El veintiséis de julio de 2003 se cumplieron cincuenta años del ataque al Cuartel Moncada en Santiago de Cuba. El grupo, encabezado por Fidel Castro, realizó esa acción armada para comenzar la lucha contra la dictadura de Batista –pronto convertida en tiranía total– y alertar así al pueblo cubano, y de paso a todos los pueblos latinoamericanos, sobre la necesidad de una gran revolución que liberara a todos de las tiranías militares que se habían apropiado del poder en prácticamente todos los países de América del Sur, Centroamérica y las Antillas hispanohablantes que eran formal- mente independientes. Por eso, puede decirse en justicia histórica que ese acto marcó el inicio de la gran revolución latinoamericana del siglo veinte.
En Colombia, con el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán, el caudillo Liberal, y las conmociones populares que dieron curso a grandes batallas, se impuso la dictadura de Laureano Gómez. En el Perú el general Odría derrocó el gobierno democrático de Bustamante. En Venezuela, Marcos Pérez Jiménez sacó de la presidencia al escritor Rómulo Gallegos e inició una larga dictadura, primero por una junta militar de la cual él participaba y pronto bajo su férrea dirección única.
En Cuba, Fulgencio Batista dio un golpe militar en 1952, derrocó el gobierno constitucional que presidía Carlos Prío Socarrás y pronto abolió, en toda su funcionalidad, la constitución de 1940 en la que él mismo había participado como gestor. Fidel Castro, quien como dirigente estudiantil en la Universidad de La Habana había estado presente en Bogotá en un evento estudiantil y le tocó vivir personalmente los dramáticos acontecimientos que se conocen como El Bogotazo y hasta participar colateralmente en ellos, obtuvo una clara lección sumamente útil para un líder latinoamericano en ciernes de la época. A las dictaduras militares no se les puede combatir exitosamente por vías reformistas y electorales. Hay que ir a la lucha armada para enfrentarse a ellas. Por eso, a pesar de que llevaba una formación civilista y llegó a militar en el Partido Ortodoxo dirigido por Eduardo Chibás bajo el régimen democrático anterior al golpe de Batista, cuando –ya graduado de abogado y agotado el esfuerzo que él mismo encabezó para impugnar judicialmente sin éxito dicho golpe– se dispuso a organizar un ejército juvenil en embrión que tuvo su prueba de fuego real en el ataque al Cuartel Moncada, en la capital oriental. Los integrantes del grupo se acuartelaron en una granja aledaña a Santiago desde días antes y prepararon todo el plan de ataque al cuartel que se consideraba uno de los principales bastiones de la dictadura militar. Así, llegaron al Cuartel Moncada el 26 de julio de 1953. Como en casi todos los actos que dan comienzo a las grandes revoluciones de la historia, sufrieron una derrota militar. Como consecuencia de la misma, varios de sus compañeros murieron y otros, como el propio Fidel, fueron arrestados, torturados y encarcelados. Ahí comienza Fidel un acelerado aprendizaje de la función múltiple, compleja y sacrificial, que ha de cumplir quienquiera que aspire servir a su gente como dirigente por la vía revolucionaria.
Lo primero que hace es aprovechar al máximo el juicio que se le sigue a él y sus compañeros por el asalto al Moncada. Su concentración no estuvo en buscar las defensas técnicas que pudieran librarle de sentencias largas de prisión. Su discurso de defensa se convirtió en un pliego acusatorio contra la ya tiranía batistiana. Incluyó un programa básico del proceso revolucionario que impulsaban los que realizaron el ataque armado al Moncada.
Cita cinco proyectos en que se basaría el programa revolucionario de los atacantes del Moncada. El primero sería devolverle al pueblo la soberanía mediante la restitución de la constitución de 1940, que a la altura de ese momento histórico era lo que explicaba al pueblo el porqué de la acción revolucionaria. El segundo sería una ley revolucionaria para transferir las tierras a todos los colonos,arrendatarios y precaristas que ocupasen fincas de cinco o menos caballerías de tierra, (alrededor de quinientas cuerdas). El tercer proyecto otorgaba a los obreros y empleados el derecho a participar del 30% de las utilidades en todas las grandes empresas industriales, mercantiles y mineras, incluyendo centrales azucareras. El cuarto proyecto concedía a todos los colonos el derecho a participar del 55% del rendimiento de la caña. Y el quinto proyecto ordenaba la confiscación de todos los bienes a todos los malversadores de todos los gobiernos. Su discurso acusatorio del régimen de Batista y programático de la revolución que alentaba, culminó con la célebre frase que le perpetuó en la historia. de Cuba y de América Latina: “...condenadme, no importa, la historia me absolverá”.
Los jóvenes sentenciados fueron enviados a la llamada Prisión Modelo de la Isla de Pinos (hoy Isla de la Juventud). Las condenas variaban, y la de Fidel fue a quince años de prisión. Ellos se instalaron en la prisión con un propósito invariable en sus mentes: aprovechar el tiempo del encerramiento para leer, discutir y prepararse para las luchas futuras, que ninguno de ellos tuvo dudas de que habrían de producirse. Cuando Batista, por presión de la opinión pública, se vio obligado a declarar una amnistía que los puso en libertad en mayo de 1955, ya tenían planes alternos de seguimiento a las tareas revolucionarias.
