«Dándonos cuenta que no podemos depender en todas las promesas hechas por nuestros gobernantes, hemos resuelto que para nosotros la vida buena comienza con la libertad. Nuestro futuro tiene que ser construido a partir de nuestro dictado.» “La Resolución de los Comuneros” - Bertolt Brecht
Hablando la semana pasada en la Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos, en Mayagüez, Puerto Rico, el conocido periodista y profesor uruguayo Raúl Zibechi insistió en que nadie en Nuestra América debe llamarse a engaño: lo que se vive hoy es una crisis sistémica de la economía capitalista y la arquitectura mundial que apuntaló su desarrollo. En su conferencia electrónica ofrecida en el marco del IX Coloquio Académico “Ni una vida más para la toga”, dedicado este año al tema “¡Insurgentes! Izquierdas libertarias, democracia participativa y pluralismo jurídico”, el pensador crítico expuso como el actual contexto ha estado caracterizado por el surgimiento de unos nuevos actores políticos, los movimientos sociales, una nueva generación de sujetos activos que no tienen sus referentes en las tradicionales corrientes ideológicas gestadas desde Europa.
Según Zibechi, los movimientos sociales han modificado incluso nuestro actual entendimiento de la crisis y sus salidas. Representan otro tipo de relación con el territorio nacional, más locales e inmediatas. Sus luchas son, en su origen, particulares y sectoriales, respondiendo no a comprensiones a priori totalizantes de la realidad sino surgidas al calor de sus apremiantes respuestas frente a las expresiones concretas del modelo de desposesión que caracteriza el capitalismo neoliberal en estos tiempos. Son, por ello, actores con perspectivas distintas a los partidos tradicionales de izquierda que ocuparon un lugar prominente en la construcción de las resistencias acontecidas en el pasado siglo XX.
Incluso, en muchos casos estos nuevos sujetos, como los movimientos indígenas, representan visiones rupturistas frente al orden civilizatorio actual. Las nuevas relaciones sociales y territoriales promovidas por estos ofrecen propuestas de modos alternativos de vida y de organización política, como ha sido el caso del movimiento de los “sin tierra” en Brasil o los zapatistas en Chiapas, México. A partir de éstas, Zibechi insistió en que nuestras respuestas ante la crisis no pueden estar enmarcadas dentro del actual ciclo del capital, el cual ha llevado a la precarización generalizada de la vida. Hay que desconectarse de sus ciclos que sólo sirven para empantanarnos.
La incomprensión de esta verdad explica en parte, añado yo, las contradicciones y conflictos que aún aquejan a procesos esperanzadores de cambio como los que se viven en Bolivia y Ecuador. El viejo Estado liberal o neoliberal y sus formas burocráticas de mando, se niegan a morir para dar consecuentemente paso a las nuevas formas de gobernanza, pluralistas y comunitarias, que se han ido forjando materialmente desde sus entrañas sociales. México, quien pensó ingenuamente que a partir de su integración al mercado estadounidense –la propuesta del Imperio para las Américas desbancada precisamente por los movimientos sociales y los gobiernos progresistas de la región- pasaría a formar parte del “primer mundo”, hoy se debate en un deterioro violento de sus condiciones de vida y una inviabilidad catastrófica de sus formas de gobernabilidad. No hay futuro para nuestros pueblos bajo el capitalismo.
Consciente de ello, la Revolución cubana emprende su reinvención, procurando esperanzadamente hallar la necesaria acogida popular a las propuestas de rectificación y de cambio hechas por su gobernante Partido Comunista. Para ello es necesario que la sociedad toda, más allá del Estado, se apodere del mando para la necesaria refundación democrática de su modo común de vida. El Estado y su expresión partidaria, el PCC, deben socializarse, asumir una función más humilde en la vida nacional, para que el pueblo pueda gestar participativamente la nueva economía y sociedad desde lo concreto y lo local, es decir, desde donde realmente se constituyen y se reproducen las relaciones sociales y de poder. Sólo así se podrá finalmente fortalecer, como se ha declarado, el carácter socialista de la Revolución como tránsito hacia formas comunes superiores de vida.
