Luego de 32 años de prisión injusta, bajo condiciones de extrema crueldad física y mental, el prisionero político de más antigüedad en las cárceles estadounidenses, Oscar López Rivera, debe ser liberado y devuelto al pueblo que siente en carne propia la represión y la tortura a que es sometido.
Combatiente en Vietnam, condecorado por su heroísmo en aquella guerra, Oscar López Rivera, nacido en el pueblo de San Sebastián hace 70 años, ha sido doblemente castigado: en primer lugar, por sus ideales independentistas y sus simpatías por los grupos que propulsaron la batalla por la independencia al margen del marco legal y las convenciones electorales. En segundo lugar, por rechazar el indulto que le fue otorgado en 1999, al solidarizarse con otros presos políticos puertorriqueños que quedaban atrás.
Ese gesto, que revela su estatura moral y humana, y su extrema vocación de sacrificio, negándose a salir de la cárcel hasta que salieran sus compañeros, debió haber sido interpretado como muestra de integridad política y fortaleza moral por la autoridad que lo retiene en prisión. Por el contrario, el hecho de que rechazara el indulto, que en cualquier otra circunstancia, en cualquier otro país, hubiera sido comprendido y alabado, molestó a las autoridades estadounidenses, que arreciaron su hostilidad contra Oscar López.
No cometió crimen de sangre alguno. Fue acusado de “conspiración sediciosa”, una especie de zafacón legal donde en el sistema jurídico estadounidense cabe de todo un poco: desde intenciones de actividades subversivas, hasta la divulgación de ideas como las que tiene Oscar.
En el día de hoy, desde la pasada medianoche, se realiza una actividad multitudinaria, con la participación de sectores de todos los partidos políticos y todas las esferas sociales, científicas y culturales, invocando la liberación de Oscar.
Mediante el recurso de un encarcelamiento simbólico, en varias “cárceles” construidas especialmente para la ocasión por artistas plásticos y artesanos puertorriqueños, y que, como dato curioso, recrean la celda donde actualmente está encerrado Oscar, diversas personalidades del País se están encerrando en cinco plazas emblemáticas ubicadas en San Juan, Mayagüez, Ponce, Caguas y Arecibo.
Allí no sólo se le rinde un tributo al hombre que cumple 32 años alejado de su familia y su pueblo, tácitamente incomunicado, sino que también se expresa un deseo de justicia y reivindicación del nombre de Oscar López Rivera, exigiendo su vuelta a casa como un reclamo de país.
El presidente Barack Obama, empeñado en estos momentos en que se apruebe el cierre del centro de detención de Guantánamo, una de las promesas de campaña que hizo y que consideramos imperativo que cumpla, debe volver los ojos, también, a un prisionero que ha pasado media vida en la cárcel; que conoció a su hija cuando ésta ya tenía once años, y que, de cara a una vejez llena de privaciones, dentro de una cárcel que no se merece, es convocado por la voluntad de un pueblo.
Es la hora de que Oscar López Rivera pise de nuevo las calles de Puerto Rico, respire su brisa en libertad, y nos devuelva la fe en la justicia. En el futuro de una sociedad plural en la que todos debemos tener el derecho inalienable a pensar. |