Intentaron utilizar los medios informativos, sobre todo la radio y la prensa, para divulgar el programa del Moncada, pero pronto se percataron de que no había la menor oportunidad de que el régimen se los permitiera. Organizaron el Movimiento 26 de Julio, así llamado en recuerdo del ataque al Moncada que le dio origen, y sus líderes se fueron a México a prepararse para unas jornadas largas de lucha armada. En México hubo un encuentro que podríamos llamar providencial entre Fidel y Ernesto (Che) Guevara, quien ha- bía tenido que salir de Guatemala, donde colaboraba como médico en el gobierno de Jacobo Arbenz, cuando éste fue derrocado por un golpe militar organizado y dirigido por la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos. Guevara, que a la sazón no había podido ser admitido al ejercicio de la profesión médica en México, trabajaba en los oficios que encontrara para ganar el sustento y ofrecía servicios médicos gratuitos a otros exiliados de regímenes represivos que se refugiaban en la capital mexicana, incluyendo a la familia de Don Pedro Albizu Campos y a Juan Juarbe y Juarbe, quienes también habían sido expulsados de Cuba por Batista. El Che y Fidel comenzaron allí y entonces una gran amistad, que llevó al argentino a enrolarse en las milicias del Movimiento 26 de julio, en calidad de médico; y de ahí a unirse a los expedicionarios del Granma que embarcaron hacia Cuba a finales de 1956 y que entraron a territorio cubano por la playa de las Coloradas el 2 de diciembre de ese año.
Lo demás es historia muy conocida por todos los que, en la América Nuestra, aspiramos a liberar nuestros pueblos de la dominación extranjera e impulsar procesos de transformación social, económica y política que aseguren el desarrollo, el progreso y la justicia social de todos, incluyendo las grandes mayorías desamparadas por todos los regímenes oligárquicos del hemisferio.
Luego de dos años de lucha guerrillera, a partir de la Sierra Maestra y la Sierra Cristal en el Oriente cubano, auxiliada por impetuosos movimientos populares en prácticamente todo el territorio nacional y por la solidaridad militante de cientos, si no miles, de simpatizantes de esa causa en todos los países de América, incluyendo a Puerto Rico; Batista se vio forzado a huir el primero de enero de 1959. Fidel rechazó toda componenda o acuerdo con los resquicios del régimen batistiano y llamó a la huelga general, que había sido, en la estrategia fidelista, la culminación de la combinación de la lucha guerrillera con las luchas del pueblo en las ciudades. La revolución triunfó.
La política de unidad que prevaleció en la cúpula del 26 de Julio llevó a juntar las fuerzas políticas anti-batistianas que se distinguieron como factores en la lucha contra la tiranía. El Movimiento 26 de Julio unió a su alrededor al Directorio Revolucionario que nucleaba gran parte del movimiento estudiantil y cuyo dirigente, José Antonio Echevarría, había muerto en combate, así como al Partido Socialista Popular, que era el partido comunista en Cuba. Los tres movimientos formaron las ORI (Organizaciones Revolucionarias Integradas), y años más tarde se fundieron en el Partido Unido de la Revolución Socialista (PURS), hasta que finalmente, en 1975, se transformaron en el Partido Comunista de Cuba.
La política de jamás apartarse de la acción revolucionaria, y al mismo tiempo abrirse a la mayor amplitud en la búsqueda de la unidad del pueblo, que es clave en la concepción estratégica de la Revolución, ha sido lo que ha hecho invencible a esa gran “transformación de sueños en realidades”.
El Che, con la inmolación ejemplar que tuvo en combate en Bolivia, clamando por la revolución en toda la América Latina, se ha convertido en un símbolo universal de la lucha de todos los pueblos del mundo.
Fidel, al mando de esa revolución en variadas circunstancias a lo largo de más de medio siglo, ha demostrado una inmensa sabiduría, que incluye el haber tenido el valor de rectificar decisiones equivocadas –porque él es el primero que admite que es un ser humano como cualquier otro, sujeto a equivocaciones– y esto le ubica sin lugar a dudas como el primer personaje hemisférico en el siglo veinte.
El cuadro político de la América Nuestra en la actualidad, tan diferente al de 1953, acumula las mayores esperanzas para nuestros pueblos de unos cambios reales y concretos, que nos saquen del subdesarrollo, la pobreza y la dependencia, que son las mayores lacras que sufren en una u otra variante, o en todas ellas, la totalidad de las naciones latinoamericanas, incluyendo a Puerto Rico. No obstante la creencia de algunos ilusos que nos quieren colocar en la cúspide del desarrollo, junto a Estados Unidos, seguimos siendo un país super-explotado. Esto nos condena en la actualidad a la única alternativa de hundirnos en la dependencia o salvarnos en una revolución social de envergadura. Esa alternativa no sería posible si no existiera el ejemplo de la Revolución Cubana. No es un ejemplo para calcarlo en sus tácticas de diferentes momentos de desarrollo histórico. Es para que podamos, con nuestra propia creatividad, llevar a cabo las tácticas que correspondan a nuestro propio escenario –como hicimos con Vieques– para poder avanzar hacia la meta. Fidel, el Che, y la Revolución Cubana, serán siempre un ejemplo a seguir para nosotros.
Capítulo XIII del libro Memorias de un ciudadano
Fuente: Claridad
Foto: Noel Colón Martínez, Juan Mari Brás, Juan Marinello, Fidel, Osvaldo Dorticós. Detrás: Pepe Enamorado Cuesta y Pedro Albizu Meneses / Foto por Archivo CLARIDAD |