Precisamente, si hay una creencia que está crecientemente desbancada, es esa de que el futuro es del capitalismo. Si hay algo que demostró el final del Siglo XX fue precisamente la incapacidad de dicho sistema para aceptar aquellas reformas que le convirtiesen, alegadamente, en un orden social más incluyente y respetuoso de las libertades y necesidades de los más. En ese sentido, como corolario de lo anterior, otra idea que también ha quedado refutada por los hechos históricos es el pragmatismo liberal-capitalista bajo el cual se sostiene que la única transformación dable de lo existente, se da sólo a partir de reformas graduales. Bajo ésta, aún la visión alternativa del otro mundo posible sólo se materializa dentro de lo existente y no en contra de éste.
La contrarrevolución neoliberal se ha encargado de demostrar cómo el capitalismo sólo concibe su reproducción permanente a partir de la subsunción de la vida toda y las vidas todas bajo sus lógicas explotadoras y opresoras. Hasta lo que es real pretende ser totalitariamente manipulado a partir de su pensamiento único. Ello ha llevado a la decisiva precarización de la vida toda y la proletarización de la casi totalidad de nuestras respectivas sociedades. Nuestros derechos, conquistados históricamente a sangre y fuego, crecientemente son desconocidos y, en su lugar, los achichincles políticos del capital los han reducido a una serie de permisos, como si los derechos estuviesen sujetos a su gracia política e ideológica. El Estado social de antaño ha sido sustituido por este Estado de la subsunción real y su rechazo, así como su superación, constituye un imperativo de vida o muerte.
Sin embargo, resulta alarmante la incapacidad que aún nos aqueja en Puerto Rico para tomar consciencia de esta realidad y sus requerimientos estratégicos, es decir, para los procesos de disputa del poder. Seguimos dándole espectacularmente la espalda al mensaje inscrito en las nuevas circunstancias para aquel o aquella que quiera leer o escucharlo. La nueva política liberadora de los tiempos es el resultado de su agenciamiento por una pluralidad de fuerzas sociales que ante la creciente precarización de sus condiciones de vida y proletarización de facto de su condición social –sean, por ejemplo, obreros o campesinos, estudiantes o maestros, ciudadanos o inmigrantes- , insurgen frente a este intento por invisibilizarlos. La insumisión surge de su autodeterminación y, como tal, es inmanente: surge a partir de cada uno o una de nosotros.
De todas las contradicciones de la sociedad contemporánea, la existente entre la cada vez más exigua clase de privilegiados y la cada vez más absoluta clase de los excluidos constituye la tensión principal. Todas las demás contradicciones –incluyendo en nuestro caso la existente en torno al status- sólo pueden abordarse y superarse, con seriedad, en la medida en que se superen los retos actuales de la lucha de clases que atraviesa a su vez a las demás luchas, desde la descolonizadora hasta la ecologista, la educativa hasta la salubrista, entre otras. La lucha de clases, en su acepción contemporánea, se constituye en algo así a lo que Jacques Lacán, el reconocido psicoanalista y filósofo francés, llama el significante maestro, el cual está íntima y dinámicamente relacionado con otros significantes, de menor jerarquía, como parte de una totalidad problemática. El significante maestro, sin embargo, es el determinante en última instancia.
Pareceríamos estar de vuelta a mediados de la década de los ochentas cuando la impulsividad, la irreflexividad y el liquidacionismo imperó en ciertos sectores de la izquierda en nuestro país para abandonar la propuesta comunista como única apuesta auténticamente emancipadora frente al capitalismo. Desde las elites políticas de la izquierda se le tendió a dar la razón a Francis Fukuyama cuando éste pregonaba que históricamente ya no quedada realmente nada más allá del capitalismo. Sin embargo, la historia, cuando no se aprende de ella, tiende a repetirse porfiadamente y hoy vuelve a ponerse sobre el tapete la refundación necesaria y urgente de nuestras respectivas sociedades, no a partir de su privatización sin fin sino de la potenciación plena de la justicia social y lo común.
Ante la conmemoración en estos días del 140 aniversario de la Comuna de París, el filósofo francés Alain Badiou nos puntualiza su gran legado: la determinación hecha por primera vez por los excluidos, que debían tomar su futuro en sus propias manos, en exclusión tanto de las clases dominantes como de los ilusos que desde las filas de la izquierda seguían casados con las formas políticas y económicas burguesas. Se demostró así el imperativo histórico de la doble ruptura que debían protagonizar, si desean efectivamente liberarse de la necesidad absoluta bajo su condición de clase: la soberanía absoluta del pueblo.
El autor es Catedrático de Filosofía y Teoría del Derecho y del Estado en la Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos, en Mayagüez, Puerto Rico. Es, además, miembro de la Junta de Directores y colaborador permanente del semanario puertorriqueño “Claridad”. |