilitar la adaptación al exilio en Norte América.
La vida útil del cuatrienio de Rosselló coincidió con las primeras semanas de la presidencia de Trump. Contrasta su silencio y pasividad absolutos, con la militancia de incontables alcaldes de grandes ciudades, gobernadores de estados, presidentes de universidades en Estados Unidos, que han levantado su voz desafiante a las imposiciones que pronto se comunicarán por Twitter o desde Washington. El país al que el partido político del gobernador pugna por integrarse es marcadamente diferente. Millones de personas, de costa a costa, han marchado y se han unido para enfrentar expulsiones de inmigrantes y la eliminación de derechos y beneficios. Mientras tanto, en San Juan no se sabe hacer otra cosa que considerar la criminalización del acto de protestar. Estos contrastes señalan profundas disparidades.
La gran ironía del estadoísmo boricua, es su honda raíz latinoamericana. Aclaro, para que no se malinterprete: su íntima relación con lacras asociadas a la peor realidad latinoamericana. Su populismo, violencia, fanatismo, ignorancia, entreguismo a los grandes intereses oligárquicos y transnacionales; su profunda pasión anticultural, su rechazo de la inteligencia, su práctica de una corrupción consustanciada con la gestión gubernamental, su conservadurismo cerril, su machismo irredento, su obsesión por el poder, lo hermanan con lo peor que ha acontecido en el continente. La fascinación por lo estadounidense le ha servido a los gobiernos estadoístas para crear cortinas de humo, para concederle a sus desmanes un aura de respetabilidad, un proyecto, una ruta de un plan, como diría el gobernador.
El cuatrienio de Ricardo Rosselló ha acabado. No llegó a los dos meses. Ya mostró su cara verdadera y su límite infranqueable. Jugará a ser un estado de la unión norteamericana, siendo el gobierno de una república bananera. La United Fruit Co. se ha trocado en la Junta de Control Fiscal.
El tan mentado y mal entendido miedo a la independencia de nuestro pueblo es, en realidad, el espanto que produce el PNP. Imaginamos una república con los alcaldes, los legisladores, los presidentes de las Cámaras, los jueces del Supremo y los gobernadores convertidos en presidentes y se nos congela la sangre.
El cuatrienio de Ricardo Rosselló ha terminado. Nos quedan 46 meses para avivar nuestro pavor, imaginando lo que haría el gobierno si tuviera un ejército. Vivimos ya en el horror de nuestras pesadillas de independencia, pero sin tener que soñar, sin independencia, en la colonia conocida y cruda.
Fuente: El Nuevo Día
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