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Escrito por Ángel Rodríguez León / MINH   
Sábado, 26 de Noviembre de 2016 16:41

fidel

"A pesar de cientos de atentados contra su vida, la muerte le llegó de forma natural, habiéndose producido una transición hace ya años y, no me cabe duda, con la tranquilidad del deber cumplido con creces".

 

 



No me corresponde a mí hacer un análisis de la trascendencia política del recién fallecido líder revolucionario cubano Fidel Castro Ruz. Muchos compañeros/as puertorriqueños, que lo conocieron y que tienen fuertes vínculos con la revolución cubana, y otros que han dedicado tiempo al estudio del proceso revolucionario del hermano país ya lo harán. Por cierto, en octubre del año pasado el amigo y compañero, dirigente del MINH e historiador, Ángel Pérez Soler, organizó un Simposio del pensamiento político de Fidel Castro. El mismo se celebró en el CEAPRC y contó con la participación -entre otros- de Julio Muriente, Juan Camacho, Alejandro Torres y el propio Ángel. Recomiendo la lectura de las ponencias presentadas.

Lo que quiero, a manera de proceso personal, como los que hacen falta siempre que nos encontramos ante una pérdida, es compartir mi vivencia, subjetiva, sí, ante la muerte de Fidel. Me enteré luego de que me despertara, a la 1:58 de la madrugada, la campanita que anuncia la entrada de un mensaje de Whats App a mi celular. Había sido enviado por mi sobrina, Yarimar Rodríguez, quien hace unos meses regresó de Cuba, luego de terminar una maestría en la Universidad de La Habana. “Tioooo murió Fidel!!!!!” Así, en lenguaje propio de estas tecnologías y estas generaciones. Un acento y una coma de menos, varias oes y varios signos de más. “Murió Castro” había escuchado muchas veces durante mi niñez, adolescencia, juventud y en tiempos más recientes, producto de rumores echados a correr por el exilio cubano de Miami y Puerto Rico, solo para luego ser desmentido por la realidad de un Fidel vital, presente, dirigente y constructor. “Murió el dictador”, decían, a son de música, desde la Calle 8, emblemática sede de la intolerancia gusanil. Y luego una columna reflexiva, una visita de un jefe de Estado, lo desmentía. Adormilado, pensé que habría que confirmar luego la noticia. Pero un segundo mensaje venía con el video de Raúl Castro, Presidente de Cuba, anunciando oficialmente el deceso.

Hubo tristeza. También preocupación. Otra vez apareció en mi mente la propaganda del exilio: “No Castro, No problem” rezaba un pegadizo que hace unos años se veían en algunos vehículos. El “problem”, para estos derechistas, era una sociedad cubana alfabetizada y educada, con acceso a la salud desde la fase preventiva, con oportunidades de desarrollo intelectual y físico, en lucha contra las exclusiones y desigualdades que cuatro siglos de colonialismo español y seis décadas de gobernantes títeres de Estados Unidos habían dejado, en lucha contra el imperialismo y un bloqueo inhumano.

Nací en 1970, así que crecí en un Puerto Rico en el cual la presencia de los cubanos de derecha más recalcitrantes era mayor a la de ahora. Los medios de comunicación se ensañaban contra Cuba como lo hacen ahora contra Venezuela, tergiversando, mintiendo, sembrando miedo. Muchos comercios de dueños cubanos eran centros de odio contra Cuba. El sueño morboso de siempre era “ver caer al dictador”. Pasan los años y la vida, las lecturas y las vivencias me hacen enterarme de los progresos de Cuba en materia de justicia y equidad. Me voy convirtiendo en lo que soy todavía: socialista e independentista, admirador del proceso cubano y de los hombres y mujeres que lo comenzaron y lo mantienen. El periódico Claridad, durante mis años de estudiante de escuela superior, proveía el contrapeso a los medios comerciales para entender lo que estaba pasando en Cuba. Por fin logré visitar Cuba a finales de la década de 1990. Con los estragos materiales del “periodo especial” todavía presentes, me encontré un pueblo digno y educado, dispuesto a defender su derecho a decidir por sí mismos. No era demagogia la de Pablo al cantar: “será mejor hundirnos en el mar/ que antes traicionar/ la gloria que se ha vivido.” Ya era maestro en aquel tiempo y no podía evitar la emoción al escuchar preadolescentes discutiendo sobre asuntos económicos y políticos, con un vocabulario que no tienen algunos profesionales de mi patria. Muchos/as de ellos/as, además, sabían más de la historia Puerto Rico que muchos adultos puertorriqueños. En esa ocasión, con motivo del Encuentro de Jóvenes y Estudiantes contra el Neo-liberalismo, tuvimos la oportunidad de escuchar a Fidel en el teatro Carlos Marx. No estábamos ni remotamente cerca, pero su figura y sus palabras llenaban el teatro. En los siguientes años he tenido la oportunidad de visitar Cuba en varias ocasiones. Cada vez encuentro cambios. Algunos tal vez me preocupan. Pero apuesto a que los herederos de Maceo, Martí, el Che, Camilo y ahora Fidel sabrán seguir por el camino hacia la sociedad más justa posible. Los caminos de los pueblos no son autopistas rectas, a veces hay que dar rodeos. Lo importante es saber a dónde se quiere llegar.

Volviendo a la madrugada de la noticia. La tristeza duró poco. La gente muere, es parte de la vida. Y a los 90 años es casi obligatorio morirse. Murió pero no “cayó”, como querían los gusanos. A pesar de cientos de atentados contra su vida, la muerte le llegó de forma natural, habiéndose producido una transición hace ya años y, no me cabe duda, con la tranquilidad del deber cumplido con creces. Y su pueblo, que incluye a todos los/as que luchamos en el mundo y que recibimos su solidaridad activa, desde Angola hasta Puerto Rico, desde Harlem hasta Suráfrica, desde Chiapas hasta los pueblos mapuches, sentimos hoy como nunca las ideas y el ejemplo de este santiaguero universal.

Algunos pueblos africanos creen que los antepasados desaparecen realmente solo cuando ya nadie los recuerda. Si eso fuera cierto, tendremos a Fidel entre nosotros por miles de años.

 

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